El asesinato de Mariano Ferreyra fue presentado, en especial por la escuela de intelectuales del oficialismo, como el resultado "fortuito" de un "enfrentamiento". Según los opinólogos K, en el cuadro de una Argentina donde reina la paz social y el respeto por las (escasas) expresiones de protesta, a un patotero "se le fue la mano". Opuesto a esta visión -a través de una cuidadosa reconstrucción de los hechos y de testimonios de los participantes de la movilización de los tercerizados, de la patota del sindicato y hasta de transeúntes- Rojas clarifica cómo los trabajadores fueron atacados por la patota luego de recibir la orden de escarmentarlos usando armas de fuego que habían llevado premeditadamente. Para hacerlo, los patoteros contaron con la complicidad policial, que los dejó actuar y luego trató de encubrirlos.
El asesinato de Mariano no puede ser comprendido dentro de los límites jurídicos; se necesita desentrañar los intereses que estaban en juego. No basta una cuidadosa reconstrucción de los hechos del 20 de octubre, que Rojas describe de una forma que sólo puede leerse conteniendo la respiración, sino que es necesaria una historia de la destrucción de los ferrocarriles desde su privatización, pero que arranca con el plan ferroviario de Frondizi, en 1961. Es la historia, además, de los negociados de las empresas, el Estado y la burocracia sindical; así como la historia de la lucha obrera.
El libro es así una imagen de la Argentina de hoy. Denuncia detalladamente la precarización laboral en el ferrocarril, desnuda el fraude de la tercerización y la superexplotación obrera que implica (dato no menor, ya que esta realidad no es privativa del ferrocarril: en nuestro país, el 52% de los trabajadores está precarizado, posibilitando un aumento de la tasa de explotación, base del "modelo nacional y popular" de los K). También aporta datos sobre los ‘extraños' negocios de los sindicalistas empresarios en los trenes -transformados en explotadores de los trabajadores que dicen defender- y el rol del Estado nacional en esos negociados. Muchos intereses habían sido puestos en juego por la lucha de los trabajadores tercerizados, por eso había que pararlos. Para ello, la burocracia recurrió a sus propios métodos.
Pero Pedraza y la Unión Ferroviaria no son excepcionales en el uso de patotas y barrabravas. En los últimos años, la protesta obrera ha sido enfrentada recurrentemente con barrabravas contratados por los sindicatos, "columna vertebral" del gobierno K. El gobierno dice no reprimir, pero terceriza esa tarea (hasta que ésta no alcanza, claro). El libro denuncia, entonces, el largo recorrido de la represión tercerizada de los trabajadores -y detalla el reclutamiento de barrabravas bajo el régimen de los Kirchner. Además, muestra los lazos que quisieron ser ocultados entre la Unión Ferroviaria y el gobierno nacional, además de contener como novedad la única entrevista que dio José Pedraza luego de los hechos, donde queda de manifiesto la catadura moral del personaje.
El libro es, también, un retrato de Mariano Ferreyra. Lo presenta a través de las voces de su mamá, su hermano, su ex novia y de compañeros que militaron con él en diferentes épocas. Este es uno de sus mayores aciertos: lejos del bronce y la mitificación, Rojas logra poner de relieve la enorme humanidad de Mariano (y con él, la de todos los militantes del PO). Un Mariano con inquietudes, que amaba a su familia y era incondicional con sus amigos, apasionado por la música y el cine, con sus avances y retrocesos en la construcción de su camino personal y militante, pero que sostenía consecuente su convicción de querer luchar toda la vida por el socialismo.
En el camino del periodismo de Rodolfo Walsh ("¿Quién mató a Rosendo?" inspira su título), el libro de Diego Rojas devela la trama oculta, confirma las denuncias que realizamos y demuestra el carácter político del asesinato de Mariano. Un crimen contra la clase obrera.
Pablo Ramasco