A mediados del siglo XXXII, aparece un haz de radiación generado desde el centro de la galaxia que elimina en su mayor parte la barrera magnética protectora de la Tierra. Esto provoca la extinción de la mayoría de los seres humanos y animales del planeta, provocando mutaciones en los sobrevivientes.
En este peligroso mundo vive Sumner Kagan, un joven vago, obeso y agresivo que vive tendiendo trampas y asesinando a los pandilleros que lo humillan y maltratan.
A pesar de ser humillado y odiado por su obesidad (la cual es un símbolo de prosperidad) Sumner es un ciudadano con suerte debido a que no tiene mutaciones internas ni externas, por lo que es portador de una tarjeta blanca, la cual le otorga acceso total a los burdeles santuario. Esto lo pone en la mira de los voor, unos extraterrestres con poderes psiónicos, los cuales lo convencen de engendrar un hijo con una hembra de su especie, de esta unión nace un niño muy especial llamado Corby.
Esto lo prepara para encarar su destino, pues Sumner es el eth, un héroe que ha reencarnado a través del tiempo para combatir con Delph, el DiosMente.
Lo primero que se viene a la mente al leer Radix es Dune, de Frank Herbert. Por el parecido de Sumner al Kwisatz Haderach de esa gran obra.
También me recordó al libro de las enseñanzas de Don Juan de Carlos Castañeda. Toda esa filosofía new age se me atoro en la garganta y admito que al final lo único que deseaba era terminarlo.
Me es difícil recomendar la novela, porque aunque la disfrute en su mayor parte usa el 75% de su extensión en preparar al protagonista para el combate final, lo cual se me hace propio de una obra pulp, de las cuales no soy muy afecto.
Si no tienes problemas con la metafísica ni con las obras de ciencia ficcion con física implausible y te gustan los protagonistas salidos de un comic book es muy probable que te guste Radix.