El relato antimigratorio ha clavado sus garras en lo más profundo de la sociedad española, y asienta todo su poderío sobre términos como "invasión", "avalancha", "oleada" y la desinformación de quienes llegan a hablar de marcar a seres humanos como si fueran ganado para diferenciar entre los que sí valen y los que no. Duelen la displicencia y el desdén con que hablan aquellos que parece que abren la puerta a la peste cuando se trata de solidaridad con esas personas que han llegado a Canarias en tan difíciles condiciones. ¿Cuota de reparto? ¿Pero qué es eso? ¿Por qué no hablamos simplemente de solidaridad, de ayuda? "Es que ya acogemos a 900 criaturas", dice el otro, como el que está detrayendo dinero de la sanidad pública o de asfaltar las calles (me gustaría ver esos centros de salud y esas calles) para socorrer a una persona que está sufriendo los efectos de una catástrofe humanitaria.
Las cosas deben ser llamadas por su nombre: Es racismo. Y no voy a disculpar a ninguna de esas conductas discriminatorias que someten al diferente, que tantas veces se manifiesta incluso hacia menores que no han conocido otra cosa más allá de la miseria y el hambre desde que nacieron. Es tiempo de asertividad, de una comunicación responsable que haga énfasis en los derechos que tienen como seres humanos. Alimentar la discriminación no hará más que distraer la respuesta adecuada a las causas y soluciones de esas desigualdades sociales.
Lenguajes y actitudes tan irrespetuosas desde los medios de comunicación y las redes sociales, y en última instancia de quienes tienen la responsabilidad de dirigir los destinos de una sociedad como sus máximos responsables políticos, cronifican un daño sumamente injusto, estigmatiza y hiere. Muchas personas migrantes que, después de un tiempo en Canarias, logran dirigirse al lugar donde querían llegar, se despiden con cartas llenas de amor y cariño a quienes les han cuidado. ¿Dónde están esos mensajes? ¿Por qué la sociedad no tiene la oportunidad de leerlos? ¿Cómo es posible que se dedique más tiempo al ignorante que grita que tiene miedo y que van a quitarle el trabajo, frente a esas caras con la pena inyectada en los ojos?
Habría que visibilizar la generosidad de empresas isleñas que suministran lo más básico, o de aquellos que tienen que hacer de intérpretes, integradores, que les asesoran y les informan de sus derechos... No se habla de esa cadena real de responsabilidad y solidaridad. ¿Se han planteado ustedes lo que es buscar setecientos tubos de pasta de dientes, papel higiénico o ropa interior? Todavía alguien piensa que esas personas tienen cuatro cosas en una bolsa de plástico, e ignora que se les proporciona una mochila y enseres para que viajen. Estos ejemplos son un logro de solidaridad y de responsabilidad, que hablan maravillosamente de una destacada parte de la sociedad y pasa desapercibido entre alarmas, apestosas soflamas políticas y desinformación que generan nuevo y más reforzado racismo.
Habría que dar a conocer, en fin, las muchas historias de migrantes que aportan su trabajo e ilusión a los países receptores, al tiempo que guardan un dinero para mandar a sus casas. Sólo así habrá quien recuerde que cincuenta años atrás eso hacíamos los canarios (y españoles) en Venezuela o Cuba, lo que estamos haciendo cuando buscamos una oportunidad en Londres, Berlín o Dubai... Pero somos blancos y no viajamos en cayuco. Eternamente inmigrantes y hasta en eso queremos ser distintos.
La solución a las crisis migratorias pasa por otro modelo de economía mundial, en el que estas personas no tengan que escapar de países en los que podrían vivir si tan solo lograsen explotar sus riquezas lejos de las mafias y la corrupción. Eso no podemos arreglarlo desde aquí, pero sí podemos contribuir facilitando que continúen con su proceso de traslado, que los lleva a reunirse con sus familias en ejercicio de su derecho a transitar.
Hasta entonces, sería útil no fomentar más racismo y permitir un flujo migratorio seguro, ordenado y beneficioso en todas las latitudes del planeta desde un enfoque fundamentado en la responsabilidad compartida.