El Fausto que se nos representa al principio es un ser dual, aferrado a la existencia terrenal pero a la vez anhelante de conocer los secretos del más allá:
"Dos almas residen ¡ay! en mi pecho. Una de ellas pugna por separarse de la otra, la una, mediante órganos tenaces, se aferra al mundo en un rudo deleite amoroso, la otra se eleva violenta del polvo hacia las regiones de sublimes antepasados. ¡Oh! Si hay en el aire espíritus que se mueven reinando entre la tierra y el cielo, descended de las áureas nubes y conducidme lejos, a una nueva y variada vida. ¡Ah, si yo poseyera tan solo un manto mágico que me transportara a extrañas regiones, no lo cedería por las vestiduras más preciosas, ni por un manto real!"
Pero paradójicamente, después de una breve prueba es el amor el sentimiento que hace que Fausto caiga en la tentación. La plenitud física y de conocimiento que consigue gracias a los poderes oscuros le consiguen los bienes que todos anhelamos, lo cual no va a impedir que su breve historia amorosa con Margarita acabe en una inmensa tragedia, porque en cualquier caso la existencia del protagonista sigue sucediendo en un mundo en el que el mal se mueve a sus anchas. Pero la tragedia de Goethe es mucho más. Se trata de una obra inabarcable en la que se funden los mitos clásicos con las creencias religiosas y su desmesurada segunda parte asistimos a toda clase de acontecimientos grandiosos que ponen a prueba constantemente a unos lectores que siempre leen con mucho más agrado la primera parte de la obra, la más famosa y representable teatralmente. Según Cansinos Assens, uno de sus grandes lectores españoles, se trata de una obra literaria inconmensurable:
"Tiene su punto de partida en los Cielos y a ellos vuelve su curva gigantesca, después de abarcar toda la amplitud de la tierra y profundidad de la subtierra, medir la altitud de las montañas y sondear la hondura de los mares y cargarse de todo el légamo de la cultura y del mito que los hombres y el tiempo fueron acumulando."
La versión cinematográfica de Murnau es una adaptación realmente impresionante, una obra que lleva hasta el límite las posibilidades técnicas del cine de la época. Fausto contiene escenas míticas, como la de Mefistófeles envolviendo una ciudad con su oscuro manto para desencadenar la peste o la aparición de los cuatro jinetes del Apocalípsis. Imágenes inquietantes que han influido en obras posteriores. Pero el alma de la película es la actuación de Emil Jannings que se encuentra en su salsa interpretando al diabólico personaje, un rol en el que ofrece una gran variedad de recursos interpretativos.
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