Tratando de abarcar demasiados temas, Quince años y un día consigue sus mejores momentos gracias al retrato que Arón Piper ofrece de su personaje, interpretado con tanta naturalidad que realmente consigue irritar al espectador (en el buen sentido de la palabra) con su sentido nihilista de la existencia, con su discurso insolente de alguien que parece saberlo ya todo sobre la vida a la tierna edad de quince años. Ojalá los otros actores jóvenes que lo acompañan estuvieran a la altura, pero no hacen más que deslucir la función y restarle credibilidad a un relato que pretende abarcar demasiados asuntos y no consigue hilvanar totalmente ninguno de ellos.
Todo esto no quiere decir que la película no cuente con una dirección digna, pero cuenta con algunos problemas de guión, sobre todo cuando todo deriva en una trama criminal cuya resolución es mostrada al final en una escena aclaratoria que Querejeta podía haberse ahorrado: hubiera sido mucho más efectivo que el espectador se quedara con las dudas acerca de la autoría del crimen.