Mariano Rajoy ha sido el gran derrotado en las recientes elecciones del 24 de mayo. Su derrota personal, consecuencia del castigo propinado por los españoles, que le rechazan y no le quieren en el poder, ha causado daños terribles a su partido y le ha costado el puesto a miles de políticos del PP, algunos de los cuales eran buenos gestores, merecedores de reconocimiento y premio.
Mariano Rajoy padece con plenitud el dramático "síndrome de la Moncloa", una especie de enfermedad mental que convierte a los presidentes de gobierno españoles en ineptos ambulantes, en ciegos y en dañinos. Es como si dentro del palacio existiera un virus que embrutece e impide ver la realidad y adoptar las decisiones correctas.
La lectura en el extranjero y en la España lúcida de lo ocurrido el 24 de mayo es diametralmente opuesta a la de Rajoy: el problema no es de comunicación, sino de gobierno; el PP y el PSOE no han entendido lo que ocurría en la sociedad española, ni han sabido captar el desencanto y el rechazo de los ciudadanos; pecados y traiciones de Rajoy como el incumplimiento de promesas electorales, la subida inesperada de los impuestos, a pesar de haber prometido lo contrario, y su "amistad" con la corrupción y falta de rigor con los corruptos no han sido perdonados por la ciudadanía, que sigue deseosa de castigar al político gallego por su arrogancia, incapacidad y bajo perfil como dirigente democrático.
El rechazo popular que despierta entre los votantes ha convertido a Rajoy en el mejor propagandista de sus adversarios, en el político que apuntala al ruinoso PSOE y en el principal promotor del éxito de los nuevos partidos Podemos y Ciudadanos, en especial de este último, en el que se están refugiando en masa cientos de miles de antiguos votantes del PP decepcionados.
Rajoy está siguiendo al pie de la letra el guión que interpretó Zapatero hasta que, rechazado por los españoles, se convirtió en un peligro para el país y para su partido, lo que le obligó a convocar elecciones anticipadas y a retirarse de la primera línea política.
La única diferencia es que el gallego es mas tozudo que el fracasado socialista y se niega a admitir su fracaso como líder de los españoles.
Achacar a problemas de comunicación su fracaso como gobernante y la pérdida de nada menos que 2.5 millones de votos, además de varias autonomías y las principales ciudades del país, es un ejemplo de ceguera arrogante que solo servirá para que el castigo en las elecciones generales sea mas cruel.
Ante una derrota tan humillante como la recibida, la reacción de cualquier político demócrata y decente habría sido anunciar su dimisión y adelantar las elecciones, ante la evidencia, demostrada en las urnas, de que ha perdido el favor y la confianza de la mayoría que un día le votó para que gobernara.