Rafael Domingo, sobre espionaje y tortura para obtener información: ética y nuevo derecho global

Publicado el 22 noviembre 2013 por Noblejas

Rafael Domingo es catedrático de derecho romano en la Universidad de Navarra y profesor visitante desde hace unos años en la Emory University School of Law. Trabaja sobre la necesidad, la viabilidad y las condiciones de posibilidad de un derecho global, que se ve venir, pero que no encuentra aún el respaldo nescesario en instituciones o poderes públicos.

En todo caso, escribe -preocupado por el espionaje de la NSA estadounidense recientemente hecho público- un interesante artículo de opinión en el diario El Mundo, Espionaje y derecho global, en el que sitúa estos asuntos en torno a la autoridad más o menos reconocida y puesta en cuestión y la potestad casi indiscutible por la via del poderío, pero igualmente puesta en cuestión, de los Estados Unidos.

Estos son algunos de los párrafos que me han parecido más destacables, aunque es recomendable el texto completo (aquí):

Las sobrecogedoras noticias sobre el espionaje internacional americano han dado la vuelta al mundo. Y no podía ser menos.

(...) Si se puede intervenir el teléfono de cualquier persona, ¿por qué no se va a poder intervenir el móvil de Merkel, Maduro o incluso del mismo Obama? Es una cuestión técnica, política, en donde la ética parece que no juega ningún papel.

Eso de que el fin no justifica los medios, es decir, que los comportamientos concretos han de ser nobles por sí mismos al margen de la intención, es una regla moral que nunca ha sido tomada en serio en política en momentos de incertidumbre y sufrimiento colectivo. Ahora, sin embargo, en que los medios son tan sofisticados y producen unos resultados tan eficientes, se hace más necesario que nunca aplicar a rajatabla el principio.

No, no se puede, no se debe torturar para conseguir información por más que dicha información sea del más alto valor para la consecución de un objetivo legítimo como es la seguridad de un país.

No, no se puede, no se debe acudir al espionaje saltándose a la torera el más elemental derecho a la intimidad de las personas con el fin de luchar contra el terrorismo internacional.

Acudiendo a estos medios ilícitos, se obtiene información, se cumplen objetivos, sí, pero se pervierte, se envilece, se degrada la propia condición humana. El lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón sirvió para zanjar la Segunda Guerra Mundial -el fin era bueno- pero dejó a la humanidad lastrada moralmente, herida de muerte, con semejante acción bélica.

(...)

Estados Unidos debe dar una lección de magnanimidad al mundo sometiéndose libremente a las reglas de un nuevo derecho global, fruto de la democratización de la comunidad global. Perderá poder efectivo, ganará, en cambio, en autoridad moral.

Naturalmente, no estoy hablando de convertir el mundo en una especie de Superestado que sería el fin de la política como tal, en famosas palabras de Hannah Arendt, sino más bien de dotar a la humanidad de un ordenamiento jurídico totalmente peculiar que permita proteger los bienes globales y resolver aquellos problemas que nos afectan a todos los humanos, entre ellos, la seguridad. Estamos todavía muy lejos de la deseada integración y necesaria solidaridad que debe reinar en la comunidad de naciones para alcanzar este objetivo tan acariciado (...) Estados Unidos ya no es la gran potencia indiscutida a quien todos los actores internacionales deben acatamiento. Estados Unidos es un país respetado, querido, admirado, pero no puede erigirse en el árbitro permanente de los conflictos internacionales (...)

El mundo necesita refundar, reformar y reorientar sus instituciones globales haciéndolas mucho más autónomas, sólidas, eficientes, flexibles, y dotándolas de los mejores medios para resolver los problemas globales, pero no bajo las consignas de los Estados Unidos, sino sometidas a un ordenamiento jurídico global consensuado por la comunidad de naciones. Se trata de crear, en definitiva, un sistema de solidaridad institucional no dependiente de los intereses dominantes de los países que financian las propias instituciones, sino tan solo pendientes de cumplir con los nobles fines para las que fueron creadas.