jueves, 30 de enero de 2025

Malos tiempos para las democracias

 

El ascenso de los autoritarismos en los gobiernos europeos ya era ser más que preocupante hasta que las elecciones estadounidenses, país abanderado de la lucha por las libertades y derechos ciudadanos, además de defensor incondicional de la democracia como sistema político, ha señalado como presidente del país a un déspota.




Desde el fin de la segunda guerra mundial, el camino recorrido por las democracias occidentales para alcanzar estas conquistas sociales ha sido constante, aunque lento y accidentado. Formaba parte del espíritu de reconstrucción de la época, apostando por el progreso de la sociedad, con el que todos nos congratulábamos. Una aspiración legítima dirigida a alcanzar mayores cotas de bienestar, y en general, de humanidad.

Pero esta inspiración, desde hace años, parece estar dejando de serlo. Desde principios de este siglo podemos observar un serio deterioro, indicativo (me temo) de que hemos dejado de creer en aquel  magnánimo sueño. Y no puedo dejar de preguntarme... ¿por qué los ciudadanos han empezado a votar a déspotas y lideres autoritarios?

Quizá la principal causa, por obvia, sea la crisis económica. Que dicho sea de paso no debíamos denominarla "crisis", por que en realidad es un elemento constitutivo, forma parte del funcionamiento del sistema económico capitalista, pero es innegable su relevancia. Las dificultades económicas además de las desigualdades sociales y falta de oportunidades, han generado un creciente descontento social que provoca el descreimiento en el sistema democrático si este no sirve para mejorar sus condiciones básicas de vida.

La inmigración, y la interpretación como amenaza por parte de las comunidades acogedoras, sería otra causa sustancial. El temor a la disolución de identidad no aparece tan central cómo la inseguridad y pérdida de recursos que supone la llegada de inmigrantes.

Pero por otra parte, la polarización política, que presupone denostar la característica fundacional de cualquier democracia (que no es otra el diálogo, el entendimiento, la negociación, alcanzar acuerdos...) se traslada a los individuos. Jaleados y enardecidos por los propios políticos, empiezan a ser usados como tropas de infantería en el frente, generando una crispación social que aboca al enfrentamiento ideológico descarnado entre ciudadanos.

Esta ficha del dominó que cae tumba a la siguiente. El debilitamiento de las instituciones democráticas, que se muestran inoperantes (en el mejor de los casos), origina una creciente falta de confianza de la ciudadanía en los partidos políticos y parlamentos, y junto con ellos, también en la credibilidad de los medios de comunicación tradicionales. El resultado es una erosión inédita en la legitimidad de la democracia.

Seguro que hay más factores a valorar, y no soy experto ni entiendo demasiado de geopolítica, pero tengo ojos y cierta capacidad crítica. Al menos la suficiente para ser capaz de observar estos indicios y ser capaz de elaborar una hipótesis sólida: nuestras democracias están al borde del precipicio.




Por que todos estos ingredientes conforman el caldo de cultivo propicio para que líderes políticos populistas logren relevancia y apoyo social. Proponiendo soluciones simples y rápidas, convencen al electorado en base a esa necesidad de orden y seguridad que todos tenemos, pero que todos sabemos que no son soluciones factibles. Quizá basados en la misma esperanza que tenemos cuando compramos un décimo de lotería, prefieren votar un cambio, aunque se pueda anticipar que no va a ser la panacea (ni mucho menos).

Llegamos, pues, al insidioso nacimiento de los populismos que mencioné al principio. Proponiendo argumentos racistas y xenófobos, resaltando el amor patrio o nacionalismos, empiezan a copar el poder para centralizarlo. 



¿Qué esperar a partir de aquí? Pues siguiendo el (inexorable) axioma de que la historia se repite, veremos como se resentirá el estado de derecho y agonizarán las democracias. La corrupción y el nepotismo aumentarán y no será precisamente para reducir las desigualdades sociales o cubrir las carencias de la población.

La falta de mecanismos de control, por que libertad de prensa y de expresión se verán seriamente restringida, incidirá directamente en la supresión de la oposición política y manipulación de elecciones, con lo que finalmente, tendrán el camino expedito para desarticular los derechos y libertades individuales y sociales conquistadas.

Este crecimiento de los autoritarismos sería menos inquietante si su peso no fuera excesivo. Pero, héteme aquí que llegan las elecciones americanas y la Casa Blanca cae en manos de un populista.

De golpe y porrazo, un delincuente se alza con el poder de EEUU, y su adversaria, fiscal del Estado de profesión, pierde las elecciones. 

Derrota por KO.

Capone gana a Elliot Ness. 

Sin más, Superman se nos ha convertido en Lex Luthor.  

martes, 31 de diciembre de 2024

La desnaturalización de la Navidad


Hace años nació el consumismo, hijo predilecto del sistema capitalista liberal, que fue creciendo, poco a poco, hasta convertirse en la principal amenaza para la vocación religiosa de la Navidad. Ese niño empezó a tragar y tragar, a devorar, año tras año, la costumbre de regalar e intercambiar presentes en Navidad, hasta convertirse en el Gargantúa de esta tradición.

No sospechábamos, en aquella ingenua época, que la cosa se complicaría más. Me refiero a que la irrupción, pero sobretodo, el crecimiento exponencial de las redes sociales está desnaturalizando el espíritu de la Navidad gracias a su agente más nocivo: la publicidad y el marketing.

Vivimos en una era digital, en la que la publicidad ya es, fundamentalmente, también digital. Los actuales gigantes tecnológicos, y en particular, las omnipresentes redes sociales (Facebook, Instagram, Tik Tok, etc.) en un principio no tuvieron muy claro cual sería su modelo de negocio. A Google, que estuvo en el mismo caso y llegó antes de ellas, le fue bien con la publicidad, así que la mencionadas no se quebraron demasiado la cabeza y decidieron seguir la misma senda.




Esta tendencia empieza a convertirse en un problema cuando la publicidad se segmenta y personaliza, puesto que influye más en el individuo, que ajeno a esta estrategia, no deja de ser bombardeado con anuncios cada vez más efectivamente dirigidos a él.

El resultado es una desnaturalización de la Navidad. Por un lado, sigue incrementándose el consumismo (que ya nos parecía excesivo años atrás), que conlleva la no menos perniciosa promoción de una mentalidad materialista: dada la constante exposición a anuncios de productos y ofertas, el valor de la Navidad termina por medirse en función de la cantidad y calidad de los regalos, invitaciones y favores recibidos. A su vez, las publicaciones, sean publicitarias o sean de otros usuarios, generan una expectativa idealizada de cómo debe ser la Navidad. Consecuentemente, se genera un estrés por alcanzar esa supuesta felicidad navideña, que puede llevar a sentimientos de insuficiencia, decepción, incluso ansiedad, lo que en definitiva no hace más que mermar nuestra salud mental.

No es solo el gasto excesivo, en cosas perfectamente prescindibles y a precios bien inflados. Es el relato, el ecosistema, que se ha creado respecto a la Navidad, en donde tenemos desde el histórico hay que ser felices por obligación, al no menos hay que hacer felices a los demás, al menos un ratito (el “siente usted a un pobre en su mesa” que inmortalizó Berlanga en su mñagnífica “Plácido”). Desde tengo que tener la casa perfecta (véase la moda de decorar de leds y lucecitas, de todo tipo de color y formas, por toda la fachada de la casa) a disfrutar de unas vacaciones en destinos desmesuradamente navideños, de la que se dará buena cuenta a través de fotos, videos y selfies en las rede sociales.




De manera que, este constante bombardeo de publicidad desvía la atención de esencia navideña, de lo que realmente siempre ha sido: un tiempo para compartir con la familia y amigos, que nos permita reflexionar sobre el verdadero espíritu de la Navidad.

El mayor temor de Facebook o Instagram o Twitter (me resisto a llamarlo X) no es tener que competir unas contra las otras. Su principal enemigo es que le dediquemos tiempo a nuestros amigos y familiares, es que invirtamos nuestro tiempo en nuestra vida, en nuestros intereses y metas. El mayor temor de la redes sociales es nuestro desapego; es que no les hagamos caso.




El tiempo dedicado a navegar por las redes sociales y ver anuncios reduce el tiempo de calidad que se pasa con los seres queridos, pero recuerden: ustedes tiene el poder. ¡Usénlo!


sábado, 30 de noviembre de 2024

¿Por qué demonios todo el mundo está tan enojado?

Supongo que esa irritación que se palpa en el ambiente no les será ajena. Me refiero a ese clima que no termina de definirse pero que se siente, y no precisamente para bien, que nos hace preguntarnos: ¿Qué está pasando? ¿Por qué todo el mundo está enojado?




En primer lugar, hay que aclarar que estamos hablando de una percepción, y con esto quiero incidir en el hecho de que no se puede afirmar positiva y categóricamente que todos los ciudadanos de este país estén enojados.

Pero si ahondamos un poco en las causas de este malestar (que ya anticipaba con acierto Freud), no podemos extrañarnos de que así sea. 

El primer motivo sería la desigualdad social: Cada vez más personas opinan que no tienen las misma oportunidades que otras, o piensan que la justicia social brilla por su ausencia (discriminación por raza, género, orientación sexual, o clase social,..) o que no tienen trabajo, o que lo tienen pero se sienten esclavizados y/o no les permite vivir de acuerdo a las expectativas que se habían hecho (en muchos casos quizá por que esas expectativas se han exagerado por encima de las posibilidades reales). 

El problema es que esta desigualdad es inherente al sistema neoliberal en que vivimos, de la misma manera que la represión de los instintos individuales lo era en el "Malestar en la cultura", y además se generaliza a todos los ámbitos (económico, social, jurídico,...). El ascensor social que equilibró la balanza en los albores e inicio de la democracia se ha roto. La ciudadanía percibe que el sistema no les apoya y que por muchas políticas gubernamentales que se prometan, dicten y ejecuten, los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez son más pobres. Y todo esto, sin mencionar el riesgo palpable de perder los derechos y libertades, avances culturales y sociales conquistados hasta ahora.




Todo esto genera un sentimiento de impotencia, de falta de control sobre nuestras propias vidas y entorno cercano; y si hay algo que el ser humano lleva mal es la incertidumbre sobre cuestiones vitales. La consecuencia es un estrés que genera irritación, enfado e ira.

Sin embargo, lo que no recuerdo que viera venir el bueno de Freud fue el factor mass media. Me refiero a que si a este malestar se le conectar el efecto amplificador que tienen los medios de comunicación, haciendo que cuestiones particulares resuenen a todas horas por todos lados, creando la sensación de que esa injusticia es global, la sensación de malestar crece de manera desproporcionada. 

Los medios de comunicación resaltan las novedades, las noticias; y de estas, las que más atraen la atención son las negativas, puesto que apelan directamente a nuestras emociones más básicas: el odio y el miedo. Comprobar esto es tan simple como echar un vistazo a cualquier telediario de cualquier canal de televisión de cualquier país desarrollado, y simplemente comparen el número de noticias negativas sobre el de noticias positivas: ganan por goleada.




Finalmente, el remate llega con la viene con la eclosión de las redes sociales. Una inmensa plaza pública, un ágora indefinida, en donde quien quiera puede opinar. Cualquier individuo puede decir lo que quiera de forma anónima, y amparados en el anonimato, se comparan constantemente con los demás, insultan impunemente a quien les parece, y reescriben la historia a su antojo. Pero dar rienda suelta a todas sus frustraciones y desengaños, no solo no no resuelve nada, sino que añade más leña al fuego. 

Pues bien, lejos de todos estos argumentos, hay un factor que pasa desapercibido pero que, en mi opinión, está a la base de todo: la atomización de la sociedad.

Me refiero a la fragmentación y aislamiento de los individuos dentro de su comunidad, en virtud de la cual las personas se sienten aisladas y desconectadas de sus iguales. Esta perdida de cohesión social promueve la sensación de soledad y desconexión, lo que a su vez provoca que sean más vulnerables y menos capaces de resolver las injusticias que perciben en su entorno. Henchidos de frustración, sin una red de apoyo ni la capacidad de unirse y organizarse para reclamar lo que necesitan, el individuo es presa fácil de discursos populistas, de encantadores de serpientes, comerciantes de pócimas mágicas, que prometen soluciones fáciles a problemas complejos. 




Llegamos, así, al momento actual, en donde vendedores de humo impensables en otra época, (como el mismo Trump en Estados Unidos) son votados en masa por individuos desesperados, sin saber que todo lo que les han prometido no son sino falacias para lograr hacerse con el poder.

Dios nos pille confesados! 

 

jueves, 31 de octubre de 2024

94#. Esa libertad de la que usted me habla

La palabra libertad, como tantos otros valores esenciales, ha ido sufriendo un deterioro progresivo con el paso del tiempo, que se ha convertido en alarmante en los últimos tiempos. Me refiero a ese término del que se han apropiado aquellos que detentan algún tipo de poder (económico, político, mediático, etc.), y usan para investirse del sagrado significado que tenía este concepto, para así proceder manipularlo, tergiversado, y acabar impunemente por prostituirlo.




Canciones populares, héroes históricos o legendarios, jefes aviesos, políticos populistas,... abusan, explotan y esquilman el término con total impunidad para lograr sus espureos objetivos, con tan despreocupada desfachatez que nos indica la nula conciencia que tienen del daño que infligen a este sacrosanto valor. Por que esa libertad de la que nos hablan se parece más al concepto de libertinaje, lo que en el caso de más de una figura gubernamental, convierte su propuesta política en pura demagogia.

En su sentido más popular, la libertad es la capacidad para ser dueños de nuestro comportamiento, sin ningún tipo de coerción, obligación o manipulación. Dicho esto, y en cuanto se termina de leer la frase, se concluye que esta libertad es, obviamente, imposible. No solo por los condicionantes biológicos a que estamos sujetos (no, no puedo ser libre como el viento, sencillamente por que el viento no lo es, aunque a los Chungitos se lo pareciera en aquella canción), sino también por las limitaciones personales que nos impone pertenecer en una comunidad, donde hay que convivir con otros iguales, y por tanto observar unas normas de comportamiento que permitan la interrelación y la libertad. Y ahora sí, hablamos de una libertad factible: la que es responsable, la que respeta la del otro; la máxima libertad posible que permita la convivencia equilibrada entre iguales.





Pero supongamos, como propone más de un demagogo/a, que alguien consiguiera ser completamente libre (sea lo que sea que signifique eso). Llevado a sus último extremo, ¿estamos seguros de las consecuencias que tendría a largo plazo? Entiendo que ese individuo no tendría que deberse a nada ni a nadie, no estaría sometido a ninguna ley, podría hacer lo que le viniera en gana,… En principio podría parecer el retiro dorado de un recién jubilado, y durante los primeros días o semanas no les digo yo que no tuviera su encanto. Pero pasados los meses, transcurridos los años, sintiéndose descarada, absoluta y omnipotentemente libre, ¿qué habría conseguido? Muy probablemente alcanzar el aburrimiento y tedio consecuente a haber transformado esa libérrima vida en una rutina. Pero esto no sería lo peor.

Una persona con libertad omnímoda, sin restricciones ni consecuencias, vería desbordarse su egoísmo al priorizar sus propios deseos y necesidades sobre la de los demás, pudiendo actuar de manera antisocial (incluso criminal), y sería víctima fácil del hedonismo (que alcanzaría excesos de todo tipo, sean comida, bebida, drogas, sexo,…), por no hablar del aislamiento al que le conduciría no corresponder al compromiso que conlleva cualquier relación social sana, sin descartar que (al igual que los peores ejemplos de los antiguos emperadores romanos) al temer que los demás pudieran atentar o restringir su libertad desarrollara un sesgo paranoico .

Vivir presupone estar limitado, y esos límites son necesarios por que nos ayudan a reconocernos como seres individuales, diferenciados de los demás. En este sentido, los límites nos acercan a la libertad más que lo contrario, por que se trata del respeto a la libertad de todos.




La libertad absoluta, sin compromiso ético alguno, lleva a comportamientos destructivos y autodestructivos, contra el propio individuo y contra la sociedad a la que pertenece. La idea de ser totalmente libre es una trampa, es un engaño. Como decía Viktor Frankl, la libertad absoluta no existe, por que siempre es una libertad condicionada.


lunes, 30 de septiembre de 2024

93#. El discreto poder de la amabilidad

 

La amabilidad es una de esas cualidades humanas (virtudes, se les llamaba en mi infancia) a las que nunca se les ha prestado mucha atención, o sencillamente, han sido infravaloradas. Así al pronto, mi imaginación me la dibuja como un niña pequeña, educada y discreta, sufrida y nada exigente, que forma parte de la gran familia de grandes virtudes sobre la que han reflexionado todas las religiones y escuelas filosóficas a lo largo de la historia (como son la honestidad, humildad, justicia o equidad, solidaridad, etc.) pero que siempre se ha encontrado ensombrecida por su hermana mayor, la generosidad, y a quien, normalmente, nadie presta atención en la reuniones familiares.





Esta sociedad, en que la prisa es la norma, la competencia la directriz suprema a seguir, y el individualismo el credo omnipresente, nos convierte en seres distantes e indolentes, cuando no huraños, y es precisamente en este entorno en el que la capacidad de ser amable emerge como un inestimable instrumento de conexión humana.


Que una cualidad no tenga efectos inmediatos ni poderosos, no debe confundirse con resultados estériles ni es sinónimo de ineficacia. La amabilidad es fácil, sutil, diría que hasta elegante. Es una actitud que todos tenemos disponible y cuya ejecución nos supone un coste mínimo. Cumple con el clásico axioma del tendero de nuestro barrio: buena, bonita y barata. La amabilidad requiere de muy poco esfuerzo, y sin embargo, es capaz de derribar barreras emocionales y construir puentes entre las personas.


Se plasma en pequeños gestos que emanan de la bondad, el respeto y la empatía hacia los demás (personas, animales o cosas). Referido a los seres humanos, su principal valor es establecer nexos de unión; reforzar la conexión que nos une a los demás. Porque cuando tenemos un gesto amable con alguien, el primer mensaje que le transmitimos es de reconocerlo como un igual. Ni vamos a invitarlo a nuestra casa, ni probablemente le hagamos un favor mayor, pero estamos diciéndole que le aceptamos como ser humano. Implícitamente, también le estamos mostrando un respeto, el que merece cualquier persona por el hecho de serlo. De forma que, un acto amable tiene el valor añadido de dignificar al receptor, y en la misma proporción, al emisor.


Cierto que muchos de los actos amables que podemos realizar a lo largo del día nos han sido enseñados, inculcados, e incluso carecer de sustancia al haberse convertido en un mero formalismo, pero, aun así, el efecto dignificante en la otra persona se mantiene.




Párense a pensar esto: Desde el momento en que abrimos los ojos cada mañana, tenemos que resolver asuntos. Desde planificar el día (o recordar lo que ya habíamos programado) a solventar dificultades o imprevistos de mayor o menor calado. Una vez despiertos ponemos en marcha la maquinaria de hacer cosas (ocupaciones), y también la de resolver cuestiones futuras (preocupaciones). Y eso nos sucede a todos y cada uno de nosotros.


Incluso la persona que nos pueda parecer más atractiva, adinerada o feliz, tiene que resolver sus problemas; que igual a nos parecen trivialidades, pero para ellos es lo más importante de su vida. Y de solventarlos bien depende su valía, su autoestima, su bienestar...


En resumen, es importante ser consciente de que toda persona con la que te cruzas en la calle, ves sentada en una cafetería, conduce su coche mientras cruzas el paso de cebra, se sienta junto a ti en el autobús o ves realizar su trabajo, está librando una batalla interior (o varias) de las que nosotros no sabemos absolutamente nada, pero que es decisiva para su bienestar, y a veces, su existencia. Todos tenemos que lidiar con nuestros problemas, sean reales o imaginarios, sean presente, futuros o pasados, y cuando finalizamos una batalla, se inicia la siguiente. De manera que...

   Se amable.

   Con todo el mundo.

   Siempre.



jueves, 29 de agosto de 2024

92#. Conócete a ti mismo... para dar lo mejor de ti

Frente al "qué será, será", que decía la canción, referido al devenir de la propia vida, encontramos la no menos relevante "quien soy yo" de cada individuo. Quizá la pregunta de cuál será mi futuro no sea el interrogante esencial, sino "cómo soy yo".



En buena lógica, nuestro futuro nos ocupa y preocupa, deseamos conocer cual será nuestro porvenir, cómo será nuestra vida (más interés cuanto más joven se sea), sin reparar que ese destino está determinado en gran parte por el ahora, por el cómo somos. El razonamiento es simple y matemático: conociendo el punto de partida y el de final, se puede trazar la línea que más nos interese entre ambas (o al menos, intentarlo).

«Conócete a ti mismo», es ese lema que encontramos en cualquier galletita de la suerte o libro de autoayuda o estado de cualquiera de las redes sociales, era la leyenda que relucía en el frontispicio del templo de Apolo. Y según dice la leyenda, no se debía pedir un vaticinio sobre nuestro futuro a los dioses sin antes haber ejercitado la tarea de explorarse e interrogarse a uno mismo. Ahora se le llama autoconocimiento, y es uno de los pilares de la inteligencia emocional, aunque de toda la vida ha sido una condición sine qua non para ser una persona cabal y responsable de sus propios actos (y pensamientos).

No es menos cierto que el entorno social en que vivimos actualmente ayuda poco a tomar conciencia de la relevancia de la introspección. En realidad, no solo no ayuda sino que nos desvía y opaca la ineludible necesidad de descubrirnos interiormente. Los mensajes que nos llegan por vía virtual (y también presencial) actúan en nosotros como una fuerza centrífuga, no centrípeta: nos instan a tener más que a ser, a disfrutar más que reflexionar, a interesarnos por vidas ajenas más que por la propia. Esto supone un serio obstáculo para nuestro desarrollo como personas, puesto que nos distrae de nuestra responsabilidad más esencial, que es saber quienes somos, o al menos, saber cómo somos. 





Llámenme mal pensado, pero igual es que a los inaprensibles entes que dirigen el entorno social (en particular, el mercado) no les interesa que dispongamos de capacidad crítica, que alcancemos la mayor madurez posible. Y sigo denunciando la dejación de funciones de la inmensa mayoría de estados y gobiernos en este aspecto sustancial. Las instituciones no solo dejaron de proteger a sus ciudadanos, sino que además, también han dejado de servir de guía de conducta, como ha sucedido en cualquier sociedad hasta que se apoderó de ella el libremercado, capitalismo o como quieran denominarlo.

Aunque no dejen de cantarnos las virtudes del individualismo, y efectivamente estén logrando que cada sujeto vaya exclusivamente a sus intereses, nuestra fuerza como ciudadanos reside (como en las gacelas, sardinas y hormigas) en el grupo. Cuanto más unida una comunidad, menos vulnerable a influencias interesadas que limitan su desarrollo para aprovecharse de sus individuos. De hecho, el aforismo el que partíamos, Aristóteles lo entendía relacionado con la ayuda a los demás. "Conócete a ti mismo, para, sabiendo en que eres bueno, puedas dar lo mejor de ti a la sociedad".






De manera que conocer como funciona cada uno se convierte en obligación de cada individuo: comprenderse, aceptarse, identificar nuestros sentimientos y entender las razones que nos mueven para no dejarnos arrastrar por nuestras pasiones o vanidades. Por que solo así podrá orientar su vida y escribir su propia respuesta al interrogante del "qué será será".


miércoles, 31 de julio de 2024

Breve historia de la civilización (Eduardo Galeano)

 


"Y nos cansamos de andar vagando por los bosques y las orillas de los ríos.

         Y nos fuimos quedando. 

E inventamos las aldeas y la vida en comunidad, convertimos el hueso en aguja y la púa en arpón, las herramientas nos prolongaron la mano, y el mango multiplicó la fuerza del hacha, de la azada y del cuchillo. 
Cultivamos el arroz, la cebada, el trigo y el maíz, y encerramos en corrales las ovejas y las cabras, y aprendimos a guardar granos en los almacenes, para no morir de hambre en los malos tiempos.
Y en los campos labrados fuimos devotos de las diosas de la fecundidad, mujeres de vastas caderas y tetas generosas, pero con el paso del tiempo ellas fueron desplazadas por los dioses machos de la guerra. y cantamos himnos de alabanza a la gloria de los reyes, los jefes guerreros y los altos sacerdotes.
Y descubrimos las palabras tuyo y mío y la tierra tuvo dueño y la mujer fue propiedad del hombre y el padre propietario de los hijos.
Muy atrás habían quedado los tiempos en que andábamos a la deriva, sin casa ni destino.
Los resultados de la civilización eran sorprendentes: nuestra vida era más segura pero menos libre, y trabajábamos más horas."

 

 



De manera que les deseo, sinceramente, puedan disponer de ese escaso tiempo de libertad que llamamos vacaciones, y sobre todo, que puedan apreciarlo, degustarlo,, y disfrutarlo. Y si es posible, después, también recordarlo.



sábado, 29 de junio de 2024

Cuando nuestros políticos se convierten en agitadores callejeros

 

Siempre he entendido que el objetivo de la política era organizar la comunidad, dar orden a la vida administrativa, social, cultural, etc. de una comunidad. En el caso de las democracias, eligiendo unos representantes que gestionen y resuelvan nuestros problemas. Negociando, pactando, acordando, o en cualquier caso, estableciendo puentes de comunicación. Pero eso ya parece formar parte del pasado, de otra época mas seria (en todos los sentidos de la palabra). La desalentadora realidad es que, hoy día, los supuestos representantes públicos no hablan, parlotean. No exponen ni explican sino que tratan de chulear al oponente. No buscan argumentar, sino manipular. No tienen como fin convencer, sino vencer.




En cualquier régimen político de corte autoritario es frecuente un tipo de gobierno más o menos populista. Pero en democracias asentadas, sorprende que este estilo de gobierno se esté extendiendo de manera tan preocupante, particularmente en las occidentales. Una deriva política que ha llevado a presenciar lamentables espectáculos, en sede parlamentaria, donde próceres que deberían conciliar y parlamentar, de dedican a comportarse como chulitos de barrio pontificando desde la barra de una taberna cualquiera. Igual gritando a un rival político que insultándolo, cuando no acusándole de alguna ilegalidad, sin sentirse en la obligación de aportar pruebas de ello.

Esta actitud no solo conlleva la obvia dejación de funciones de que hacen gala, sino que con ello degradan y desacreditan las mismas instituciones que los sustentan, carcomiendo de forma lenta pero inexorable el sistema político que nos ha permitido alcanzar derechos humanos y civiles impensables en otras latitudes.

Las cabezas pensantes de los partidos políticos debieron llegar a la conclusión de que hablando de leyes, gestiones y presupuestos, aburren a los ciudadanos, y por tanto no captas clientes. Pero si das espectáculo, si llamas la atención de la audiencia, tienes más probabilidades de conseguir su apoyo (esto es, el deseado voto). El pensamiento crítico es tedioso y demasiado racional; mas fácil y efectivo son los mensajes básicos y directos que apelan a las emociones.




Por otro lado, hay que captar a toda una generación desapegada de la política, pero criada en la cultura del entretenimiento. De manera que, si en televisión funcionan los reality shows ¿por qué no en política?

Y así vemos a respetables señores y señoras diputados dedicándose a arengar a la gente, a enervarlos, a fanatizarlos, usando una estrategia tan vieja como la humanidad: convertir al opuesto en enemigo. El político más mediático y agresivo es el más popular, mientras que los más centrados y respetuosos pasan desapercibidos, o se ven relegados a la irrelevancia.

Nos usan. Nuestros representantes públicos en lugar de trabajar para nosotros, promueven que nosotros hagamos el suyo, y de manera mas rastrera posible. Polarizando y radicalizando a la comunidad que gobiernan (lo que lejos de avergonzarles les hace sentir validados) parecen no tener escrúpulo en generan una atmósfera social crispada, que solo supura desconfianza entre los ciudadanos, y que daña seriamente la convivencia.



No quiero entrar en si son conscientes de ello, o directamente no les importa. Lo relevante es observar que, de entre toda es polvareda que levantan, si nos fijamos bien podemos atisbar el objetivo que persiguen, que desde luego no es defender un programa político en el que creen, sino, simple y llanamente, alcanzar el poder.

En fin, que estamos a un paso de alcanzar a Dostoieski cuando dijo: “La tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas”.

viernes, 31 de mayo de 2024

91#. Nuestras vulnerabilidades no nos incapacitan: nos humanizan

Las vulnerabilidades humanas tienen muy mala prensa, y es cierto que no son algo de lo que solamos sentirnos particularmente orgullosos. No solemos estar satisfechos de ser introvertidos, testarudos, infantiles o desorganizados... además de que, el sistema de valores imperante promueve que denostemos aún más nuestros defectos y nos avergoncemos de ellos, al apremiarnos a alcanzar la figura del superhombre (o supermujer).

 



Estarán tan hartos como yo de encontrar a gente que solo muestra sus aspectos más brillantes, su faceta triunfadora. Y sin embargo, es indiscutible el hecho de que esas debilidades existen, de que todos las tenemos, y de que, además, son inexorables. No hay ser humano que no las tenga, de forma que quien quiera convencernos de que es perfecto, nos está mintiendo y, lo peor, se está mintiendo a sí mismo.

El quid del asunto es que si nuestras vulnerabilidades son sustanciales a nuestra estructura psicoemocional, igual existe un motivo para ello. Igual nuestras flaquezas tienen un sentido. Igual esas debilidades no lo son tanto.

Hago un inciso. Uno de mis primeros trabajos, muchos años atrás, fue en una administración publica. En los primeros días, y en tanto me llegaba el trabajo, me dediqué a examinar la única herramienta que había en aquel minidespacho. El ordenador personal cargaba el clásico Windows 95, y después de explorar todas las carpetas y directorios observé que muchos de ellos no servían para nada y ocupaban muchísimo espacio. Así que en un arrebato de orden y organización, borré todos aquellos que no tenían un nombre con función clara.

Cuando intenté reiniciar el aparato, no funcionaba. Preocupado, pedí ayuda al funcionario más versado en el asunto informático, y quedó tan extrañado como yo de que el pc ni siquiera se encendiera. Cuando me preguntó que era lo último que había hecho, se llevó las manos a la cabeza: "Tío, te has cargado el sistema operativo", sentenció.

Aunque yo no pudiera identificar su función, aunque me parecieran basura que ocupaba mucho espacio en mi ordenador,... todas aquellas carpetas y directorios que eliminé sustentaban los programas informáticos tan necesarios para mí y que podía usar con tan solo pulsar el botón "on".

 



Traigo a colación esta anécdota por que el paralelismo me parece claro: la función de nuestras vulnerabilidades puede pasarnos inadvertida, pero es esencial para el funcionamiento de nuestra psique. Y su cometido es hacernos más humanos, por que sin nuestras debilidades no podríamos tener las cualidades que más nos humanizan (no seríamos bondadosos, ni empáticos, ni compasivos,...). Quizá nuestras vulnerabilidades nos hacen personas más ponderadas y estables, por que nos ayudan a equilibrar precisamente esa otra faceta (tan popular) de nuestras fortalezas. Y eliminarlas, en el supuesto caso de que pudiéramos hacerlo, nos dejaría como la balanza a la que le quitamos uno de los platillos.

No existe moneda que no tenga dos caras. Nuestra vulnerabilidades no son más que la otra cara de la moneda, pero están ahí por que tienen un sentido. La condición humana consiste en ser vulnerable, consiste en estar receptivos y abiertos a la vida, a lo que no suceda en ella, sean eventos constructivos, destructivos o neutros.

En el momento en que somos conscientes y aceptamos nuestra vulnerabilidad, quedamos liberados del miedo a equivocarnos y a autoexcluirnos, aportándonos la necesaria sensación de seguridad y confianza en nosotros mismos.

Nos permite reconocernos como seres humanos, y nos exime de la aplastante responsabilidad de ser brillantes en todo momento, la obligación de ser perfectos. En este sentido, nos libera y permite reclamar el derecho a existir y ser como somos

 


 

En definitiva, asumir nuestras vulnerabilidades nos concede el derecho a reconocemos como seres imperfectos, pero completos.