Quitabragas

Por Itwoman

He estado investigando sobre la “magdalena de Proust” que, según Wikipedia, es un fenómeno humano memorístico en el cual una percepción (especialmente el olor) evoca un recuerdo. El nombre proviene del recuerdo que le provoca el sabor de una magdalena recién hecha mojada en té al protagonista de Por el camino de Swann, escrita por Marcel Proust en 1913.

Para empezar, quisiera comentar algo sobre Proust, sin magdalena. Por el camino de Swann es el primer volumen de la serie En busca del tiempo perdido. Tengo que reconocer que no he conseguido leerla. Lo he intentado varias veces, pero no puedo. No puedo. Soy la versión lectora de Chiquito de la Calzada. Tampoco he conseguido terminar (casi ni empezar) el Ulises de Joyce.

Queda claro que jamás podré presumir de ser culta e intensa; y después del título de este artículo, debería olvidar mi intención de parecer glamurosa y esnob. Soy una ordinaria. 

El Quitabragas es un combinado que mi grupo de amigas puso de moda en Cádiz, durante un verano feliz de juventud (a finales de los ochenta). Fuimos influencers sin saberlo.

Cuando llegó el otoño, volvimos a nuestro cubata de ron y olvidamos el Quitabragas. Después, la vida me fue distanciando de aquel grupo de amigas. Todas las historias tienen su aquel, así que no me voy a explayar, porque no creo que le interese a nadie.

Gracias a las redes sociales, he retomado el contacto con una de ellas y, porque la vida es así de sofisticada (no como yo, que soy una ordinaria), hemos vuelto a vivir alguna noche de desenfreno (de andar por casa) y a recordar los momentos felices de nuestra juventud.

Evidentemente, ha surgido el Quitabragas en las conversaciones. Para que los nuevos amigos (que se han convertido en eternos) lo conocieran, pedimos en un pub un chupito de aquella bebida coagulada en nuestro recuerdo (era bastante espesito).

Cerré los ojos para dar el primer sorbo de aquel olvidado brebaje. Su magia hizo efecto. De repente, volví a tener veintipocos años, la piel morena y tersa, el pelo engominado y una falda tan corta que casi no era falda (lo de ordinaria me viene de lejos). Volví a oler a mar, a verano, a fiesta y a libertad. 

¡Madre de mi vida! ¡Menuda regresión!

Cuando apuré el chupito, abrí los ojos y volví a la realidad. 

Como no soy Proust, no me voy a enrollar con el tema. A mi «yo evolucionado» (o sea, a la señora mayor en la que me he convertido) se le ha ocurrido que empapar una magdalena en Quitabragas, debería ser mi propuesta foodie para este verano. Ordinaria y clásica a la vez. 

Podríamos llamarlo el Quitabragas de Proust. Espero que el prolífico escritor no haya dejado herederos sensibles que se dediquen a cancelarme. Si existen y lo hacen son unos tristes, así que no me interesan.

No voy a buscar el tiempo perdido, aunque un chupito de Quitabragas me haga dudar durante unos segundos. Me gusta mi presente, sin combinados dulzones, sin nocturnidad y siempre sin alevosía.  

Los recuerdos están sobrevalorados. Lo mejor siempre está por llegar.

Por si queréis probarlo, os comparto la receta.  Aprovecho para recordar que el azúcar mata, que una dieta sana y equilibrada es la mejor medicina y que hay que consumir alcohol con mucha moderación (sobre todo a cierta edad). Creo que estoy viva de milagro.

QUITABRAGAS. Receta.

En un vaso largo (ochentero a más no poder) lleno de cubitos de hielo añadir: 

– Vodka.

– Batida de coco, sin excedernos con el toque tropical.

– Un botellín de batido de chocolate frío. 

Buscar en Spotify música discotequera de los ochenta (o sintonizar Kiss FM en la radio).

Bailar mientras tintineamos el vaso para mezclar los ingredientes.