En mis más de 35 años de carrera profesional, dedicados a conservar, restaurar y pensar el patrimonio, nunca antes había sentido con tanta claridad que estábamos atravesando un cambio de era. Hoy lo siento. Esta revolución tecnológica que protagoniza la inteligencia artificial no es solo una novedad técnica: es un viraje profundo en nuestros paradigmas, en nuestra percepción del mundo, del trabajo y de lo humano.
Estamos creando algo que se nos parece. No simplemente una herramienta más, sino una criatura a nuestra imagen y semejanza, como si estuviéramos reescribiendo —una vez más— el relato de los dioses que nos crearon, y que nosotros, ahora, replicamos a través del código y el aprendizaje automático. ¿Es esto una nueva Ilíada, un nuevo mito fundacional?
Estos días, la frase que más me ha hecho pensar ha sido una de Bill Gates: “La IA podría devolvernos a un tiempo en el que el ser humano no tenía que trabajar.” Automáticamente recordé a Borges, El Aleph, y sobre todo ese cuento extraordinario: El inmortal. En él, el cambio de paradigma es tan extremo que el sentido mismo de la existencia se tambalea. La vida pierde significado cuando desaparece el tiempo, y con él, el esfuerzo, el error, el aprendizaje, la muerte.
El arte no es un trabajo como los otros, pero es un trabajo como los otros. ¿O acaso un pintor, un cineasta, un poeta no trabajan también con herramientas, con técnica, con cuerpo, con memoria? Si el trabajo cambia, si el concepto mismo de trabajo muta en este nuevo escenario, también cambiará el lugar que ocupa la creación en nuestras sociedades. Y eso nos obliga a repensar todo lo que asociamos al “sudor de nuestras frentes”.
No escribo esto con nostalgia, sino con asombro. Y con una voluntad clara: seguir pensando, seguir enseñando, seguir compartiendo con otros —especialmente con los jóvenes— el privilegio de hacerse preguntas importantes en tiempos inciertos.
¿Y tú? ¿También sientes que estamos entrando en una nueva era?
Luis Cercos, París, 2025