Dentro
del género de la ciencia ficción, la relación entre máquinas y humanos ha dado
grandes títulos a la Historia del cine. En mi opinión, la cúspide sobre esta temática
la ocupa “Blade Runner”, visionaria y embriagadora propuesta que, desde su
banda sonora a su estética visual y desde sus personajes a sus diálogos, me
fascina por completo. Pero, al margen de la mítica obra de Ridley Scott, las
muestras resultan muy variopintas, como sucede con “Teminator 2”, de James
Cameron, donde la acción adquiere también gran importancia. Asimismo, la saga
de “Star Wars” refleja a la perfección ese paradójico vínculo entre robots y
personas. Partiendo de la clásica y casi centenaria “Metrópolis”, de Fritz Lang
y llegando a “Inteligencia artificial”, de Steven Spielberg o “Ex Machina”, de
Alex Garland, el Séptimo Arte se ha sentido profundamente interesado por un
ámbito que, a estas alturas del milenio, quizá ya no debería calificarse como
ciencia ficción.
Ahora
se estrena en la plataforma Netflix “Estado eléctrico”, cinta que, comparada
con las anteriormente citadas, se torna una historia insulsa y puerilmente
contada. Pienso que, incluso para el público infantil, adolece de gracia y
alicientes. Me vienen a la memoria otros ejemplos dirigidos a espectadores de
corta edad, como el de “Acero puro”, protagonizado por Hugh Jackman y centrado
en los combates de boxeo mixtos, pero con un nivel de entretenimiento superior
y una construcción narrativa más elaborada, y concluyo que este “Estado
eléctrico” queda en un punto indefinido por lo que respecta al tipo de
destinatario y, más aún, manifiesta carencias en el guion, en la dirección y
hasta en la interpretación.
En
un futuro distópico donde los avances tecnológicos y la Inteligencia Artificial
han alcanzado cotas preocupantes, una joven y un robot viajan al Oeste de los
Estados Unidos, atravesando un país devastado por la crisis y por el conflicto
generado por las máquinas, con el objetivo de hallar al hermano de la chica,
desaparecido hace tiempo.
Al
parecer, se trata del largometraje más caro rodado por Netflix, superando los
trescientos millones de dólares, sin duda una apuesta tremendamente ambiciosa
por parte de esta popular productora. En cualquier caso, de ser así, supone
toda una decepción. Ignoro el éxito que obtendrá y la vía para rentabilizar
semejante gasto pero, en su afán por apostar sobre seguro, el aluvión de
millones destinados a efectos especiales y a recreación de androides, autómatas
y demás artilugios sorprendentes ha derivado en un producto infantiloide y sin
emoción.
Millie
Bobby Brown encabeza el reparto. Famosa por la serie “Stranger Things”,
recientemente ha dado vida a “Damsel” en el film del realizador canario Juan
Carlos Fresnadillo, convertido en el más visto de la citada plataforma en 2024.
Le acompaña Chris Pratt, curtido en fórmulas triunfadoras como las de
“Guardianes de la galaxia” o “Jurassic World”. Ha participado igualmente en las
más destacadas “Moneyball: Rompiendo las reglas” y “La noche más oscura”.
Completan el elenco algunos secundarios de lujo, como Stanley Tucci (“The
Lovely Bones”, “Spotlight”, “El diablo viste de Prada”) o Holly Hunter (Oscar a
la mejor actriz por “El piano” y nominada por “Al filo de la noticia”, “La
tapadera” y “Thirteen”). Aportando su voz, colaboran Woody Harrelson (“Tres
anuncios a las afueras”, “El escándalo de Larry Flynt”) y Ke Huy Quan (aquel
niño de “Los Goonies” e “Indiana Jones y el templo maldito” que intervino en
2022 en la increíblemente oscarizada “Todo a la vez en todas partes”).
En
definitiva, ni la inversión realizada ni la categoría del equipo artístico se
reflejan en el resultado final: un relato plano y previsible que sobresale más
por sus vacíos que por su ingenio.