Quimeras.

Por Nesbana

La agonía palpable y las quimeras que sobrevuelan: nos rodean y nos revolotean macabramente anunciando lo que va a suceder. Son las tristes premoniciones goyescas del artista comprometido que siente el peligro venir por las fronteras, ese mismo peligro que lo llevará al exilio y que inaugurará una larga travesía en la historia de su patria: la de los toros, la de la aristocracia refinada con sus quitasoles y sus praderas, la patria que le había acogido como retratista real; en fin, la misma que soportaría premoniciones, fusilamientos y miseria. Este precioso grabado no deja de recordarme a su Cristo en el huerto de los olivos dando vida a una escena que presagia la tortura y la muerte. Son dos actitudes de entrega desesperada, de búsqueda de un salvador que no llega, en forma de dios o de quién sabe qué; es la soledad hecha arte: la de aquellos que huyen despavoridos ante el invasor francés, o la de ese Cristo que contempla en la agonía de Getsemaní cómo sus discípulos lo abandonan y caen ante el sueño en la soledad de la oración. Cuando todos se van, cuando el nerviosismo tristísimo se apodera de la escena, y cuando caer de rodillas e implorar es la única solución, la vida parece hacerse arte y música hace sonar ciertas melodías: “no tengo de qué inquietarme…”. Y luego, suspiras.