marzo 04, 2025

España. 20 años de Ley Integral contra la Violencia de Género y 20 siglos de negación



Sobre la siempre negación del machismo a la Ley General de Violencia de Género que este año 2025 cumple 20 años de su aprobación en España


El machismo basa su realidad en la negación de la existencia del machismo para así poder atribuir las consecuencias que produce a factores diferentes a su construcción social y cultural. Unas veces las atribuye a elementos del contexto donde ocurren, otras a las personas que intervienen, pero nunca a los elementos androcéntricos que impone e interaccionan con todos los factores existentes. 

Y no es casualidad. El machismo necesita de la negación para poder imponer un sistema injusto de desigualdad basado en la mentira. La desigualdad es situar a los hombres en una posición de superioridad respecto a las mujeres, y la mentira es hacerlo sobre la idea de que la capacidad de los hombres es mayor que la de las mujeres.

El reconocimiento de la violencia de género supone una crítica directa a la construcción machista, puesto que es una violencia estructural enraizada en la forma que la cultura ha entendido las relaciones de pareja para justificarla como parte de la normalidad, hasta el punto de hacer que la propia víctima diga lo de “mi marido me pega lo normal”, algo que manifiesta el 44% de las mujeres que no denuncian (Macroencuesta 2019), y que está tan arraigado que el 15,4% de los chavales de 15 a 24 años refiere hoy que “si la violencia es de poca intensidad no es un problema para la relación de pareja”; o sea, que es normal (Centro Reina Sofía, 2021).

Por eso la estrategia machista ha sido clara y ha buscado ocultar la violencia de género. Al principio lo hacía sobre la idea de “violencia doméstica” para hacer entender que su causa estaba en el escenario de la convivencia, y que en ella la relación entre el hombre y la mujer era simétrica, de manera que el hombre podía ejercer la violencia contra la mujer, pero también la mujer contra el hombre.

Después, cuando hace 20 años se promulgó la “Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género”, se rompe con esa idea y se habla de la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres como consecuencia de la desigualdad, la discriminación y las relaciones de poder de los primeros sobre las segundas, rompiendo con la idea del escenario particular como causa para situar el problema en la realidad social y cultural. Y ante esta nueva situación surge la necesidad de volver a ocultarla con la negación explícita, y para ello nada mejor que presentar las medidas contra la violencia de género como ineficaces, y así reforzar la idea de que como la desigualdad no es a causa de la violencia contra las mujeres, las medidas basadas en esa idea no son eficaces, de ahí que continúen los homicidios y los casos. 

La realidad es muy distinta y los datos muestran el impacto positivo que ha tenido la Ley Integral en la prevención de la violencia de género.

Para ver las consecuencias que ha tenido la ley analizamos dos indicadores, uno es la media de denuncias desde el año 2007, año en que se unificaron los datos del CGPJ y del Ministerio del Interior, y el otro la media de homicidios. Con estos dos indicadores comparamos el primer periodo (2007-2015) con el segundo y más reciente (2016-2023), y vemos diferencias muy significativas.

En el primer periodo la media de denuncias anuales interpuestas fue de 132.263, y la media de homicidios por violencia de género de 62, lo cual indica que se produjo un homicidio por cada 2119 denuncias. Esta relación entre el homicidio y la denuncia es importante porque supone una aproximación a los elementos de riesgo que facilitan el paso al asesinato, puesto que los agresores buscan con la violencia someter y controlar a las mujeres, y planifican el homicidio cuando perciben que la mujer rompe la relación y ellos pierden el control. De manera que la denuncia es un reflejo de esa reacción de las mujeres frente a la violencia, y nos aporta una imagen sobre el riesgo existente.

En el segundo periodo la media de denuncias aumentó hasta las 167.394, y la media de homicidios fue de 51, por lo que se cometió un homicidio por cada 3238 denuncias. Es decir, en unas circunstancias de mayor riesgo debido a la mayor conciencia crítica sobre la realidad de la violencia de género, y su traducción en un mayor número de denuncias y separaciones, se producen de media 11 homicidios menos cada año.

Si no hubiera existido la Ley Integral con sus medidas de protección y su contribución a la concienciación social, y se hubiera mantenido la misma relación entre el número de homicidios y el número de denuncias, la situación actual supondría una media de unos 78 homicidios anuales, en lugar de los 51 de media que hemos indicado. Por lo tanto, para entender el impacto que ha tenido la Ley Integral sobre la prevención de la consecuencia más grave, que es el homicidio, no sólo hay que considerar la disminución de los 11 casos que se ha producido en el segundo periodo, sino que hay que ponerla en relación con todos los casos que se producirían de no contar con las medidas de la ley, es decir, con los 78 homicidios que se cometerían, puesto que el rechazo de las mujeres a las relaciones de pareja dominantes y violentas también se habría producido como resultado de la transformación social que vivimos.

La Ley Integral ha supuesto una reducción del número de homicidios de unos 27 al año, lo cual significa que sin la ley habrían sido asesinadas 216 mujeres más en los 8 años del segundo periodo.

Son 20 años de Ley Integral contra la violencia de género, sin duda 20 años de muchas deficiencias, pero también 20 años que han revolucionado y transformado de manera definitiva las referencias que impuso el machismo para normalizar la violencia contra las mujeres. Queda mucho por hacer, pero tenemos los instrumentos y las vías para conseguirlo. No podemos dudar ni vacilar un momento para impulsar de manera definitiva esta transformación que lleve a la erradicación de la violencia contra las mujeres, porque el machismo no duda ni vacila, todo lo contrario, insiste en su negacionismo para afirmar su modelo cultural. 

Somos testigos de la pesadilla que nunca quiso vivir el machismo, que gracias a las políticas feministas se denuncie más y que se logre reducir el número de homicidios de mujeres, pero aún no hemos alcanzado el sueño de la Igualdad.

Fuente: https://miguelorenteautopsia.wordpress.com

marzo 03, 2025

Tamara Tenenbaum: "La conciencia sobre la violación y el acoso laboral es un logro de la última ola feminista"


La escritora y filósofa Tamara Tenenbaum, autora de 'Un millón de cuartos propios'. Fotografía facilitada por la editorial Paidós. Carlos Ruiz.

Con su ensayo El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (2019), la filósofa y escritora argentina Tamara Tenenbaum conectó hasta tal punto con los millennial que la historia derivó en una serie de televisión. Ahora propone una relectura de Una habitación propia, de Virginia Wolf, para encontrar respuestas a estos tiempos de incertidumbre, y lo hace con el libro que titula Un millón de cuartos propios, con el que obtuvo el Premio Paidós 2025, destinado a trabajos que reflexionen sobre "los grandes debates intelectuales de nuestro tiempo".

"Debemos aceptar las críticas, quizás la socialdemocracia no nos dio todo lo que nos prometió, pero la alternativa no puede ser la derecha nacionalista, antiinmigrantes, antimujeres y homofóbicas", explica a EFE en una entrevista.

Los logros de la última ola feminista, según Tamara Tenenbaum

Con la vista puesta en el 8M, el Día Internacional de la Mujer, Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) ha lamentado que el feminismo esté hoy "en retroceso" y ha abogado por "recuperar unos consensos básicos", porque "los discursos de odio están resurgiendo y hay que ofrecer alternativas". Y señala en una entrevista con EFE que los logros de la última ola feminista han sido "la conciencia sobre la violencia y el acoso laboral".

"Creo que hubo un intento de concienciación sobre las formas de violencia que experimentan las mujeres en su cotidianidad, no solamente los femicidios y las formas más extremas, sino las formas menos extremas y que están más normalizadas", señala.

"Creo que sobre eso se avanzó mucho y hoy son muy pocas las personas que te dirían que hay que perdonar al hombre que te agredió físicamente, por ejemplo, o que es algo que se puede conversar, o que no es tan grave. Eso ya no es un discurso que circule, cuando hace 20 años era un discurso que circulaba; entonces me parece que eso es bueno y en el clima laboral en general", añade.

"Aunque, dicho esto, esas cosas siguen pasando, tanto la violencia de género como el acoso laboral, todo sigue sucediendo, por supuesto. como los homicidios van a seguir sucediendo, esto no es que se termina", se lamenta.
"Ha desaparecido la narrativa progresista que piensa en un futuro mejor"

Tenenbaum cree que una de las claves del auge de la derecha y la ultraderecha en el mundo es que "ofrecen una visión de futuro entusiasta", mientras que la izquierda vive aferrada a la nostalgia y a cierta resignación. "Han desaparecido las narrativas progresistas que piensan un futuro mejor", ha asegurado.

El poder de la nostalgia y la tradición, la precariedad laboral, el amor o el resentimiento como respuesta política son cuestiones sobre las que reflexiona en Un millón de cuartos propios.


Portada del libro Un millón de cuartos propios de Tamara Tenenbaum. Imagen cedida por la editorial Paidós
La habitación propia o el derecho al silencio

El nuevo título de Tenenbaum, Un millón de cuartos propios, surgió a partir de un encargo para traducir el ensayo original de Virginia Woolf, basado a su vez en una serie de conferencias que ésta impartió en dos universidades femeninas de Cambridge en 1928.

La escritora argentina observó que, a diferencia de otros textos feministas de esa misma época, la autora de Las olas hablaba de problemas que persisten en la actualidad. La idea central que defendía era que, para escribir, todo lo que una mujer necesitaba era una habitación donde poder hacerlo y unos ingresos fijos.

Woolf llega a cuestionar si para ella fue más importante ejercer el derecho al voto o cobrar una herencia de su tía. "Es un punto de vista muy interesante y muy contemporáneo", dice Tenenbaum, "tiene mucho que ver con lo que estamos preguntándonos hoy sobre la democracia liberal, es decir, ¿para qué sirve la democracia liberal si nadie tiene un peso?".

Sobre la cuestión de la habitación propia la escritora cree que en la actualidad, en la era de internet y las redes sociales, esa idea de "confort" necesario para escribir tiene más que ver "con el derecho al silencio".


"La posibilidad de estar en silencio, concentrarse y no estar angustiado por pagar el alquiler, ni por las miles de guerras que vemos todo el día en Internet; siempre ha habido muchas guerras, la diferencia es que ahora estamos pendientes de todas y de un montón de cosas con las que no podemos hacer nada, y eso es agotador", señala.

En el libro, la autora combina referencias literarias y filosóficas con otras de la cultura pop, con un tono que evita el autoritarismo e invita a iluminar la incertidumbre, algo a contracorriente, asume, en una época en la que triunfa el tono asertivo.

"Si entras a Instagram o a Tik Tok, los influencers hablan en términos de 'esto es lo que tienes que hacer para ganar plata o esto debes hacer para estar sano' (...), yo prefiero subrayar lo provisorio, lo incierto y lo discutible".

Tenembaum también dice que el feminismo no está "tan de moda" como estaba hace 10 años. "Es rapidísimo. Bueno, los cambios son cada año más rápidos. Antes las modas duraban veinte años y ahora duran cinco", recuerda.


"Lo mismo pasa con todo, ahora todo va más rápido. No significa que hayan desaparecido todas las conquistas de derechos, pero sí siento que el cambio es notable", agrega.

Según la escritora, en los espacios de trabajo "la conciencia del acoso laboral es grande y los reglamentos siguen en línea"; pero, en su opinión, ahora pueden hacerse chistes que hace cinco años no, y te decían: "Esto no es así" o estaban mal vistos. "Entonces creo que el clima social ha cambiado bastante rápido", concluye la escritora argentina.

Por Magdalena Tsanis 
Fuente: Efeminista 

marzo 02, 2025

Arquitectura y género: las primeras mujeres que construyeron su lugar en un mundo de hombre


¿Le suena el nombre de Matilde Ucelay? Fue la primera graduada en Arquitectura en España, una de las contadas mujeres que en los años treinta logró superar las barreras de género de una profesión considerada hasta entonces exclusivamente “de hombres”.

Las primeras arquitectas que estudiaron en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid lo hicieron siguiendo los planes de estudios de 1914, 1932 y 1957, cuyos cursos preparatorios eran muy exigentes. La gran mayoría se colegiaron en la capital, aunque ejercieran en diversas provincias españolas.

El ingreso de mujeres en la Escuela de Arquitectura en 1931 se produce 184 años después de la fundación de la institución universitaria, con cuatro primerísimas alumnas. La ya mencionada Ucelay fue la primera arquitecta que terminó los estudios en 1936, porque hizo dos cursos en un año, aunque por razones políticas pasaría una década hasta que se le expidió el título. Su compañera Cristina Gonzalo Pintor se graduó ya terminada la Guerra Civil, en 1940. Otras dos alumnas, Eulalia Urcola y Josefa Flores, finalmente no acabaron la carrera.

A estas les siguieron las que empezaron en el curso 1932-33: Rita Fernández Queimadelos, que hizo una carrera rápida y se graduó en 1940, y Juana de Ontañón, que retrasó sus estudios hasta 1949 por la depuración política que afectó a su familia.

Influencia en ellas de la ILE

Tuvo que pasar casi una década para que al menos cada año se titule una arquitecta en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, con Margarita Mendizábal, en 1956; Eugenia Pérez Clemente, en 1957 y en 1958, y en 1959 Elena Arregui y Milagros Rey (que fue catedrática en la Universidade da Coruña). Todas ellas siguieron ya el Plan de Estudios de la República, de 1932, imbuido por la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza (ILE).

Diez pioneras, ocho tituladas en Arquitectura, y el testimonio de una emancipación de género que haría evolucionar las aulas politécnicas. Procedían de entornos acomodados y progresistas que dieron soporte, no siempre sencillo, a su inusitada decisión de ingresar en una profesión “de hombres”. Un talante adelantado para las mujeres de su tiempo, que requería férreas voluntades unidas a capacidades y aficiones propias del espíritu de la Residencia de Señoritas de Madrid, el centro de la intelectualidad femenina universitaria del primer tercio del siglo XX.

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A principios de los años 60 se titulan Teresa Capdevilla, Encarnación Casas, Carmen Mostaza, María Aroca, Emilia Checa, Helena Iglesias, Pilar Ferichola y Pilar Ferrándiz, entre otras. Dos de ellas, Iglesias y Ferrándiz, fueron catedráticas de la Universidad Politécnica de Madrid.

Las graduadas en torno al 68 forman una minoría muy cohesionada. Nombres como María Pérez Sheriff, Adriana Bisquert, Concepción Fernández-Montesinos, Luisa Sotos, Gloria Alcázar, Pilar Amorós, Emma Ojea, Ángeles Coig-O´Donnell, Elvira Adiego, Raquel Martínez de Ubago, Teresa Domínguez y Concepción Maestro componen la relación de estas generaciones precursoras. Fueron arquitectas con largos, fructíferos y polifacéticos desempeños, a menudo en solitario, pero también en asociación. Una multiplicación de tareas que tiene relación con la supervivencia y la dificultad de acceder a los encargos de mayor relevancia, pero también con su propia cultura de conciliación y compromiso.

Las arquitectas de los primeros años 70 cierran las promociones del Plan 57, cuando la presencia femenina se va consolidando lenta, pero significativamente. Teresa Bonilla, Cecilia Bielsa, Margarita de Luxán (catedrática de la Universidad Politécnica de Madrid), María Antonia González-Valcárcel y Teresa Arenillas son algunas tituladas en esas fechas. En sus primeros años de andadura profesional sus actitudes y logros dan fe de la igualdad que lucharon por defender a pesar de las brechas de género que el momento cultural español no permitía obviar.

Las doce arquitectas de la 122 promoción pertenecen a la última etapa de una carrera que aún requería pruebas de acceso, y son las últimas tituladas antes de la Transición. Fueron Carmen Bravo, Victoria Flórez, Maruja Gutiérrez, Amparo Berlinches, Ana Iglesias, Mª Jesús Zueco, Rita Iranzo (hija de la tercera mujer arquitecta), Ana María Fernández, Teresa Rodríguez (que trabajó con Pascuala Campos, la primera catedrática de Proyectos en España titulada en la Escuela de Barcelona), Isabel García Elorza, Teresa Rodríguez-Carrascal y María Fernández Puentes.

Líderes en un régimen jerarquizado

No llegaban al 6 % respecto a sus compañeros de promoción varones. Ellas son las que empiezan a trabajar en un régimen fuertemente jerarquizado y las que participan como profesionales en la transformación democrática. También fueron ellas quienes lograron mantener sus estudios profesionales en activo y optaron a ocupar posiciones de liderazgo en distintos estamentos en la Administración, la carrera docente o la gestión empresarial.

Las primeras arquitectas forman una red de mujeres profesionales visibles, con conciencia de grupo, que fomentan colaboraciones y complicidades entre ellas, aunque por propia formación no lo expliciten demasiado.

La secuencia temporal de la graduación del primer medio centenar de mujeres que se hacen arquitectas en Madrid permite considerarlas, por su trabajo, como referentes femeninos y protagonistas de la investigación en torno a arquitectura y género. Una aproximación pormenorizada para ponerlas en foco, con nombres propios unidos a desempeños profesionales, que forma parte de de una investigación aún por completar.

Arquitecta PhD, profesora en investigadora UDIT, UDIT - Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología
El texto que se resume es de dos autoras: Josenia Hervás y Heras (UAH) y Eva Hurtado Torán (UDIT). La investigación ha sido posible gracias al apoyo del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, a través del comisariado de Eva Hurtado en los ciclos ArquitectAs celebrados entre 2021 y 2024 en su sede, con la invitación de numerosas de sus protagonistas. Igualmente la investigación forma parte del trabajo de Eva Hurtado en el Grupo de Investigación en Diseño, Cultura Visual y Género, GENIUS de UDIT, Universidad de Diseño, Innovación y tecnología.
Fuente: The Conversation

marzo 01, 2025

Katherine Switzer: un maratón, brillo labial y muchas barreras que romper

La atleta estadounidense fue la primera mujer en participar de forma oficial en el Maratón de Boston, abriendo esa posibilidad al resto de mujeres

Switzer, durante la Maratón de Boston. / ARCHIVO KATHERINE SWITZER

"No tenía idea de que iba a convertirme en parte de esa historia. No estaba corriendo Boston para demostrar nada; solo era una niña que quería correr su primer maratón". La participación de las mujeres en maratones por todo el mundo es a día de hoy una imagen habitual pero no siempre fue así. Lo explica bien en sus memorias Katherine Switzer, una atleta estadounidense de origen alemán que en 1967 dinamitó todas las reglas establecidas y participó en una Maratón de Boston que hasta ese momento estaba reservada solo para los hombres.

Conseguir participar no fue la parte más difícil del proceso. "Consultamos el reglamento y el formulario de inscripción; no había nada sobre el género en el maratón. Rellené mi número de AAU, pagué 3 dólares en efectivo como cuota de inscripción, firmé como siempre firmo mi nombre, "KV Switzer", y fui a la enfermería de la universidad para obtener un certificado de aptitud física. (A diferencia de hoy, en aquel entonces el maratón no exigía tiempos de clasificación). Arnie consiguió los permisos de viaje y envió por correo nuestras inscripciones", relata Switzer en un capítulo de su biografía, Marathon Woman.

Brillo labial y un codirector obcecado

A la expedición se unió su pareja de entonces, un exjugador de fútbol americano y lanzador de martillo, Big Tom Miller, porque "si una chica puede correr un maratón, yo puedo correr un maratón"; y John Leonard, del equipo de cross country de la universidad, un "equipo formidable listo para correr el maratón". La expedición al completo tomó la salida, Switzer utilizando brillo de labios, algo que Tom le recomendó que no hiciera, para que no se viera que era una mujer. “No me quitaré el lápiz labial”, replicó, sin saber que esa no iba a ser su única negativa en el día.

Después de 4 horas y 20 minutos, Katherine finalizaba el recorrido 42 kilómetros y 195 metros. Un tiempo lejos de las marcas que se firman hoy en día pero que contó además con un invitado sorpresa que lastró la carrera de Switzer. La afrenta de la atleta no pasó desapercibida y un miembro de la organización no dudó en colarse entre los corredores para intentar expulsar a la mujer que había osado participar.


Secuencia del momento en que un organizador intenta expulsar a Switzer. / BOSTON HERALD

La secuencia quedó recogida por los reporteros gráficos y muestra como el codirector intenta sacar a la estadounidense de la prueba. “Sal de mi carrera y devuélveme el dorsal”, dijó, según recogen las crónicas de la época. Con ayuda de su entrenador y de otros corredores consiguió sortear el obstáculo y cruzar finalmente la línea de meta con ese histórico dorsal 261.

“Voy a terminar la carrera arrastrándome o a gatas si es necesario; porque si no la acabo, nadie creerá que las mujeres pueden hacerlo”, pensó Switzer en ese momento, según relató ella misma en entrevistas posteriores. Se convertía en la primera mujer en contar de forma oficial en el registro de la maratón, por tanto, la primera en completarla, aunque esta afirmación tenía algo de trampa. Un año antes, Roberta Bobbi Gibb había completado el maratón aunque sin estar inscrita. Su nombre no pasó a la historia, aunque sí demostró que las mujeres podían recorrer todos esos kilómetros sin problemas.

Toda una vida dedicada al atletismo

Cincuenta años más tarde de su primera participación, con 70 años, volvió a lucir ese dorsal 261, convertido ya en un emblema, en el Maratón de Boston. Entonces ya como corredora de pleno derecho, con su nombre y apellidos, algo que ella misma conquistó para ella, y para todas las mujeres. En 1974, ganaba el Maratón de Nueva York.

La pasión por el atletismo llegó cuando solo era una niña y con 12 años empezó a correr. Después valoró unirse a las animadoras en la escuela pero hizo bueno un valioso consejo de su padre: “Tú no tienes que animar a los demás. Los demás tienen que animarte a ti”. Y siguió corriendo, también en la universidad, aunque sin poder estar federada, por ser mujer.

Tras su participación en 1967 puso su empeño en conseguir que las mujeres pudieran participar sin restricciones e hizo campaña para que pudieran hacerlo de forma oficial en 1972. Además fue una de las creadoras de la primera carrera en ruta femenina y ha dedicado el resto de su trayectoria a defender el papel de la mujer. Comentarista, oradora y feminista, sigue corriendo maratones.

En 2007, sus memorias, tituladas Marathon Woman, se publicaron por primera vez en la revista Runner's World, recogiendo no solo esa participación en 1967, sino también su trayectoria previa y posterior a ese hito que la hizo pasar a la historia.

En 2011 ingresó al Salón Nacional de la Fama de las Mujeres por crear un cambio social global positivo. Fue nombrada también como uno de los Visionarios del Siglo (2000) y Héroe del Running (2012), y Corredor de la Década (1966-76) por la revista 'Runners World'.

Por Cristina Moreno
Fuente: El Periódico

Sí a la Diversidad Familiar!
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