Mi barrio, sus gentes, mis vecinos, mis vecinas durante muchos años, yo he creído en ellos, he compartido con ellos sueños, sus inquietudes, a veces desde muy cerca, y siempre desde mi corazón…
Pizarrales ha sido un barrio que aun contando solo con las manos de sus gentes y las ganas de hacer y tener una mejor calidad de vida, ha luchado por tener escuelas, porque los habitantes del barrio tengamos una casa, aunque fuera autoconstruida… El barrio, nuestros padres, nuestros abuelos, han pasado años muy grises y tristes, que hasta se hacía teatro para pagar las boticas en la farmacia.
Pero eso y el cavar en las horas de descanso, el hacer una olla común para que todos pudieran comer, hizo del barrio que fuera solidario por excelencia, que el esfuerzo colectivo se convirtiera en abanderado de sus gentes, hasta la acometida del agua en las casas se hizo con el trabajo y la aportación personal de dinero que en su tiempo iban comiendo a la tierra, las zanjas donde iban a ir la tuberías; hubo que atravesar carreteras, subir y bajar cuestas, y así llegar a la puerta de la casa de cada uno de los vecinos para producirse el milagro de que ese bien tan preciado saliera por el grifo de cada morada.
Y ahora, ¿podemos decir lo mismo? Estas preguntas me remueven el alma cuando me sitúo en la casa de mis padres, en su portal, con sus vecinos. Mis padres junto con otros padres del mismo bloque que han sido parte de esa mano de obra que cavaba para llevar el agua, que construía casas para otros vecinos, que ayudaban a lavar la ropa a quien no podía… O que su casa siempre ha estado abierta a quien lo ha necesitado o ha querido, ahora el fruto de ese esfuerzo solidario que han vivido se ve conviviendo y enfrentado con el esfuerzo y lucha por lo insolidario, por el provocar dolor, reproches y el animar al abandono, al desalojo de su morada de toda la vida, esa por la que tanto lucharon.
Cómo es posible vivir en uno mismo cuando lo que se desprende es insolidaridad, deseos de provocar desamparo, aislamiento. No tienen que pagar, no tienen que hacer nada, solo permitir que se ‘instale’ para que algunos vecinos puedan ver el cielo desde la calle, aunque sea con su silla de ruedas.
Desvalidos, sin poder andar, con más de 80 años, soportando la compra de un aparato, que hasta escribir la palabra me produce escalofríos, ¡ascensor!, que les permita bajar de su casa para sentir el aire de su barrio.
Lo asumen la compra y el consumo, de su pensión se quitan cada mes una importante cantidad para pagar al banco que le ha concedido el crédito para poder pagarlo y, por qué, la respuesta es tan absurda como injusta: porque el resto de vecinos no quieren que se instale.
Parecía ya sencillo, si no pagan nada, ya está resuelto, y cuál es la respuesta, aun con estas condiciones: “aquí no se instala, aquí no vais a ganar, aquí no puedes vivir, aquí no, aquí…”, y así se ha convertido mi querido barrio, dando amparo a la injusticia, a la desolación de unas personas que se ven obligadas a estar encerradas en su casa por algo tan sencillo como , “aquí no lo vais a instalar”, olvidando aquello por lo que nuestro barrio luchó, vivió y se convirtió en “Pizarrales barrio solidario por excelencia”. ¿Podemos seguir diciendo lo mismo? ¿Pizarrales ha dejado de ser un lugar donde edificar un mar de sueños para crear la ilusión de un mundo mejor?
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