Acabo
de disfrutar con una novela de las que llamo clásicas. Es una novela de amor,
pero tiene su punto de historia. Es una novela, pero podría tratarse del relato
verídico de una persona, de una familia, de un país.
Es
una novela que narra, pero las palabras transmiten imágenes.
El
tiempo de la novela es caprichoso; de forma lineal transcurre en los dos
primeros días de 2009, pero mediante analepsis nos retrotrae hasta finales de
la década de los 50 o principios de los 60, cuando Laura e Isabel son dos niñas
que se conocen en la finca de esta, Las Correntías.
Es
una novela que ves mientras la lees, como esas grandes novelas que aparecen en
televisión y que, siendo reflejo del pasado, apuestan por un futuro mejor «¡Cómo ha cambiado la vida —se admira Isabel
de vuelta al siglo XXI—. ¡Cómo se abusaba de quienes no tenían nada! ¡Ojalá que
nunca vuelvan a repetirse escenas como aquellas!».
Dicen
que te quise tanto
es una novela que merece la pena leer, porque la autora Mar Moreno ha puesto su alma en ella. El narrador muestra, con
términos sensoriales, sentimientos que aluden a los cinco sentidos: El sonido
de los villancicos, el olor de los jazmines, el sabor de un merengue, la visión
de los árboles, el tacto del frío aumentan su poder sensorial cuando generan en
nuestra mente imágenes asociadas que nos conmueven «Mientras camina, recibiendo en su rostro el helado beso de buenas
noches del mes recién llegado, se acuerda de lo que las Navidades le gustaban a
su madre».
La
estructura externa de la novela es muy sencilla: son dos días, durante los
cuales Isabel León llega a La Carolina, desde Madrid; va al cementerio, a casa
de su prima, al hotel donde se hospeda, da un paseo por el pueblo, por la
finca, va al notario y vende Las Correntías a don Juan Casas Heredia. Será este
quien dé la última sorpresa a Isabel. Ella no lo espera, pero se queda con la
sensación de que el tiempo lo pone finalmente todo en su sitio, «Al cabo de los años las decisiones
políticas y humanitarias de su abuelo Alberto, consideradas durante tanto
tiempo como errores, se habían convertido en aciertos Aún puede Isabel volver
al cementerio para despedirse de Laura antes de regresar a Madrid».
La
estructura interna es más complicada. El narrador consigue que los lectores
conozcamos a estas dos mujeres de diferente clase social, unidas por el querer,
capaces de cambiar, con esfuerzo y decisión, una antes que otra, y gritar a
todos su amor. Eran tiempos difíciles, tiempos en los que las relaciones entre
diferentes estatus eran impensables, tiempos en los que la homosexualidad era
perseguida y castigada. Isabel, ahora con 60 años, piensa que su vida está
hecha y vuelve al pueblo para arreglar su situación respecto a la finca que ha
pertenecido a su familia, pero vivirá algo más; los recuerdos la llevan a
momentos que creía olvidados, revive en ellos las experiencias y hasta lo más
insignificante cobra sentido. Aparece en la novela el presente anímico y es en
él donde Isabel valora su vida, en él Isabel revive feliz sus circunstancias
porque prevalece lo bueno que descubrió con Laura. Ha aceptado su realidad y
está dispuesta a afrontar el futuro, consciente del pasado y coherente con lo
que ha significado su relación con Laura. Ahora sabe qué es lo verdaderamente
importante. No elimina el dolor, pero da sentido a todo al aceptar sus
experiencias. Isabel, por fin se siente libre, ha aprendido la lección que con
tanto amor le enseñó Laura, «su espalda
se ha enderezado dejando atrás el gesto apesadumbrado y corvo al que ya se
había acostumbrado […] Laura la acompañará en cada sonrisa de su vida […] Tiene
ganas de volver a Madrid, a su hogar».
El
estilo es impresionista; junto a las reflexiones largas, meditadas, aparece una
prosa poética, evocadora para que Isabel reflexione sobre su relación con los demás
y consigo misma, sobre su papel y el papel de la mujer en la sociedad.
Los
recuerdos de más de cincuenta años se analizan según evocaciones sensoriales,
sin embargo los lectores construimos la historia con sensación de continuidad.
El
narrador, en tercera persona, mezcla en su relato descripciones y reflexiones
en primera persona dando la impresión de que es la voz de Isabel la que va
contando todo, «Cómo no cuestionarse
tantas indecisiones, tantas ambigüedades que, intentando confundir a los demás,
solo acabaron por confundir a la única persona que he amado en mi vida».
Asimismo, en los diálogos tenemos la impresión, a veces, de que es la voz del
narrador el que los reproduce, como si contara los hechos a un espectador
atento. Por supuesto, la voz de Laura aparece en la novela, no solo en los
diálogos traídos en las analepsis, también en las cartas que le envía a Isabel;
el deseo y amor entre ambas se pone de manifiesto. Laura aporta la valentía que
contrasta con el miedo de Isabel. Las contradicciones de esta son el resultado
de los sentimientos de ambas.
No
solo las analepsis enredan en el presente, también las prolepsis van avisando
de sucesos futuros, que mantienen la atención del lector mientras colocan al
narrador como un dios que todo lo sabe sobre las protagonistas, sobre el pueblo
y sobre el propio país. El juego de voces difumina estos elementos narrativos
con gran acierto «Las dos chicas
disfrutaron de los dulces y siguieron charlando felices, ajenas por completo a
la red que el despiadado futuro estaba comenzando a tejer para atraparlas».
Abundan
las metáforas poéticas, significantes del amor por Laura y, sobre todo, del amor
de Laura. Son metáforas que en ocasiones implican al universo, en otras, las
imágenes dibujan la grandeza del verdadero amor cuidado, aunque oculto, que
hubieron de mantener las protagonistas.
Los
párrafos anafóricos agrandan el amor y lo acogen en secreto,
Cajas, repite Isabel, cajas
amontonadas […]
Cajas reposando ajenas al paso del
tiempo […]
Cajas atestadas de recuerdos […]
Cajas que convivían con el eco de la
voz de Laura […]
Cajas impregnadas con el olor de Laura
[…]
Cajas entre sombras […]
Y
entre estas metáforas, poesía y belleza aparece la denuncia de los temas más
duros vividos en los últimos tiempos: el maltrato animal, que era algo habitual
en algunos sectores. La subordinación, indiferencia, invisibilidad de la mujer
en la segunda mitad del siglo XX. El acatamiento de la mujer, por miedo a
perder lo que tenía, durante el franquismo. La vida hipotecada de la mujer, por
miedo a enfadar. El acoso sufrido y callado al ser visto como algo normal, algo
a lo que el hombre tenía derecho. El interés de la iglesia y de la clase alta
en la incultura del pueblo. La prepotencia de los fascistas para esconder su
ineptitud. El miedo irracional a perder el poder. La desgracia de ser
homosexual, y el terror a ser descubierto como “desviado”.
Mar
Moreno deja una impronta optimista en las imágenes de comienzos del siglo XXI,
imágenes que confirman un cambio, efectivamente, pero no radical. Ojalá vayan
desapareciendo los desheredados a los que se les prohíben privilegios que
gozamos, por ahora, el resto de la sociedad.
«allí estaban los otros con sus ropas sucias, con las manos encallecidas, las uñas negras de tierra y de aceite, allí estaban sus hijos, ateridos de frío con agujeros y manchas de grasa en los calzones y en los leotardos después de restregarse todo el día por el suelo o dormir en los capachos».