sábado, 26 de abril de 2025

El negocio de papá

 


Que un padre cambie de negocio puede resultar, para su hijo, una anécdota sin más importancia… o transformarse en un drama. En El negocio de papá, de Alfredo Gómez Cerdá, asistimos a una historia donde ocurre lo segundo, porque cuando Ricardo decide sumarse al cambio la vida familiar dará un vuelco terrible. Durante mucho tiempo, él ha sido un humilde carpintero, que ha ganado lo justo para mantener su casa, pero desde que su cuñado comenzó a incordiarlo con la idea de que el barrio se estaba modernizando y que lo inteligente era convertir la carpintería en un local de copas todo ha ido de mal en peor. Y, ojo, no porque el negocio fracase, sino todo lo contrario: porque se convierte en un éxito arrollador.

Pronto, el dinero comenzará a multiplicarse en casa: cambiarán de muebles, de hábitos de vida, de coche… El problema será que su hijo comprende desde las primeras semanas que su padre no es feliz. A él le ilusionaba trabajar con sus manos y ser carpintero. Lo de ahora está bien (el río de billetes inunda la casa), pero no ha traído la dicha. Algo habrá que hacer al respecto.

Agradable narración, que he leído en voz alta para mi hijo Jorge, en sesiones nocturnas de diez páginas, y que lo ha hecho sonreír más de una vez.

jueves, 24 de abril de 2025

La muerte del Decano

 


Existe un pacto no escrito entre el lector de novelas policíacas (o, al menos, de novelas en las que se ha producido una muerte violenta) y el autor: el primero le pide al segundo que le facilite una intriga, que lo deje avanzar por sus pasillos oscuros, que lo obligue a valorar las distintas posibilidades de culpabilidad y que, al fin, tras meandros, medias verdades, revelaciones y sorpresas, lo conduzca hasta la solución del crimen. Quienes desde pequeños frecuentábamos las obras de Agatha Christie lo sabemos bien. Pero este pacto se quiebra estrepitosamente en las páginas de La muerte del Decano, porque Gonzalo Torrente Ballester, tras plantear con inteligencia el escenario delictivo y poner a sus personajes en juego nos deja sin solución: no nos dice qué ha pasado realmente. ¿Don Federico Daoíz ha elegido el camino del suicidio o, por el contrario, ha sido asesinado? ¿Todas sus sospechas de que alguien planeaba acabar con su vida estaban fundadas o constituían una cortina de humo para inculpar a su ayudante, don Enrique, que tal vez lo está superando intelectualmente? Será inútil que agucemos los sentidos y que leamos la novela con lentitud y con intención de dilucidarlo: no existen las respuestas.

Jorge Luis Borges afirmaba que la ambigüedad es una riqueza; y no seré yo quien se atreva a discutir esa inteligente opinión del maestro argentino. Pero cuando me sumerjo en una novela de crímenes (llamadme antiguo, si queréis), yo quiero llegar a la solución. Y Torrente Ballester, en estas páginas, no me la ofrece.

La prosa es magnífica, y algunas pinceladas psicológicas son admirables. Por ahí, desde luego, se salva con holgura. A ver qué me ofrece mi siguiente aproximación a don Gonzalo.

miércoles, 23 de abril de 2025

Hoy es fiesta

 


En la unión de varias terrazas y azoteas de un barrio pobre puede ocurrir casi de todo: puede ocurrir el mundo; y el genial Antonio Buero Vallejo, que lo sabe bien, nos permite asistir al espectáculo (aparentemente nimio, pero tan significativo) de esas vidas diminutas, alegres o tristes por momentos, esperanzadas o decaídas, iniciales o languidecientes. Siéntense en su butaca y contemplen y escuchen a todas las figuras que irán apareciendo ante sus ojos: la mujer que echa las cartas (y que ve con desaliento cómo el negocio decae); el joven estudiante que prepara unas oposiciones, aunque últimamente dedica más tiempo a espiar con amor a la joven Teresa; las vecinas que sueñan con el sorteo de lotería, que las podría sacar de pobres; los golfillos con ínfulas de vagos o de gamberros, que distraen sus horas planeando tontunas y barrabasadas; el esposo que intenta distraer a su pareja del dolor inaudito de haber perdido a la hija común; inquilinas que, aprovechando un descuido de la portera, han colocado unas sillas en la terraza y se están dedicando a “colonizar” el espacio que habitualmente tienen prohibido; un inventor que pudo haber sido famoso, pero que sobrevive ideando pequeños artilugios; un botijo que pasa de boca en boca y que está relleno de vino (porque hoy es fiesta); una mujer cuyo marido está en la cárcel; hombres silenciosos y reconcentrados, que esconden en su corazón un doloroso secreto que los corroe o culpabilidades que no se muestran capaces de asumir… Vidas tristes, grises, malbaratadas, que se aferran a una ilusión futura en forma de lotería o de golpe de suerte, porque, como bien indica Tomasa, “hay que esperar, qué demonios. Si no, ¿qué sería de nosotros?”. El problema surgirá cuando, en las páginas finales, todos descubran que están siendo víctimas de un fraude, perpetrado por alguien mucho más pobre que ellos, mucho más desesperado que ellos.

Dueño de un talento inigualable, Buero Vallejo construye con esos mimbres tan aparentemente toscos un cesto dramático de gran profundidad, que nos deja en silencio, pensativos, conmocionados. Era único.

martes, 22 de abril de 2025

Veva

 


Por su nombre real (Carmen de Rafael Marés) no la conoce mucha gente. Por su nombre literario (Carmen Kurtz), sí. Sobre todo, porque estamos hablando de una escritora que obtuvo premios como el Ciudad de Barcelona, el Café Gijón, el Lazarillo o el Planeta. Que se dice pronto.

Realizo mi primera aproximación a sus libros por el lado infantil, con la narración Veva, ilustrada por su hija Odile y publicada en 1988 por el sello Orbis (manejo ahora la edición más moderna, de 2009, de Noguer). Es la historia de una niña que viene al mundo cuando ya sus padres no esperaban tener más descendencia (tenían ya dos hijos mayores, Natacha y Quique) y que mantiene ocultas unas facultades extraordinarias: es capaz de hablar, sentir o caminar como un adulto. Como es natural, disimula para que nadie se percate, pero la perspicacia de su abuela Genoveva (de quien ha heredado el nombre) consigue descubrirlo. Desde ese instante, se crea entre ellas una complicidad deliciosa, que nos permite conocer ángulos y detalles familiares que, desde los ojos iniciales de Veva y desde los ojos prefinales de Genoveva, nos muestran un panorama excepcional.

Con simpáticos detalles de humor, con una prosa espléndida y con un soberano manejo de los tiempos narrativos, Carmen Kurtz compone un relato que resiste bien el paso de los años.

Muy agradable.

domingo, 20 de abril de 2025

Demasiado tarde para volver

 


Utilicemos la imagen que toma como punto de partida el autor en este libro: el avión en el que viaja se ha averiado y comienza un descenso vertiginoso en caída libre. Todo está perdido. Y solamente queda la posibilidad de escribir unas pocas palabras, las últimas, donde todo quede dicho y preservado. Ahí se encuentra, nos dice, el germen de este volumen de relatos. Ahora reflexionemos un poco más allá: ¿acaso no es la vida entera una caída libre vertiginosa, que se detiene cuando llegamos a la tierra y nos fundimos en su seno?

Miguel Ángel Hernández, que es autor inteligente, utiliza esa poderosa imagen de inicio para que comprendamos la universalidad de su propuesta: toda escritura es un testimonio. Toda página es un agónico testamento, donde se intenta que la belleza nos salve o nos justifique. En esa línea, aquella primera versión de este volumen (que apareció en 2008, auspiciada por la Editorial Tres Fronteras, de Murcia) se engrosa y perfecciona con nuevos textos, que redondean un tomo más que notable, donde palpitan viajes a ninguna parte, poéticas del fango, sueños lúcidos, memorias del otro lado y futuros pasados. Es decir, la coagulación que con auxilio de la letra impresa nos traslada la mirada de un narrador espléndido, que construye un territorio donde hay trenes, salas de espera en la UCI, dientes de leche, insomnios, corredores a los que ha dejado de palpitarles el corazón o camas bajo las que esconderse. Todo un vademécum de historias que consiguen cautivar nuestra atención y entre las que ustedes deberán elegir sus favoritas.

¿Las mías? Diría que “El llanto”, “Desorientado” o “Destino”. Pero seguro que si releo el volumen dentro de unos años mis preferencias habrán cambiado. Por ahora, les sugiero que se adentren en el libro y elijan libremente. Luego me cuentan.

sábado, 19 de abril de 2025

Coordenadas

 


Cuando un autor publica un libro diferente a los que anteriormente ha editado y la calidad sigue siendo extraordinaria, no caben dudas: es un creador de raza. Lo normal es lo contrario: seguir la línea, repetirse, apurar todo lo posible el modelo que te ha hecho triunfar. Pero Antonio J. Ruiz Munuera ha preferido jugársela. Lo avalan éxitos fulgurantes en el ámbito de la novela (premio José María de Pereda, premio Nostromo) y de la narrativa juvenil (premio Alandar, premio Avelino Hernández), pero ha preferido realizar una pirueta distinta, un triple mortal sin red, y se ha embarcado en Coordenadas, un tomo donde sus palabras se acercan al ritmo y al espíritu de la poesía y donde las imágenes que las acompañan son de una belleza abrumadora. El resultado, ya se lo puedo adelantar, es admirable.

Afilando su mirada y dejando que se pose sobre las cosas (“Las cosas, aun siendo inanimadas, tienen su corazón”, nos revela en la página 63), el escritor lorquino ha esmaltado un volumen espléndido, que se lee en una atmósfera de colores, de sonidos, de fragancias y de silencios, francamente egregia. Así, nos hablará de un mar prodigiosamente iluminado por la noche (“Noctilucas”); de una interesante teoría que relaciona las edades humanas con la condición líquida (niñez), la sólida (madurez) y la gaseosa (senectud); de los desechos humanos, que a veces revelan muchísimo sobre nuestra civilización y sobre sus desviaciones y torpezas; del escaso respeto que se tiene por algo tan hermoso y duradero como las flores de plástico; de nuestra condición moderna de seres convertidos en “cosas” gracias a los algoritmos informáticos; de pequeñas historias que apenas esconden novelas larvadas (no se pierdan, por ejemplo, el texto 91)…

Y, aquí y allá, emotivos guiños culturales (p.71), sonrientes líneas de humor (p.85) e incluso greguerías que hubiera firmado con felicidad Ramón Gómez de la Serna (“Los goznes son las cuerdas vocales de los fantasmas”, texto 41).

Insisto: un experimento literario que se eleva hasta alturas líricas y visuales de primer orden y que les recomiendo encarecidamente.

viernes, 18 de abril de 2025

La casa de Matriona

 


Ignatich, un profesor de matemáticas que ha pasado un largo tiempo en la cárcel, solicita plaza en 1953 para trabajar en algún pueblecito ruso que esté apartado de las grandes ciudades e incluso de las vías del tren. Y después de algunos enredos burocráticos se le destina a Torfoprodukt, donde busca inútilmente un lugar de hospedaje hasta que alguien le sugiere que acuda a Matriona Vasilievna, una mujer pobre y enferma que posee una isba paupérrima (“Aparte de Matriona y de mí, en la isba vivían un gato, ratones y cucarachas”). La convivencia con ella es muy fácil, porque ambos saben adaptarse a la precariedad y desconocen el afán de lujo, pero todo comenzará a enrarecerse cuando unos parientes codiciosos (la pobreza suele activar los mecanismos más lamentables de la avaricia) planeen alrededor de la anciana para apoderarse de algunas de sus tristes pertenencias. Cuando al fin se produzcan varias muertes por un accidente, algunas personas susurrarán reflexiones (“Dos misterios hay en el mundo: cómo nací no lo recuerdo; cómo moriré, no lo sé”, cap.3) y las demás se aprestarán al reparto de los despojos.

Narrada con una sencilla y demoledora eficacia, La casa de Matriona nos acerca a la realidad miserable y atenazada del mundo soviético, contada desde abajo. No hay apenas referencias políticas, ni tampoco críticas directas hacia el gobierno: Solzhenitsyn se limita a dejarnos ver cómo sus personajes chapotean entre la miseria y, como natural consecuencia, incurren en la mezquindad (salvo Matriona, de la cual nos comenta el narrador que “fue ese ser justo sin el cual, según dice el proverbio, no hay aldea que exista. Ni ciudad. Ni nuestra tierra entera”). Con su ejemplo de vida, la anciana representa, en su isba, una isla de dignidad, nobleza y humanidad que constituye, a la postre, lo más hermoso de la novela.