Pocas
explicaciones argumentales y pocos detalles anímicos será necesario aducir para
recordar la figura de don Juan, el eterno e implacable seductor, el miserable
coleccionista de mujeres, a quienes embauca con su verbo y con su talle, sin
que ellas le importen más allá de su condición de número. Don Juan no ama:
derrota. Y el salón de su alma es una galería de piezas cobradas, que adornan
las paredes mientras él, sentado en su sillón junto a la chimenea, las
contempla.
En
esta versión de Molière, don Juan acaba de abandonar a doña Elvira, después de
haberla seducido. Su sirviente está asqueado de la calaña de su señor (“Don
Juan, mi amo, es el mayor criminal que jamás pisó la tierra: una furia, un
cínico, un turco, un hereje, que no cree en cielo, infierno, ni hombres lobos;
que vive como una bestia fiera, un cerdo de Epicuro, un verdadero Sardanápalo;
que se hace el sordo ante cualquier amonestación cristiana y tiene por sandeces
las cosas que creemos los demás”). Y cuando le recrimina su ligereza moral, el
galán no se amilana (“Todo el placer del amor está en la variación”), llegando
a pronunciar un discurso tan hiperbólico como anonadante (“Poseo la ambición de
los conquistadores, que corren perpetuamente de victoria en victoria, incapaces
de poner límites a sus deseos. Nada puede detener el ímpetu de los míos; tengo
un corazón capaz de amar a la tierra entera, y quisiera, como Alejandro, que
existiesen más mundos, para llevar hasta ellos mis amorosas conquistas”).
Nada
detiene ni hace recapacitar a don Juan: ni las súplicas de doña Elvira (quien
ha sido raptada de un convento), ni las amenazas de sus hermanos, ni los ruegos
de su propio padre (desesperado de ver la vileza de su hijo), ni siquiera el
hecho de que la estatua del Comendador (a quien dio muerte y ahora invita a
cenar, con desparpajo sacrílego) se mueva en su presencia y lo alerte de la
inminente venganza del Cielo. “La hipocresía es una moda. Y un vicio que está
de moda viene a ser como una virtud”, pregona don Juan en el acto V, para
horror de su sirviente.
Una pieza teatral que, salvo por un final quizá excesivamente rápido y abrupto, aún se lee con admiración y aplauso.