Creo que el respeto es la base de todo ser humano. Es lo que nos hace diferentes al animal, al mundo salvaje. El respeto es lo que falta hoy desgraciadamente en no pocos estratos de esta sociedad. Crímenes, guerras, violencia, robos, maltrato, aborto (lo siento si a algunos os molesta que esté en contra, pero por favor, os suplico: respetad mi opinión), injusticias, corrpución, robos, insultos, amenazas y un largo etcétera que no cabría en este artículo. Al final estamos ante un único hecho: la falta de respeto por los demás.
Lo cierto es que si me pongo a pensar con la cabeza fría, me doy cuenta de que respetar a los demás es bastante sencillo y conozco a personas maravillosas que saben hacerlo. Conozco a gente cercana o no tanto que piensan muy diferente de mí y son capaces de mantener una conversación conmigo, dar sus opiniones, dejarme dar las mías, escuhar, dialogar. Son esas personas que a pesar de no compartir mis puntos de vista o yo no compartir los suyos, sean de índole religiosa, política, social, económica, pueden sin embargo compartir otras actividades conmigo y hasta entender mi punto de vista.
¡Pero qué lejos queda esto de la gran mayoría! Con qué facilidad nos sentimos heridos en lo más hondo de nuestro ser cuando alguien expresa ideas con las que no estamos para nada de acuerdo. No hay peor enemigo que uno mismo. Y es que, pese a todo, que me tachen de ingenua, sigo creyendo en la bondad y creo que incluso aquellos que se ponen violentos, insultan, amenazan y gritan son gente buena, gente que sencillamente no sabe canalizar sus emociones, racionalizar sus miedos, dejar fluir sus sentimientos.
No, no soy un ejemplo de santa que nunca se irrita ni se siente frustrada ni busca revancha. Soy humana y tengo esos defectos, pero de pronto, en medio de una discusión acalorada, llega un destello de luz y me digo: ¿acaso no podemos dialogar como seres humanos? ¿Acaso debemos herirnos y jugar a soldaditos, a ver quién es el más fuerte, quién insulta más a quién, quién queda por encima del otro? Lo tengo tan claro: las cosas se solucionan hablando. O no se solucionan, porque nuestras posturas son completamente contrarias, pero el faltar al respeto tampoco es la solución, sino la creación de problemas mayores.
Ya lo dejaba entrever en mi anterior artículo sobre el tema de la opinión que todos tenemos derecho a tener una. Para mi este blog es una forma de expresar mi opinión propia, les guste a algunos o no. Si no os gusto, no me leáis. Si queréis dar vuestra opinión, comentad pero por favor, con respeto. Creo que el respeto debería estar por encima de opiniones, juicios, ideales.
El caso es que como decía más arriba, estamos rotos por dentro. Todos, la inmensa mayoría. Es como si nuestra sensibilidad estuviera multiplicada por mil. Vemos peligros por todas partes. Tenemos miedo. No nos respetan. Nos sentimos inferiores. Y ¿cuál es la forma de reaccionar? No respetando a otros, así de sencillo. También es verdad que en cuanto nos faltan al respeto, nuestra respuesta es reactiva y agresiva en muchos casos. Se ha prendido la llama de nuestra ira, se ha rozado nuestro punto débil, nos han tocado el ego.
Ahí está el problema de fondo: el ego falso, el yo que creemos ser. Yo por encima de otros, yo mejor que los demás, yo que en el fondo soy tan débil pero aparento ser fuerte y seguro, yo incapaz de mostrarme como soy, porque ese yo, ese ego falso, esa mente inconstante… vive reprimida y en miedo constante. Todos estamos en parte enfermos. Esta es la triste verdad.
El insulto es nuestra arma más fuerte. También la humillación, las amenazas. Y así va el mundo: nosotros no respetamos a los demás en nuestro pequeño mundo. Otros, los poderosos, proyectan su rabia, su infelicidad, a una escala mucho mayor. Y luego nos preguntamos a dónde va a parar este mundo.
Ésta es mi lección de hoy: aprender a respetar, incluso a aquellos que no me respetan. Aprender a escuchar a aquellos que no me escuchan y gritan. Aprender a dialogar con aquellos que sólo saben de insultos. Es una lección muy, pero que muy dura. Pero es la única forma de aprender. La única manera de ser feliz en un mundo donde reina el miedo y donde llevar la contraria a la mayoría es casi un delito. El mundo global es lo que tiene: pretende establecer leyes uniformes, pretende hacernos creer que pensamos como pensamos porque lo hemos elegido. Y la verdad es que lo consiguen: por eso la mayoría de la población piensa de forma similar. Destacar nunca ha sido fácil: es crearse enemigos, es perder el respeto de no pocos.
Pero yo creo en mi verdad y pretendo contarla al que quiera oírla. Lo hago desde el respeto y espero que nadie se sienta ofendido. Si es así, lo siento, pero no puedo pretender agradar a todos. El respeto por la opinión de los demás está siendo a día de hoy una tarea pendiente para la gran mayoría. En el fondo nuestro enfado es un reflejo de nuestras propias carencias, miedos e inseguridades. Si me siento herido, es porque hay una herida en mí. Si falto al respeto, es porque probablemente no me respeto a mí mismo. El amor a uno mismo, la aceptación íntegra de nuestro ser, es el primer paso para comprendernos, para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás y para ser en última instancia felices. Porque todos buscamos precisamente eso: felicidad, aceptación y amor.