lunes, 16 de diciembre de 2024

ARDE BOGOTÁ EN EL WIZINK CENTER: VIRTUD Y CASTIGO



Carreteras secundarias que recorren espacios desérticos como animales sueltos por un desierto de plasma. Sonidos acelerados que las acompañan a un ritmo alto que funciona a modo de un rápido travelling en forma de película imaginada una y mil veces. Virtud y castigo en la concepción de una música y un grupo, Arde Bogotá, que representan como nadie lo que podríamos denominar el anti-rock nacional, pues ni su puesta en escena ni las vibraciones de sus canciones caminan por esa senda plagada de leyendas, éxitos, fracasos y golpes de efecto a lo largo de las últimas décadas en la música española (CASTIGO). Todo mejora cuando todo se pausa (como ocurrió en la segunda parte del concierto y, por tanto, VIRTUD), sería la otra versión más acertada de una banda que representa muy bien la efusividad de una botella de cava cuando se descorcha y, tras ese primer impulso mágico, sus burbujas yacen placenteras en una copa transparente y fría, aunque brillante. Esa sensación entre hielo y música, pasión y karaoke fue el sentimiento que se nos quedó tras un concierto preparado para confirmar que ahora mismo Arde Bogotá es la banda del momento (como en su día, por ejemplo, lo fueron Vetusta Morla, aunque a la banda de Cartagena todavía le queda un largo camino por recorrer para llegar a donde han conseguido arribar los de Tres Cantos). 

La mal llamada música indie española, a día de hoy, es tan distinta a la de hace no tanto tiempo que, incluso las bandas que nacen tras la cortina protectora de una multinacional de la música, lo hacen sin la pátina de la virtud que se les presupone. Y ahí viene su castigo, porque tras un prometedor primer disco, La noche, la banda de Cartagena ha seguido creando canciones que en nada se despegaban de ese trabajo inicial (aunque haya un punto de madurez palpable en Cowboys de la A3, su segundo cedé), lo que redunda en sus conciertos, pues en ocasiones parece que estemos escuchando la misma canción una y otra vez sin apenas matices que las diferencien. Lo que de alguna forma también le ocurrió a Viva Suecia con sus dos primeros discos, lo que, sin embargo, han sabido rectificar con mucho acierto a posteriori, tal y como pudimos ver y comprobar en su directo en este mismo recinto a principios de año, en el que nos demostraron una madurez como banda digna de elogio. Un reto al que sin duda Arde Bogotá tendrá que enfrentarse en su tercer larga duración y que, tras haber escuchado sus temas, «Torre Picasso» y «Flores de venganza», parece que con muy buen acierto van a rematar el camino de la excelencia. En este sentido, la región de Murcia está de enhorabuena, pues tras grupos como Los últimos bañistas, Second, Newman, o Alondra Bentley, la nueva camada de bandas como Noise Box, Viva Suecia o los propios Arde Bogotá, nos hablan de la buena salud de la que gozan en ese parte del territorio español.

 

Tras las canciones y letras de amor y derrota, espacios en blanco, palabras y diálogos inconclusos o enmudecidos, lució como nadie la escenografía elegida para el evento. Un escenario dividido en dos plantas y un sol naciente detrás, que se convertía en espejo o en la imagen de unas rosas blancas. Un escenario en cuya planta baja se erigía una gran pantalla tras el grupo de la que salían imágenes de sus vídeos y de un público entregado a la causa, lo que ayudaba de una forma muy potente a subir el entusiasmo de sus canciones al envolverlas de unas potentes imágenes. Imágenes esenciales en la sociedad en la que vivimos, pues de ellas se retroalimentarán nuestros recuerdos. Partes y conceptos de una puesta en escena que la engrandecieron con mucho acierto. Tras esa fuerza escénica la voz de Antonio García se resintió en varias fases del concierto, lo que sin duda es la muestra palpable de la larga gira que el grupo está llevando a cabo. A lo que cabría añadir una cierta falta de conexión con el público por mucho que diera saltos a lo largo del escenario, lo que, sin embargo, solventó por las diversas y sinceras muestra de agradecimiento que hizo tras alguna de las canciones —a pesar de que no se le entendiera muy bien en diversas fases de sus discursos—, lo que le sirvieron para fundirse con sus fans que, eso sí, disfrutaron a rabiar con el grupo a lo largo de las dos horas que duró el concierto. Un show que tuvo momentos memorables como, por ejemplo, cuando tocaron el tema «Exoplaneta» y el Wizink Center se llenó de múltiples carteles al inicio de la canción que, más adelante, se transformaron en móviles con la linterna encendida convirtiendo al recinto en un cielo iluminado por múltiples estrellas; o como cuando interpretaron «Virtud y castigo», que acabó con un prolongado oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, tras el cual retomaron de nuevo el tema. Momentos únicos y memorables para la multitud de seguidores que llenaron el Wizink y que acabaron con sus entradas en apenas quince minutos un año antes, tras su paso por La Riviera de Madrid, y que tuvieron relámpagos de esplendor cuando sonaron temas como «Salvación: «Tiene que haber una salida […] Tiene que haber una salida para tanto dolor», o «Los perros».

    

Arde Bogotá en el Wizink Center de Madrid: Virtud y castigo, como lema de una banda que, a buen seguro, nos hará disfrutar con sus nuevas canciones en un futuro no muy lejano.

 

Ángel Silvelo Gabriel

viernes, 13 de diciembre de 2024

RIPLEY, DIRIGIDA POR STEVEN ZILLIAN: LA EVOCACIÓN Y SUS ECOS

 


Sigo inmerso en el inmenso universo en blanco y negro que nos propone Ripley. La culpa la tiene la mirada de Andrew Scott mientras da vida a Mr. Ripley. Una nueva reinterpretación del personaje creado por Patricia Highsmith que evoca el poder de la mirada sin más frontera que el de la búsqueda de una belleza singular y sin límites, tanto o más que la historia de este superviviente sin otro futuro que el de llegar al día siguiente. Ripley es una serie que destaca por la interpretación de Scott y, sobre todo, por la forma tan personal y distinta que tiene de mirar su director, Steven Zaillian, a la hora de contarnos el proceso mental de un estafador de poca monta al que de repente se le ofrece la oportunidad de subir en el escalafón social de una forma accidental. Zaillian se sirve de encuadres imposibles —oblicuos a veces—, zooms de objetos cotidianos inertes —como lo es la propia vida—, y la búsqueda de claroscuros para definir y acercarnos al ambiente, el entorno, y la personalidad de un Ripley atormentado y decidido a no dejarse atrapar. Este juego de gato atrapa ratón tiene mucho de suspense, pero también de sombras que se proyectan sobre la mente del espectador. Sombras oscuras que, si cabe, resaltan más en blanco y negro, pues son capaces por sí solas de mostrarnos una intriga entre electrizante y alternativa en cada uno de los escenarios donde se desarrolla la acción de esta serie distinta y única. Sombras que se proyectan y desplazan como lo hacen en los cuadros de Caravaggio por los que Ripley expresa suma predilección y que, a su vez, son un punto de inflexión en su carácter, por lo que le suponen de autorretratos de su propia existencia. Esa agobiante atmósfera, sin duda, se agranda por la forma en la que Zilliam tiene de aproximarnos el rostro de Ripley en unos primeros planos que le convierten en sospechoso nada más verlo, y donde su facción es la viva imagen de la mentira contenida. A medida que avanzan los capítulos de la serie el universo que se nos muestra es una especie de cárcel fílmica. Arrasadora a la vez que insultantemente bella. Punzante y esquiva al mismo tiempo, en la que el blanco y negro con la que está filmada deviene en una expresión de libertad narrativa y fílmica por lo que ambas cualidades tienen de poderosas y líricas. Pocas veces se han filmado la muerte y su construcción desde un punto de vista tan artístico como estético. ¿Y el tiempo y su evocación? Ambos están amparados por los matices en los que se sostienen la mirada de un director dispuesto a crear evocación desde su propio exilio cinematográfico. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 10 de diciembre de 2024

MIS MEJORES LECTURAS DEL AÑO 2024

1.- GRAHAM SWIFT, EL DOMINGO DE LAS MADRES: ¿QUÉ ES ENTONCES CONTAR LA VERDAD?


¿Hay algo más difícil que detener el tiempo? No el que transcurre tras cada movimiento de las manecillas de un reloj, sino aquel que, en nuestra mente, deja a nuestros pensamientos fuera de este mundo, por su carácter envolvente e hipnótico. Esa sensación es con la que Graham Swift consigue atrapar a sus lectores en esta novela-tiempo que es El Domingo de las Madres. Una historia de historias por la capacidad de envolver en una única narración dos vidas: la realmente vivida y aquella que se quedó parada en un domingo soleado del mes de marzo de 1924. Sin embargo, esa nueva vida en algún momento de nuestra existencia echa de menos a la que no fue, lo que conlleva la necesidad de volver atrás. A través de los recuerdos. Y mediante el juego azaroso de intentar atrapar el tiempo. Aquel que un día lo dejó todo en un estado indeterminado, inconcluso, fugaz, como el deseo que explota sin otra medida que la pasión, y una imperiosa atracción hacia la verdad. Aquella que nunca fue real, y que sólo podemos inventar, fabular, ficcionar…, o simular que la cogemos durante un instante entre nuestras manos: «¿Qué era exactamente, entonces, lo de contar la verdad? ¡Los lectores quieren siempre que hasta la explicación se explique! Y cualquier escritor que se precie los engatusará, los azuzará, se los llevará al huerto. ¿No era lo bastante obvio? Se trataba de ser fiel a la materia de la vida, se trataba de intentar capturar, aunque jamás se logre, la percepción misma de estar vivo.» 

2.- SAM SHEPARD, ESPÍA DE LA PRIMERA PERSONA: EL DESDOBLAMIENTO DEL FIN DEL MUNDO


Todo gira a su alrededor, pero él, sólo observa. Observa y espía… espía el fin del mundo. Sumido en esta metáfora que abraza con fuerza el final de la vida, Sam Shepard explora el final de la suya. «No acostumbro a ser una persona suspicaz. No voy por ahí volviendo la cabeza por si acaso. Pero tengo la sensación —no puedo evitarlo— de que alguien me observa. Alguien quiere saber algo. Alguien quiere saber algo sobre mí que ni siquiera yo mismo sé». Ese desdoblamiento en dos de la misma persona que representa el antes y el después, el pasado y el presente, la vida y la muerte, es al que el gran dramaturgo y escritor norteamericano se emplea, poco antes de morir, para dejarnos este testamento vital y literario que se apoya en la sensación de extrañeza que se apodera de uno cuando lo que cree haber observado hace un momento ha desaparecido y la vida deja de ser lo que fue para convertirse en un espectro que nos engaña. Esa transmutación, si se quiere fantasmal, es el aura que transita por las páginas de Espía de la primera persona, una singular y lírica búsqueda de ese otro que es uno mismo. Una búsqueda que es el reflejo del antes y el ahora y la perplejidad de un presente al que asistimos alejándonos de él relacionándolo en tercera persona, como si de esa forma nos distanciásemos del dolor y el miedo. Una huida fallida, sin duda, porque el otro es el extraño que observamos y espiamos desde el fin del mundo, igual que lo haríamos con la perplejidad que nos abruma y consume a cada instante en el que intentamos atrapar el tiempo sin conseguirlo. Esa perplejidad es la emplea Shepard en este recorrido de recuerdos y sensaciones para mostrarnos con entereza el universo que le acoge, y en el que se dan cita, imágenes que evocan el desierto, a los inmigrantes de la población donde vive o a las serpientes de cascabel. Flashes que reproducen la soledad y el peligro ante la muerte. La misma que visita a la historia de Jay y Aubra que se prolonga a lo largo del libro. Un desdoble más del espíritu y los recuerdos de Shepard en su último periplo.
 

3.- STEFAN ZWEIG, EL MUNDO DE AYER: EL MALTRECHO ANHELO DE LA UNIÓN ESPRITUAL DE EUROPA


«Acojamos el tiempo tal como él nos quiere». Esta frase de la obra Cimbelimo de Shakespeare abre estas memorias de un europeo, que el escritor austríaco Stefan Zweig tituló como El mundo de ayer. Esta frase, en sí misma, tiene la peculiaridad de ser como una doble página de una misma idea. Por un lado, porque nos traslada al pasado y nos invita a recuperar aquello que nos aconteció, y por otro, porque manifiesta un deseo: convertirnos en una materia porosa del tiempo que nos ha tocado vivir como si fuésemos una parte de un falso presente, ya que el tiempo pasado lo es. Además, también podríamos darle al menos un tercer significado: el del viaje como trayecto vital que nos dispone a tener que elegir entre varios itinerarios. En este sentido, Zweig opta por el más complejo: «Desde mi primera pieza, Tersites, nunca me había dejado de preocupar el problema de la superioridad anímica del vencido […] tratando de ayudar a los demás me ayudé a mí mismo». Esa ONU ambulante en la que Stefan Zweig convirtió a su vida le llevó a conocer, primero Europa y, más tarde, parte del resto del mundo. Ahí, en ese deambular, donde no eran necesarios ni los pasaportes ni las fronteras, inició un largo trayecto que le trasladó desde la sociedad tranquila de la Viena que le vio nacer al caos que se implantó en toda Europa y el mundo con las dos Guerras Mundiales. Antes de que todo eso llegara, el escritor austríaco nos muestra una sociedad en la que su vida está impregnada de arte, y de la especial sensibilidad que sus conciudadanos muestran hacia la cultura. Un modo de estar en la vida con un único afán: el de ser los mejores. Esa explosión cultural en la que se desarrolla la primera parte de su vida le lleva a aborrecer el gimnasio —nombre con el que se conocía la escuela o el instituto—, y le lleva a lanzarse a esa otra vida que existe fuera de él, junto a sus compañeros. De ahí nacerán su interés por la música y la poesía, que desembocará en la publicación de sus primeros poemas. Unos versos nacidos de su pasión por el lenguaje y alejados de la experiencia. En este sentido, es llamativo el apartado que reserva a la iniciación sexual de su generación, encorsetada por la forma pacata y distante de llevarla a cabo, ya que se circunscribía a los gestos, las miradas, o las visitas a las casas de citas para burgueses. Sin embargo, lo más importante de este despertar a la vida lo constituye su acceso a la universidad, y el hecho de que tras publicar sus primeros poemas conoce a Theodor Herlz, el redactor del folletín Neue Freie Press, al que presenta un pequeño trabajo poético que le publicará; una noticia que le llevará a ganarse el respeto de su familia y a trasladarse seis meses a Berlín donde continuará con sus estudios universitarios. Es estancia en la capital alemana, por primera vez en su vida, le permitirá abrirse a la vida con total libertad. Este hecho, sin duda, marcará su ritmo vital para siempre, porque más adelante le abrirá las puertas de muchas ciudades europeas (Zurich, París, Londres, Roma, Ostende, Munich…) y, sobre todo, a entrar en contacto con grandes personalidades culturales de su tiempo: Rudolph Steiner, Rainer Maria Rilke, Rodin, Yeats, Walter Rathenau, Romain Rolland, Maxim Gorki, etc. Por ejemplo, su encuentro con el poeta Emile Verhaeren, del que dirá que: «en aquellas tres horas llegué a querer a la persona tanto como la he querido después toda mi vida», le influirá de tal modo que cambiará el inicio que tenía proyectado acerca de su obra literaria, dado que, tras conocerle, decidió dedicar sus próximos dos años a traducir la obra completa de éste. Un trasunto que marcó de una forma definitiva su posicionamiento creativo, y también le llevó a reforzar su afición por el coleccionismo que, al principio fue acumulando en una casa de las afueras de Viena. Allí depositó, por ejemplo, el dibujo Rey Juan de William Blake adquirido en el Museo Británico de Londres gracias a su amigo Archibald G. B. Russell (un dibujo que desde entonces le acompañará ya casi toda su vida). O también uno de los poemas más bellos de Goethe, así como autógrafos de poetas, actores y cantantes; manuscritos originales (una página de una galerada de Balzac), o los borradores de poesía o composiciones musicales. 

4.- TRUMAN CAPOTE, PLEGARIAS ATENDIDAS: EL ÚLTIMO CANTO DEL CISNE


Se suele decir que la realidad supera a la ficción cuando nos acercamos, o nos acercan, hechos que consideramos como insólitos o no creíbles por el poder que tienen de superar con creces todas las situaciones posibles que hemos sido capaz de imaginar a lo largo de nuestra vida. Truman Capote lo sabía mejor que nadie y, quizá por eso noveló las vidas ajenas, para darles una forma más digna y literaria a la realidad que vivían. Un privilegio de vida acomodada y alcahueta —en el caso de Plegarias atendidas— que su novela de no ficción A sangre fría le proporcionó. Esa subida a los altares que tanto pretendió desde su malograda infancia tuvo en esta incompleta Plegarias atendidas el último canto del cisne que él deseaba comparar con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; una obra que debía ser total y un ajuste con la vida que, en un principio nunca tuvo, y más tarde malogró al no ser capaz de controlar su ego y sus excesos con el alcohol. Uno, por su capacidad de no conocer límites a la hora de destruir las vidas ajenas que él pretendía inmortalizar bajo su pluma; y otro, por la desmesura que lo hizo cuando intentó asomarse al abismo de la autodestrucción. En este sentido, Plegarias atendidas —compuesta por tres relatos: Monstruos vírgenes, Kate McCloud y La Côte Basque— es la constatación de su ilimitada fortaleza cuando su mundo gira entorno a la perversión, y donde su recreación se mueve alrededor de la literatura y el arte de la seducción, basados ambos en la provocación como materia prima. Capote parece decirnos que si no hay límites no hay pecado, o posibilidad de sentirse herido si eres el foco de su lujuria literaria, pues él, como buen falso e icónico dios, te salvará del anonimato que por mucho dinero que tengas rodea a tu vida. Esta crónica de crónicas tiene una última redención en el uso de la palabra. Magistral, por otra parte, cuando el genio del escritor norteamericano se muestra indolente con todos y consigo mismo. Esa ansia irrefrenable de querer morir matando es una muestra más de su mordacidad y de la constatación de que para él la literatura y su esencia están por encima de cualquier otra consideración, porque en esta recopilación de relatos asistimos sin remordimiento alguno al retrato espeluznante de unas vidas que el gran estilo de Capote, a la hora de narrar historias, se muestran como un narcótico que te posibilita disfrutar de aquello que estás leyendo sin apenas ser consciente de su infinita crueldad. Irónico, a la vez que soez. Observador e hipnotizador en sus diálogos y en las caricaturescas caracterizaciones de sus personajes, Capote vuelca sobre su escritura la maestría del fabulador que interpreta y reinterpreta la realidad, y lo hace en un viaje que va desde el sur de los EE.UU a Nueva York. Del anonimato al estrellato. De la inocencia perdida al flirteo consciente de su fin. De la finalidad material de sus propuestas a la ambición literaria que conllevan cada una de ellas. Ese mundo interior, convulso por apasionado, y aterrador por destructivo, es el que sigue las líneas generales de las narraciones presentes en Plegarias atendidas, un romance á clef en el que el verdadero y genuino personaje de todas es el propio escritor tras la careta de su protagonista P.B. Jones. 

5.- MARGUERITE DURAS, EL AMANTE DE LA CHINA DEL NORTE: LA POLIFONÍA DE LOS ECOS DEL AMOR A TRAVÉS DE LOS RECUERDOS


La vida va y viene, y en ese tobogán de idas y venidas, días y estaciones, el tiempo nos trae otras vidas, otros recuerdos que estaban dentro de nosotros para llegado el momento reclamar su protagonismo. Algo así le ocurrió a Marguerite Duras cuando se enteró de la muerte del protagonista chino de esta novela en el año 1990. De ese amor fragmentado en recuerdos nace esta historia ya narrada en su anterior novela El amante. Una historia que, al contrario que la antedicha, profundiza más en la historia familiar de la autora compuesta por la madre, su hermano mayor, Paulo su hermano pequeño y Thanh, el joven camboyano que adoptó su madre y a quien la escritora dedica la novela. Con un lenguaje entrecortado, fílmico por la brevedad de las frases y la estructura de los párrafos, Duras nos va narrando los momentos y las escenas que vivió en Indochina cuando apenas tenía 15 años. Ese tul del tiempo que lo entrevera todo y no nos deja adivinar con nitidez nuestro pasado es el que la autora aparta para afrontar cara a cara su pasado y ese primer amor del que nunca se recuperó. Quizá no hay nada más perverso que ser víctima de ese primer amor que te marca durante toda la vida si sólo se alimenta de los recuerdos. Pero, en este caso, la icónica Duras juega con él y los destellos que logra captar a través del tiempo y los ecos que éste produce son únicos y magistrales, porque esta reescritura de una misma historia es un texto perfecto y sublime en cuanto a los ecos del pasado que se hacen presentes y su poder de repetición. Pocos autores como Marguerite Duras han logrado dar a la repetición la categoría de esencia. Esencia domesticada por su forma de narrar y dejar en el aire una idea, un espacio o un sentimiento. Una indeterminación de la vida que nos recuerda a cada instante su fragilidad. 

El amante de la China del Norte nos sumerge en el mundo de los deseos y los miedos que éstos conllevan cuando se trata de romper barreras temporales y costumbres ancestrales que, sin embargo, serán la razón del fracaso de una relación condenada a morir desde un principio. De ese tormento surge y se afianza la relación entre la niña de quince años y el chino de veintisiete. De su apasionado encuentro nace una oda a ese fanatismo de los sentidos que conocemos como amor. Amor pleno de pasión y llanto, cercanía y distancia, rito y trasgresión.

6.- DELPHINE DE VIGAN, NADA SE OPONE A LA NOCHE: LA MIRADA HACIA LA VERDAD Y SUS MÚLTIPLES VERSIONES


Nada se opone a la noche
 es una novela-búsqueda. De los otros, pero también de uno mismo a través de los otros, y de nuestras propias experiencias. Esa mirada ambivalente es la que se refleja en cada página de esta novela arriesgada por la temática que trata y profundamente conmovedora por el modo en el que lo hace. El estilo directo en forma de diario de investigación en el que se agolpan los recuerdos, los sentimientos encontrados, y las verdades que permanecían ocultas, hacen de este relato familiar un todo trasgresor de las buenas costumbres o comportamientos sociales, para acercarse al horror de la barbarie que todos tenemos en nuestra cara oculta, aquella que no dejamos ver salvo cuando perdemos la consciencia de la realidad. Esa ambivalencia entre el exterior y el interior es la que le posibilita a Delphine de Vigan escribir un fresco al natural de toda una familia, y lo que es sin duda más importante, de toda una época en la que asistimos atónitos muchas veces a los modos y costumbres que nos parecen testigos de un pasado muy lejano y, sin embargo, no lo son. Su valentía a la hora de ofrecernos esta desgarradora crónica de la vida de su familia posee el don de la multiplicidad, por ser ese el elemento en el que la escritora basa su relato que, en el plano formal, está escrito con brillantez por el reflejo de verdad que desprende, y articulado a través de párrafos cortos o largos que la permiten dibujar múltiples matices de cada uno de sus familiares en un mismo capítulo, y al lector, tener una visión más amplia de lo narrado. 

7.- PAUL AUSTER, BAUMGARTNER: LA SOLEDAD DEL TIEMPO


El tiempo, en ocasiones, se convierte en una balsa sobre la que flotar a través de los recuerdos. El pasado visto de esta forma es un remansiño de paz que busca lo que otrora nos hizo felices y, por ello, regresamos a él en busca de aquellos acontecimientos en principio triviales y que sin embargo reposan en nuestra memoria de una forma indeleble. Y si lo hacemos es para alzarlos a la categoría de mitos. Mitos de una vida trazada con mano temblorosa, lo que no impide que los veamos con firmeza o los hayamos experimentado con la fuerza más poderosa del mundo. En este sentido, la literatura es una buena forma de trabajar el tiempo. La soledad del tiempo podríamos decir si nos acercamos a la última novela que Paul Auster publicó antes de morir. Esta elegía sobre Anna, la esposa fallecida del protagonista, le sirve al autor para desdoblarse en dos: lo que fue y lo que ha sido. De ahí, que Paul Auster sea Baumgartner, y Baumgartner Paul Auster, en una sucesión ilimitada de giros, experiencias y vicisitudes cotidianas que de una u otra forma siempre nos llevan hasta el azar o, mejor dicho, a la importancia del azar en nuestras vidas, y más, en la biografía literaria del escritor norteamericano como nos demuestra al inicio y al final de esta novela. Un contrapunto de la sociedad actual en la que muchos se creen inmortales cuando, sin ser conscientes de ello, una ligera brisa puede acabar con sus vidas y borrar de su espíritu la voluntad del junco de volver siempre al lugar y forma iniciales. Nuestra capacidad, por tanto, de volver a ser aquello que fuimos nos es extirpada desde el instante que nacemos, salvo claro está, que volvamos a hacerlo a través de los recuerdos. Auster, en esta ocasión, lo intenta mediante los textos intercalados de la mujer de su protagonista, Anna, lo que le sirve al autor para hablar de sí mismo a través del otro. Un estilo indirecto con el que quiere marcar una distancia entre el pasado y el presente. Un presente, sin embargo, impregnado del pasado. Ese mirar atrás y el regreso a su juventud y, la intrínseca necesidad de recuperar la felicidad que un día se tuvo, nos hablan de un final, un final tranquilo que convierte a esta novela en un largo epitafio literario que lucha contra la soledad del tiempo. Una actitud de estar en la vida que Sam Shepard expresa de una forma brillante en la que también fue su última novela, Espía de la primera persona: «Hay momentos en que no puedo evitar pensar en el pasado. Sé que es en el presente donde hay que estar. Siempre ha sido el sitio en el que estar. Sé que gente muy sabia me ha recomendado permanecer en el presente el mayor tiempo posible, pero a veces el pasado se presenta sin previo aviso. El pasado no aparece por completo. Siempre reaparece por partes.» Y, Baumgartner, es el despiece de una vida por partes. 

8.- AGOTA KRISTOF, LA ANALFABETA: LAS FRONTERAS Y SUS ESPACIOS CREATIVOS


Atravesar fronteras y espacios. Fronteras de lenguas y esperanza. Del recuerdo de los tuyos que dejaste atrás. Espacios de costumbres y vida. De objetos y lecturas. De libros que no volverás a tocar, y de poemas que nunca más leerás. Apátrida de vicios y virtudes. Rehén del olvido. En esa angosta tierra de nadie Agota Kristof da testimonio de lo vivido y sufrido desde su infancia en Hungría a su vida final en Suiza. Analfabeta de la lengua nueva. Muda de la que conoce y ama. Y, detrás, o en lo alto de una mesa o una estantería, los diccionarios. Herramientas que son como un láudano que todo lo cura. El dolor y el desasosiego. La mirada perdida y el silencio, sobre todo, el silencio. En el relato autobiográfico, La analfabetaAgota Kristof ejerce de exploradora. Se trata de una exploradora muy especial que parte de la necesidad y la sencillez para embarcarse en esa gran tarea que es explorar las fronteras y sus espacios creativos. Espacios repetitivos, anónimos, tenaces por lo que tienen de búsqueda. De sí misma y de los otros. De esos espacios físicos que dividen los países, y lingüísticos que incrementan la soledad y el sentimiento de éxodo. La analfabeta es un viaje a la infancia y sus recuerdos. A la sencillez, arrebatada por la imposición de una realidad suicida. Al sentimiento de vacío que produce no pertenecer a ninguna parte. Apátrida más allá de la banderas y las fronteras. A ese terreno movedizo Agota le imprime su fuerza y su carácter. Una determinación que primero la llevará a aprender a hablar una nueva lengua, aunque no sepa cómo se escriben sus palabras. Las palabras llegarán después, con los diccionarios. Y más tarde las lecturas, y con ellas, la visualización de ese rayo de esperanza que es la escritura. En un momento dado de este relato, su protagonista nos dice que primero es leer: «Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que cae en mis manos, bajos los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa /Tengo cuatro años»; y luego escribir: «Las ganas de escribir vendrán más tarde, cuando el hilo de plata de la infancia se haya quebrado, cuando vengan los días malos y lleguen los años de los que diré: “No me gustan”». Años más tarde, y de ese modo, llegará a traspasar la frontera de la lengua francesa del país en el que reside, o lo que ella llama desierto. Desierto social, cultural… 

9.- VICENTE VALERO, EL TIEMPO DE LOS LIRIOS: LA IMPORTANCIA DE LA CONTEMPLACIÓN Y EL SILENCIO


El tiempo de los lirios
 representa la importancia del viaje como instrumento esencial que nos sirve de descubrimiento, asombro y divulgador de cultura. Elementos que obviamos en nuestro día a día, y que siempre se encuentran a nuestro lado, pues sólo hace falta pararse a mirar aquello que nos rodea para encontrar algo que nadie antes ha visto y, como si fuésemos unos plateros, sacarle el brillo que merece para, porque como dijo Cézanne: «Ver es pensar». A través de este compendio de sabiduría Valero nos abre la puerta y la mirada hacia esa búsqueda de la belleza que es única, por ser la expresión de lo que el ser humano es capaz de alcanzar cuando se propone conquistar las metas más altas en cuanto a su percepción estética, mística o existencial. Hay algo mágico, por inusual, en las jornadas de este viaje, porque nada más comenzar a leer sus páginas somos conscientes que estamos ante una flor en primavera: hermosa, esbelta y llena de luz. Una flor que se abre con la luz que nos invita a sumergimos en un mundo, el espiritual, que no para en su ambición de indagar por las entrañas del alma de los personajes a los que se acerca, pero tampoco en lo que respecta a su mirada hacia la naturaleza, porque el paisaje se nos presenta como un corolario infinito que abarca la totalidad del cuadro que se nos muestra. Lienzo que maneja los tiempos del viajero y, de aquello que observa y ve, de una forma pulcra, casi monástica, como son sus acotaciones culinarias o sus referencias a las vías por donde se desplaza para visitar localidades, iglesias o museos locales a los que nadie va salvo aquel que conoce los tesoros que guardan y exhiben. Luz, una vez más, sobra la oscuridad que nos gobierna y padecemos. Una nueva Edad Media, en este caso tiranizada por la tecnología, que cada vez más nos aleja de lo que somos: personas. Almas que, en cualquier caso, necesitan de la importancia de contemplación y el silencio. 

10.- HILARIO J. RODRÍGUEZ, EL AÑO PASADO EN MARIENBAD: RETOS CONTRA EL ABISMO QUE REPRESENTA EL PASO DEL TIEMPO


El poder de la evocación es infinito, tanto o más que la percepción del tiempo. Quizá porque la evocación es una forma de reivindicar el tiempo. El tiempo absoluto, por lo que ésta tiene de dinamizadora del pasado, el presente y el futuro. La evocación es un eco que repercute en nuestra memoria para ofrecernos la posibilidad de volver a ser o hacer lo que una vez fuimos o hicimos. Entonces, ¿qué es pasado, presente o futuro cuando todo se congela en el instante en el que lo hemos vivido? Incapaces de detener el tiempo jugamos a recordarlo, experimentarlo o imaginarlo. La literatura, o sobre todo el cine, es el perfecto simulador que congela las manecillas del reloj, inmiscuyéndonos en una ficción paralela a la realidad, lo que la convierte en una fuerza tan poderosa como el tiempo. Sin embargo, por mucho que nos engañemos esta artimaña no deja de ser un truco de magia. Falso, claro, porque detener una imagen no significa detener el tiempo, sino transportarlo a lo que fue y ya no es, o quizá hasta lo que algún día soñaremos. En este sentido, Hilario J. Rodríguez cuando nos acerca a la película de Alain Resnais y Alain Robbe-GrilletEl año pasado de Marienbad, ejerce de mago (sin trampa ni cartón) capaz de parar el tiempo para, de ese modo, hacerse dueño del pasado, el presente y el futuro a través de los recuerdos y las palabras (no cabe mayor oxímoron que el subtítulo de la contraportada: Recuerdos del futuro). Esa imagen fija que nos va proporcionando Hilario capítulo a capítulo nos muestra la importancia de lo dicho y experimentado, para a partir de ahí crear un texto nuevo y una nueva película donde el tiempo ya es otro, porque se trata de un espacio en el que, mediante la invocación de otros, de sus películas y sus novelas, nos lleva hasta la evocación de una singular forma de hacer arte (por original y distinta) mediante los ecos que representan cada una de las palabras que conforman este ensayo. Un análisis magníficamente documentado de lo que puede representar para algunas personas una película que, como toda obra maestra, transita más allá de los límites cinematográficos para adentrarse en el subconsciente colectivo de una generación de cineastas, críticos y espectadores. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 19 de noviembre de 2024

HILARIO J. RODRÍGUEZ, EL AÑO PASADO EN MARIENBAD: RETOS CONTRA EL ABISMO QUE REPRESENTA EL PASO DEL TIEMPO


 

El poder de la evocación es infinito, tanto o más que la percepción del tiempo. Quizá porque la evocación es una forma de reivindicar el tiempo. El tiempo absoluto, por lo que ésta tiene de dinamizadora del pasado, el presente y el futuro. La evocación es un eco que repercute en nuestra memoria para ofrecernos la posibilidad de volver a ser o hacer lo que una vez fuimos o hicimos. Entonces, ¿qué es pasado, presente o futuro cuando todo se congela en el instante en el que lo hemos vivido? Incapaces de detener el tiempo jugamos a recordarlo, experimentarlo o imaginarlo. La literatura, o sobre todo el cine, es el perfecto simulador que congela las manecillas del reloj, inmiscuyéndonos en una ficción paralela a la realidad, lo que la convierte en una fuerza tan poderosa como el tiempo. Sin embargo, por mucho que nos engañemos esta artimaña no deja de ser un truco de magia. Falso, claro, porque detener una imagen no significa detener el tiempo, sino transportarlo a lo que fue y ya no es, o quizá hasta lo que algún día soñaremos. En este sentido, Hilario J. Rodríguez cuando nos acerca a la película de Alain Resnais y Alain Robbe-Grillet, El año pasado de Marienbad, ejerce de mago (sin trampa ni cartón) capaz de parar el tiempo para, de ese modo, hacerse dueño del pasado, el presente y el futuro a través de los recuerdos y las palabras (no cabe mayor oxímoron que el subtítulo de la contraportada: Recuerdos del futuro). Esa imagen fija que nos va proporcionando Hilario capítulo a capítulo nos muestra la importancia de lo dicho y experimentado, para a partir de ahí crear un texto nuevo y una nueva película donde el tiempo ya es otro, porque se trata de un espacio en el que, mediante la invocación de otros, de sus películas y sus novelas, nos lleva hasta la evocación de una singular forma de hacer arte (por original y distinta) mediante los ecos que representan cada una de las palabras que conforman este ensayo. Un análisis magníficamente documentado de lo que puede representar para algunas personas una película que, como toda obra maestra, transita más allá de los límites cinematográficos para adentrarse en el subconsciente colectivo de una generación de cineastas, críticos y espectadores. 

El año pasado en Marienbad relativiza la vida y el amor en un espacio geométrico como si de un universo inventado por De Chirico se tratara. Tal es su poder que, de esa frialdad o distancia, nace algo tan intenso como nuevo. Y esa anunciación es la que Hilario nos muestra, porque este Recuerdos del futuro va de lo que el autor narra o inventa, pues crea una nueva estructura conceptual y literaria, dándola forma a través de un texto dentro del texto. Viajero incombustible, cinéfilo sin desaliento, y escritor sin tapujos y con grandes dosis a la hora de saltarse los márgenes de los estilos narrativos y literarios que aborda, Hilario J. Rodríguez, una vez más, hace suyo un universo general y multiconceptual como el que representa la película sobre la que nos habla, para dotarla de una textura que nadie más que él puede imaginar por su capacidad para engendrar un nuevo universo en cada uno de sus libros. Universos únicos que, en este caso, son como retos contra el abismo que representa el paso del tiempo. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 18 de noviembre de 2024

SEGUNDO PREMIO DIRIGIDA POR ISAKI LACUESTA: DE GRANADA A NUEVA YORK, UN VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO


 

Las historias, como los viajes, necesitan de pistas previas que nos dirijan adonde queremos ir, a pesar de que en el camino debamos sortear un sinfín de obstáculos que, una vez sorteados, por fin nos dejen observar aquello que deseamos. Esa exploración hacia lo anhelado, pero desconocido, que se produce en el interior de cada uno de nosotros es la que propicia un nuevo nacimiento, porque ese es el auténtico reto y resultado del viaje existencial a través del tiempo y los sentimientos. Cuando parece que todo se ahoga se suscita el milagro, porque una luz (nueva y poderosa) nos lleva al paraíso que siempre hemos buscado, tal y como les sucede a los protagonistas de esta cinta dirigida por Isaki Lacuesta que, en contra del sentimiento general, aborda la grabación del tercer álbum de Los Planetas Una semana en el motor de un autobús desde la linde de la ficción que explora detalles generales de una realidad que para los protagonistas de esta historia no sucedió así, porque nada más que ocurrió en el interior de cada uno de ellos. De esos sueños y deseos nace poderosa una película de luces y sombras, hallazgos y reconsideraciones, desalientos y esperanzas que escena tras escena forman un compendio intangible de lo que se sueña y de lo que realmente somos o llegamos a ser, porque como se dice en Segundo Premio: «Cuanto más cerca estás de que se cumpla un sueño más difícil resulta alcanzarlo». Y de esa imposibilidad va este filme magistralmente filmado y montado, pues su estructura y ritmo narrativos consuman la verdad sobre la vida que se nos precipita entre los días sin que seamos capaces de detenerla para intentar cambiarla. Segundo Premio es una cascada de sensaciones y planteamientos duros e innegables, como duros son las drogas o la fortaleza de May para dejar la banda y buscar una salida diferente a sus sueños. De esa lucha entre la libertad y la amistad también va este viaje, quizá, sin retorno, por más que especulemos sobre él a través de nuestras constantes visitas al pasado, porque no hay una posibilidad de escape. Como dijo Lorca: «Si alguna vez se escapa de Granada es a través del cielo». Una huida que la voz en off de uno de los personajes nos recuerda mirando hacia ese cielo estrellado que en Granada se convierte en una estela de deseos inabarcable. Granada como prisión y libertad en una misma secuencia. 

Segundo Premio es una historia de amistad y libertad que, en manos de El Cantante y El Guitarrista, sólo encuentra su conexión en la música, porque como dice uno de ellos: «Esa era su forma de hablar». Hablar, y de paso sentir y crear, porque de ahí partió uno de los álbumes más influyentes del indie español de la década de los 90, y un punto de inflexión en la música popular española. Lo que, de nuevo, nos lleva a revisitar la relación entre realidad y ficción. Una interacción que Lacuesta magnifica ponderando lo importante sobre lo anecdótico, y porque para saber la verdad hay que buscar en las canciones que trocean esta historia en once capítulos, uno por tema del disco. Canciones que nos hablan de la desesperación y la esperanza con ese punto lírico e inigualable de las guitarras de un grupo que hizo de ellas su principal aportación al mundo musical. De esas cuerdas brotan notas que amplían la manifestación de un alma que no busca respuestas sino estados en los que permanecer sin sentirse culpable. Respuestas que, por otra parte, nos delatan, como esos poemas de Lorca en Poeta en Nueva York, auténticos canalizadores de la bruma por la que se desplaza esta película. Una historia hecha para sentir la necesidad de la música en nuestras vidas. Héroes sin nombre propio que se enfrentan a los algoritmos que nos matan, porque se naturaleza es la propia de las esencias que nacen de los más profundo del ser humano. Reinterpretaciones que nos retratan con la disfunción del que nada más busca expresar sus estados vitales que vayan más allá de sus comportamientos erráticos o dañinos. En este sentido, Segundo Premio es la culminación fílmica, estética y vital de una travesía sensorial que un día emprendieron sus protagonistas de Granada a Nueva York, igual que si fuera un viaje al otro lado del mundo. Un mundo donde se depositan los sueños que no entienden del eterno debate entre realidad y ficción. Esa relación transversal entre lo real y lo imaginado es igual a la huella que el hombre dejó en su primer viaje a la Luna, porque para que nadie dude de la intención de Segundo premio, al inicio de la misma se nos explica que: «Esta no es una película sobre Los Planetas», que, sin embargo, nos lleva a esta otra: «Esta es una película sobre la leyenda de Los Planetas», igual que si todo lo visto fuese un icónico viaje a través del tiempo y la música de un grupo que ya forma parte de la memoria colectiva de una ciudad, un país, y un universo: el de la música, que canta, retrata y reivindica a sus más relevantes figuras. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 12 de noviembre de 2024

VICENTE VALERO, EL TIEMPO DE LOS LIRIOS: LA IMPORTANCIA DE LA CONTEMPLACIÓN Y EL SILENCIO


 

Hay varias formas de reconstruir el mundo. Una de ellas es a través de la literatura como fuente de indagación, introspección y trascendencia. En este sentido, nada es ajeno a esta nueva aventura literaria de Vicente Valero. Su curiosidad, su forma de mirar, contar y acercarnos a la región italiana de la Umbría y su época de mayor esplendor: El tiempo de los lirios. Época que marcó el nacimiento de una nueva era, y que él nos muestra en el periplo que emprende por sus ciudades y pueblos a lo largo de quince días. Y lo hace párrafo a párrafo, palabra a palabra a lo largo y ancho de un universo nuevo, pues nueva y única es su forma de seguir la huella de ese personaje disidente en la fe y amigo de los animales y la pobreza que es San Francisco de Asís. De ahí parte Valero para, a través de un clásico cuaderno de viajes, narrarnos no sólo una vida sino todo el compendio de una sociedad que se abre a la luz tras una etapa de tinieblas. Y el escritor ibicenco nos lo dibuja, igual que si fuera uno de los múltiples frescos que describe, con una precisión documental y estilística extraordinaria, por lo ambiciosa y bien documentada que está. En este libro nada queda al libre albedrío, ni la pintura, ni la escultura, ni la literatura o el cine, la música, y cómo no, la fe. De todo ello surge un lema: la importancia de la contemplación y el silencio, ambos elementos ausentes en una sociedad actual gobernada por la estupidez de los selfies y el retrato banal del paisaje que los rodea. Una banalidad a la que escritor contrapone un estilo narrativo sobrio sin olvidar su esencia poética donde el menos es más a la hora de dotar a sus textos de una naturaleza única.   

El tiempo de los lirios representa la importancia del viaje como instrumento esencial que nos sirve de descubrimiento, asombro y divulgador de cultura. Elementos que obviamos en nuestro día a día, y que siempre se encuentran a nuestro lado, pues sólo hace falta pararse a mirar aquello que nos rodea para encontrar algo que nadie antes ha visto y, como si fuésemos unos plateros, sacarle el brillo que merece para, porque como dijo Cézanne: «Ver es pensar». A través de este compendio de sabiduría Valero nos abre la puerta y la mirada hacia esa búsqueda de la belleza que es única, por ser la expresión de lo que el ser humano es capaz de alcanzar cuando se propone conquistar las metas más altas en cuanto a su percepción estética, mística o existencial. Hay algo mágico, por inusual, en las jornadas de este viaje, porque nada más comenzar a leer sus páginas somos conscientes que estamos ante una flor en primavera: hermosa, esbelta y llena de luz. Una flor que se abre con la luz que nos invita a sumergimos en un mundo, el espiritual, que no para en su ambición de indagar por las entrañas del alma de los personajes a los que se acerca, pero tampoco en lo que respecta a su mirada hacia la naturaleza, porque el paisaje se nos presenta como un corolario infinito que abarca la totalidad del cuadro que se nos muestra. Lienzo que maneja los tiempos del viajero y, de aquello que observa y ve, de una forma pulcra, casi monástica, como son sus acotaciones culinarias o sus referencias a las vías por donde se desplaza para visitar localidades, iglesias o museos locales a los que nadie va salvo aquel que conoce los tesoros que guardan y exhiben. Luz, una vez más, sobra la oscuridad que nos gobierna y padecemos. Una nueva Edad Media, en este caso tiranizada por la tecnología, que cada vez más nos aleja de lo que somos: personas. Almas que, en cualquier caso, necesitan de la importancia de contemplación y el silencio. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 11 de noviembre de 2024

JAUME PLENSA, MATERIA INTERIOR EN LA FUNDACIÓN TELEFÓNICA: LA LUZ QUE NACE DE LA OSCURIDAD

 


¿De qué estamos hechos? ¿Cuál es la materia de la que partimos hasta convertirnos en personas de carne y hueso? ¿Primero es la idea y a continuación llega su ejecución práctica? Todo es materia oscura en el demiurgo del que procedemos. Materia interior de la que parte el deseo hasta convertirse en algo tangible. La luz que nace de la oscuridad. Y, a partir de ahí, poder llegar a afrontar la relación que une al yo con los otros. Pues somos seres humanos que existimos a través del otro. De esa colectividad nacen las ideas, las palabras y la especie. Como nos dice el propio Jaume Plensa, a propósito de la presentación de la exposición de quince de sus obras en la Fundación Telefónica bajo el título de Materia Interior: «Yo creo que todo nace de la oscuridad, por tanto, aquí podía hablar de ello» Y lo hace partiendo de una fotografía mural de su estudio titulada Paisaje de Jaume Plensa a modo de salón de máquinas que traduce lo intangible en tangible, la idea en formas y espacios tridimensionales engendrados para establecer una relación directa entre obra y espectador. Las obras de Plensa están pensadas para ser sentidas, acariciadas, contempladas y analizadas con la magnitud infinita de los deseos. Anhelantes, sugerentes, conmovedoras o retadoras se manifiestan ante nuestra vista como un juego: el de los sentidos como, por ejemplo, las que parten desde el hueco interior de las figuras femeninas de alambre donde sus rostros reflejan un contenido no sólo expresivo, sino también conceptual por lo que tienen de accesibles en sí mismas. De esa confrontación interior-exterior es desde donde logran conformar un todo presidido por el binomio belleza y sueño. «Mi obra quiere que cada persona se refleje en ella y mire a su interior. El arte tiene que ser este catalizador que nos permita crear una seguridad en nosotros mismos y nos permita hablar de ideas, de vibraciones. Vivimos en un momento de ruido que muchas veces no nos permite esos momentos de silencio. El arte tiene que ofrecer un mensaje de esperanza y positividad, de volver a creer que el ser humano somos más que esta violencia actual». 

Otra dimensión profunda y esencia de esta exposición es la que viene representada por el concepto del silencio y la importancia que éste tiene a la hora de desarrollar esa materia interior de la que partimos y de la que, en la sociedad actual, no hacemos más que alejarnos. Todo hoy en día genera ruido, estrés y frustración. Un frontispicio que el artista catalán explora con la serie escultórica Silence; una representación del mundo que habitamos a través de expresiones que nos invitan a la reflexión, y que son un gran espejo universal de lo que somos. Todas ellas, sin duda, son una síntesis de los temas recurrentes en la obra de Plensa: la identidad, la fragilidad de la condición humana, lo efímero, la espiritualidad el silencio, la comunicación o el lenguaje. Una fusión entre obra y espectador, que alcanza su máxima expresión en la serie titulada Glückauf?, en la que una sucesión de cortinas de letras que recrean la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 permiten a los visitantes interactuar con ellas, igual que si de una sopa de letras interactiva se tratase, fusionando idea y materia en un único elemento, donde los sentidos del tacto y la vista se conjugan a la hora de generar nuevas ideas, y que podríamos conceptualizar como la unión entre el hombre y el conocimiento. 

Como manifestó el artista en la presentación de esta exposición que se podrá ver hasta el 4 de mayo de 2025 en la tercera planta del Espacio Fundación Telefónica, todo procede de la oscuridad, porque del cerebro nacen las ideas, de la boca nacen las palabras y en el útero se gestan los niños y las niñas, la vida. Y de esa vida parten los sueños. Sueños que se transforman en palabras, lenguaje, repetición o sonidos que tratan de acercarnos a esa materia intangible que todos poseemos: el alma. 

Ángel Silvelo Gabriel.

sábado, 26 de octubre de 2024

PEGGY GUGGENHEIM, CONFESIONES DE UNA ADICTA AL ARTE: EL ESQUELETO DE UN TREPIDANTE TRAVELLING VITAL


 

El tiempo pasa a gran velocidad y, más, si no nos paramos a contemplarlo. Algo que, por ejemplo, le ocurrió a Peggy Guggenheim tal y como nos narra en este recorrido por el mundo del arte del siglo XX que entremezcla la autobiografía, las memorias y el diario sin apenas darnos cuenta. De lo lejano a lo cercano, de lo íntimo a lo social, o de lo abstracto a lo realista. Ella nos esboza su vida dedicada al arte en capítulos, aunque más bien cabría decir que en cada punto y aparte de cada capítulo, porque la azarosa vida de la norteamericana está tan repleta de acontecimientos que nos recuerdan a las piezas de un puzle, donde cada personaje que entra en su vida es una ficha del mismo. Muchas piezas que, en sí mismas no valen nada, pero que también sin cada una de ellas nunca tendríamos ni la amalgama de sensaciones que recrean ni el dibujo completo de su existencia. Atrevida y a veces descarada, cosmopolita sin ser excluyente, o mordaz alternando dosis de cariño, su estrategia vital-literaria se desarrolla a través de una prosa ágil, dinámica y divertida. Peggy nos narra su vida con un desapego que la hace encantadora, pues nada se salva de su juicio y ternura. Todo lo narra como si estuviese dando forma a una gran escultura, cuyo resultado final es el esqueleto final de un trepidante travelling vital, en el que su talento para mostrarnos las obras de los artistas que al inicio del siglo XX supieron romper con todo lo anterior, la convirtieron no sólo en un mecenas de casi todos ellos, sino en una galerista con una mirada muy especial hacia el arte, pues gracias a ella se difundieron con más amplitud las obras de los artistas que coparon todos los ismos artísticos de principios y mediados del siglo  pasado. Artistas que ayudó a afianzar o a descubrir no sin esfuerzo y una generosa inversión económica. Artistas, entre los que quizá, Jackson Pollock sea su gran hallazgo, tal y como la propia Peggy nos va descubriendo a lo largo del libro. Un hallazgo del que se encontraba muy satisfecha, a pesar de los vaivenes personales que mantuvieron entre ambos hasta la muerte del pintor. 

Confesiones de una adicta al arte, es precisamente eso, una descripción continua y constante de las múltiples exposiciones, viajes y relaciones de amistad y amorosas de una mujer que concibió la vida como un cúmulo de sensaciones que siempre exploraban la escala más alta de su particular sinfonía existencial, porque nunca se conformó con menos. Su temperamento la condujo a situaciones únicas y lugares exóticos como su viaje a la India o Ceilán, donde recaló en la isla de Taprobane. Una isla que, el escritor norteamericano Paul Bowles, incansable viajero compró, y en la que no le importó mojarse en culo en las aguas del Indico con tal de llegar a ella. Sin embargo, su carácter de exploradora de nuevas sensaciones y experiencias, le llevó a abandonar pronto los EE.UU. y hacer de Londres y, sobre todo París, su casa, hasta que descubrió Venecia y cayó rendida a sus encantos, lo que no le ocurrió, por ejemplo, con la burocracia italiana y las múltiples trabas que le pusieron para llevar sus obras desde Nueva York a Italia. En este sentido, La Bienal fue su plataforma más influyente de cara a poder contar con un museo permanente en el que poder exhibir su extenso catálogo de obras de arte. Un empeño que por fin consiguió llevar a cabo en el palacio Vernier de los Leones sobre el Gran Canal de Venecia, actual Museo Peggy Guggenheim. Un espacio al que siempre se mostró fiel y en el que viviría treinta años. Un enclave donde su legado sigue vivo bajo la dirección de su nieta Karol Veil, y en cuyo jardín descansan sus restos mortales bajo una lápida en la que se lee: «Aquí yace Peggy Guggenheim. 1898-1979», y junto a ella, otra, que tiene grabada la siguiente inscripción: «Aquí yacen mis amados bebés» con los nombres, fecha de nacimiento y de defunción de los 14 perros que tuvo a lo largo de su vida. 

Peggy Guggenheim en Confesiones de una adicta al arte, se muestra a sí misma como una fiel representante de un mundo que ya no existe, porque entre otras cosas, tal y como nos dice al final de este libro, no puede comprar obras de arte por su elevado coste económico, algo que ella sí puedo hacer con anterioridad. Un mundo del arte que, como ella lo concibió, dejó de existir para comportarse como un mero valor bursátil más, ya que muchos de los compradores de arte hoy en día se limitan a almacenar sus grandes adquisiciones en una caja fuerte esperando a que suba su cotización en el mercado financiero. 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 17 de octubre de 2024

RICARDO MARTÍNEZ-CONDE, VA AMANECIENDO: EL SILENCIO, UNA FORMA DE HABITAR EL MUNDO

 


El universo, aquel que va desde la Tierra al cielo o desde la luna al infinito, se congela cuando en él reina el silencio, pues no hay una mejor forma de habitar el mundo. Aquel que contiene vidas, sensaciones, pero sobre todo dudas ante el pasado, el presente o el futuro. El silencio es el narrador de las múltiples experiencias la efímera existencia que habitamos. El silencio como metáfora de la vida, el amor y el paso del tiempo: «No ha sido en vano. El amor/ (que nació en silencio) quedó/ prendido en un pliegue inadvertido;/ un truco ingenuo del cielo/ entre ella y yo». Amor que permanece del alba al ocaso y se pregunta a dónde va. En Va amaneciendo, Ricardo Martínez-Conde emprende un camino, el de la discordia consigo mismo, con la luna, el mar y la naturaleza. Todo parece condenado a habitar en una sombra: «¿Más allá no hay tiempo? Pero sí/ la sombra; es mejor suponer». Y de ese suponer la duda reina en lo más angosto del camino, porque mira hacia el pasado y a la quietud del tiempo. Ese observar el pasado que ahora nos conduce a la nada, o como nos dice el poeta: «A la sombra como el revés del tiempo». De ahí nace el yo poético más sincero, porque nace de las entrañas y no de la sabiduría: «No lo sé, en verdad/ Sólo sé que mañana es Invierno/ (tal vez hoy, por lo que parecen decir/ el gorrión y la hoja que tirita)/ Aparenta ajena, como casi siempre, esa/ revelación de la realidad que esperamos;/ se resiste a decir el nombre, el lugar:/ su argumento de vida/  No lo sé, en verdad/ No lo sé por mí/ (creo saberlo desde mí). 

Como nos dice Alfredo Ovilo en la introducción: «Nadie busque ritmo o rima fáciles, ni la voz de la razón o sombras de realidad (o de vigilia) en estas páginas: caminan por un sueño efímero al que hay que dejarse arrastrar por una atracción que no explican sus palabras, impregnadas de memoria, como si cada una fuera la llave de un secreto que apela a la noche, al origen, a lo humano y sus ceremonias, a lo natural, y también a la nada (que es la soledad).» Una soledad rodeada de naturaleza a través de árboles, pájaros, y mar, sobre todo ese mar y sus olas que, con su movimiento, nos anuncian que son un trasunto del tiempo y la soledad: «Y el mar… Posar el pie desnudo/ en la arena, esperar la ola liberada ya del peso/ de la significación mas guardando,/ como ha de ser, el sentido del mar/ Tal como le ha de suceder–camino hacia la Nada/ al hombre que se aleja.» Ese hombre que se aleja hacia la Nada nos lleva de la vereda donde se dan la mano los dioses perdidos, sean éstos los que sean, porque no hay mayor verdad que la sostenida por la observación de la realidad y su proximidad a la extrañeza o la duda: «El que observa busca un fin», sea éste el que sea. Quizá, por todo ello, la voz poética se pregunta: «¿Qué será mañana?», por mucho que nos sumerjamos en el silencio como forma de habitar el mundo. 

«Sería necesario tener un corazón de verdad,

a la altura de las rocas, para decir con propiedad

qué se espera cuando la luz muere y

se extiende el silencio.»

 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 15 de octubre de 2024

PAUL AUSTER, BAUMGARTNER: LA SOLEDAD DEL TIEMPO

 



El tiempo, en ocasiones, se convierte en una balsa sobre la que flotar a través de los recuerdos. El pasado visto de esta forma es un remansiño de paz que busca lo que otrora nos hizo felices y, por ello, regresamos a él en busca de aquellos acontecimientos en principio triviales y que sin embargo reposan en nuestra memoria de una forma indeleble. Y si lo hacemos es para alzarlos a la categoría de mitos. Mitos de una vida trazada con mano temblorosa, lo que no impide que los veamos con firmeza o los hayamos experimentado con la fuerza más poderosa del mundo. En este sentido, la literatura es una buena forma de trabajar el tiempo. La soledad del tiempo podríamos decir si nos acercamos a la última novela que Paul Auster publicó antes de morir. Esta elegía sobre Anna, la esposa fallecida del protagonista, le sirve al autor para desdoblarse en dos: lo que fue y lo que ha sido. De ahí, que Paul Auster sea Baumgartner, y Baumgartner Paul Auster, en una sucesión ilimitada de giros, experiencias y vicisitudes cotidianas que de una u otra forma siempre nos llevan hasta el azar o, mejor dicho, a la importancia del azar en nuestras vidas, y más, en la biografía literaria del escritor norteamericano como nos demuestra al inicio y al final de esta novela. Un contrapunto de la sociedad actual en la que muchos se creen inmortales cuando, sin ser conscientes de ello, una ligera brisa puede acabar con sus vidas y borrar de su espíritu la voluntad del junco de volver siempre al lugar y forma iniciales. Nuestra capacidad, por tanto, de volver a ser aquello que fuimos nos es extirpada desde el instante que nacemos, salvo claro está, que volvamos a hacerlo a través de los recuerdos. Auster, en esta ocasión, lo intenta mediante los textos intercalados de la mujer de su protagonista, Anna, lo que le sirve al autor para hablar de sí mismo a través del otro. Un estilo indirecto con el que quiere marcar una distancia entre el pasado y el presente. Un presente, sin embargo, impregnado del pasado. Ese mirar atrás y el regreso a su juventud y, la intrínseca necesidad de recuperar la felicidad que un día se tuvo, nos hablan de un final, un final tranquilo que convierte a esta novela en un largo epitafio literario que lucha contra la soledad del tiempo. Una actitud de estar en la vida que Sam Shepard expresa de una forma brillante en la que también fue su última novela, Espía de la primera persona: «Hay momentos en que no puedo evitar pensar en el pasado. Sé que es en el presente donde hay que estar. Siempre ha sido el sitio en el que estar. Sé que gente muy sabia me ha recomendado permanecer en el presente el mayor tiempo posible, pero a veces el pasado se presenta sin previo aviso. El pasado no aparece por completo. Siempre reaparece por partes.» Y, Baumgartner, es el despiece de una vida por partes. 

Baumgartner también representa el amor y el apego hacia la persona amada que va más allá de nuestro efímero cuerpo. El amor, como parte esencial de eso que denominamos alma. Alma como expresión inmaterial de la esencia de cada ser humano. Ahí es donde Baumgartner es más vulnerable ante la ausencia de su esposa muerta. De ahí, que la importancia del amor en esta historia le sirva a Baumgartner (Auster) como lírico homenaje a su esposa Anna (Siri). Un homenaje que él convierte desde el principio en palabras que adquieren el formato de textos, notas y últimas intenciones del escritor hacia la esposa desaparecida; palabras que tienen en común una misma piedra de toque: la necesidad de expresar el amor infinito hacia la persona que ya no está y sin embargo sigue marcando el rumbo de nuestra vida. En ese camino entre, deambulante y sinuoso, el protagonista de esta novela divaga y retrocede sobre sí mismo: «Qué escritor o artista no vive en ese territorio cambiante entre la autoestima y el desprecio de sí mismo», nos dice cuando nos habla acerca de por qué no se le había ocurrido antes publicar los poemas de Anna. Una muestra más de que ella, sin duda, es el timón de esta narración y la heroína de una historia de redención y gloria, porque al final todos expresamos la necesidad de salvarnos por muy metidos que estemos en la sima de la vida y, quizá, no halla mejor forma de hacerlo que a través del amor. De este modo, la forma de narrar de Auster sobre Anna es una demostración de la sublimación hacia el otro cuando el tiempo nos deposita en el instante final. Un tiempo en el que ya no cabe la posibilidad de la duda, aunque sí de volver a vivir envuelto en una felicidad verdadera. Felicidad desde el dolor y la proximidad de la muerte, lo que la convierte en auténtica. 

Algo parecido, pero desde un punto menos emotivo, pero no menos intenso, es la reflexión que sobre el tiempo, la vida y el azar hace Auster a través de los recuerdos que, en principio, nacen de situaciones intrascendentes y, sin embargo, nunca se olvidan como, por ejemplo, la que nos narra acerca de la niña que un día vio en el tren, o el niño del metro de París. Una nueva demostración de ese azar, tan presente en nuestras vidas, que nos castiga y premia a partes iguales sin que seamos conscientes de ello hasta que se nos presenta delante de nosotros y no nos deja decidir. Un azar que podríamos expresar que es contrario a la memoria y que, en esta novela, Auster la trae a colación cuando nos habla de sus historias familiares con su padre, madre y hermana. Todas ellas encaminadas a dibujar ese perfil humano del que se despide. Una narración de los inicios vitales que se transforma en una manifestación contraria a la soledad y la vejez que él experimenta y explora en esta tranquila despedida sin otra pretensión que el ajuste de cuentas con la soledad del tiempo. Una despedida donde la literatura se nos presenta como la última posibilidad de la esperanza. 

Ángel Silvelo Gabriel.