martes, 1 de abril de 2025

La Iglesia de Santa Catalina (22): la Capilla Sacramental (3). La Bóveda de la Capilla.

 

La Hermandad Sacramental de Santa Catalina, deseosa de erigir una Capilla del Sagrario más amplia que la que poseía (la actual capilla que acoge a Ntra. Sra. del Rosario), solicitó en 1721 al Ayuntamiento la cesión de un terreno adyacente a la cabecera del templo parroquial de Santa Catalina. Concedida la petición con inmediatez, ese mismo año se iniciaron las obras, bajo la dirección del insigne arquitecto Leonardo de Figueroa, auxiliado por sus hijos Matías y Ambrosio.

En lo referente a cantería y albañilería, las obras se prolongaron hasta 1736. Otros artífices que intervinieron en el proceso constructivo, tras la muerte de Leonardo en 1730, fueron el albañil Juan Serrano (1732-1734) y los canteros Fernando Jordán, quien se encargó del pavimento, y Miguel Quintana, que realizó el zócalo de jaspes rojos y negros.

Los paramentos, bóvedas e intradós de la linterna se enriquecen con yeserías estofadas que se alternan con aplicaciones en madera dorada, llevadas a cabo en 1730 por Pablo Guisado.


Más tarde, en 1757 se acordó la culminación de los estofados y decoración pictórica de la capilla, encomendando el trabajo a Pedro Tortolero. Sin embargo, su fallecimiento propició que la labor recayese en su más directo colaborador, Vicente Alanís. 

La bóveda del primer tramo de la capilla es su elemento más identificativo por su efectismo barroco. Durante las labores de restauración se detectaron señales de cambios en el proyecto, como yeserías que finalmente quedaron sustituidas por las pinturas de Alanís, en las que se representan a un coro de ángeles músicos en el anillo que rodea el espacio abierto de la linterna, los Evangelistas, los Padres de la Iglesia y cuatro grupos de ángeles con símbolos eucarísticos en el interior de cartelas. 

Se desconoce si llegó a policromar las yeserías, en las que destaca la representación de querubines y serafines y el rompimiento de gloria de la linterna donde alterna nubes, ángeles y rayos dotados de espejos con un acentuado dinamismo. 

Se han descubierto inscripciones en algunas yeserías que datan su ejecución en 1767, quedando firmadas por Francisco de los Reyes y Orazal.


Las pinturas murales se deben a José García en 1730, mientras que Pedro Duque Cornejo fue el autor en 1733 de los cuatro ovalados con figuras de ángeles que se alojan en la bóveda del presbiterio.








La cúpula se eleva sobre un tambor octogonal, que cuenta con ventanas que permiten la entrada de luz natural al interior de la capilla. El revestimiento exterior de la cúpula presenta una decoración en barro cocido con aplicaciones cerámicas, una técnica típica de la arquitectura sevillana. Estos adornos, que recubren jambas, pilastras y ventanales, fueron modelados por Juan Moreno y Juan Isidoro Ramos, este último padre del famoso imaginero Cristóbal Ramos.

La cúpula está coronada por una airosa linterna, también de planta octogonal, que no solo cumple una función decorativa sino que también permite la entrada de luz adicional al interior de la capilla. Esta linterna está rematada por una escultura alegórica de la Fe, obra del escultor Miguel Quintana, realizada en 1724.

La figura de la Fe, sosteniendo probablemente un cáliz o una cruz, se yergue como un símbolo visible de la función sacramental de la capilla y como un punto focal que atrae la mirada hacia el cielo, reforzando el simbolismo ascensional de la cúpula.








lunes, 31 de marzo de 2025

La Iglesia de Santa Catalina (21): la Capilla Sacramental (2). El Cristo del Perdón y otros elementos.



La Capilla Sacramental de la Iglesia de Santa Catalina en Sevilla es un espacio de singular importancia dentro del templo, tanto por su valor artístico como por su significado religioso. Esta capilla, que ha sido objeto de diversas intervenciones a lo largo de los siglos, alberga una serie de elementos que merecen ser estudiados con detalle, desde las pinturas que adornan su entrada hasta la magnífica cúpula que la corona. En este análisis, nos centraremos en estos aspectos, excluyendo el retablo principal de la capilla, que ya ha sido tratado en profundidad en el anterior post y la bóveda que la estudiaremos en el próximo. Vamos a ver cada uno de los elementos relevantes de la capilla.


Las pinturas de la entrada.

Este vano de entrada, desviado respecto al eje del recinto, quedó decorado en su intradós por pinturas murales, donde se perciben varias manos. La composición se resuelve mediante grupos de ángeles con guirnaldas florales enmarcando escenas de clara simbología eucarística, como el león con las abejas, el Ave Fénix y el pelicano dando de comer a sus crías, especies que aluden a Cristo a través del alimento, del sacrificio y de la Resurrección. 


En las jambas, se ven otras escenas que prefiguran la Eucaristía en el Antiguo Testamento, como el transporte del racimo desde la Tierra Prometida o el Profeta Habaque asistido por un ángel. Partiendo de las informaciones sobre el contrato de Pedro Duque Cornejo para la realización de pinturas murales, muchos historiadores han visto aquí la mano del artista en cuanto a la soltura, los claroscuros y el dinamismo, mientras que otros defienden que en su totalidad fueron realizadas por Vicente Alanís.



El Retablo del Cristo del Perdón.

En 1721 la construcción de la Capilla Sacramental, según los planos de Figueroa, conllevó la ocupación del altar donde se veneraba la imagen del Stmo. Cristo del Perdón, lo que obligó a replantear su ubicación en el interior del nuevo espacio. 


Para ello, en 1755 se compró la pintura, el arco que ocupaba se integró en la anexa Sala Capitular y se planificó su nueva instalación. En 1756 se encargó el retablo a Felipe Fernández del Castillo. Se trata de un retablo de madera dorada de un solo cuerpo con tres calles, quedando la principal ocupada por la pintura y las laterales por San Isidoro y San Leandro sobre relieves de las Ánimas Benditas del Purgatorio flanqueando un pequeño Sagrario. La labor escultórica se atribuye a Benito Hita del Castillo, las figuras están ejecutadas en madera policromada y telas encoladas con atributos de metal dorado.


El lienzos una de las pinturas más impresionantes de Pedro de Campaña (1503-1580). La imagen de Cristo, casi escultórica, parece que se sale de la tabla, en la que ocupa una gran parte de la superficie: sobre un fondo oscuro, destaca con una fuerza increíble la figura de Cristo después de la flagelación. Está firmada por Pedro de Campaña en 1546.


En esta obra de Pedro de Campaña aparece la influencia italiana, a donde se trasladó desde Flandes en 1529: la monumentalidad de Rafael y sus seguidores está patente en la figura del Cristo del Perdón. Más tarde, desde 1537, realiza en Sevilla obras tan importantes como el Retablo Mayor de la iglesia de Santa Ana, en Triana; el retablo de la Presentación en el Templo y el cuadro del Descendimiento de la Cruz, en la Catedral de Sevilla, y esta tabla del Cristo del Perdón.


La mirada compasiva de Cristo es un diálogo sin palabras que dirige San Pedro, situado a su lado en actitud dolorida por su pecado. Es dramático este gesto de acogida, que muestra en su figura el poder de un Dios capaz de perdonar. Al otro lado hay unas figuras que presencian la escena.


Esta tabla de Pedro de Campaña pertenece a la Hermandad Sacramental de Santa Catalina, en cuya capilla está situada en un retablo, realizado en 1576 por Felipe Fernández del Castillo. Pero no se aprecia en ese retablo de un barroco tardío toda la grandeza de esta obra, ya que está situada entre innumerables elementos decorativos. 


Hacia 1537 Pedro de Campaña (Pieter Kempeneer) se instaló en Sevilla, donde se casó y trabajó hasta 1563. Campaña es uno de los representantes más eminentes del manierismo europeo de cuño romano. En Sevilla la presencia de Campaña significó una renovación profunda en la orientación pictórica local, dominada hasta entonces por Alejo Fernández y sus seguidores. Pacheco le ensalzó como patriarca de la escuela sevillana y ejemplo de «artista universal» del Renacimiento.



Las rejas.

Debido a su finalidad, las rejas fueron unos elementos de primera necesidad para acotar la capilla. La principal fue realizada por Manuel Consuegra en 1734 y estaba destinada a la entrada de los fieles. La lateral fue obra de Francisco Jiménez y Manuel González en 1747 concebida para permitir el acceso del sacerdote durante la misa. Pese a contar con una década de diferencia, ambas comparten la intención de resaltar la presencia de la capilla como un lugar privilegiado dentro de la parroquia con su apariencia fastuosa, especialmente transmitida a través de los dorados.


Reja del presbiterio.


Reja del presbiterio.


Reja del presbiterio.


Reja de entrada a la capilla.


El Retablo de "La Caída del Maná".

Es importante resaltar del mismo modo la decisiva intervención del pintor Vicente Alanís, quien se hizo cargo del dorado de los retablos de la Capilla tras la muerte en 1766 del pintor y grabador Pedro de Tortolero a consecuencia de un accidente sufrido mientras se hallaba dirigiendo el adorno del recinto de la Capilla del Sagrario. 


Además, ejecutó en 1768 la «Apoteosis de la Inmaculada» que figura a los pies de la capilla, así como dos lienzos enmarcados en molduras rococó efigiando «La Caída del Maná» y «Moisés haciendo brotar el agua de la roca del Horeb», ubicados en el tramo de la cabecera.


Vicente Alanís.  1767. 
Tras la muerte de Pedro Tortolero, Vicente Alanis recibió el encargo de esta obra que representa la cogida del maná (pan en hebrero) que cayó del cielo. 
El suceso aconteció durante el éxodo por el desierto del pueblo israelita encabezado por Moisés. El tema es un anuncio de la Eucaristía respecto al pan, Cuerpo de Cristo, como alimento espiritual y vía de salvación, de ahí que figure en uno de los lados donde se sitúa la mesa de altar. La pintura ofrece una composición con un marcado carácter narrativo, mostrando el campamento israelita en un paraje que poco tiene que ver con la esterilidad del desierto. 
Posee un marco de madera dorada con decoración de rocallas y espejos y se expone acogido por un dosel con corona sostenida por los ángeles representados en la pintura mural, obra también de Alanís.



El Retablo de "Moisés haciendo brotar el agua de la roca del Horeb".


Vicente Alanís. 1767. 
A casusa del fallecimiento de Pedro Tortolero, Vicente Alanís asumió el cometido de ejecutar esta obra que representa el momento en el que Moisés sacia la sed del pueblo de Israel durante el camino por el desierto haciendo brotar agua de la roca (Éxodo 17,3-7). El capítulo constituye una clara prefiguración del sentido de la Eucaristía en cuanto a la manifestación directa de Dios ofreciendo alimento espiritual para la salvación, lo que explica su situación flanqueando la mesa de altar. La composición es clara para facilitar su lectura, de ahí la presencia protagónica de Moisés que señala la fuente que ha surgido tras golpear la peña. 
Rodeando la escena, diversos grupos reparten el agua, beben e incluso se la ofrecen al ganado. La pintura está alojada en el interior de un marco de madera dorada y espejos con ornamentación de rocallas y cobijada por un ampuloso dosel desplegado desde una corona superior, que es mantenida por dos ángeles representados en la pintura mural, realizada igualmente por Alanís.


La decoración de la capilla se completa con unas vitrinas que acogen escenas con figuras realizadas en barro cocido. Representan a Jesús con los discípulos de Emaús, la Cena Pascual, la Comida en casa de Simón y la Última Cena, todas alusivas al sentido comunitario de la Eucaristía.


Anónimo.  1760-1767 aproximadamente. 
Miniatura realizada en barro cocido y policromado. 
La escena está alojada en una de las urnas de madera dorada y vidrio que se disponen sobre las consolas. En el interior de una arquitectura clásica, ejecutada en madera policromada, dorada y dotada de vidrios, se representa el episodio transmitido por San Lucas (Lucas 24, 13-35) en el que un peregrino que viaja a Jerusalén reconoce a Cristo resucitado al bendecir la mesa, lo que simbólicamente supone una renovación de la Eucaristía.


Anónimo.  
1760-1767 aproximadamente. 
A ambos lados del altar, flanqueando la mesa y dispuestas sobre consolas de madera dorada con decoración de rocalla, se ofrecen en pareja unas vitrinas que contienen pasajes del Nuevo Testamento representadas en barro cocido policromado con una profunda simbología de la Eucaristía como salvación, reforzando así el mensaje de las pinturas superiores. Las composiciones destacan por su sentido narrativo, donde las figuras cierran un dialogo y muestran actitudes muy teatrales y dinámicas. Los anacronismos que se introducen en la recreación interior, en el mobiliario y en las indumentarias las convierten en testimonios directos de la vida cotidiana del Barroco. Esta escena concretamente, presenta una composición algo confusa debido posiblemente a la pérdida de elementos y a otras modificaciones sufridas con el paso del tiempo. Parece corresponderse con el banquete de Herodes, el capítulo narrado por los evangelios de Mateos y Marcos que a través de la decapitación de San Juan Bautista se avanza el sacrificio del profeta anunciado en la Eucaristía.


Anónimo. 1760-1767 aproximadamente. 
Miniatura realizada en barro cocido policromado. La escena está alojada en una de las urnas de madera dorada y vidrio que se disponen sobre las consolas. 
En el interior de una arquitectura palaciega, ejecutada en madera y vidrio, se representa esta escena de la Pasión en la que Cristo instituye la Eucaristía al bendecir el pan y el vino. La imagen de Jesús preside una mesa con forma de ángulo recto por la que se distribuyen los Apóstoles. Se detalla perfectamente la presencia del pan y el cáliz. Pese a su tamaño diminuto, sorprende la calidad de la expresión de las figuras que parecen interrogarse entre ellas y extrañarse ante lo que sucede. Se distingue a San Juan Evangelista al lado de Cristo y a Judas Iscariote en uno de los extremos, portando la bolsa con las monedas de la traición.


Anónimo.  1760-1767 aproximadamente. 
Miniatura realizada en barro cocido y policromado. 
La escena está alojada en una de las urnas de madera dorada y vidrio que se disponen sobre las consolas. En el interior de una arquitectura palaciega, ejecutada en madera y vidrio, se representa el episodio narrado en el por San Lucas (Lc 7,36-50) en el que la mujer pecadora (tradicionalmente identificada con Santa María Magdalena) se inclina ante Cristo, tomando sus pies para limpiarlos con sus lágrimas, ungirlos con perfumes y secarlos con sus cabellos. Al tiempo, la figura de Jesús vuelve su rostro a los acompañantes, manteniendo el dialogo que se transmite en el evangelio. Detalles anecdóticos como el perro y los utensilios convierten este grupo escultórico en un auténtico reflejo de la cotidianidad doméstica de la época.

viernes, 28 de marzo de 2025

La Iglesia de Santa Catalina (20): la Capilla Sacramental (1). El Retablo de la Capilla Sacramental.

 


La hermandad Sacramental de Santa Catalina fue en su día una corporación muy importante en la ciudad y, aunque no se conoce la fecha exacta de fundación, sí se sabe que en 1550 ya existía. Tanta era la fuerza que llegó a tener, que adquirió un espacio de planta rectangular en la parroquia y contrató a los mejores artistas del momento para levantar un monumento al barroco. Sin embargo, pasaron los siglos y, como ocurrió con la mayoría de las primitivas hermandades sacramentales, se quedó casi sin miembros y acabó fusionándose con la cofradía de penitencia de la Exaltación en 1964.


En el Archivo Histórico Provincial de Sevilla conservamos el documento de donación de la capilla delCristo del Perdón a la Hermandad Sacramental de Santa Catalina. La escritura, además delotorgamiento de la donación, inserta el traslado de los documentos que testimonian los actoslegales seguidos en el proceso de cesión. Al documento notarial, se adjuntaron los traslados de losdistintos autos emitidos por el Provisor General, del informe de la visita del maestro mayor defábricas, del informe negativo del mayordomo de la fábrica de Santa Catalina y del acta de la sesióndel cabildo de hermanos donde se acordó la realización de la nueva capilla y pedir la cesión de ladel Cristo del Perdón. 

El traslado de este acta aporta rica información sobre el proyecto de Leonardo de Figueroa y sobresu papel en la génesis de la construcción de la capilla. Según recoge el documento, en un momentodado el arquitecto subió a la sala de cabildos y, con los planos en las manos, explicópormenorizadamente a los hermanos su idea para la que sería "de las primeras capillas que aiga enla ciudad, donde con gran dezencia se podrá colocar a Su Magestad Sacramentado y a Nuestra Señora".


La Capilla Sacramental es un recinto perfectamente resuelto. Su planta rectangular dirige la vista al frente, al altar como zona principal. El interior se articula a través de una serie de elementos perfectamente conjugados que aportan profundidad. Uno de ellos son las pilastras, que enmascaran los potentes pilares. Igualmente, el entablamento tan marcado que recorre todo el perímetro acentúa la perspectiva y refuerza la imagen unitaria del espacio. Aunque, como ya se ha comentado, la decoración comenzó mucho después, el plan materializado de Figueroa permite adivinar que el maestro dejó establecido una serie de pautas, sobre todo en lo que afecta a la colocación de centenares de espejos perfectamente enfrentados y dirigidos a multiplicar, dirigir y atenuar la luz para generar una atmosfera especial desde la linterna.

Leonardo de Figueroa conocía perfectamente la tradición arquitectónica europea y tenía bien asimiladas las teorías salomonistas que desde el siglo XVI rondaron los núcleos jesuitas de Sevilla y se perpetuaron en varios de sus templos. Así lo demostró en la iglesia de San Luis de los Franceses, arquetipo de este movimiento erudito en el Barroco hispano. 

El salomonismo fue una corriente intelectual que perseguía la recreación del Templo de Salomón a partir de las descripciones literales de la Biblia para rescatar las medidas perfectas, que, derivadas del deseo divino, daban forma a la morada de Dios, tal y como lo había dictado. Si la Capilla Sacramental iba a servir como casa del Altísimo, lo propio es que sus proporciones y espacialidad respondieran a las medidas bíblicas del Templo de Jerusalén. 

De este modo, en una interpretación literal, Figueroa resolvió la construcción a partir del canon bíblico en planta-alzado y dividió su interior en las tres áreas siguiendo la compartimentación narrada en el Antiguo Testamento: el Vestíbulo al que acceden los fieles, el Hejal, que sería el ámbito donde consagra el sacerdote y Sancta-Sanctorum como ubicación elevada y reservada del Sagrario, que se centra enmarcado en el fastuoso retablo presidido por la Inmaculada Concepción (“Arca de la Nueva Alianza”).

El simbolismo encerrado en el diseño de la Capilla Sacramental quedaba claro: La parte inferior era la vieja ley del Antiguo Testamento, mientras que la cúpula centralizada suponía la Nueva Alianza del Evangelio. De la asociación de ambas ideas había surgido una Capilla Sacramental de composición, dimensiones y formas perfectas, que reúne las teorías más eminentes de los intelectuales de la Arquitectura y cumple devotamente con los postulados divinos para alojar al mismísimo Dios, verdadera y sustancialmente presente en el Sacramento de la Eucaristía.


Ya se han cumplido 300 años de la inauguración de este espacio situado en la cabecera de la nave del Evangelio y que es el culmen del barroco en Sevilla . Realizada por Leonardo de Figueroa, representa una pieza ejemplar del estilo churrigueresco, del horror vacui. 

En una primera estancia entrando por la reja, aparecen representados los Padres de la Iglesia. La cúpula tiene angelitos tallados hasta en la linterna. Nada más entrar, a la izquierda, destaca la tabla del Señor Atado a la Columna de Pedro de Campaña y la pintura de Roelas que corona el cancel, representando a la Inmaculada Concepción.

En el segundo tramo, el que corresponde al altar, aparece el sagrario con el León de Judá y el Cordero Pascual. Presidiendo el retablo, se encuentra una Inmaculada que es una auténtica joya realizada por Benito Hita del Castillo, a cuyo camarín también se puede acceder. Escoltando a la Virgen se encuentran dos santos relacionados con el misterio eucarístico: Santo Tomás de Aquino y San Juan Nepomuceno, así como San Isidoro de Sevilla, San Leandro y las Santas Justa y Rufina. 

A ambos lados del presbiterio de la capilla aparecen dos cuadros donde el agua es la protagonista: "la Caída del Maná" y "el Milagro del agua en la roca". También se encuentran cuatro hornacinas con escenas eucarísticas de Cristo.


La realización del retablo se enmarca en un período de efervescencia artística en Sevilla, donde el barroco alcanzaba su máximo esplendor. Según registros históricos, la construcción del retablo se llevó a cabo entre los años 1748 y 1756, coincidiendo con una etapa de renovación y embellecimiento de numerosos templos en la ciudad. Este lapso de ocho años refleja la dedicación y meticulosidad empleadas en su creación, asegurando una obra de arte de inigualable calidad y detalle.


Los trabajos de construcción y decoración de la capilla avanzaron al ritmo pausado que marcó la economía de la Hermandad Sacramental, única promotora de la empresa a partir de la ruptura de relaciones con la Congregación de Nuestra Señora del Rosario en el año 1736. Iniciadas el 5 de agosto de 1721, las obras se dilataron casi 50 años, dándose por concluidas en julio de 1768. Buen ejemplo de esta lentitud fue el tiempo empleado en la construcción del retablo. 

El 24 de febrero de1737 la Hermandad acordó la ejecución del retablo según la traza presentada por el maestro ensamblador Felipe Fernández del Castillo. La falta de numerario y, sobre todo, la resolución de un pleito suscitado por la Congregación del Rosario por los derechos de la capilla, la cripta y el camarín, provocaron que el inicio del levantamiento del retablo no comenzase hasta once años más tarde, en 1748. Del impulso tomado en ese año da fe la escritura de obligación de Felipe Fernández del Castillo y su sobrino Benito Hita del Castillo con la Hermandad Sacramental para hacer y labrar el nuevo retablo.

En el tenor de la escritura de obligación se desglosan las condiciones bajo las cuales se concertaron los artistas con Jerónimo Ortiz de Sandoval, conde de Mejorada, como apoderado de la Hermandad, para la realización del retablo del altar de la capilla. 

En primer lugar acordaron levantar un retablo "en toda perfección y arte arreglado al diseño o dibujo que a este fin emos hecho presente a dichas cofradías". A cambio recibirían 14.000 reales de vellón en distintos pagos. La correcta ejecución de la obra sería fiscalizada por el reputado pintor Domingo Martínez, que actuaría a modo de perito con capacidad para visitar y comprobar que todo estaba conforme a las trazas aprobadas.

La segunda condición viene a ser la traslación en palabras del diseño bosquejado en la traza concertada y una descripción del programa iconográfico que debía contener el retablo: 

"Ýtem. Que el dicho retablo ha de ser arreglado ael perfil de su alzado y la planta que le acompaña según manifiesta dicho dibujo, siendo toda la alquitetura en sus alzados de gruezo de tablas regulares enterizas de Flandes, limpias de zamago, dando los buelos, resaltos y hacimientos que manifiesta dicho dibuxo, y la talla sus relibes a proporción de tamaño y colocazión de sus juguetes, y la ymagen de la Purísima Conzepción de siete quartas yncluso el trono de muchachos y serafines, estando tan perfectamente acauado por detrás como por delante..." 


"..., y los dos santos de las entrecalles de bara y media de altos serrados y no acauados por detrás, siendo el vno de ellos San Juan de Pomuseno y el otro Santo Thomás de Aquino, por lo que toca al Sagrario los quatro euangelistas los dos en pie como media bara y dos dedos de alto, y los otros dos sentados en el sitio donde están los dos ángeles chicos que se quitan, con otros dos seraphines que acompañan al Sagrario. Y por lo respectiuo ala demás escultura y pabellón, según lomanifiesta el diseño. Entendiéndose que la dicha ymagen de Nuestra Señora y demás Santos y esculturas […] será de mano de mí, el dicho Benito del Castillo...".


La autoría del Retablo Mayor de Santa Catalina recae en dos destacados artistas del barroco sevillano: Felipe Fernández del Castillo y su sobrino, Benito de Hita y Castillo. Felipe Fernández del Castillo, maestro arquitecto reconocido por su habilidad en la creación de estructuras retablísticas, fue el encargado de diseñar y supervisar la construcción del retablo. Su visión arquitectónica se refleja en la composición equilibrada y armoniosa de la obra, integrando elementos ornamentales que enriquecen su estética.


Por su parte, Benito de Hita y Castillo, destacado escultor e imaginero, fue responsable de la ejecución de las esculturas que adornan el retablo. Su maestría en la talla de madera se evidencia en la expresividad y dinamismo de las figuras, dotándolas de una vitalidad que invita a la contemplación devota. La colaboración entre tío y sobrino resultó en una obra cohesiva que fusiona arquitectura y escultura de manera magistral.


Su diseño arquitectónico sigue los cánones del barroco sevillano, caracterizado por la exuberancia decorativa y el movimiento dinámico de sus formas. El retablo se organiza en tres cuerpos verticales y tres calles horizontales, creando una composición equilibrada que guía la mirada del espectador hacia el centro. La calle central alberga la imagen principal, mientras que las laterales contienen esculturas de santos y otros elementos decorativos. La estructura se remata con un ático que corona el conjunto, añadiendo altura y majestuosidad.


La obra está elaborada principalmente en madera de pino de Flandes, material común en la retablística sevillana debido a su disponibilidad y facilidad de talla. La madera fue cuidadosamente trabajada para incorporar una profusa ornamentación que incluye rocallas, volutas, ménsulas y ángeles atlantes. Estas decoraciones, características del estilo rococó, aportan una sensación de movimiento y riqueza visual al conjunto. Tras la talla, el retablo fue policromado y dorado, utilizando técnicas tradicionales que realzan la profundidad y el dramatismo de las escenas representadas.


La iconografía del retablo está cuidadosamente seleccionada para reflejar las devociones y tradiciones de la comunidad parroquial. 


Presidiendo el retablo se encuentra una dinámica talla de la Inmaculada Concepción, obra de Benito de Hita y Castillo realizada en 1756. La Virgen María se representa en una postura ascendente, con las manos juntas en actitud de oración y una expresión serena que transmite pureza y devoción. Su manto y túnica, ricamente estofados y policromados, presentan pliegues que aportan movimiento y realismo a la figura. La elección de la Inmaculada como imagen central refleja la profunda devoción mariana de la Sevilla del siglo XVIII, especialmente tras la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción como patrona de España en 1760.

Flanqueando a la Inmaculada, se encuentran las esculturas de Santo Tomás de Aquino y San Juan Nepomuceno, también talladas por Benito de Hita y Castillo.


Santo Tomás de Aquino.
Representado con los atributos tradicionales de la pluma y el libro,
simbolizando su contribución teológica y doctrinal a la Iglesia. 
Su expresión refleja sabiduría y contemplación, acorde con su papel como Doctor de la Iglesia.


San Juan Nepomuceno. 
Este santo, canonizado en 1729, es mostrado con una palma de martirio
y un dedo sobre los labios, simbolizando su silencio sacramental y su martirio por defender
el secreto de confesión. Su inclusión en el retablo indica la difusión de su culto
en Sevilla durante el siglo XVIII.


En la parte superior del retablo, en el ático, se sitúa una hornacina que alberga una soberbia y dinámica talla de San Sebastián Mártir, copatrón de la Hermandad Sacramental de la Parroquia de Santa Catalina.

San Sebastián se representa atado a un árbol, con flechas clavadas en su cuerpo, simbolizando su martirio por la fe cristiana en tiempos del emperador Diocleciano. Su anatomía está magistralmente esculpida, mostrando el sufrimiento del santo con un realismo que conmueve al espectador. La policromía de su piel y el tratamiento de la sangre en las heridas son característicos del dramatismo barroco sevillano.