Días Ribeyrianos: una adaptación cinematográfica inspirada en uno sus cuentos más famosos, “Alienación”, acaba de obtener un premio importante en un festival internacional. El cortometraje estará disponible de manera gratuita en la plataforma Vimeo a partir del 1 de setiembre. Además, mañana lunes 31 de agosto, el autor de “Los geniecillos dominicales”, cumpliría 91 años.
Hace años, en un concierto homenaje a Nicomedes Santa Cruz, su sobrino Rafael contaba que había una cosa que irritaba sobremanera a su tío. Cuando nuestro principal representante de la cultura afroperuana se convirtió en un rostro “popular” gracias a la calidad de sus décimas que recitaba en radio y televisión, y cuya voz hemos heredado, no era difícil para el peruano de a pie reconocerlo mientras iba por la calle. Entonces a nuestros compatriotas no se les ocurría mejor idea que ofrecerle su “reconocimiento” imitando su voz de zambo. Seguramente ignoraban que tal actitud chacotera refleja de manera subliminal al racista que todos llevamos dentro.
Mofarse de la voz de Nicomedes era mofarse de su identidad, que es como decir que nos estamos mofando de nosotros mismos. Pero el punto de partida de esta burla no era una suerte de autoconciencia crítica y jocosa, sino una que nace a partir de la alteridad como signo de inferioridad, del me río de ti porque no eres como “yo” o porque eres “distinto”. Innumerables son los casos que hemos visto cuando íbamos al colegio, pero cuya costumbre no se pierde hasta el día de hoy en las calles. Ni qué decir del universo infame de las redes sociales.
Hace poco hubo un caso bien sonado en la plataforma “Mírame pero no me toques”, mejor conocida como Instagram. Estoy seguro que el lector sabe a cuál me refiero. Este desagradable evento ha sido calificado, ante débiles argumentos que pretenden justificarlo, de “racismo de catálogo”. Sería interesante robar esta idea y componer un libro, un catálogo precisamente, que recopile un buen número esta clase actos racistas en Perú, y que alcanzan otra dimensión simbólica ya que los vemos a través de una pantalla. De ninguna manera es lo mismo escuchar un “¡Negro de mierda!” en la calle, que verlo a través de la televisión, una revista, una publicidad o, como el caso referido, una red social.
El problema reside en dicho libro o catálogo sería infinito, pero a lo mejor nos podría servir para armar un rompecabezas que nos ayude a comprender por qué tenemos interiorizadas semejantes bajezas, tanto a nivel intelectual como espiritual. Porque no es el acceso a una buena educación ni contar con todos los privilegios sociales lo que nos priva del “ser racista”. El racismo, independientemente de la clase social, seguirá aconteciendo y, probablemente, convenga señalarlo con el dedo para poner las cosas en su lugar. Hace apenas un par de días ojeaba la tv y aparecieron las imágenes de un joven del distrito de Magdalena que sacaba a pasear a su perro sin mascarilla. Los serenos se acercaron a prevenirlo e inmediatamente se puso a cholear a todo el mundo.
“ALIENACIÓN”, UNO DE LOS MEJORES CUENTOS DE RIBEYRO
Fue el primer cuento que leí de nuestro querido Julio Ramón. Las desventuras del zambo Boby fueron las que me abrieron al amor por sus libros e historias. Pasa el tiempo y la narrativa de este autor que nos presentaron en el colegio no deja de cautivar a nuevas generaciones, y sus fieles lectores siguen en aumento.
Ribeyro es uno de los escritores peruanos preferidos, también, por la Data. Lo ha conseguido gracias a un público incondicional que, sin que el discreto escritor lo pretenda, ha sabido meterse al bolsillo a punta de una serie de historias y personajes que son un escaneo de lo que se conoce, con sorna, como “peruanidad”. Un ejemplo de ello es el caso Roberto López.
El protagonista de “Alienación” es uno de los tantos suicidados por nuestra sociedad. Su trauma nace por el rechazo de una mocosa de la que todo el mundo está enamorado en un barrio de Miraflores. La frase de la niña es un tatuaje en la frente de Roberto:
"YO NO JUEGO CON ZAMBOS"
A partir de entonces, cuenta el narrador, el joven protagonista decidió “matar al peruano que había en él y por coger algo de cada gringo que conoció”. Además, desmantela la identidad del mismo a nivel gramatical:
“Precisemos que se llamaba Roberto, que años después se le conoció por Boby, pero que en los últimos documentos oficiales figura con el nombre de Bob. En su ascensión vertiginosa hacia la nada fue perdiendo en cada etapa una sílaba de su nombre. Todo empezó la tarde en que un grupo de blanquiñosos jugábamos con una pelota en la plaza Bolognesi.”
Entonces viene la ya mencionada frasesita de Queca, la niña rompecorazones de piernas legendarias. Un instante fatal que determinaría el rumbo de la vida de un zambo peleado con el espejo, y que nace de una sociedad conchudamente racista. Tal mentalidad condenable se mantiene hasta el día de hoy a diario. Se trata de personas que claramente ignoran su árbol genealógico, por no mencionar otros detalles. Recuerdo de alguna clase de Julio Hevia: "Niños: la gente se apresura en cholear al otro, antes que sean ellos los choleados".
Ahora que he vuelto a releer “Alienación”, más que atención a la historia, mi lectura se difuminó en la musicalidad de las palabras que no dan tregua al lector. El cuento es un verdadero concierto de fraseos a reloj. Los ojos no pasan por las palabras, sino que las barren, se deslizan por cada línea sin tropezar nunca, como sobre una pista de hielo. Con Ribeyro, ya se ha dicho innumerables veces, se cumple aquello que se dice del arte de escribir cuentos: no sobra ni falta nada, en el que no todo termina de ser dicho sino hasta la última palabra. Según dicen los entendidos, se trata de un arte que es superior al de escribir una novela.
Con conciencia crítica y mucho humor, Ribeyro compone un retrato social desde el punto de vista de un miraflorino que llegó a conocer al confundido y patético Boby. Ahora, ¿qué nos deparará esta adaptación cinematográfica premiada? Es interesante mencionar lo que el director a cargo, Alex Fischman, nacido en Lima, dice en relación a su proyecto:
"Yo siempre me sentí distanciado a mi patria. Crecí en un hogar privilegiado y fui a un colegio que me enseñó mejor inglés que español. Veía televisión americana, escuchaba rock en inglés en lugar de cumbia, y en mis vacaciones viajaba al extranjero. Pero cuando me gradué del colegio y me fui a estudiar cine en los Estados Unidos, me di cuenta que a pesar de mi tez blanca y mi nivel de inglés, podía ser víctima de prejuicios como peruano; yo no era americano, ni nunca lo sería. Noté que durante toda mi vida había estado avergonzado (estúpidamente, por supuesto) de mi cultura y de la ciudad donde crecí, pero estos orígenes me definían. Ahí fue que el cuento, que tanto me impactó en el colegio, vino a mi mente, Alienación."
Y ya que comenzamos esta nota con nuestro Nicomedes Santa Cruz, terminemos con él. A lo mejor el zambo Boby se hubiese "desahuevado" al escuchar la estrofa final de la décima "De inga y mandinga":
En cuanto a lo que me toca
de ser como soy me alegro:
ojos pardos, cutis negro,
rizo el pelo y gruesa boca.
El ser así no me apoca
ni me vuelve mentecato.
Solo una cosa combato:
Racismo negroide... ¡NO!
aunque un zambo como yo
exige distinto trato.