España, con medio millón de políticos ordeñando al Estado a diario, el doble que Alemania y Gran Bretaña juntas, es un país irracional e inviable, pero Rajoy carece de arrestos y de convicción para cambiarlo porque él y los suyos son incapaces de anteponer los intereses generales y el bien común a sus mezquinos y dañinos intereses de partido. La otra gran reforma que España necesita, la de convertir el país en una democracia, tampoco le interesa al PP, que prefiere seguir alimentando una de las partitocracias más corruptas y desvergonzadas del mapa mundial.
España no sólo tiene más políticos que ningún otro país de Europa y más del doble que Italia, que es el segundo en densidad de parásitos incrustados en el Estado, sino que, además, tiene más instituciones y empresas públicas, casi todas duplicadas en sus funciones, que casi todos los grandes países europeos juntos.
Esa circunstancia, unida a la corrupción generalizada y al terrible déficit democrático ha llevado a algunos analistas políticos a afirmar que España mas que ser rescatada necesita ser fumigada y democratizada.
Europa le está advirtiendo a Rajoy, como ya lo hizo con Zapatero, que la gran reforma pendiente, la única que hará descender la prima de riesgo y enderezar el rumbo errático y perverso de la nación española, es la reforma del Estado, reduciendo drásticamente su tamaño, limitando el poder de los partidos y de los políticos, liberando a las arcas públicas de la sangría que representa tantos cientos de miles de ineptos e inútiles superfluos cobrando altos sueldos, pensiones y dietas del dinero común.
El enorme gasto del Estado, supera con creces la capacidad productiva de sus ciudadanos y por ende, pone en riesgo no solo el Estado de Bienestar, ya casi desmantelado, sino el Estado Social. Si a ese diseño brutal y perverso del Estado español se agregan su corrupción, su nula transparencia, sus abusos de poder, las subvenciones abusivas a partidos y sindicatos y los privilegios y despilfarros, tan comunes en nuestra clase política, es lícito afirmar, como se hace con claridad en los pasillos de Bruselas, Luxemburgo, Berlín, París, Amsterdan, Londres y otros espacios europeos, que el único gran problema de España es su clase política, irresponsable, inepta, corrupta, desleal con su pueblo y operando como una plaga sobre la vida, ya agonizante, de España.
El nulo deseo de regeneración es la mayor carencia del actual gobierno, como también lo fue del de Zapatero. La explicación es sencilla: "no puede surgir la regeneración de la degeneración" o lo que es lo mismo: "no puede surgir el bien de donde anida el mal.
Europa no puede librar a los españoles de su peor pesadilla, que es su clase política, porque eso representaría invadir la soberanía del país y provocar un conflicto de alcance desconocido. Somos los ciudadanos españoles, convencidos por fin de donde está nuestro principal problema, los que tenemos el deber de reformar esta política corrompida y degradada que, para desgracia de todos, ha tomado el poder en nuestra sociedad y que, si no es eliminada y reformada, nos llevará, sin la menor duda, hasta la perdición.
Recuerdo unas palabras que escuché a Sandro Pertini, presidente ya fallecido de la República Italiana, con el que tuve la suerte de establecer una relación muy interesante, cuando me explicó que "algunos países, cada cincuenta, cien o mas años, tienen la mala suerte de que lo peor de su sociedad tome el poder, lo que les conduce hasta el abismo". Dijo que "la democracia posee controles y cautelas para impedir que esos políticos sin valor alcancen el poder y, desde la cúspide, destruyan al país, pero que esos controles no siempre funcionan porque suelen ser burlados".
Pertini se refería, probablemente, a los políticos italianos que casi hundieron a su país en los años setenta y ochenta del pasado siglo y que terminaron siendo barridos por el pueblo con la ayuda de los jueces, pero el drama de España es que hemos entronizado a lo peor de nuestra sociedad y que ni aquí hay jueces capaces de plantarles cara, ni ciudadanos capaces de admitir que están votando como gobernantes a verdaderos tipos ineptos, arrogantes, corruptos y muchas veces despreciables.
Francisco Rubiales