sábado, 8 de febrero de 2025

Demasiado


 Demasiado ruido afuera,

pantallas que no descansan,

noticias que nos amansan

y dejan la vida en espera.

Adentro hay también quimera,

pensamientos que no paran,

voces que nos desamparan

y nos roban siempre el centro.

Seguro que muy adentro

habrá fuerzas que reparan.


Demasiada luz disfraza

poses falsas en la red.

La sonrisa es un ballet,

glamour “fake” que te atenaza.

Lo artificial es la baza.

En inteligencia también.

Cartón-piedra del desdén.

Un espejo sin retorno.

Cada filtro es un adorno,

cada "selfie", un "queda-bien".


Demasiados cuerpos vagan.

Dios es polvo en un altar.

"Body-building" del sin pensar.

Adicciones que te apagan.

¿Y el espíritu y su flama,

lo que llena alma y ser?

El tener sin comprender,

crea un vacío violento.

¿Será este cuerpo un lamento

o un producto por vender?



Demasiada prisa, vida:

si al final todos llegamos.

Tanto tiempo que buscamos,

y mientras, la calma perdida.

Mejor una vida vivida

con el gozo de existir.

La prisa nos hace salir

de una existencia más plena.

¿Será la muerte serena

o un renacer por venir?


Demasiada pugna estalla,

la vida ya no es sencilla.

Nos separan en orillas

y el rencor todo lo calla.

Los extremos se desatan

la lucha es en cada rincón.

¿Cuál es el bien, cuál la traición?

Aclarémoslo en batalla.

Yo aquí, tú tras tu muralla.

Y todos en una prisión.


Demasiada falsa verdad,

mucho loco en el poder,

narrativa para vencer,

que sólo es vana realidad.

Nos vacían de humanidad,

con futuros que no son nuestros,

pandemias, cambios de textos,

la ciudad se vuelve prisión.

Si no cumples: hay expulsión.

Control con muchos pretextos.



Pensar de más siempre embota,

demasiado hacer nos ciega,

la mente en su caos se niega:

a ver del alma qué brota.

Activismo del que agota:

corriendo sin saber por qué.

¿Dónde dejaremos la fe?

El silencio es lo que calma.

Meditar te abre el alma.

¡Deja de vivir al revés!


Demasiado miedo en mente,

demasiado en cada lugar,

al qué dirán, a respirar,

a existir estando ausente.

Libertad inexistente,

con relato inventado:

virus y muerte al costado,

el temor de quedar fuera.

Miedos creando barrera

frente a aquel  mundo soñado.


Demasiadas soledades

entre tantas multitudes,

irónicas magnitudes

hay en tantas realidades.

Ligues sin identidades,

de “me gusta” sin corazón,

pulsando clicks sin ilusión,

conexión de usar y tirar,

que no tarda en escapar,

y que suscita compasión.


Demasiado nos es dado.

“Demasiado” para sentir.

Hay que huir de ese vivir,

y volver a lo olvidado.

Dejemos el “yo” a un lado.

Menos prisa, más consuelo.

Menos miedo, más el cielo.

Menos odio, más amarse.

Menos control, más sanarse.

“Menos” es más: eso anhelo.


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sábado, 21 de diciembre de 2024

¿Cambiar o aceptar la realidad?

Puede que tras este post tengamos que cambiar el nombre de nuestro blog. "Familia de 3 hijos busca mundo diferente para vivir". Así se ha llamado todos estos años. Y así de removidos estamos tras el aprendizaje que os compartimos esta semana.

En 2012 entendimos que "buscar un mundo diferente para vivir" era la misión de este blog cuando iniciamos su viaje. Aunar complicidades entorno al inconformismo. Buscar compañeros de viaje entre quienes no están cómodos con este mundo y su deriva distópica. Y han sido muchas, muchísimas, las personas maravillosas con las que hemos compartido camino. Personas en búsqueda. Gente buena que no se siente a gusto con muchos de los paradigmas de esta Humanidad. Pero tras todos estos años, hemos llegado a un punto que nos obliga a detenernos y hacernos una pregunta crucial: ¿De verdad hay que buscar un mundo diferente para vivir? ¿De verdad se trata de impulsar algo distinto a lo que hay?

CDD20 en Pixabay
Si pensamos en un referente del crecimiento espiritual y de la apuesta por un mundo diferente para vivir, probablemente el nombre de Gandhi sea uno de los primeros que a todos nos venga a la cabeza. Instauró métodos de lucha social como la huelga de hambre, rechazó la lucha armada y apostó por la áhimsa (no violencia) como medio para resistir frente al dominio británico, llegando incluso a la desobediencia civil impulsado por su conciencia. Pero ni su camino ni su final suenan ciertamente muy "peliculeros". Nunca llegó a recibir el Premio Nobel de la Paz. Y vivió la cara y la cruz de su sueño por un mundo diferente.

Los miles de millones de personas de esta planeta, de manera más o menos consciente, nos pasamos la vida pensando y haciendo cosas para dar respuesta a la pregunta existencial por excelencia. Una de tres palabras: ¿CÓMO SER FELIZ?. Tres palabras, cinco sílabas, que nos traen de cabeza a toda la Humanidad. Especialmente en nuestra interacción con la realidad y con lo que sucede a nuestro alrededor. Pero de las tres formas que hay de actuar frente a esa realidad que nos rodea (rebelarnos, resignarnos o aceptarla), tan sólo esta última nos puede ayudar a ser felices, porque es la única que nos hace crecer en el nivel de consciencia. 

¿Buscar un mundo diferente aspirando a cambiar el mundo es lo que de verdad nos hace felices? En mi caso particular, desde muy joven tuve un anhelo por el "hacer, hacer y hacer", más que por el "ser". Ahora me doy cuenta que mi reacción ante la realidad que me rodeaba era de rebeldía, y tenía que ver con la culpa, la responsabilidad, y una batalla moral interna del bien contra el mal. Inconscientemente, sin duda, había en mi un sentimiento de carencia y de hiperrresponsabilidad tras la muerte de mi padre teniendo yo cuatro años. Y ello me llevaba a interiorizar que, quizás, yo no era suficiente y que debía hacerme digno a través de mi conducta y de mis acciones. Luchar por un mundo mejor empezó a formar parte mi "yo ideal", que parecía distanciarse de mi "yo verdadero". Pero con el tiempo, a pesar de los logros, me di cuenta de que, por mucha fuerza de voluntad que pusiera, era complicado conseguir una transformación profunda, fuera en lo interno o en lo externo. Y a eso se unía que, cuanto más me esforzaba por combatir algo o por intentar alcanzar el ideal o la meta que me había propuesto, más me acababa llenando de ego, de confusión y de impotencia. Los logros externos (que los hubo) no calmaban ese anhelo interno. Y para colmo, visualizaba como mi máxima aspiración una lápida en mi tumba que loara mi coherencia personal, como epitafio de que había vivido y actuado conforme a mi filosofía, mis principios o mi ideal. Qué absurda veo hoy esa lápida imaginaria. Porque esa coherencia, vista hoy en la distancia y con más experiencia, creo hoy que debe ser la voluntad de ver las cosas tal y como son en "mi aquí" y en "mi ahora", y asumirlas con coraje y honestidad. Así, el objetivo no es ser más perfecto, sino ser más real, asumiendo tanto las luces como las sombras, sin máscaras, con autenticidad. Por eso, no hace tanto, hace sólo unos pocos años, empecé a aceptar lo que era, en lugar de tratar de ser lo que no era. Y empecé a descansar y a relajarme en ese cierto fracaso de mi activismo en el "hacer", confiando en que todo acabaría teniendo sentido para mí. Lo expresa muy bien El Cantar de Ashtavakra: “El necio no alcanza la paz porque lucha por alcanzarla". Menudo necio fui durante años, desde luego.

Incluso gente de mucho más nivel consciencial, como Gandhi, probablemente vivieron procesos similares. Así, él experimentó la cara de su búsqueda de un mundo diferente, cuando en 1947, el virrey anunció que después de 200 años de gobierno británico, India alcanzaba la independencia. Pero la cruz de esa búsqueda la padeció cuando constató que no sería como él se lo había imaginado: una  India unida para todos los indios, con los mismos derechos, fueran hindúes, musulmanes o sijs. Sino que sería un país partido en dos: la India hindú y Pakistán musulmán. Y con ello se produjo una de las migraciones forzadas más grandes y sangrientas de la historia, con un millón de muertos. Quién sabe si Gandhi llegó a aceptar ese proceso, que quizás incluso influyó en su muerte, asesinado el 30 de enero de 1947 por un nacionalista hindú. Quién sabe si incluso a alguien como Gandhi se le resistió quizás aceptar lo que aquel dolor traía para la escuela de almas que es la Humanidad. 

Evidentemente, tras tantos años de activismo, nos sigue doliendo "horrores" la injusticia, la desigualdad y la pobreza de este mundo. Y sin duda, es bueno que a tanta gente nos siga doliendo, y que sigamos habitando en la búsqueda y en la perplejidad. El problema es qué hacemos después con ese dolor. Porque quizás habremos superado la insensibilidad de quienes se sienten ajenos o indiferentes. Pero puede que tampoco sea la solución caer en el activismo o en el voluntarismo, y en un "hacer" motivado por nuestra sensibilidad, si resulta desenfrenado y nos acaba contagiando de la misma energía que intentábamos combatir. Porque en muchas ocasiones, juzgamos la realidad añadiéndole nuestra emocionalidad o nuestra sensibilidad, en lugar de simplemente valorar la realidad según sus frutos, sin cargarla con la mochila de nuestras emociones, sentimientos y creencias. Quizás la clave sea la metasensibilidad, que nos equilibra frente a ese dolor del mundo, y nos mantiene en la armonía necesaria para poder actuar y ser eficaces y de servicio, sin caer en el sufrimiento al que nos arrastra el exceso de sensibilidad. El dolor es inevitable, sea físico, mental o emocional, o sea por las injusticias, por la pobreza, por la desigualdad o por las desgracias. Pero el sufrimiento sí puede evitarse y gestionarse. Porque sufrimos cuando mentalmente no aceptamos ese dolor y nos enganchamos a él. Depende, pues, de nuestra respuesta a ese dolor, si sufrimos o no. A Gandhi le dolió la ruptura de la India. Lo que nunca sabremos es si ese dolor se convirtió en sufrimiento para él. Nisargadatta Maharaj no lo pudo expresar mejor: “Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se queda atascada en las orillas, se vuelve un problema. Cuando digo fluir con la vida me refiero a la aceptación. Dejar que venga lo que venga y que se vaya lo que se vaya. No desees, no temas, observa lo real, como y cuando suceda, porque tú no eres lo que sucede, eres a quien le sucede”.

CDD20 en Pixabay
Probablemente la clave sea a qué nos lleva lo de "buscar un mundo diferente para vivir". Sea en lo grande o en lo pequeño. Afecte esa realidad a Ucrania, a Palestina, al familiar que falleció repentinamente o al amigo o la mascota que han enfermado irremediablemente. Porque si implica que, como esa realidad no me gusta, necesita ser cambiada, y que hay que luchar contra lo malo o lo que no me gusta de esa realidad, seguramente acabaremos enfrascados en las cosas de este mundo, o arrastrados por la tristeza, la ira o la desesperanza. Por el contrario, nos estaremos adentrando en un territorio nuevo, quizás profundamente espiritual, si lo que implica es remar a favor de una nueva realidad, aceptando que lo que hay es perfecto para el crecimiento de nuestras almas, siendo conscientes de que no es que estamos en un mundo injusto sino en el mejor de los mundos posibles para nuestra evolución espiritual. Y de este modo, podemos llegar a entender que el mal, la injusticia o la desigualdad no existen, sino que son sólo la ausencia de bien, de justicia o de igualdad. Tampoco existe el frío: sólo la ausencia de calor. Y bajo ese nuevo paradigma, para que cambie lo de fuera, es imprescindible que cambie antes lo de dentro, lo nuestro. Por ello, no sólo es importante, es urgente poner el foco en nuestro crecimiento interior como estrategia y como camino para ese nuevo mundo al que aspiramos, y que es ya la principal misión de millones de personas. Quizás por eso Gandhi se retiró a meditar en soledad cuando todos festejaban un nuevo país, viendo la ruptura y el dolor que se avecinaban. Y quizás por eso, cuando hay cosas que no nos gustan de este mundo, cuando sentimos con fuerza que vivimos en una pura distopía, la vía no sea ni resignarse ni rebelarse y luchar contra la realidad o contra esas estructuras que nos generan rechazo, como obstáculos para ese nuevo mundo que ya visualizamos, sino trabajarse el interior, aceptando y entendiendo que esos obstáculos son precisamente el camino para ese nuevo mundo. Lo colectivo siempre comienza por uno mismo. Y desde ahí, sí que cobra pleno sentido lo de "ser el cambio que queremos ver en el mundo". Porque la intención es necesaria, pero no suficiente. El fruto debe ser la armonía y la compasión. Y si estamos desequilibrados, exhaustos y enfrentados, sea por la causa feminista, por la causa anticorrupción, por la ruptura de la India o por aquel ser amado que enfermó o falleció, algo no va bien en ese impulso de un mundo diferente para vivir. Nos cegará el ansia por resolver problemas usando las herramientas de la mente y de la acción. Pero quizás olvidaremos que no se trata de "resolver" problemas, sino de "disolver" problemas, haciéndonos uno con ellos, conviviendo serena y alegremente con dichos problemas. Dando luz a esa oscuridad. Dando calor a ese frío. Aceptando las cosas como son, en lugar de tratar de adaptarlas a nuestra visión de lo que debería ser. Y ello porque sólo el amor que nace de la aceptación puede cambiar el mundo. 

CDD20 en Pixabay
Pero evidentemente, y como dice Cavallé, aceptar no es aprobar. Convivencia con los problemas no significa connivencia con los problemas. Toca vivir "el aquí y el ahora" aceptando ese dolor, esa injusticia, esa desigualdad, o esa distopía, pero viviendo la realidad desde el alma, desde el centro operativo del espíritu, en lugar de desde el centro operativo del cuerpo, la mente o los sentimientos. Ante una injusticia o una desgracia puedo asumir que ha sido así, que la condición humana es así, e incluso que puede ser inevitable que esas cosas sucedan. Pero puede no gustarme. Y por supuesto puedo preferir otra cosa distinta a lo que estoy aceptando. Incluso puedo llegar a condenar lo que estoy presenciando. Y de igual modo, aceptar no significa resignarse. Nuestro sentido del bien, de la verdad, de la justicia, y de la belleza nos impulsan a modificar lo que sea preciso. Pero esta disposición activa es compatible con aceptar que aquí y ahora es lo que es. La aceptación nos da más lucidez y serenidad para ser mucho más eficaces, porque de hecho, la fuente de transformación más genuina es la rendición. Y llegados a ella, ya no seremos nosotros los que determinemos el curso de los acontecimientos. La aceptación es un acto de potencia y de señorío sobre los acontecimientos, porque nos permite "experienciar" la realidad sin necesidad de ser reactivos, que es una forma de eludir nuestra emoción y de proyectar hacia afuera la causa de nuestra agresividad, no responsabilizándonos de ella, y convirtiendo nuestras preferencias (que son totalmente legítimas) en exigencias. De este modo, lo que nos impide aceptar, a fin de cuentas, es la mente diciendo: "esto no debería ser así". Y eso se debe a que tenemos la falsa creencia de que el dolor se puede evitar alejándonos de él. Pero en realidad no nos dañan los sentimientos que calificamos de negativos. Lo que nos daña y lo que nos causa sufrimiento mental es la resistencia a sentir.

Si ese "buscar un mundo diferente para vivir" nos sigue generando sufrimiento, no es que nuestros martillos no sean fuertes, es que no apuntamos a los clavos adecuados. Y quizás toque apuntar menos hacia fuera y más hacia dentro. Sólo asumiendo nuestra debilidad, conocemos nuestra verdadera fortaleza. Y sólo aceptando nuestra tristeza nos volvemos personas más felices. De lo contrario, igual que cuando nos miramos al espejo y nos vemos despeinados, podríamos caer en la absurda tentación de intentar peinar la imagen reflejada en el espejo, en la contemplación que hacemos de la realidad puede que caigamos en el error de intentar arreglar lo de fuera, lo externo, que no es sino un mero reflejo de nosotros. Y habrá quien se pregunte: ¿pero cómo voy a descansar en "mi aquí" y en "mi ahora" si mi situación personal es un auténtico desastre? Pues así es. Así y con esos pelos.


PD: A raíz de todo lo que hoy os compartimos, hemos creído necesario cambiar el nombre del blog, modificando, como veréis, el subtítulo del mismo.


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viernes, 1 de noviembre de 2024

Testamento vital

Aquel fue el primer bofetón que me llevé. Tenía sólo cuatro años. Y probablemente no entendí de qué iba todo aquello. Sólo viví su ausencia. Y experimenté de repente lo que suponía hacerme mayor y convertirme en un "hombrecito". De ser el "terremoto" que había sido hasta entonces, pasé a convertirme en un personaje hiper-responsable, sin duda a mi pesar. Me arrastraron las consecuencias de aquella temprana ausencia paterna. Y me puse el disfraz que tocaba, sin interiorizar lo que toda muerte viene a decirnos. Demasiado pronto para entender nada.

CDD20 en Pixabay
Pero ese vacío no resuelto siempre reaparece. Y con él, brotaron ríos de lágrimas incontenibles muchos años después, tras la muerte de mi abuelo, o el extravío momentáneo de mi hija durante unos minutos. ¿Qué me pasaba? ¿Cómo no podía controlarme? Terror a la pérdida. Pánico a la ausencia. Miedo incontenible a perder a alguien querido. Pero yo podía con todo. O eso me decía yo.

Aquel diagnóstico a mi madre en 2008 fue mi punto y aparte. Fibrosis pulmonar idiopática: de 3 a 6 meses de vida. La despedida de mi madre llamaba a mi puerta. Y ya sí: se acabó lo de mirar para otro lado. Era el momento de la verdad y de que se cayeran todos lo velos. Debía prepararme. Limpiar resentimientos de una vida marcada hasta entonces por aquella primera ausencia. Y entender que toda muerte que se cruza en nuestro camino es, o debería ser, un buen bofetón en el centro de la cara para que despertemos. ¿Despertar a qué? En mi caso, a darme cuenta que nos agarramos a ese ser querido o a esta vida aquí, y tenemos miedo a morir porque no hemos vivido lo que estamos llamados a vivir. Despertar a ser consciente que morimos como vivimos: frívola o amorosamente, obsesionados por el trabajo, el tener y el hacer, o por el SER. Despertar al entendimiento de que la muerte no es un problema (como cuando la vivimos desde el ego) sino una oportunidad si la vivimos desde el alma. Y sobre todo, despertar a la evidencia de que la mejor manera de prepararse para morir es vivir YA lo que hemos venido a vivir, dejando de postergarlo todo para mañana. ¿Acaso hay un mejor legado para nuestros hijos que ese aprendizaje? ¿Existe un mejor testamento vital para ellos? ¿O se nos olvida que morir es una costumbre que solemos tener la gente sin más requisito que haber nacido? El Mahabharata lo dice bien claro: "La gente muere todos los días, lo que nos hace conscientes de que somos mortales. Sin embargo, vivimos, trabajamos, jugamos y planeamos como si fuéramos inmortales. ¿Qué es más sorprendente que esto?"

CDD20 en Pixabay
Aquel diagnóstico de 3 a 6 meses no se cumplió, y finalmente tuvimos 5 años para despedirnos como ambos nos merecíamos. Ya me había llevado unos cuantos de aquellos bofetones con otras muertes cercanas, y no estaba dispuesto a que la vida me dejara KO con ésta, tan importante para mi. Y como en aquel cortejo fúnebre de Nain, sentí con toda claridad aquello de "¡levántate!". Y creo que por fin espabilé. Hubo ternura, silencio, compañía y paz. Hubo verdad hasta donde ella quiso, sabiendo que la verdad nos hace libres porque nos hace propietarios del tiempo que nos queda. Hubo palabras sagradas como "te quiero", "gracias" y "adios". Hubo la sanación interior que provoca la aceptación de lo que no puedes cambiar, pero te cambia a ti la mirada. Y el sufrimiento se diluyó cuando dejé de resistirme y opté por vivir con ella el tiempo que nos quedó juntos. Ya se sabe que los que sufren no son los cuerpos: son las personas. E incluso hubo ocasión de concretar hasta donde quiso, cómo quería que fuese su marcha.

Es curioso, pero su muerte y ese tiempo para prepararnos para ella, me hizo renacer a una nueva vida de mayor paz y equilibrio. Hubo un antes y un después. Su deterioro en el plano físico dio paso en mí a un enorme despertar en el plano espiritual, encontrando el sentido de todo aquello, y de mucho más. Aquel nuevo bofetón me abrió por fin los ojos. Tuve esa "suerte", que no siempre viven todos. Sentí con claridad que la muerte aguarda en cada esquina, a cada instante, y que es parte intrínseca de esta vida. Que, como todo lo que sucede en la vida, la muerte también es perfecta y necesaria. Y por eso vivo desde entonces con toda la intensidad que puedo, sintiendo que la vida eterna es AHORA. Y que, como dice la canción: "la gente buena no se entierra, se siembra". 

CDD20 en Pixabay
Han pasado ya once años de su marcha. Pero sigue muy presente en mi evolución y en ese legado que nos gustaría para nuestros hijos. Por eso, hace dos veranos, decidimos poner las cartas sobre la mesa con ellos y hablar lo que nunca se quiere hablar, por miedo a atraer a la muerte. Menuda tontería: "atraer a la muerte"... Al principio, Pablo, Samuel y Eva se resistieron un poco. "¿Para qué hablar de vuestra muerte si aún sois jóvenes y os queda mucho?", nos decían. Pero les dijimos que queremos morir como hemos vivido. Y no hay que tenerle miedo a hablar de nada, y menos de la muerte, que es algo normal y además es segura. Creo que los cinco recordamos aquella larga caminata por los túneles de La Cala como algo muy entrañable. Les expresamos nuestra forma de entender la vida y la muerte. Cómo queríamos afrontarla de frente, y cómo queríamos que fuesen nuestros últimos momentos. Les dijimos que no queríamos sentirnos una carga, ni tampoco ser desterrados a cualquier geriátrico como se vio en la pandemia, aunque para que nos cuidase alguien en casa hubiera que vender parte de nuestros bienes, y su herencia se mermase. Les dijimos cómo nos gustaría distribuir y administrar la herencia, fuera con los bienes actuales o con otros. Y lo dejamos todo por escrito en una carpeta en la nube, para que no hubiera dudas de interpretación, ni en lo humano ni en lo divino. No hay nada más triste que te entierren cuando nunca quisiste, por no haberlo dicho; que los hijos se peleen y se retiren la palabra en la pugna por una herencia porque sus padres se escudaron en el "ya os apañáis vosotros cuando no estemos"; que te llenen de rituales y ceremonias el velatorio, cuando en vida siempre rehuiste de ellos; o que deleguen en un desconocido porque nunca se habló sobre qué hacer cuando te llegue la hora. Por eso aquel día no escatimamos en detalles. Y hablando de la muerte y la vejez, ellos también se abrieron y nos expresaron su mayor temor compartido: "es que, sabiendo lo "hippys" que sois, cuando estéis jubilados y os dé por ir al Nepal con ochenta años, y os quedéis tirados o enferméis en medio de la montaña, ¿cómo hacemos para traeros?" Las carcajadas retumbaron en los túneles. Nos mondamos de la risa. Igual que siempre.

Como ya les dijimos a ellos entonces, hemos querido dar un paso más en el proceso de coger las riendas del final de nuestros días. Y tras meses de espera, este julio pasado tuvimos la entrevista con la enfermera que correspondía a nuestro centro de salud para registrar nuestra Voluntad Vital Anticipada. Y lo que inicialmente pensábamos que sería un mero trámite burocrático, se convirtió en una maravillosa conversación de dos horas y media con Celia, que casualmente leía nuestro blog desde hacía años. Probablemente fue el momento más auténtico que hemos vivido con un profesional de la salud. Sin duda porque era todo lo contrario de lo habitual, en que la Sanidad se empeña en concebir la muerte como algo contra lo que hay que luchar; y si intentan curarte de algo que no es una enfermedad sino una fase de tu vida, te van a hacer cosas que no te mereces, que son muy caras, muy sofisticadas o muy complejas, y que ayudan poco o nada en esos momentos, o directamente te deshumanizan. ¿Y qué es lo que ayuda en esos momentos? Justo lo que Celia hizo con nosotros aquella tarde de julio: escuchar, desplegar toda su empatía y ser profundamente humana y cercana con nuestras decisiones, nuestras inquietudes y nuestros miedos. Un ser humano ante otro ser humano. Nada más curativo que eso. Tan poco y tanto a la vez. 

Mimzy en Pixabay
Además de un encuentro maravilloso de almas, aquella tarde en el centro de salud quedó registrado nuestro testamento vital. Sí, otro más. Aunque en este caso fuera un trámite burocrático que garantiza que se van a respetar nuestras decisiones y nuestros valores en esos momentos finales a los que llegaremos el 90% de la población. Nada de improvisación o de que se haga lo que un director de planta o de hospital, un Ministro o un Consejero de Sanidad digan. Ese momento es sólo nuestro, y queremos decidir nosotros sobre la conexión o no a máquinas, las sujeciones físicas, la obligación de comer, el dolor físico y la sedación, el lugar donde morir, la irreversibilidad de la enfermedad, los tratamientos y las pruebas, la donación de órganos, las transfusiones, los respiradores, las reanimaciones, las sedaciones paliativas... No fue sencillo imaginarnos en todas esas situaciones. Pero la muerte, como el parto, es un proceso natural que tiene su orden, sus fases y sus momentos complicados. Y no por no haber pensado en ellos van a dejar de existir. Si pudiéramos entrevistar al bebé cuando está en el canal del parto, con escasez de oxígeno, y teniendo que dejar el útero que ha sido su hogar durante nueve meses, probablemente se mostraría agobiado en ese momento. Pero es algo natural, que forma parte de la vida, y que se olvida una vez superado el trance. Pues igual con la muerte. Y mejor tener decidido cómo prefieres que sea.

Seguro que muchos pensaréis que "nos falta un tornillo", con tanto "mentar" a la muerte. Pero no, de verdad. No estamos locos; que sabemos lo que queremos, como decía Ketama. Además Mey está empeñada en no repetir curso, y en no volver a reencarnarse. Así que hay que aprender lo que hemos venido a aprender, y tratar de subir lo que se pueda el nivel de consciencia en esta escuela de almas que es la vida. Aunque a mi, lo reconozco, me encantaría volver a reencarnarme con ella. A ver si la convenzo de aquí hasta que llegue nuestra hora.


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sábado, 5 de octubre de 2024

Apegos e intercambios

Está claro que me resistía. De modo cabal, civilizado, educado... Sí, todo lo que tú quieras. Pero me resistía. Eso sin duda. Una cosa era participar de la experiencia, como el que explora un territorio desconocido, cosa que siempre tiene su intriga y atractivo, y más aún si hablamos de Miami. Pero otra cosa bien distinta es poner tú el territorio para que otros "curioseen" en él. Y por ello, inconscientemente, claro que me resistía. Por mucha teoría que supiera sobre el desapego de lo material y la necesidad de trascender el ego.

Asturias, verano 2024
No puedo decir que oportunidades no hubieran llegado durante todo este año. Que si desde Quebec, en Canadá. Que si desde Dublín, en Irlanda. Que si desde Bléré, en Francia. Que si desde Wunstorf, en Alemania. Incluso desde Kuala Lumpur, en Malasia, había una familia que nos había propuesto un intercambio de casas para este verano pasado. Algunas eran auténticas mansiones muy alejadas de nuestro "terruño". Se ve que Málaga está de moda y vende mucho, porque si no, no se entiende. Pero en todos los casos, mi respuesta había sido negativa. Y era cierto que las fechas no cuadraban para hacer el intercambio de casas o que tras más de un año, seguíamos con nuestras restricciones nocturnas de agua, lo que incomodaría a nuestros visitantes, sin duda. Pero también lo era que me venían bien esas excusas, todas ciertas, para no salirme de mi zona de confort, y sentirme justificado en mis respuestas huidizas.

Pero cuando el Universo tiene claro por dónde deben ir las cosas, es bueno darse cuenta, y no empecinarse, para encaminar bien el rumbo. Por eso cuando recibí el mensaje de aquellos desconocidos, tras todos los anteriores en que siempre podía poner alguna excusa, me olió a otra maravillosa jugada del Universo: "Hola, estamos buscando un intercambio simultáneo entre finales de julio y las primeras semanas de agosto, ¿Os gustaría venir a Asturias? Somos 6 personas, mi marido y yo, nuestras hijas de 26 y 18 años y sus novios. Saludos". Las fechas cuadraban al milímetro, más aún tras la tardía vuelta de Samuel desde Italia, y los compromisos laborales de Pablo y Estela durante julio. El número de personas era exactamente el mismo. Pero yo tenía que seguir siendo "cabal" en mi zona de confort, y plantearles, ya por teléfono, los dos grandes impedimentos: las restricciones de agua y la previsible ola de calor en nuestra comarca en esas fechas. No les importaron lo más mínimo. Estaban encantados con poder venir. Me parecieron tan auténticos, tan desprendidos y con tanta experiencia tras 20 años intercambiando su casa, que no pude decir que no. Pero hasta que salimos hacia Asturias, reconozco que tuve que trabajarme el asumir que nuestra cama, nuestro frigorífico o nuestro aseo serían usados por unos desconocidos que, durante 15 días, estarían "como Pedro por su casa", pero en la nuestra.

Asturias, verano 2024

Poco a poco, me fui dando cuenta que la vida nos pone por delante justo lo que necesitamos para evolucionar y crecer como almas. Y aquella experiencia iba justo de eso. Constaté que lo de "primero preocuparse por lo espiritual" (el trabajarse por dentro esos apegos, esos miedos y esas limitaciones), y que "lo demás se nos dará por añadidura", no es ninguna tontería. Que lo de los lirios del campo y los pájaros del cielo tampoco es una "chalaura", como decimos aquí. Y que la felicidad depende de nuestro nivel de consciencia, y no de las cosas a las que nos aferremos. Que el fomentar pensamientos y hábitos de desmaterialización no sólo es bueno, sino que ayuda a trascender el ego, que no quiere otra cosa que seguridad (sea física, económica o emocional) y controlarlo todo. Por eso mi ego había estado buscando excusas, todas muy reales, para no salir de mi zona de confort en lo material, y resistirme a ese intercambio de casas para pasar las vacaciones. Exponerme a esa experiencia, me hacía ver que mi sofá, mis libros o mi inodoro no dejan de ser cosas materiales que poco tienen que ver conmigo, con mi felicidad o con mi alma. Y lo cierto es que esa dificultad que me hacía resistirme de inicio es más común de lo que parece. Porque contando la experiencia a familiares y amigos, casi todos eran rotundos: imposible hacer un intercambio así y que unos desconocidos entrasen en su casa y la habitaran durante 2 semanas. Ni siquiera para abaratar las vacaciones. Ni siquiera para sumergirse de lleno en la realidad de otros. ¿Para qué hablar, entonces, de proponérselo como forma de practicar el desapego y domesticar un poco el ego?

Compra con junas
La experiencia ha sido maravillosa. Hemos tenido playa, montaña, descenso en canoa, visitas a preciosos pueblos, y fresquito, mucho fresquito, que era un gran objetivo huyendo del terral malagueño. Por eso tenemos claro que repetiremos con lo de los intercambios. Zona de confort confrontada. Miedo superado. Y ego trascendido, aunque sea en ese apego puntual, y durante unos días concretos. Bien le viene, la verdad. Y seguro que habrá cosas que en futuras experiencias no saldrán tan bien. Pero, ¿qué más da, si en el proceso hemos vivido momentos únicos, y hemos crecido por dentro?
De hecho, justo este pasado fin de semana, en mi revisión anual del ojo, hemos vuelto a apelar al intercambio, y hemos vuelto a maravillarnos de la empatía y servicialidad de quien nos dejó su piso en pleno centro de Barcelona, y de los mundos tan distintos en que vivimos unos y otros. Una vez que contemplas bien tus apegos, ¿cómo no buscar esas experiencias que te interpelen y que incomoden un poco nuestras costumbres y nuestra forma de ver y actuar en el mundo?

Desde que disfrutamos de Peponi, este ejercicio de desapego también está presente. Porque a veces la tierra es tan generosa que te da mucho más de lo que puedes consumir y disfrutar tú o tu familia. Es como si el planeta que habitamos nos estuviera diciendo: "Ábrete, hombre. Que nada de esto es tuyo. Da y se te dará". Y en eso Mey es una artista. Organiza bolsas y cajas de fruta para la familia, para los amigos, para los vecinos. Y te das cuenta de que lo que haces circular, te acaba volviendo. Que si tú das una caja de naranjas, te acaba volviendo una bolsa de almendras o de nueces. Que si das un cubo de chumbos, te acaba volviendo un guiso de cuarrécano. O que si das una cesta de higos, te acaban llegando varios kilos de mangos. Quizás no de las mismas personas. Pero se genera un precioso juego de gratitudes, que favorecen ese intercambio, ese trueque movido por el cariño y la amabilidad. Y justo en esa dinámica, hace unos meses nos introdujeron en una moneda, la G-1 o Juna, que precisamente está pensada para que el afán de acaparar no sean el centro, sino que lo sea el intercambio y la relación con las personas. De este modo, unos amigos nos introdujeron en el sistema y nos entregaron unas junas por algunas naranjas que nos sobraban en el campo, y que ellos sin embargo, necesitaban. Esas junas se cargaron en una APP que nos instalamos en el móvil. Y a la semana siguiente fuimos a un mercado en Marbella, y para nuestra sorpresa, con esas junas pudimos comprar jabones naturales artesanos, un conjunto de chocolatera, plata coloidal, bruma de aceite relajante, y miel y jalea real con espirulina... ¿Seremos capaces de crear herramientas que saquen de nosotros lo mejor a nivel de empatía y desapego, y que fomenten el intercambio y el apoyo mutuo entre los seres humanos?
Kyraxys en Pixabay

Cierto es que una cosa es practicar el desapego en experiencias cordiales, de común acuerdo, y en un enfoque de disfrute mutuo, como el del intercambio de casas de este verano o el del intercambio de fruta o junas; y otro bien distinto, trabajarse el desapego en lo jurídico, con dinero por delante, e incluso en la divergencia y en la ingratitud. De esto último, también estamos viviendo en estos momentos experiencias de aprendizaje que van más allá de la superación de apegos materiales que ya os compartimos tras las mudanzas de Madrid o de Linares, o en situaciones que nos confrontaron con aquel comedor social de Málaga, o con una familia de La Cala del Moral. Lo de ahora es distinto, porque lo material va unido a lo sentimental, a los recuerdos de la infancia y a las expectativas de gratitud. Y eso hace que el apego inconsciente sea más fuerte y al ego le cueste más. Pero seguro que es perfecto que así sea, aunque cueste mucho por momentos. Para aprender a soltar más, y evitar el sufrimiento mental que el apego provoca. El alma está llamada a volar alto. Que los apegos materiales no lastren ese vuelo.

 


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martes, 16 de julio de 2024

Bendito regreso

Pablo se fue con 16 años de casa. En ese momento inició su vuelo. Tras el Bachillerato Internacional de los Colegios del Mundo Unido en Italia, y el peculiar centro internacional que montamos en casa durante la pandemia, inició el viaje que le llevaría al que pensamos que sería su destino final: Estados Unidos. Allí se independizó económicamente de nosotros. Compaginó la beca de sus estudios del Grado, y posteriormente también el Máster y el Trabajo de Fin de Máster (TFM), con distintos trabajos: desde un supermercado, a un restaurante de comida rápida; desde un centro de asistencia técnica telefónica al teletrabajo en una empresa de seguros. Planificó meticulosamente su incorporación a una multinacional en su último año de estudios, pensando en dar el salto a Europa cuando acabase. En Suecia tiene la central Ericsson, y en Estocolmo podría reunirse con Estela tras tantos años de noviazgo a distancia. Los proyectos de inteligencia artificial y de algoritmos cuánticos en que trabajó, parecía que le darían el pasaporte a un contrato indefinido en la capital sueca. Incluso estuvieron viendo apartamentos hace unos meses. Pero el destino les tenía preparada otra partida distinta.

Aún recuerdo cómo nos miraron algunos familiares y amigos cuando les dijimos que se iría tan joven de casa a estudiar tan lejos. Apenas un niño. Incluso hubo quien se permitió el lujo de espetarnos: "A mi me encantaría que mi hijo se fuera al extranjero a estudiar, pero es que lo quiero tanto...". ¿Pensaría que nosotros no queríamos a Pablo? Por eso no quisimos ni responder a aquella visión del amor tan posesiva y alejada del objetivo que siempre quisimos para nuestros tres retoños: ser sus compañeros de viaje en su aprendizaje vital por este mundo, y darles las mejores herramientas para volar e independizarse, eligieran el destino que eligieran. Puede que el sacrificio de no haber podido disfrutar de Pablo todos estos años se haya convertido en recompensa inesperada ahora, casi siete años después. Porque al final ni Estados Unidos, ni Suecia. Pablo ha regresado a Málaga, en una gran oportunidad profesional para él. Y nosotros estamos "alucinando" con las ironías del destino.

Hace poco escuchábamos cómo Gonzalo Rodríguez Fraile explicaba cuál era su visión de la educación de los hijos. Para él, la vida es una escuela de almas, donde vamos aprendiendo y evolucionando en nivel consciencial. Y está convencido de que los padres debemos emplear la misma pedagogía que, según él, usa Dios con sus hijos, los que formamos la Humanidad. De este modo, en primer lugar, debemos dar la máxima libertad a nuestros hijos, para que ellos definan su destino y su camino. Si los hijos usan esa libertad de manera inadecuada o errónea, no debemos, en segundo lugar, ahorrarles las consecuencias que ese mal uso de la libertad les pueda provocar, aunque les haga daño. Y por último, debe mantenerse el cariño y el amor incondicional hacia ellos, aunque se haya dilapidado ese libre albedrío con un mal comportamiento. Sin embargo, nuestra sociedad actual prima justo lo contario: familias que protegen tanto a sus hijos que no se dan cuenta de que los acaban aprisionando y que se convierten en auténticos escudos contra las consecuencias de sus malos actos o equivocaciones, y que sin embargo, les retiran la palabra y el cariño, cuando se portan mal. El mundo al revés. Y quizás con ello, estemos creando una generación de pequeños dictadores inmaduros, y lastrando su evolución consciencial.

Sin saberlo, en cierto modo, en casa hemos empleado esa pedagogía que apunta R.Fraile durante la adolescencia de nuestros hijos. Para muchos, sin duda, habremos dado demasiada libertad a nuestros hijos, y lo habremos hecho demasiado pronto. Pero desde luego, cuando se han equivocado en el uso de esa libertad, han tenido que "arreglárselas" con las consecuencias. Aún recuerdo cuando Pablo, con unos 15 años, se dejó llevar en una "gamberrada" con dos amigos suyos de los Scouts, y llamaron de incógnito un domingo a un compañero de clase para burlarse de él, con la buena o mala suerte, de que estaba justo reunido en la mesa con toda su familia, que vivió aquella llamada como una auténtica ofensa. Pablo no sólo tuvo que ir a disculparse personalmente, sino que tuvo que ir solo a contárselo al Director y al Jefe de Estudios del Instituto, incluso antes de que ellos tuvieran conocimiento por el ofendido. Tuvo que aguantar las miradas de sus profesores que nunca habrían esperado algo así de un estudiante como él. Y tuvo que asumir el correspondiente castigo disciplinario del centro. Nosotros fuimos muy exigentes con él en ese proceso de asunción de responsabilidades, por muy joven que fuera. Pero le seguimos mostrando nuestro amor incondicional, haciéndole ver que aquello le haría madurar exponencialmente, como así fue.  

Dicen que "por los frutos los conoceréis". Y realmente es difícil saber si has dado demasiada libertad o no a tus hijos, o si has dejado que se confronten demasiado o no con las consecuencias de sus errores, hasta que crecen y hay frutos. En el caso de Pablo, quizás sea "pasión de padres", pero los frutos son excepcionales. Con 23 años es ya un hombre de una madurez y con un conocimiento de la vida que ya hubiera querido tener yo con 40 años. Él y su novia Estela saben fluir con lo que la vida les depara, como yo no he sabido hasta casi antesdeayer. Y la vida, por ello, les sonríe por ahora. Aunque bien saben ellos que la vida son sonrisas pero también lágrimas, y que hay que estar preparados para ambas.

Pasaron un mal trago las pasadas navidades. Tras visualizar ya su vida en Estocolmo juntos, ambos regresaron a Málaga para pasar esas fiestas en familia. Y sorpresivamente Pablo recibió una inesperada propuesta de un profesor universitario que le contactó por email, y que le ofrecía reunirse con el Vicerrector de la Universidad de Málaga. Al principio, como pasa cuando la incertidumbre llama a tu puerta, se resistió. Pero finalmente asistió a aquel encuentro, en el que le ofrecían hacer el doctorado en la UMA de la mano de una empresa americana líder en computación cuántica. Su experiencia americana unida a la temática de su TFM le convertían en un candidato idóneo para la apuesta "cuántica" del ya consolidado posicionamiento en ciberseguridad de Málaga. Tras la reunión, Pablo aún se resistía a dar un giro de timón. Pero a veces el destino es tozudo, y las palabras de uno de sus mentores y gran experto en innovación en Ericsson, le hicieron abrirse a la evidencia. Los próximos años iban a ser decisivos a nivel tecnológico. La inteligencia artificial y la revolución cuántica cambiarían todo el panorama actual. Y Ericsson ahora no podría ofrecerle lo que le ofrecían en Málaga. La sinceridad y el honesto consejo de su jefe le honraban. Y tras aquella llamada, Pablo lo tuvo ya claro. Costó cambiar de rumbo, pero en un par de días, él y Estela estaban reorganizando todos sus planes.

Ahora Pablo trabaja desde hace 3 semanas en Málaga. Su novia, Estela, está haciendo una prácticas de Erasmus en el edificio de enfrente. Han pasado de estar a miles de kilómetros a compartir el día a día, al menos hasta septiembre. Después ya se verá. Los planes son que, tras el verano, Pablo comparta piso con su hermana Eva en Málaga capital. Ella se acaba se "salir" en su primer año en Ingeniería de Telecomunicaciones aprobando todas las asignaturas: todo un logro del que nos sentimos súper orgullosos también. Y quién sabe si también Samuel se unirá a ellos, una vez que vuelva en unos días de su aventura napolitana, habiendo finalizado también con éxito su grado en Física, y se despeje el panorama de másters a los que está presentando solicitudes. Ya se verá.

Nunca pensamos que Pablo volvería a casa. Pero aquí está. En pleno vuelo vital. Y, paradógicamente, cerca del nido de partida que le llevó a recorrer medio mundo. Quizás porque ahora toca aquí, y más adelante toque "quién sabe dónde". Da igual. Vivamos el presente con él. Ahora. En este bendito regreso a casa.

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sábado, 8 de junio de 2024

Repetir curso

No falla. Cuando en tu interior haces afirmaciones categóricas al modo de Escarlata O'hara en “Lo que el viento se llevó” en aquella memorable escena del atardecer, el “trompazo” está asegurado. Eso de “a Dios pongo por testigo” seguido de una afirmación indiscutible e incuestionable está muy bien para un clásico de Hollywood, y más aún seguido de la universal melodía “Finale” de “Gone with the wind”. Pero en la vida, aferrarse a algo, y más aún hablando del futuro, es ineludiblemente atraer que ocurra todo lo contrario. Yo protagonicé mi escena a lo “Escarlata O'hara” cuando acabé mis estudios en Madrid. Juré y perjuré (y no con pocos testigos, como muy bien se han encargado de recordarme con bastante guasa) que tras aquellos seis intensísimos años de “codos”, se había acabado lo de estudiar. Y menos aún plantearme opositar. Y efectivamente, “me lo comí con patatas”. Cuando llegaron nuestros hijos al mundo, disponer del máximo tiempo para ellos se convirtió en prioridad, y me tragué mis proclamas una tras otra, estudiando mis temas mientras los tres correteaban en los columpios junto a nuestro piso de Linares.

bernswaelz en Pixabay

Equivocarse no sólo es humano. Es necesario. Es probablemente la forma más adecuada de avanzar y de aprender lo que hemos venido a aprender. Por eso, cuando alguien se niega taxativamente a reconocer que se ha equivocado, no sólo se autolimita en su crecimiento personal, sino que atrae hacia sí todas las circunstancias que se puedan derivar de su error. Eso es lo que llamamos “repetir curso”. Y en la vida, “repetimos curso” cuando no hemos aprendido lo que se supone que teníamos que aprender, y el Universo nos acaba confrontando una y otra vez con esas mismas circunstancias que no asimilamos.

Los griegos, hablando de equivocarse, lo denominaban “hamartia”, que no era otra cosa que el error en que incurría el héroe trágico que intentaba hacer lo correcto. Es decir, era un fallo de la meta, no dando en el blanco. Pero tan sólo eso. Por eso no se trata de hablar del bien y el mal, en relación con el error, sino de ser evolucionados (conectados con nuestro propósito, como el árbol que se conecta con su bosque) o involucionados (centrados en nuestra verdad, en nuestro ego). Sin embargo, en nuestra cultura, penalizamos el error. Nos mofamos del que se equivoca. Ridiculizamos el fracaso. Y lo revestimos de culpa y de castigo, asimilándolo con el concepto de “pecado” y asociándole el correspondiente juicio moral basado en la dualidad del bien contra el mal. De ese modo construimos todo un sistema de defensa inconsciente para evitar reconocer que nos hemos equivocado. Y eso sí que puede acabar haciéndonos mucho daño. Porque a las cicatrices y el dolor que provoca tropezar una y otra vez con la misma piedra, se añade la incoherencia interna de defender “a capa y espada” lo que en su día pensamos, dijimos o hicimos, por mucho que la realidad nos esté demostrando lo contrario. Y esa falta de conexión con la realidad acaba lastrándonos y provocando un inmenso sufrimiento.

Escena de "Lo que el viento se llevó"
El error siempre, tarde o temprano, aparecerá en nuestra vida. Da igual que seamos funcionario o autónomo, Presidente del Gobierno o líder de la oposición, médico o científico, Ministra de Sanidad o de Defensa, locutor de radio o presentador de televisión. Y ante el error podemos actuar de muchas formas. Hay quien no querrá actuar, para no equivocarse. Pero es como dejar de vivir para no morir. Y ya sabemos lo que dice el Apocalipsis 3,16 sobre los tibios. Así que no vale eso de no arriesgar en la experiencia de la vida. Hay que mojarse si queremos disfrutar de un baño refrescante.

Hay también quien se negará a reconocer su error. Son procesos lógicos. Y hay que ser pacientes y respetuosos, porque salir del error es un auténtico despertar consciencial que sólo depende de uno mismo. Son fases, como las del duelo ante la muerte de un ser querido. Aunque aquí el duelo es por el daño que nos hemos causado internamente a nosotros mismos y por sus consecuencias externas. Habrá que pasar la fase de la resistencia. Del “cabreo”. De la perplejidad. De la autojustificación. Porque reconocer el error es admitir que se usó el libre albedrío en una dirección incorrecta. Y eso es muy duro, si además tiene consecuencias. Y en esas circunstancias defenderemos que no hay error o que ese error no está tan claro. Diremos que actuamos o decidimos así porque no sabíamos, porque no había información, o porque hicimos lo que todo el mundo hacía en ese momento. Argumentaremos que fuimos engañados o manipulados. O razonaremos que había demasiada información para discernir la correcta o la verdadera. Y probablemente haya sido así. Pero también por el camino habremos ya caído en falacias de autoridad, “ad hominen” o “ad populum” para aferrarnos a nuestra verdad. Y todas esas actitudes, aunque pensemos que nos protegen, en realidad nos dejan “vendidos” ante el siguiente error, ante la siguiente manipulación, ante el siguiente envite de la vida. Y no habremos aprendido la lección. No habremos cultivado nuestro libre albedrío. No habremos forjado nuestro criterio, en lugar de delegarlo en otros. Y seremos “carne de cañón” para formar parte del rebaño al que conducir de un lado para otro según lo que interese en cada momento. Repitiendo curso.

WikiImages en Pixabay
Ante el error, para no repetir curso, sólo cabe reconocer que no se sabe o que nos hemos equivocado. Sólo la valentía y la humildad que requiere ese pequeño pero importantísimo gesto, nos abre las puertas para cambiar de estrategia, evolucionar y aprender. Es el heroico paso que da una persona que interiormente es capaz de reconocer que tiene un problema de adicción si quiere superarlo, o el que da quien siempre cae en el mismo tipo de parejas tóxicas si quiere aspirar a una relación más sana, por ejemplo. Reconocer internamente el error para trascenderlo. Y ese proceso interno es muchísimo más importante que las trifulcas en tertulias o en redes sociales por “llevar la razón” y “restregarle” al otro que se equivocó.  Ahí sólo hay ego y más ego. Sin embargo, en ese reconocimiento interior y en privado sólo hay sanación desde una auténtica búsqueda de la verdad. Y si se admite ante otros para ayudarles con esa decisión, aún más. Por eso, siempre nos ha parecido una aberración cuando se critica a alguien que ha cambiado de opinión o de criterio. ¿Vamos a estar eternamente defendiendo lo mismo, haciendo gala de nuestra “cerrazón” e inmovilismo, aferrándonos a lo que sabemos o a lo que ignoramos, incluso cuando vemos que nos hemos equivocado? Sólo la verdad nos hace libres, se dice en S.Juan 8,32.

Hablando de fallos al apuntar y de los errores al guiar nuestros pasos hacia una meta, si hay un concepto que ha perjudicado a generaciones y generaciones ha sido el de entender la "vida eterna" como la vida después de la muerte. Como si hubiera dos vidas: una aquí abajo y otra allá arriba, separadas y muy distintas. Pero en realidad, sólo hay una. Y probablemente lo que se tradujo en las Escrituras como “vida eterna” debería haberse traducido como "vida verdadera", “vida auténtica”. Y desde esa perspectiva no vale contentarse con padecer aquí para disfrutar allí. No vale errar aquí para acertar allí. La vida es un continuo. Y de lo que se trata es de vivir el cielo aquí en la tierra. Y más aún ahora, en que "llegó la hora".

Pixabay

En definitiva, si hay que “poner a Dios por testigo”, que sea para que podamos escuchar y abrir los ojos a la realidad, a lo que la vida nos dice en relación a lo que hemos venido a hacer a este mundo, y a la verdad que nos conecta con nuestro “yo” más auténtico. Todo lo demás sobra. Todos los demás sobran con sus respectivas “verdades”. Incluso sobra cuando alguna que otra vez hemos repetido curso obcecados en nuestra verdad, si finalmente hemos conseguido encauzar el curso y hemos aprendido lo que tocaba aprender. Porque entonces habremos superado la prueba y habremos trascendido el sufrimiento de pensar que algo no iba bien en nosotros, de que en cierto modo éramos un error.

Hay una gran canción que no lo puede expresar mejor. Es de un joven talento del rap que nuestros hijos nos han descubierto hace poco. NF (que así se llama) tiene actualmente 33 años. Sus padres se divorciaron, y fue criado por su madre hasta que el novio de ella lo maltrató físicamente, y tuvo que irse a vivir con su padre. Su madre acabó muriendo por sobredosis de drogas. Y él ha tenido problemas psicológicos importantes y algún intento de suicidio. Su canción “Mistake” (Error) dice así:

“Siento que estoy en un callejón sin salida,

esperando a que me digas que estoy bien.

Si el tiempo cura,

dime por qué me mato

intentando mostrarte que no soy un error.

Tengo cualidades de las que no estoy orgulloso.

Hice promesas que abandoné.

He tenido días en los que siento que no merezco amor.

Así que piensa lo que quieras,

pero no me llames "Error"”.

No somos un error, aunque nos hayamos equivocado. Aunque nos hayamos hecho daño a nosotros y a quienes queremos. Y podemos sacar nota en este gran curso que es la vida. ¿Que cómo podemos saber si vamos progresando? Lo sabremos cuando estemos alineados con nuestro propósito, con nuestro dharma, con nuestro “yo” auténtico. Quizás haya que dar pasos y tomar decisiones. Desaprender lo aprendido. Superar creencias limitantes. Salir de la zona de confort. Incluso puede que tengamos que reconocer errores y reírnos de nosotros mismos. Pero después, veremos con claridad que nuestra alma está feliz y que las cosas salen. No habrá que poner a nadie por testigo. Será así de obvio.


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martes, 30 de abril de 2024

¿Luchar por la Paz?

Vivir ajenos a la prensa, la radio y la televisión tiene sus ventajas. Y cada vez somos más los que las disfrutamos, creando nuestra propia realidad, y no la que intentan imponernos a golpe de titular. Son tiempos de alejarse de las noticias para encontrar tu centro, tu equilibrio. Pero como a veces me hablan de lo que está pasando y me suena a ciencia ficción, dedico unos minutos a leer las portadas. Y hace unas semanas me topé con una enorme de El País que decía: "Europa se prepara ya para un escenario de guerra". Me pareció tan apocalíptico, que pensé que sería una broma de mal gusto, e indagué más. Pero lo que me encontré fue yendo de mal en peor. Que si Charles Michel, Presidente del Consejo Europeo, diciendo que "si queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra". Que si la Presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von del Layen diciendo que "la amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible", y que hay que prepararse ya. Que si Josep Borrell, Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad diciendo que no apoya a Ucrania por "amor al pueblo", sino por "interés propio". Que si el Presidente francés Emmanuel Macron diciendo que "no descarta el envío de soldados a Ucrania". Que si Donald Tusk, Primer Ministro de Polonia, afirmando que "estamos en una época de preguerra, y Europa debe prepararse". Que si Kaja Kallas, primera ministra de Estonia, diciendo que “para evitar la tercera guerra mundial, Rusia debe perder”. Que si incluso se ha abierto ya el debate sobre el intocable asunto de los "bonos de guerra" en la UE. Que si hay "expertos" que cifran ya en 300.000 los soldados europeos necesarios para proteger el flanco oriental del continente. Que si, por supuesto, la propia Ucrania amenaza con multas a aquellos jóvenes que no estén dispuestos a ir al frente. Y de colofón, para subir el nivel, que si nuestra Ministra de Defensa, Margarita Robles, diciendo que "la amenaza es total y absoluta", tras repetir innumerables veces la palabra "Putin" y "amenaza nuclear" en su entrevista. Y si repasas los titulares en relación al conflicto palentino-israelí algo parecido, si no peor. Como si hubieran pasado siglos desde que hace nada, conmemorando los 70 años del fin de la II Guerra Mundial, todos esos mismos líderes se comprometieran con la paz, dándose golpes en el pecho.

Foto de Emilio Morenatti
Puedes acabar pensando que el mundo es un auténtico desastre si permanentemente estás recibiendo información de este tipo, y te recreas en ese parloteo mental. Lo acabo de experimentar con fuerza recabando simplemente esos titulares. ¿Qué alimento metemos en la mente?  Y eso sin entrar ni siquiera a profundizar en lo interesado del mensaje que recibimos: lo de las "armas de destrucción masiva" para conseguir el apoyo a la invasión de Irak hace unos años; lo del concepto de "One Health" para convencernos de aceptar el Tratado Global sobre Pandemias y el fortalecimiento del Reglamento Sanitario Internacional que ya tenemos en puertas; o este concepto de "si quieres la paz, tienes que batallar" de todos estos titulares, que buscan sólo incrementar el gasto en Defensa y apoyar intereses geopolíticos difíciles de confesar abiertamente. Siempre que se quiere manipular a la población se apelará a grandes principios que no dejan de ser un anzuelo. Pero cuidado con lo que vemos, lo que oímos, con quién y de qué hablamos. Porque si no cuidamos ese alimento que nutre nuestra mente, la mente se oscurece. Y debemos dar la voz de alarma sobre a cuánta gente cercana observamos que se le está oscureciendo la mente, gente queridísima que no encuentra un sentido a la vida con tanta amenaza y tanta presión.
Si no fuera porque hay centenares de miles de personas muriendo en esos conflictos, con nombres, apellidos y familias que los aman, bien parecería que todos estos líderes están en un patio de colegio, jugando con nuestras vidas. Les da igual que sea en Ucrania, en Gaza, o en la infinidad de escenarios bélicos que hace poco recordaba el propio Papa Francisco. Ellos azuzan con coordinación y precisión calculada el miedo, la inseguridad y la incertidumbre necesarias para implantar quizás de aquí a pocos años (¿2030?) un nuevo orden mundial que pueda ser mayoritariamente aceptado como teórica solución a tanta distopía. Apretar, apretar y apretar para luego ofrecer la solución "mágica" y que, ya exhaustos, simplemente nos preguntemos: ¿dónde hay que firmar? Para ello, nada mejor que este "martilleo" en el inconsciente colectivo que tan buenos resultados les está dando en los últimos años. Hace poco leía en alguno de mis grupos whatsapp a viejos amigos diciendo barbaridades contra palestinos, israelíes o rusos, por las atrocidades que dicen que hicieron en el pasado, y justificando por ello el "ojo por ojo" del bando contrario en el presente. Mientras otros, amigos y familiares cercanos también, están sufriendo de problemas mentales y de ansiedad en estos contextos tan premeditados de presión asfixiante. 
Mirémosnos. Paremos un momento. Dejemos de señalar siempre a los que mandan, como si nuestras vidas realmente les pertenecieran. Si de verdad nos preocupa todo esto, ¿qué es lo que nos conmueve y remueve ante hechos tan desoladores y que causan tanto dolor a tanta gente, sea en Ucrania y su posible expansión a Europa, sea en Gaza o en Israel? Si de verdad nos miramos por dentro, lo que nos conmueve y remueve no puede ser otra cosa que el sufrimiento del prójimo. No cualquier inclinación emocional o mental (favorable o contraria, de simpatía o de animadversión) hacia alguno de los teóricos “bandos” en conflicto, sea Israel o Palestina, Ucrania o Rusia. Por eso, la teoría de los bandos es consecuencia de la inconsciencia, que rompe a la humanidad en banderas y fronteras, en creencias e ideologías fanatizadas, en juicios y ficciones mentales impregnados de egoísmo y ciegos hacia el otro y lo otro. Por el contrario, para la consciencia, lo único que existe es la compasión y la consiguiente movilización ante los que sufren, dando además igual su nacionalidad, su religión, su color, su cultura, su lengua, sus costumbres.

Como recalca Emilio Carrillo, es muy fina, aunque categórica, la línea que separa lo que es compasión de lo que no. No es compasión la que, casi sin darnos cuenta, derrapa hacia el enfrentamiento, al nivel que sea, contra el que causa el daño, convirtiéndolo así en el protagonista de esa falsa compasión, mientras el dañado queda relegado a un papel secundario, a una mera excusa para justificar nuestra baja vibración contra el causante del dolor. Sin embargo, sí es compasión la que se centra por completo en el que sufre, llenándonos de ternura y empatía, para, si es posible, procurar paliar su dolor y practicar el apoyo, el acompañamiento o la escucha.

No podemos permitirnos que otros decidan por nosotros. El mundo sólo cambia si cambias tú. No podemos estar siempre esperando que suceda algo para movernos de donde estamos. Porque los conflictos que subyacen en esas guerras son exactamente los mismos que subyacen dentro de ti y de mi. Por eso es tan absurdo dedicar horas y horas a ver las noticias, y no dedicar ni cinco minutos a conectar con nuestro Yo más profundo, con nuestro Propósito de Vida. Tenemos problemas con el mal que azuza las guerras porque pensamos que ese mal no tiene nada que ver con nosotros. Pero sí. Lo siento. Dentro de nosotros hay fuerzas que nos construyen o nos destruyen. Esa sombra que alienta esas guerras también está dentro  de nosotros. Y quizás, en lugar de mirar tanto hacia afuera, toda esta locura debería provocar en nosotros esta pregunta interior: ¿Qué hay de mí en todo esto? Si no dedicamos energías y esfuerzo a la enorme tarea de superar esos conflictos internos nuestros, ¿cómo pretendemos que se superen los conflictos externos de esas guerras? Como dice Pablo D´Ors, quizás no quede otra alternativa que descubrir en nuestra propia herida la herida del mundo. No se trata de mirar para otro lado. No se trata de no pensar o de no cuestionarse las cosas. Se trata de darnos cuenta, quizás, de que vivimos en guerra con nosotros mismos. Que todos tenemos dentro demonios que van minando nuestra confianza en la vida y ensombreciendo nuestro rostro. Y que el reto es recuperar el sentido común y la victoria de la armonía.

Por ello, seamos conscientes de nuestras emociones, pensamientos y actos. Y a la vista de lo que nos conmueve y remueve ante estos tambores de guerra y esas amenazas que suenan por doquier, la pregunta sería: ¿nuestra actitud o inclinación interior tiene que ver con esta compasión de verdad o con su falseamiento? Puede ser que en un momento dado, te toque parar con tu mano el brazo del que golpea al vulnerable o al excluido. De acuerdo. Pero que, como base de ello, nunca deje de estar la compasión, ese deseo de paliar el dolor del que sufre. Y que, por favor, jamás sea adulterada y sustituida por el enfrentamiento, la lucha o la confrontación contra el perpetrador del daño. Eso que llaman: "Luchar por la Paz", y que justifica desde el sofá la entrega de ingentes cantidades de armamento para machacar al contrario. Huye de esos alineamientos que pretenden dividirnos, y de ese "yo con...", acompañado de la banderita o de la foto de tu bando. Solo así mantendremos la alta frecuencia vibracional propia de nuestro Ser y evitaremos contaminarnos de la baja vibración del agresor, y de este coro de "líderes" y medios de comunicación, que tratan de impulsar ciertas agendas belicistas.

Foto de Emilio Morenatti

Como decía, Jiddu Krishnamurti en "La Libertad Primera y Última": "Discutiremos sobre la paz, proyectaremos leyes, crearemos nuevas ligas, las Naciones Unidas, y lo demás. Pero no lograremos la paz porque no queremos renunciar a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestros dineros, a nuestras propiedades, a nuestra estúpida vida. Confiar en los demás es absolutamente vano; los demás no nos traerán la paz. Ningún dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz. Lo que traerá la paz es la transformación interna que conduzca a la acción externa. La transformación interna no es aislamiento; no consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, sólo puede haber acción verdadera cuando hay verdadero pensar; y no hay pensar verdadero cuando no hay el conocimiento propio. Si no os conocéis a vosotros mismos, no hay paz".  Más claro es difícil decirlo. Todo lo demás es "manosear" la palabra Paz, dándole la vuelta a su sentido profundo, como quien le da la vuelta al calcetín para conseguir algo de nosotros: sea un voto, un silencio, un puñado de euros, o un soldado...Lo que en cada momento interese.

Ese tipo de "pacifismo de solapa"  o de lo políticamente correcto debe ser superado. Si los líderes, los poderes fácticos o los gobiernos quieren jugar a ese pacifismo de "darle la vuelta al calcetín", ¡allá ellos! Nosotros, como mayoría que puebla este planeta, apostemos por esa "Reverencia por la Vida", que tan bien describía Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz en 1952: “

Foto de Evgeniy-Maloletka
Respetar la inmensidad sin fin de la Vida (…) Respetar todo lo que vive (…) Sentir compasión hacia todo lo que vive: he aquí donde radica el principio y fundamento de toda ética. Quien un día haya realizado esta experiencia, no dejará de repetirla, quien haya tenido esa toma de consciencia una vez, ya no podrá ignorarla jamás. Este es un ser moral que lleva en su interior el fundamento de su ética, porque la ha adquirido por propio convencimiento, porque la siente y no la puede perder. Pero aquellos que no han adquirido esta convicción, no tienen más que una ética añadida, aprendida, sin fundamento interior, que no les pertenece y de la que fácilmente, según las conveniencias del momento, pueden prescindir. Lo trágico es que, durante siglos, la humanidad sólo ha aprendido éticas de conveniencia, que cuando hay que ponerlas a prueba no resisten: son éticas no sentidas. El resultado es la grosería, la ignorancia, la falta de corazón… Y, no lo dudemos, esto es así porque todavía no es general la posesión de la base de toda ética: el sentimiento solidario hacia toda vida, el respeto total a la vida”. 

Si ese concepto de PAZ, con verdaderas mayúsculas, no ha calado en los habitantes de este planeta, no habrá otro remedio que apostar por lo que decía María Montessori en "Educación y Paz": “Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para competir y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”. Es lo que insistía Schweitzer, “mientras el círculo de la compasión no abarque a todos los seres vivos, el hombre no hallará la paz por sí mismo”. Esto también lo recogen de otro modo los Evangelios: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeñuelo de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mateo, 25:40). 

Foto de Yuri Dyachyshyn
Ojalá que, tras todo este proceso interior, nuestra vibración sea alta, y no nos dejemos arrastrar por este frenesí belicista. Pero no seamos inocentes: aunque hagamos ese trabajo interior fundamental, salvo que seamos mayoría, desde fuera van a intentar forzarnos a participar de ese "luchar por la paz", de ese "prepararnos para la guerra, si queremos la paz", de ese concienciarnos de la "amenaza total y absoluta" que se cierne sobre nosotros. Y será entonces cuando debamos ser conscientes de que nos ha tocado vivir en este mundo y en este momento, y de que no tenemos más remedio que asumir la convivencia con toda esta locura. Pero que no nos pidan ir más allá. Convivencia con toda esta locura sí, no queda otra. Connivencia no. Que no nos pidan ser cómplices de esta barbaridad o indiferentes a ella. No seamos tan estúpidamente correctos como para tolerar un mal así. Y aunque nunca nos hubiéramos imaginado plantearnos esto, quizás no quede otra que hacer como padres, lo que ya hemos acordado con nuestros hijos. Lo recoge muy bien una estrofa de esta bella canción en alemán (ver con subtítulos en español), para evitar lo que tantas familias ucranianas, rusas, palestinas o israelíes ya están sufriendo:

"Prefiero irme a un lugar desconocido, siendo pobre o ladrón de la noche.

Prefiero huir con ellos yo mismo a que ustedes les hagan sus siervos.

Prefiero que nos vayamos lejos, y vivir pobres o como ladrones de la noche.

Sólo tenemos esta corta vida.

Lo juro, y se lo digo directamente a la cara:

NO darán su vida por su locura.

NO. No daré a mis hijos".


Ojalá que, junto a nuestros hijos y nietos, seamos mayoría, y nadie pueda imponernos la locura de la división y de la lucha.

Ojalá que cada vez seamos más quienes tengamos interiorizada esa PAZ con mayúsculas que tanto y tantos anhelamos. 


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