Hernán Blanco apenas lleva unos meses en la Casa Rosada. Surgió prácticamente de la nada. Pasó de ser un alcalde de provincias a Presidente de la nación más importante del Cono Sur. Y ahora que se enfrenta a un escándalo de financiación ilegal destapado por su ex yerno y afronta una crucial cumbre de jefes de estado de Sudamérica, la prensa patria se ceba con su bisoñez ante la imponente figura del Premier brasileño.
Él, el hombre del pueblo, cuyos eslóganes vendían transparencia por los cuatro costados. Blanco, un tipo como vos. Ni dinero negro, ni pasado oscuro: Blanco. No hay números rojos para Blanco. No votes en blanco, vota a Blanco. Argentina, en celeste y Blanco. Ese mismo es el que ahora pide a sus colaboradores que no respondan al despiadado ataque mediático de ninguna de las maneras. Sigue pareciendo el fulano honesto que llegó a lo más alto, pero la frase con la que remata la orden pone en preaviso al espectador. Que nadie le conteste, ni siquiera nuestros periodistas.
Cuando uno escucha esto a los veinte minutos de película prevé una carretera con tantas curvas como las que llevan al resort de los Andes donde se celebra el encuentro. Ese tortuoso camino deja marcado un subtexto nada complaciente con la clase política ni, de paso, con el gremio de la información. ¿Nuestros periodistas? Ecos no muy lejanos barruntan una historia tristemente universal al tiempo que añaden una pátina de interés al filme desde el momento en que hacen surgir motas de polvo en el impoluto expediente del protagonista. Esa inquietante ambigüedad con la que el guión dota al personaje y el empaque que Ricardo Darín le confiere incrementan el atractivo de un trabajo que quiere ahondar en una cuestión recurrente: ¿es posible hacer política y detentar el poder sin ceder a los cantos de sirena de los intereses creados que pululan alrededor?
Teniendo un material tan potente para realizar un thriller político que funcionase como un ensayo sobre la integridad, aunque no se haya querido personalizar en mandatarios actuales (más allá de algún guiño), resulta contraproducente la importancia que se le concede a la parte del argumento que se desvía hacia lo psicológico. Esa forma de hacer convivir ambos géneros vestidos de suspense, como si a El Premio de Robert Rossen le hubiesen implantado momentos de la hitchcockiana Recuerda, hubiese funcionado de haber ofrecido algún tipo de salida a esta subtrama que el libreto deja inconclusa.
A pesar de todo, la presencia de ciertos paralelismos con turbias prácticas tristemente habituales en las altas instancias del país queda patente en la confrontación entre los problemas personales del gerifalte y el reto que se abre frente a él y que podría afianzar su carrera. En el otro lado, lo que más podría dañar la credibilidad de la cinta, por mucho que tenga al frente del elenco al, probablemente, mejor actor sobre la faz de la tierra, es que el señor Presidente hace gala de un perfecto dominio del inglés.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Kramer & Sigman Films, Mod Producciones, Movistar+. Cortesía de Warner Bros. Pictures. Reservados todos los derechos.
La cordillera
Dirección: Santiago Mitre
Guión: Mariano Llinás y Santiago Mitre
Intérpretes: Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Erica Rivas
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Javier Julia
Montaje: Nicolás Goldbart
Duración: 114 min.
Argentina, Francia, España, 2017
Anuncios