Es verdad que a ese éxito contribuyó de manera determinante el “no es no “ de Pedro Sánchez que, en realidad, a Rajoy le vino muy bien para mejorar sus resultados en junio de 2016 mientras el PSOE reculó aún más. Empezó entonces la segunda parte de un culebrón con Rajoy remoloneando hasta que, al final y sobre la campana, asumió ser investido presidente del Gobierno. No pasó ni una semana y ya estaba Rajoy amagando de nuevo con adelantar las elecciones si la malvada oposición no le apoyaba los nuevos presupuestos generales o se le ocurría laminar las reformas que el PP aprobó sin consenso alguno y valiéndose sólo del rodillo de su mayoría absoluta en la legislatura anterior.
El revolcón parlamentario sufrido la semana pasada por Rajoy a propósito de la reforma del sector de la estiba ha llevado al presidente a agitar de nuevo el espantajo de las elecciones anticipadas. Por una vez y para variar, podía haber sorprendido a los españoles prometiendo que él, su gobierno y su partido se esforzarán más a partir de ahora en negociar con la oposición asuntos de calado como ese en lugar de intentar imponer un trágala a última hora, con nocturnidad, de prisa y corriendo. Sin desconocer el hecho de que también la oposición ha empleado el cálculo político al no respaldar al Gobierno en el asunto de la estiba, lo que no es de recibo es que Rajoy y los suyos consideren que ellos son los únicos que se pueden permitir ese cálculo interesado mientras los demás deben limitarse a asentir y votar todo lo que el Ejecutivo les ponga delante.
Eso sí que es una irresponsabilidad del Gobierno por más que éste y quienes le apoyan quieran hacer recaer la culpa sobre la oposición que, habrá que recordarlo una vez más, no es quien tiene la obligación de gobernar. Andar amagando un día sí y otro también con adelantar las elecciones cuando la oposición te derrota en el parlamento, pone de manifiesto la inexistente cintura de Rajoy para la negocación y su completa incapacidad para comprender que los tiempos y los escenarios políticos han cambiado radicalmente y nada tienen que ver con los de la placentera mayoría absoluta. Por suerte para la democracia, aunque a Rajoy ni le guste ni lo entienda.