¿Por qué no lograba apartar pensamientos tan superficiales, como el recuerdo, para comerme el presente que me habría todas sus puertas?
Sí, tenía las ideas, pero no los ingredientes suficientes para cocinar mi postre.
Sin embargo, cuando sentía que despegar, después del fin de mi segunda historia de amor y mi inadaptación a la vida en aquella bella ciudad Condal, iba a ser un suplicio, la casualidad, (ay esperar yo ya no creía en las casualidades), así que diré que la vida puso ante mí al que se convertiría en la mayor pasión de todo mi recorrido hasta hoy.
Era alguien distinto a todo lo que había conocido hasta ese momento.
Una hora de habladuría sin sentido, pero que enganchaba tanto… nos dejó atontadas.
“Bueno señoritas, ya que dejan mis aposentos, id dándome una a una sus teléfonos”, ordenó con mucha gracia.
Nosotras nos mirábamos sin comprender nada … tuvimos que recordarle los nombres, pero allí estábamos obedeciendo a aquel ‘chalado’ que nos poseyó una noche de mayo.
“Bueno, ahora te toca darnos el tuyo”, dejé caer.
“No. Nunca doy mi teléfono por el miedo a que no me llamen”.
Eso, a día de hoy, sé que es totalmente incierto.
Los planes que me propuso para el día siguiente se torcieron por temas familiares míos, pero eso no impidió que nos viéramos, aquella noche se unió al plan con mi hermana y sus dos nuevas amigas, las mías.
Para mí, desde que mi hermana se convirtió en adulta, hacía unos cuatro años, su opinión ha sido incluso demasiado relevante en mi bienestar. Algo de lo que hablaré más adelante.
Aquella noche me dijo: “Está muy bueno, pero es muy raro María, incluso me ha tirado a mí los trastos como el que no quiere la cosa”.
Aquello hizo poso en mi interior pero no abandoné las ganas de conocerle.
Él insistió en llevarme y recogerme de Mestalla, en aquel momento era una adicta al fútbol, con un coche que tuvo que pedir prestado. Pero acepté. Me hacía tanto reír. Prometía tanto aprendizaje. Esa noche acabamos hablando durante horas en su coche prestado debajo de casa de mis padres. La noche pasó tan rápido que cuando se me ocurrió mirar el reloj faltaban 60 minutos para que saliera mi tren.
Mostraba interés por todo lo que le contaba, con la boca abierta, como si hubiera conocido a la musa de sus sueños, así me hacía sentir. Antes de bajar del coche, de una forma muy ingenua, a primera vista, pero muy estudiada, me dice la experiencia, me pidió un beso. Aquel beso se convirtió en minutos tocando el cielo.
Cuando cogí el tren no pude dormir, cuando llegué al trabajo no pude trabajar, cuando fui a clase lo veía de pie riendo y hablando, cuando llegué a casa mis ojos se apagaron, no podían más, pero acariciados por sus últimas palabras: “Por fin conozco a alguien que me interesa de verdad, y vive a 400 kilómetros de mi casa”. Él era Vasco pero afincado en Valencia por trabajo.
¿Volvería a saber de él? Era una incógnita, pero me hizo creer, por tercera vez, en mi fe, el amor, que tan presente ha estado en mi vida y tanto ha escondido mis otras esencias. Ni podía imaginar que iniciaba el fin de una vida, un punto de inflexión tras el que nunca fui la misma.
MENSAJE
Y hay más. El mismo esfuerzo hace el cielo en dibujarse de amarillo o de niebla. Pero no son las mismas noches las que acompañan a uno y otro color.
Después llegan las nubes y te encargas de vestirlas de lágrimas…te empeñas, te ofuscas. Aunque no te encierras. Y así ellas se desnudan cuando tú no lo esperas, y se enamoran del sol que asoma cabizbajo, pero asoma. Y le miras, le sonríes y empiezas a entender la belleza de una niebla que envolvió tus manos, enseñándote que no siempre son los rayos los que afloran en tu rostro. Que sí son las comisuras de tus canas las que abren el día y oxigenan el presente.
Porque cuando se cierra una puerta tú abres las ventanas de tu alma y desnudas, como si fueran nieblas, las oscuras golondrinas que volaron tu cama.
María en la Luna