Revista Arte

Radiografía estética del inconsciente humano o el sentido más profundo y misterioso de la belleza del mundo.

Por Artepoesia
Radiografía estética del inconsciente humano o el sentido más profundo y misterioso de la belleza del mundo.
 Para comprobar que la belleza no está en el objeto sino en el sujeto receptor esta obra contemporánea nos ayudará en algo a demostrarlo. Creada en el año 1946 por el pintor español Fernando Álvarez de Sotomayor, expresa la obra de Arte de un modo claro el sentido estético tan subjetivo de cualquier expresión artística. Obviemos la figura representada de la diosa Ceres (Deméter en Grecia), ¿no pasaría por ser una obra postimpresionista demasiado avanzada rayando así en un expresionismo desgarrador?  Era el momento donde el Arte expresionista conseguía ser una amalgama socorrida para componer cualquier Arte sin desfallecer. El Arte clásico no podría ser utilizado sin caer en un tradicionalismo estético ya desubicado. El gran pintor español, director además del Museo del Prado, quiso demostrar que él, que había sido un maestro en la Pintura Académica, podía componer una obra de Arte con los rasgos más modernos de la expresión. Sin embargo, no dejaría que la belleza fuese representada sin los motivos sensibles de su afirmación humana. Con esta obra realizaría además una lección de Arte donde reflejase la visión inconsciente de todo aquello que podía ser entendido como Arte. No está en la Naturaleza ni en nada real consistente que fuese creado con sentido por el hombre. Está en la capacidad humana de imaginar. La imaginación no es un efecto original, es decir, no inventará realmente nada, aunque hablemos a veces de un mundo imaginario para expresar lo no existente. La imaginación se nutrirá de la vida real. Imaginamos con la memoria el recuerdo de aquello que hemos visto, vivido o sentido del mundo. También de lo que otras mentes antes que nosotros, lo que es el inconsciente colectivo, habrían vivido o sentido con fuerza evolutiva. La representación del mundo no está en el mundo sino en nosotros. Lo que sucede es que sólo podemos representar con sentido lo que existe en el mundo. ¿Sólo lo que existe? Sí porque lo que no existe y es representado no es más que la deformación de aquello que existe. La deformación es otra cosa. No siempre necesitaremos expresarnos con la perfección creada por la experiencia, como no solo podemos amar por la experiencia de lo vivido. 

¿Por qué el Arte abstracto no ha conseguido desbancar de la orla del olimpo artístico el Arte figurativo más reconocido? A pesar de sus reproducciones y de su proliferación o de su utilidad mimética, el Arte abstracto no será más que un marginal modo de representar Arte. La imaginación vuelve siempre a la definición de las cosas amadas o sentidas por el hombre. Y las cosas amadas y sentidas por el hombre son la propia vida conocida. Podemos tener una decoración expresiva de colores extraviados, podremos relacionar formas y colores sin el menor sentido armónico, pero no podemos dejar de reconocer nuestra vida en la manera en que ésta es representada en el mundo. Aunque ésta sea solo una parte de la totalidad estética de una representación artística. Esa fue la grandeza estética que el pintor Álvarez de Sotomayor consiguió al crear esta obra de Arte. Apeló a nuestra conciencia no desde la fuerza de lo inventado o recreado para admirar una belleza completa, sino que convirtió la belleza en solo una parte artística por la fuerza inconsciente del abismo de nuestra naturaleza. La combinación de una composición originaria como esta obra (una conjunción de trazos abstractos y de clásica belleza), donde la expresión y lo indefinido alcanzará una cierta grandeza (lo que es el expresionismo moderno), dejará ahora en la mente del sujeto receptor la sensación de que el Arte no es más que la representación inspirada (recordada con sentido) de un inconsciente a veces sin formas. Pero para que lo sea verdaderamente, para que tenga formas, deberá ser transformado por el sujeto en una configuración real del todo existente. No podemos dejar de ser representados con las formas conscientes porque, de lo contrario, el sentido de la vida pasaría por el deterioro de lo que fuera entendido por belleza. Algo que no es otra cosa, el sentido de la vida, que la propia naturaleza humana más íntima. Es decir, la prefiguración observada por el ser humano en el desarrollo poderoso de su crecimiento completo. No hay más realidad completa, por ejemplo, que la conseguida en los inicios de la maduración de la vida. 

Es el sentido poderoso del misterio de la vida, cuando el ser alcanza su forma individual desarrollada para poder crear vida. Esa misma aptitud de creación que el ser humano llevará a cabo en el proceso artístico creativo. Precisamente es en ese periodo humano cuando la belleza alcanzará su máximo sentido universal estético. Para volver a poder crear con ella belleza... Eso mismo que hace falta para que el sujeto perceptor de lo creado reproduzca la emoción sentida en su más profunda memoria reproductiva. No hay otra forma de alcanzar a redimir la maldición sobre la incapacidad de crear, de no poder volver a crear, o de no poder hacerlo ya nunca con belleza. ¿Qué hay que entender cuando la imagen reproducida no se corresponde con la totalidad de una imaginación presentida de belleza? Pues que solo una parte de esa belleza impregnada de forma existente será la conformada ahora por la mente. La mente receptora, acumulativa además de siglos de evolución inconsciente, llevará impuesta un motivo necesario de belleza. Pero esa belleza no es más que la verdad necesitada por un inconsciente identificado con la vida. Podremos decorar la belleza, podremos esbozar el recuerdo mimetizado por los rasgos disolutos de un abismo de belleza, pero no podremos desterrar la sensación necesitada de conformar una realidad estética con los sentidos correspondientes a la vida. A la vida percibida no solo por el consciente sino también por el inconsciente originario. Algo que, merecedor estéticamente, surge siempre que el ser desee llegar a comprender cualquier sentido ofuscado del mundo. Es como una sintonía indefinida con la que, en medio del caos disconforme de cosas irreconocibles, pueda llegar a componer cualquier realidad mimética del mundo visible. No hay otra forma de poder satisfacer la imaginación consciente que habitará en el inconsciente más oculto de los humanos. No hay otra forma de componer una imagen estética que pueda ser comprendida para poder relacionar una forma con su objeto, una creación con su sentido, un amor con su contrario o una realidad completa y transmisible con alguna existencia vivida en el mundo. 

(Óleo Ceres o Desnudo, 1946, del pintor español Fernando Álvarez de Sotomayor, Museo del Prado.)


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