Quique González en directo (Cádiz, sala Pay Pay)

Por Davidrefoyo @drefoyo

22:43 horas. Quique González llega a la sala de la que se ha ausentado hace una hora, quizá para tomar una caña o para fumar un cigarro tranquilo paseando el viejo Pópulo. Lo vemos en la calle, pero no le decimos nada. Entra. Se cambia de ropa y aparece en el escenario con total confianza, con las ganas suficientes de realizar un concierto memorable. No trae un set-list al uso, no se rodea de una banda. Viene a pelo. Él y la guitarra. Un micrófono que luego se demostró inútil en sus múltiples canciones a capela. Mira a la gente, a su público, entregado y lleno de ilusión. Dice: gracias por venir. Hoy vamos a hacerlo diferente. Vosotros me pedís canciones y yo las voy tocando. Cuando vas a un concierto quieres escuchar los singles, los temas míticos y queda claro que es una noche ideal para ello. Hoy sí sonarán los clásicos. Uno tras otro. Alguna novedad, quizá un adelanto de su nuevo trabajo, aún sin grabar. Alguna petición inesperada, pero las canciones inmortales, las que llevaron a Quique González hasta el lugar que ahora ocupa, empezarán a sonar de un momento a otro. Caminando en círculos, Vidas Cruzadas, Daiquiri Blues, Salitre, La Ciudad del Viento, Aunque tú no lo sepas, Pequeño rock & roll... una sucesión de acordes y voces, de sentimientos, surca la sala. Pay Pay. Cádiz. Nos entregamos en un concierto de más de dos horas, solo interrumpido un par de veces por sendos descansos mínimos. Quique está enorme esta noche. Se le ve feliz, tocando para un selecto grupo de seguidores venidos de los barrios cercanos, de los pueblos costeros de las inmediaciones: Puerto de Santa María, Sanlúcar, Puerto Real o Zamora. Como nosotros. 1500 kilómetros de carretera y rock & roll para llegar hasta allí. Al concierto entre conciertos. Histórico. Luego Quique recoge los aplausos -bien merecidos- y pone punto y final a su actuación. Ahora grabará un disco y solo está engrasando la maquinaria. Así que se mantiene en el escenario, agradecido, mientras todos los fieles congregados nos ponemos en pie para agradecer su música, su talento, su generosidad de esta noche. 


Y luego desaparece. Sube la luz y sube la música. El concierto termina. Poco a poco la sala se vacía. La gente abandona el lugar entre la emoción y la conmoción. Nosotros nos quedamos. Queremos verlo. Queremos estrechar su mano. Escuchar su voz de ciudadano normal. Accedemos al camerino después de varias dudas y vergüenzas y, luego de contar parte de nuestra historia, con sus ficciones, su metaliteratura y las verdades que podemos permitirnos, tras eso, Quique González interpreta para nosotros -y otro pequeño grupo de amigos- Kamikazes Enamorados. La canción. El detonante de este viaje, de este concierto. Y la mejor manera posible de marcharnos de allí. Por todo lo alto. Plenos. Satisfechos. La noche gaditana acabó con nuestra resistencia, pero los recuerdos permanecerán ahí quietos. De por vida. Para siempre, aunque parezca mucho tiempo.