Esta entrada se publicó originalmente en Juguetes del viento el 7 de septiembre de 2018.
miércoles, 23 de abril de 2025
No estaría mal
miércoles, 5 de febrero de 2025
Amor bajo control
Andrés Zabala llegó a la consulta abatido y demacrado.
—Usted dirá, señor Zabala, ¿a qué se debe su visita? —preguntó el doctor en psicología.
—A que desde hace un tiempo me devora la ansiedad. No como, no duermo, no disfruto, estoy siempre angustiado...
—Entiendo —dijo el psicólogo llevándose la mano a la barba—. ¿A qué se dedica usted, señor Zabala?
—Soy propietario de una librería.
—Interesante. Y supongo que eligió usted esa profesión por vocación, ¿verdad?, por amor a los libros.
—Sí, señor. La literatura es mi pasión.
—Supongo que se hizo usted lector en la infancia.
—Así es. Aprender a leer y amar los libros fue todo uno.
—Entiendo. Y me imagino que tiene usted su casa también llena de libros.
—Efectivamente —dijo Zabala, que se entusiasmaba al hablar de cuestiones bibliófilas—. Vivo rodeado de los libros que he ido reuniendo a lo largo de mi vida. Incluso conservo todos los que leí de niño, de Amicis a Verne, y todos los que había en casa de mis padres, de Byron a Zola. —Y un tanto confuso añadió—: Pero ¿qué tiene que ver esto con mi problema de ansiedad?
Ignorando la pregunta, el psicólogo añadió:
—Y seguro que nunca se ha desprendido usted de ningún ejemplar.
—Por favor...
—Disculpe, no quería ofender. Pero dígame, ¿desde cuándo, aproximadamente, viene usted sufriendo esa ansiedad?
—Aproximadamente no; se lo puedo decir con exactitud: desde el 24 de marzo.
El psicólogo se acarició de nuevo la barba mientras meditaba brevemente. Entonces dijo:
—Me atrevería a decir que el 24 de marzo es su cumpleaños.
—Así es —respondió el paciente sin mostrar sorpresa.
—Y diría incluso que el pasado 24 de marzo cumplió usted 50 años.
—Sí, sí, claro. Esos datos estarán en mi ficha.
—Estarán, sí —dijo el doctor—, pero yo no veo nunca las fichas de los pacientes. Prefiero no conocer ningún dato a priori.
—Pues entonces, más que un discípulo de Freud, parece usted un alumno aventajado de Sherlock Holmes, si me permite decírselo.
—Se lo permito, por supuesto. Son posiblemente los más grandes conocedores de la mente humana. Pero sigamos con su caso, que me parece muy claro. Usted sufre de lo que llamamos «ansiedad de la abundancia». Ama usted tanto la literatura, y tiene tantos libros a su disposición que quisiera leerlo todo. Pero el día 24, al cumplir los cincuenta, que es media vida o más, tomó usted conciencia, aunque fuese inconscientemente, de que jamás podrá leer todos los libros que tiene al alcance de la mano. Eso le ha creado el estado de angustia y pesadumbre que lo atormenta.
—¡No me diga!
—Sí, señor Zabala, no me cabe duda. Usted es un bibliófilo, un bibliómano y un bibliófago. Incluso un bibliótafo, si me apura. El amor que siente por los libros es desmedido, desbordante, y ha llegado a tal extremo que ya no lo puede controlar y se ha convertido en un problema. Y es que el amor, de la clase que sea, hay que do-si-fi-car-lo. No se puede ir por la vida amando sin límites, sin medida, porque todo lo que se ama así, a barullo, a lo bruto, dejándose llevar por el apasionamiento, acaba por atragantarse.
—No irá usted a decirme que deje de leer...
—No, no, las soluciones drásticas pueden empeorar el problema. Pero sí debe moderar su amor. ¿Conoce usted la «teoría de las pequeñas dosis»?
Zabala negó con la cabeza y el doctor continuó:
—Esta teoría consiste básicamente en que las cosas que se toman en dosis pequeñas saben mejor, se aprecian mejor y por lo tanto se disfrutan más, y además no crean adicción. Que es lo que tiene usted: adicción a los libros, y por lo tanto tiene que desengancharse.
—Pero eso me va a resultar muy difícil.
—Claro. Tan difícil como es dejar el tabaco para el fumador empedernido; o como hacer dieta para el glotón irredento. Usted es un glotón de la lectura, por así decir, y deberá ponerse a dieta si quiere recuperar su bienestar.
—Pero es que precisamente a mí el bienestar siempre me lo han proporcionado los libros.
—Hasta ahora, estimado Zabala, hasta ahora. Pero en casos así, llega un momento en que el bienestar se acaba y empiezan los problemas.
Zabala asintió, resignado.
—Va usted a hacer lo siguiente —continuó el psicólogo en tono afable—: cuando esté en casa y le entren ganas de leer, lea, pero no se dé un atracón. Póngase un límite de, por ejemplo, veinte páginas diarias.
—Qué poco...
—Bueno, que sean veinticinco, pero ni una más. Y en la librería procure dominar su curiosidad por ver lo que cada libro encierra entre sus tapas. Cuando sienta ese deseo, distráigase con otra cosa; póngase, por ejemplo, a hacer crucigramas.
—Ah, pues me parece buena idea —admitió Zabala, algo más animado.
—Ya ve usted, si todo es buscar el lado bueno de las cosas.
Andrés Zabala salió de la consulta esperanzado. Había comprendido que las pasiones hay que controlarlas, no dejar que lo controlen a uno, y que todo exceso, antes o después se vuelve pernicioso.
Cuando llegó a su casa estaba decidido a hacer esa peculiar dieta que le había recomendado el psicólogo. Se sentía capaz, motivado, con un objetivo claro.
Al entrar en el salón contempló su biblioteca: tres paredes y media cubiertas de libros. Después fue a su estudio y observó otras tres paredes de libros más varias torres de ejemplares que subían desde el suelo a alturas diversas. A continuación entró en el dormitorio y suspiró al ver por todas partes estantes repletos de volúmenes.
Entonces volvió al salón, se acercó a una de las filas de libros y sacó uno de los más gruesos. Se sentó en su sillón de lectura y abrió el libro con deleite.
«Veinticinco páginas al día», recordó.
—Mañana empiezo la dieta, lo prometo —dijo en voz alta, como si hablara con el doctor.
miércoles, 4 de diciembre de 2024
Invitados
La Navidad es tiempo de tradiciones, y en este blog somos afectos a las tradiciones. Al menos a algunas, y en concreto a las que hemos creado aquí nosotros y para nosotros.
Así que en estos días decembrinos en los que vamos despidiendo un año y nos preparamos para recibir otro, cumplimos con nuestra tradición de invitar a unos cuantos sabios para que nos dejen un regalo en forma de palabras.
Y en esta ocasión se han puesto de acuerdo para hablarnos precisamente de las palabras; de las que pensamos y de las que pronunciamos, ya sea por escrito o en conversación, y de la importancia de usarlas bien; de la dificultad de encontrar a veces las que necesitamos; de cómo pueden ser el sustento de una amistad; del poder que tienen para cambiar nuestro estado, para bien o para mal. Y de los males que las aquejan, como las dictatoriales restricciones a la expresión que a veces algunos imponen. Y de cómo las palabras, las palabras solas, pueden ser una fuente de felicidad.
Esto es lo que, a través de los años y los siglos, nos dicen hoy y con la misma vigencia que cuando las pensaron por primera vez:
Es posible que le hubiera gustado hacerle esas confidencias a alguien. Pero ¿cómo referir un malestar indefinible que cambia de aspecto como las nubes y gira en torbellinos como el viento? Así que le faltaban las palabras y la ocasión y el atreverse.
Pero nosotros hemos experimentado lo que hace indisolubles las amistades: hay entre nosotros ese intercambio constante de impresiones felices de una y otra parte que tal vez haga de la amistad, bajo este aspecto, algo más rico que el amor.
Soy, por vocación, traficante de palabras, y las palabras son, sin duda, la droga más potente utilizada por la humanidad. Las palabras no sólo contagian, infectan, envenenan, narcotizan y paralizan, sino que entran y cambian las células más ínfimas del cerebro.
Las únicas condiciones en que tales conversaciones especulativas pueden resultar agradables son la libertad para bromear, la posibilidad de cuestionar cualquier cosa siempre que no se use un lenguaje insultante, y la licencia para socavar o refutar cualquier argumentación sin ofensa al argumentador. Y a decir verdad, conversar se ha convertido en una actividad penosa para la mayoría de la gente a causa de las estrictas leyes que se imponen a las conversaciones, y de la pedantería y beatería dominantes entre quienes se alzan en dictadores de esas jurisdicciones.
---------------------------------------------------Shaftesbury. Sensus communis. Ensayo sobre la libertad de ingenio y el humor en una carta a un amigo (1709)
*
Así que las palabras me servían, acaso más los adjetivos que los sustantivos, para contrastar la osificación del mundo […] Como ya de niño, cuando las buscaba en el diccionario y cada una de ellas parecía una diosa que nace del mar. Palabras inventadas y tiempo detenido: ésta es mi receta para ser felices.
*
Cuando estaba escribiendo me olvidaba de estar triste. Me olvidaba de preocuparme por el futuro. Me olvidaba de dónde estaba. […] ¿Sabías que puedes sentarte delante de una pantalla o de un bloc de papel y cambiar el mundo? El cambio no dura mucho, el mundo siempre vuelve, pero mientras dura, es alucinante. Lo es todo. Porque puedes hacer que las cosas sean como tú quieras.
Stephen King. Billy Summers (2021)
***
Para todos ustedes, mis mejores deseos para lo que queda de este año y para todo el siguiente.
Las citas corresponden a las siguientes ediciones:
Gustave Flaubert. La señora Bovary (Alba editorial, 2012). Traducción de María Teresa Gallego Urrutia.
Honoré de Balzac. La falsa amante (Ediciones Invisibles, 2019). Traducción de José Ramón Monreal.
Rudyard Kipling. Discursos (La Dragona, 2018). Traducción de Marta Gámez.
Shaftesbury. Sensus communis. Ensayo sobre la libertad de ingenio y el humor en una carta a un amigo (Acantilado, 2017). Traducción de Eduardo Gil Bera.
Gesualdo Bufalino. Argos el ciego (Anagrama, 2006). Traducción de Joaquín Jorda.
Stephen King. Billy Summers (Scribner, 2021). El párrafo utilizado es traducción propia.
domingo, 17 de noviembre de 2024
La inteligencIA
Pienso mucho últimamente en la inteligencia artificial y todo lo que conlleva y va a conllevar, y la primera conclusión a la que llego siempre es que no sé qué me parece más temible, si la inteligencia artificial o la estupidez natural. Y también me pregunto si la inteligencia artificial no tendrá como contrapartida una estupidez artificial también, al igual que sucede en el caso humano.
Lo que me parece indudable es que si, hasta ahora, todo lo que sucede en el mundo ha dependido de la inteligencia y de la estupidez humana, a partir de ahora todo dependerá también de ese tercer factor, una inteligencia de otra clase que podrá superar a la inteligencia humana pero cuya posible estupidez difícilmente será superior a la estupidez humana.
Que conste que la IA me parece maravillosa en muchos sentidos, por ejemplo en todo lo relacionado con la ciencia médica y en todo lo que requiera una precisión y exactitud que el ser humano no puede alcanzar dada su propia condición humana, que está sujeta a emociones, dudas, deseos, miedos, intereses, olvidos, distracciones y temblor de manos.
Pero la IA también me parece temible por otros aspectos, que tienen que ver precisamente con lo mismo pero al revés: que no tiene emociones, ni recuerdos, ni sentido del humor...
Y
sin embargo, lo más inquietante es que la IA pueda llegar a alcanzar tal grado
de desarrollo y perfección que acabe siendo capaz de sentir, de pensar, de
desear... es decir, de adquirir sentimientos y conciencia propia, como los humanos.
Pero entonces esto me lleva a otra cuestión: si la inteligencia artificial se volviera tan completa, tan compleja y tan humana como para llegar a tener sentimientos, conciencia, deseos, etc., ¿adquiriría con ello también la capacidad de meter la pata como un humano cualquiera? Y en ese caso, ¿no sería mejor quedarnos como estamos?
En fin, ya ven ustedes que pensar en esto me genera un revoltillo de paradojas que me abruma y me confunde de tal manera que acabo por no saber realmente qué pienso de todo esto.
Entonces, por acotar el pensamiento y limitarlo a algo un poco más manejable, me centro en un uso concreto de la IA, como son los traductores automáticos. Si duda, es maravilloso poder disponer de una herramienta que nos permita comunicarnos con hablantes de cualquier idioma, aunque no sepamos ni una palabra de ese idioma. Esto probablemente implicará, entre otras cuestiones, que desaparezca el aprendizaje de idiomas, asunto que daría para mucha reflexión también.
Pero lo más inmediato es el uso que ya tienen los traductores automáticos. Hace poco leí un artículo sobre este asunto en el que se decía que los traductores automáticos no son fiables en determinadas situaciones delicadas, porque tienen aún ciertas limitaciones. Por ejemplo, pueden confundir palabras de ortografía o sonido similar, y no detectan las erratas, por lo que las palabras mal escritas las toman por otras, y las traducen por ésas sin percibir que no encajan en el contexto. Por lo tanto el uso de traducciones automáticas en sectores como la medicina o el derecho, o en situaciones bélicas, supone un riesgo gravísimo, ya que un error en esas traducciones puede dar lugar a una catástrofe, personal o colectiva.
Y es cierto. Imaginemos que un traductor automático confunde, por ejemplo, las palabras inglesas "probe" y "prove", es decir, que confunde "sondear/investigar" con "demostrar", y desde luego no es lo mismo investigar si alguien ha traficado con drogas que demostrar que ha traficado.
Pero lo triste del asunto es que este tipo de errores también los cometemos los humanos. ¿Acaso no vemos y oímos equivocaciones de este tipo por doquier, en cualquier tipo de texto escrito o discurso hablado? De hecho, el error que he utilizado como ejemplo es real y lo cometió hace un tiempo un ser humano en televisión.
Es decir, si nuestro consuelo o defensa ante la apabullante arremetida de la IA es que a veces se equivoca, ya podemos darnos por derrotados, porque nosotros seguiremos cometiendo errores pero la IA sin duda dejará algún día de cometerlos.
viernes, 1 de noviembre de 2024
Traducciones simpáticas
Esta entrada fue publicada originalmente en Juguetes del viento el 22 de octubre de 2012.
Terminaba la entrada anterior con una referencia a ciertas expresiones que se utilizan en español directamente, es decir, no en textos traducidos, sino elaborados originalmente en español. Son frases que en algún momento fueron traducidas de forma inexacta y que así se siguen reproduciendo.
Y siempre con ese sentido de extraordinario, magnífico, sensacional, superior, excelente, sobresaliente, maravilloso, fuera de lo común, grandioso...
viernes, 4 de octubre de 2024
Seguro que no es para tanto
Dani
pidió permiso para irse a su habitación y se levantó de la mesa casi sin haber
comido.
—Andrés, el niño no está bien —dijo la madre—. Ya lleva así una semana, sin ganas de comer, ni de jugar... Y además está estudiando demasiado, esforzándose demasiado. Eso no es normal en un niño de diez años.
—Bueno, es que Dani es muy sensible, y lo del maestro le ha afectado mucho.
—Sí,
pero... no sé... Tampoco es normal que no quiera hablar con nosotros.
—Mira, vamos a esperar unos días más, y si sigue así lo llevamos al psicólogo, ¿te parece?
Entonces sonó el portero electrónico.
—¡Dani, cielo! —llamó la madre después de responder—. Es Salva, que si quieres bajar.
Dani bajó a la plaza y los dos amigos se sentaron en el respaldo de un banco.
—¿Te gusta el maestro nuevo? —dijo Salva.
—Sí, está bien.
—Explica mejor que don Eugenio, por lo menos.
—Yo es que soy muy torpe para las matemáticas —dijo Dani con la mirada fija en el suelo.
—Qué va, no digas eso. Lo que pasa es que si no te explican bien... Y además regañaba mucho. A ti te tenía manía, se le notaba un montón.
Dani permaneció en silencio mientras Salva hablaba de cualquier cosa sin que él le prestara atención. Al cabo de un rato dijo:
—Salva... yo...
—Qué.
—No, nada.
—Dani, tío, estás muy raro.
—No, no me pasa nada.
Al día siguiente la madre se asustó al entrar en la habitación. Dani estaba acurrucado en la cama, tembloroso, y tenía las ojeras propias de un enfermo.
—Dani, cielo, ¿qué te pasa? Cuéntamelo, por favor, que estoy muy preocupada.
Después de titubear un poco, Dani se sentó en la cama, miró a su madre a los ojos y rompió a llorar. La madre lo abrazó y le dijo:
—No pasa nada, cielo. Cuéntame lo que sea, que seguro que no es para tanto.
El niño se abrazó a ella también, y entre hipidos, lágrimas y mocos dijo por fin:
—¡Ay, mamá, que yo he tenido la culpa!
—¿La culpa de qué, cielo?
—De lo de don Eugenio.
—¿Lo de don Eugenio? Pero cómo vas a tener tú la culpa de que al pobre hombre le diera un infarto, cielo mío.
—¡Porque yo lo pedí! —dijo Dani, llorando cada vez más.
—Ay, ay, chiquillo, qué dices —exclamó la madre, al tiempo que intentaba limpiarle la cara con su pañuelo.
—Que yo lo pedí, mamá, que yo pedí que se muriera... porque... porque me regañaba mucho y...
—Pero ¿cómo que lo pediste?
—Que sí, mamá. Que si pones unas tijeras dentro de un libro y pides que alguien se muera, se muere... pero yo lo hice porque me creía que era una tontería, y si hubiera sabido que era verdad no lo habría hecho... porque... aunque me tuviera manía... yo no quería que don Eugenio se muriera de verdad.
Dani hablaba y lloraba en el regazo de su madre, y ella, con una sonrisa de ternura, lo consolaba.
jueves, 12 de septiembre de 2024
Aviso: contiene spoilers
Quizá hayan observado ustedes que en los últimos tiempos se imponen en el lenguaje cotidiano, con asombrosa celeridad, palabras y expresiones extranjeras que hasta no hace tanto no se usaban. Y que esas palabras y expresiones provienen casi exclusivamente del inglés.
Que una lengua adopte y adapte palabras de otras lenguas es algo natural y propio del funcionamiento del lenguaje, y es una fuente de enriquecimiento del léxico propio y una forma de ensanchar nuestra capacidad de expresión. Es un intercambio que se produce entre idiomas desde que el mundo es mundo, como se suele decir.
Pero a mí me molesta un poquito el hecho de que esas nuevas adquisiciones léxicas sean en ocasiones una invasión más que un préstamo o una adopción, en el sentido de que no solo se instalan en el habla común sino que desalojan a otras palabras propias, hasta el punto de que éstas acaban desapareciendo del uso y cayendo en el olvido.
Esto, me parece a mí, sucede cuando el idioma propio se ve atrapado entre el esnobismo y la ignorancia. Es decir, hay muchas ocasiones en que esos préstamos léxicos son innecesarios porque en nuestro idioma tenemos palabras que significan lo mismo, y sin embargo muchos dejan de utilizar las palabras propias para lanzarse en brazos del extranjerismo, bien porque les parece más moderno y de más categoría (o sea, por esnobismo) o porque desconocen el vocabulario que les ofrece su propio idioma (o sea, por ignorancia).
Ejemplos de esto los encontramos en la calle y en los medios de comunicación a todas horas. ¿Recuerdan ustedes cuando se decían palabras como «boletín» o «boletín informativo», en vez de newsletter? ¿O cuando decíamos «tendencia», «tema candente», o «tema de actualidad», en vez de trending topic? Ya también se está desplazando «vegetariano» a favor de veggie, del mismo modo que muchos ya no dicen «moderador» ni «bulo» ni «artículo», sino comunity manager, fake news y paper.
En fin, los ejemplos son innumerables, pero hoy quiero dedicarle unas líneas a una de esas palabras intrusas en particular. Se trata de spoiler.
Esta palabra me causaba, hasta no hace mucho, cierto recelo, porque no acertaba yo a encontrar la forma española que la tradujera directamente en algunos contextos, de modo que me preguntaba si no sería éste un caso de préstamo auténtico, es decir, de préstamo necesario porque en nuestra lengua no teníamos un término equivalente. Lo cual, la verdad sea dicha, me costaba darlo por sentado.
Como saben ustedes, spoiler (de spoil, estropear), significa «el que estropea» o echa a perder, y también «aguafiestas», y se usa modernamente para referirse al hecho de desvelar una parte importante o crucial de un asunto, una película, obra literaria, etc. Así decimos, por ejemplo: «Dime de qué va la novela pero sin hacer spoilers»; «No te cuento más para no hacerte un spoiler», etc.
Pero es obvio que, antes de que se implantara el uso de spoiler en la lengua española, tendríamos alguna forma de referirnos a ese hecho de desvelar más de la cuenta. Y, en efecto, decíamos: «No me destripes la película que aún no la he visto»; o «El bocazas de Pepito me ha reventado el final de la serie».
Como digo, hasta hace poco yo me preguntaba, intrigada, si no existiría en español la manera de decir eso mismo pero con un sustantivo en vez de con un verbo. Porque no se decía «No me hagas un destripe», ni «La reseña contiene destripes», ni nada semejante.
Y tampoco servía «aguafiestas», porque sólo se aplica a personas: «Pepito es un aguafiestas, me ha contado el final de la película».
Pues bien, no hace mucho, en un momento cualquiera, tuve una especie de revelación y me pregunté, de repente, si la palabra inglesa spoiler y la española «expolio» tendrían un origen común o si estaría yo haciendo otra de mis habituales conexiones inconexas. Desde luego la semejanza entre ambas me pareció evidente, pero ya sabemos que la similitud entre dos palabras no siempre implica parentesco.
El caso es que después de que esa idea se presentara en mi cabeza como una visita que aparece sin avisar, no me quedó otro remedio que indagar un poco. Y así supe que «expoliar» (despojar, saquear) proviene del latín despoliare, que a su vez procede de spoliare (robar, saquear, y también descubrir o revelar), de donde derivó «espolio», que después se transformó en «expolio».
Y a continuación comprobé fácilmente que spoil y por lo tanto spoiler proceden también, en efecto, de spoliare, por lo que no necesité más para saber que mi conexión no había sido inconexa sino certera.
Así pues, ya puedo decir con todas las de la ley frases como: «El prólogo del libro es un expolio total», o «Aviso, este artículo contiene expolios».
De todas maneras, el término spoiler está ya tan asentado en el habla española que no creo que nunca llegara a ser desplazado por «expolio», pero me da tranquilidad saber que en español tenemos este equivalente a nuestra disposición. Quién sabe si en algún momento nos puede venir bien.
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Soldado romano dispuesto a spoliare |
martes, 13 de agosto de 2024
El rudo erudito
Qué cosa más curiosa son las palabras.
A veces da la impresión —ya lo hemos dicho en ocasiones anteriores— de que tuvieran vida propia y tomaran decisiones conscientes, para sorprendernos, para reírse un poco de nosotros y para hacernos saber que ellas son las que mandan.
Volví a pensar en todo esto hace poco, después de haber hecho una de esas conexiones inconexas que —como ya les he contado también otras veces— hago de vez en cuando, y que me hacen tirar de un hilo suelto que acaba llevándome a una madeja compleja.
Y en este caso, ese hilo suelto fue la palabra «erudito», que por alguna razón estaba dando vueltas en mi cabeza. Me dije tontamente que «erudito» parecía un diminutivo, y que en caso de que lo fuera, la palabra original debería ser «erudo». Ya ven ustedes las cosas a las que se dedica mi cerebro sin pedirme permiso ni nada.
El caso es que eso de «erudo» me dio risa, y pensé entonces que esta palabreja tontaina que acababa de inventarme estaba curiosamente cerca de «rudo», aunque sus respectivos significados no tuviesen mucho que ver. ¿O tal vez sí?
Entonces, claro, no tuve más remedio que indagar un poco en la cuestión, para ver si «rudo» y «erudito» estuvieran, por un curioso casual, emparentadas la una con la otra.
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José Cadalso (P. Castas Romero, 1855) |
Pero lo que yo nunca hubiese esperado, a pesar de mis elucubraciones léxicas, es que de rudis derivase también, mire usted, erudito.
En efecto, «erudito», que es aquel que está «instruido en varias ciencias, artes y otras materias», es decir, el que es sabio, ilustrado, culto, proviene del latín eruditus, que es el participio del verbo erudire, que significa "quitar la rudeza" o "desbastar".
Es
decir, que el erudito es aquel al que se le ha quitado la rudeza; el que ha
pasado de los rudimentos de una ciencia a conocerla con profundidad, y todo
ello con un prefijo de nada. Convendrán ustedes conmigo en que mi invención de
"erudo" tiene por lo tanto su lógica etimológica.
Pues bien, por muy interesante que me pareciera todo esto, resulta que lo mejor de mi rudimentaria investigación es que gracias a ella descubrí la maravillosa expresión «erudito a la violeta», que designa a aquel que solo tiene «una tintura superficial de ciencias y artes».
Quizá se pregunten ustedes, como me lo pregunté yo, de dónde procede esta exquisita locución, y puedo decírselo: procede de la obra Los eruditos a la violeta, escrita en 1781 por el insigne don José Cadalso, quizá más conocido por sus Cartas marruecas.
Los eruditos a la violeta es una obra satírica dedicada a los pedantes que sin saber de nada pretenden dárselas de conocedores de todo y se permiten opinar de todo, y tiene la graciosa forma de un curso en siete lecciones para convertirse en eso, en un erudito a la violeta, un sabelotodo de tres al cuarto.
Ya sólo me faltaba saber a qué se debe la denominación «a la violeta», y el propio Cadalso me lo explicó: es una alusión al perfume de violetas, que en la época era uno de los favoritos de aquellos frívolos sabiondos, petimetres con ínfulas de expertos.
Después de todo esto creo que podemos concluir que, en efecto, a veces el rudo y el erudito están muy cerca el uno del otro, y no sólo en lo etimológico.
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Ein Schubertabend in einem Wiener Bürgerhause (Julius Schmid, 1897) |
viernes, 12 de julio de 2024
¿Quién soy?
Si les apetece jugar, como deseo, espero sus respuestas aquí detrás, en el saloncito de los comentarios. Y para que todos los participantes tengan las mismas opciones, la moderación de comentarios estará activada hasta el próximo día 27 de julio, en que volverán a ser visibles y conoceremos las soluciones.
Hay un vecino del pueblo que me gusta, y yo le gusto a él. De hecho, hemos empezado una relación. Es todo lo contrario de mi marido: atractivo, elegante, apasionado y además rico. Él sí que podría darme la vida con la que sueño, una vida de bailes, cenas, viajes, vestidos de lujo...
Estoy dispuesta a todo por él y se lo voy a demostrar.
Soy lo que se llama un veterano, y no solo porque ya tenga cierta edad, sino por la experiencia que he acumulado durante muchos, muchos años de profesión.
Tengo un enemigo que una vez intentó destruirme y que sigue dispuesto a acabar conmigo, pero yo voy a demostrarle que soy más fuerte, más inteligente y más tenaz, y que en mi trabajo no hay nadie mejor que yo.
Algunos dicen que no tengo piedad, que soy cruel, e incluso que me he vuelto loco, y que debería abandonar mi empeño porque no puedo ganar. Parece que no conocen la historia de David y Goliat.
La cuestión es que mi voluntad es indomable, y cuando me propongo algo no me detengo hasta conseguirlo, me cueste lo que me cueste y caiga quien caiga.
Una vez hice un viaje maravilloso, lleno de aventuras, de circunstancias que eran nuevas para mí y que a veces incluso me asustaron un poco.
También me encontré con personajes muy curiosos, que de una manera u otra me ayudaron y me llevaron a conocer lugares y situaciones que de otra manera no habrían estado a mi alcance.
Lo
cierto es que aprendí mucho sobre mí misma. Ese viaje me sirvió para descubrir
mi propia identidad y para aprender a valerme por mis propios medios. En
resumidas cuentas, el viaje me sirvió no sólo para descubrir nuevos mundos y
realidades sino para madurar, para ganar confianza en mis capacidades y para
darme cuenta de que no todo tiene que ser como dicen los demás.
De mí se han dicho muchas cosas, todas feas. Precisamente cuando yo soy un esteta, un amante de la belleza y el arte.
Dicen que soy narcisista, hedonista, irresponsable; que busco el placer y la felicidad por encima de todas las cosas, sin plantearme las consecuencias ya sean buenas o malas, de mis actos. Dicen que soy inmoral, y que no tengo verdaderos sentimientos por nadie, ni siquiera por la joven a la que considero mi amada.
Pero yo no distingo entre lo moral y lo inmoral. Lo único que distingo es lo que me proporciona felicidad y lo que no. Esto lo he aprendido de mi mentor, que me ha hecho ver que la sociedad pretende privarnos del placer y que estemos siempre angustiados, haciéndonos creer que nuestros deseos e impulsos naturales son algo indecente y punible.
Por eso yo hago lo que quiero, y si eso supone un perjuicio para alguien, no me importa, porque mi satisfacción está por encima de todo.
¿Esto me convierte en un degenerado? Muchos dirán que sí, y que tarde o temprano tendré que enfrentarme a la corrupción de mi alma, pero lo que piensen los demás, ya saben, me es indiferente.
domingo, 23 de junio de 2024
Aniblogsario
En estos días se ha cumplido un nuevo aniversario de Juguetes del viento, y ya he perdido la cuenta de cuántos van. Bueno, es broma, sí sé cuántos van, y ahí está el archivo para confirmármelo: nada menos que dieciséis años.
A mí me da vértigo pensarlo, pero por otro lado me parece algo natural. Esto puede parecer una incoherencia, y quizá lo sea, pero así lo siento yo.
Digo que me produce vértigo porque dieciséis años son muchos para según qué cosas, y yo creo que para un blog son muchos.
Y por otro lado, digo que me parece algo natural porque, como ya he comentado en aniblogsarios anteriores, desde el momento en que nació Juguetes del viento, lo sentí como algo permanente, como algo que formaba parte de mi vida, de mis actividades habituales. Porque no surgió de una necesidad momentánea, ni de un capricho pasajero, ni de un interés temporal ni asociado a otras circunstancias. Este blog surgió como una expresión natural de mis intereses, y como un deseo intrínseco de comunicarme con otras personas a través de asuntos que forman parte inherente de mi persona. Y creo que ésa es la clave de la permanencia de los blogs, lo que hace que los mantengamos activos durante años.
No quiero decir con esto que otros blogs por ser menos duraderos sean menos valiosos. Esto de los blogs es, ante todo, una cuestión muy personal, y cada uno les da el uso que le resulta conveniente o necesario. Y obviamente la duración no lo es todo. La función que cumplan, para sus autores y para sus lectores, es lo que más importa, y esa función puede verse cumplida en poco tiempo, sin que eso afecte a la calidad del blog.
En el caso de Juguetes del viento sin duda lo más importante no es que lleve activo más años o menos, sino sus lectores. Pero sí es muy importante el hecho de que muchos de esos lectores lleven muchos años acompañándome, algunos prácticamente desde el principio. Y eso no tengo forma de agradecerlo como merece.
Y también es muy importante que a lo largo de todo este tiempo no hayan dejado de llegar, para mi felicidad, lectores nuevos, lo cual influye muchísimo en que el blog siga activo. Por eso, aunque en los últimos tiempos mi ritmo de publicación se haya ralentizado, la ilusión permanece y se renueva con cada visita, con cada comentario.
Así pues, muchas gracias a todos ustedes, amables lectores, por su compañía, por sus aportaciones, por su presencia siempre enriquecedora y estimulante.