martes, marzo 18, 2025
miércoles, marzo 12, 2025
Vertedero, de Oliver Franklin-Wallis
Conozcamos nuestra basura, escribía Don DeLillo en Submundo, novela que citan varias veces en Vertedero.
Me interesa mucho todo aquello que menudea bajo la superficie o que no se ve a simple vista: por eso tengo libros de investigación sobre las ratas de NY, los subterráneos de Londres y de otras muchas ciudades, el funcionamiento del cáncer y de los virus y de los excrementos, las actividades cotidianas de los psychokillers...
Por eso no podía perderme Vertedero, que es sin duda uno de los grandes libros de 2025. Su autor dedicó 4 años a recorrer el mundo, entrevistarse con gente e investigar qué ocurre con lo que tiramos. Su viaje es fascinante e incluye vertederos, activistas del friganismo, depósitos de chatarra, plantas de reciclaje, colonialismo tóxico, contenedores de ropa usada, cenizas de cadáveres, alcantarillas y aguas residuales... El último capítulo, en torno a la gestión de residuos nucleares, es bastante terrorífico: la toxicidad de muchos de esos materiales durará miles de años. Algunas citas:
Donar no es una salvación: para la mayoría de nosotros, se trata solo de hacer que nuestro problema más actual (tener demasiadas cosas) sea de otra persona.
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¿Qué fue lo que escribió DeLillo? “Los residuos son la historia secreta, la subhistoria”. Todo lo que enterramos es una cápsula del tiempo de destino desconocido. El problema es que los residuos tienen la costumbre de resurgir.
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Sentirse culpable es también caer en la misma trampa inmemorial de que la responsabilidad personal será suficiente para cambiar el sistema.
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Una vez que de verdad empiezas a fijarte en los residuos, los ves por todas partes. Se convierten en una obsesión. Pasado un tiempo, comienza a pasarme factura anímica.
[Capitán Swing. Traducción de Daniela Martín Hidalgo]
viernes, marzo 07, 2025
Mi muerte, de Lisa Tuttle
Lo que logra Lisa Tuttle (de quien también os recomiendo los cuentos de terror de Nido de pesadillas) en unas 130 páginas es brillantísimo: una novela circular que parece de no ficción en la que una escritora, metida en el duelo y en el bloqueo literario, decide preparar un libro sobre una olvidada artista y escritora a la que pintó un famoso artista y escritor en una versión de Circe... a la que sin embargo la Historia parece haber medio borrado (a ella, no a él).
Cuando uno lleva unas páginas y decide buscar en Google más datos de aquella pareja... descubre que son vidas ficticias de Tuttle, pero tan bien urdidas que uno se las había creído.
Durante su investigación la narradora empieza a encontrar elementos inexplicables, como la ceguera repentina del escritor cuando visitaron una isla o el enigma del título del cuadro que ella pintó en ese viaje: Mi muerte... Empieza a descubrir cosas familiares entre ella y la mujer retratada, Helen Ralston, que aún sigue con vida y a la que podría conocer. No se puede contar mucho más para que al lector le sorprendan los pasos que la autora va dando en torno a los temas de la musa, el olvido o la memoria. Muy buena. Un fragmento:
Mi última obra de no ficción se había publicado casi quince años antes y no había sido un bombazo ni un desastre. Hubo reseñas positivas y agotó la primera edición. Por desgracia para mí, nunca se reimprimió y la esperada edición en bolsillo tampoco llegó a salir. En ese ínterin la editorial fue absorbida por otra y mi editor fue uno de los muchos miembros de la plantilla que sufrieron las consecuencias de la reorganización y acabaron en la calle. Mi libro se perdió en medio de aquel caos y, para cuando se me ocurrió una idea para otra obra en la misma estela, la moda ya había pasado, nadie mostró interés y mi flamante trayectoria como autora de no ficción popular quedó en agua de borrajas. Todo esto había ocurrido hacía mucho tiempo, no entendía por qué no podía darme otra oportunidad.
[Muñeca Infinita. Traducción de Regina López Muñoz]
martes, marzo 04, 2025
viernes, febrero 28, 2025
jueves, febrero 27, 2025
Casas de locos, de Colin Barrett
Una o dos veces al mes necesito leer algo de género negro o similar, una de esas novelas duras y ásperas, con personajes al filo y muchos diálogos, y a menudo Sajalín saca algo de estas características. La primera novela de Colin Barrett, de quien ya recomendamos sus relatos por aquí, no es exactamente de género negro pero cumple las otras condiciones y es muy adecuada para la colección Al Margen.
Cuando uno la termina advierte que la trama (dos fulanos secuestran al hermano de un tipo que les debe dinero y le dan a éste unos días de plazo para saldar la deuda) es una excusa porque lo que a Barrett le interesa es la vida de estos personajes irlandeses y sus cuitas: las depresiones, las pérdidas de padres y/o madres, el consumo y la venta de droga, los trabajos temporales para ir saliendo del paso, el futuro que se discierne muy oscuro...
Y con ese recurso, y con personajes al filo de la legalidad, nos leemos esta novela que ya nos embruja en la primera página con ese grandullón solitario al que, en el colegio, los chavales solían brear pese a sus dimensiones de titán. Un tío torturado que, a mi entender, resulta el personaje más jugoso del libro. Unos extractos:
Sketch Ferdia tenía unos veinticinco años, un par más que Dev. Era un tipo apuesto, con el corte de pelo engominado de treinta euros de un futbolista de la liga inglesa y la cuidada musculatura de un fanático del gimnasio; en sus brazos grandes y tatuados había tal profusión de letras e ilustraciones que parecían las páginas de un manuscrito medieval. Tenía una engreída mandíbula recta, melancólicos ojos azules y propensión a atizar a la gente en la cabeza siempre que lo consideraba oportuno.
Gabe, en cambio, era piel y huesos. Rozaba los cuarenta pero aparentaba diez años más, con una cara como una iglesia vandalizada, alargada, angulosa y picada, y unos ojos que resplandecían en las profundidades de sus cuencas como ventanas rotas. El suyo era el rostro de un hombre que había pasado por terribles y voraces privaciones, lo que, en cierto modo, era el caso.
Durante casi una década Gabe se había chutado heroína, con la aguja y la correa y toda la parafernalia, una proeza difícil de conseguir allá en el culo del mundo porque la heroína no era una droga disponible ni popular en el oeste de Irlanda. Dev nunca probaba nada más fuerte que la cerveza, pero sabía que los gustos farmacéuticos del mayoíta medio tendían a alejarse de las sustancias que fomentaban la narcosis, la introversión y la melancolía –rasgos que los nativos ya poseían en ingentes cantidades hereditarias– a favor de los estimulantes: anfetas, coca y speed, drogas diseñadas para acelerar el pulso y hacerte perder la cabeza.
Gabe había sido una excepción. Finalmente dejó la heroína hacía un par de años, pero solo después de marcarse una sobredosis en tres fiestas distintas en el transcurso de un solo verano, que en los tres casos acabaron en las urgencias de Castlebar.
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Unos meses antes habían aparecido por su casa como de costumbre y se habían pasado la noche sentados en el sofá de Dev, bebiéndose las cervezas de Dev y hablando por los codos de ese cabrón engreído de Cillian English. Del hijoputa tozudo y cabezota de Cillian. Le debía dinero a Mulrooney, mucha pasta, y hacía ya demasiado tiempo de eso; estaba llegando al punto, sostenían los Ferdia, en que tendría que haber consecuencias. El hermano pequeño y la madre de English vivían en el pueblo y a lo mejor tendrían que darles un toque para demostrarle a Cillian que ellos y Mulrooney no se andaban con chiquitas. Podían pillar al hermano y retenerlo aquí, dijeron.
[Sajalín Editores. Traducción de Magdalena Palmer]
viernes, febrero 21, 2025
Recuerdo: correspondencia seleccionada, de Ray Bradbury
Además de las cartas de Bradbury se incluyen bastantes respuestas de celebridades, por ejemplo Frederick Pohl, Truffaut, Richard Matheson, Anaîs Nin, Fellini, Gore Vidal, John Huston, JFK, Stephen King, Arthur C. Clarke...
Recordemos que Ray Bradbury fue un maestro en lo suyo y continuamente se siguen reeditando y vendiendo obras míticas del calibre de Crónicas marcianas, Fahrenheit 457, El hombre ilustrado o La feria de las tinieblas. En estas cartas vemos su proceso de escritura, sus obsesiones, su afán de perfeccionismo e incluso las polémicas que mantuvo con algunas personas. Uno de los capítulos más interesantes es el último, en el que se consignan algunas reflexiones del autor: ésas que no enviaba a nadie, que eran para sí mismo. Es, no sé es necesario aclararlo, para muy fans de Bradbury, quien llega a decir: Un escritor o es libre de pensar y escribir lo que quiera, moleste a quien moleste, o es un don nadie.
[Minotauro. Traducción de Pilar de la Peña Minguell]