Abro algunos periódicos nacionales en formato digital y me encuentro con varias fotografías de Mariano Rajoy con pose distendida, sonrisa y gesto confiados. En una de ellas luce con su señora esposa, Elvira Fernández, en el jardín de su vivienda; él, sentado sobre unas escaleras, viste pantalones vaquero y camisa blanca arremangada. Con barba albina, de corte impecable, sonríe (a su estilo) al fotógrafo. Su mujer, de pie, apoyada ligeramente sobre su marido, clava la punta de un de sus pies sobre el suelo; también sonríe, aunque con más generosidad que el candidato. La instantánea denota impostura y artificiosidad, pese a las intenciones. En otras fotografías, Rajoy aparece cruzando un paso de cebra o mostrando el rincón favorito de su casa, escenas rutinarias, de revista de corazón, que ilustran el lado humano del personaje. Sorprende que la prensa española se preste a este juego preelectoral, a esta galería publicitaria, a mayor gloria del favorito. Tampoco sé bien si el PP habrá pagado a los periódicos por destacar la figura de Rajoy, luciendo cotidianeidad ante la opinión pública, pero lo cierto es que este escaparate de merchandisin político huele sin pudor a pornografía emocional, a autocomplacencia presidencialista. Como dice la copla, «cuando yo tenía dinero me llamaban don Tomás, y ahora, como no tengo, me llaman Tomás namá». Los medios que antes se arrimaban con pegajosa empatía al círculo de Zapatero, ahora huelen las mieles de la Moncloa cuando se acercan a Rajoy, presentándole como man of year.
Rajoy tiene el viento a su favor, los elementos le sonríen, pero sabe que carece de carisma, de empaque actoral, de talento retórico. De ahí que surja ahora, tarde y mal, ante la ciudadanía con una autobiografía hagiográfica y este book fotográfico, al estilo cuché, desgranando sus intimidades, alimentando entre el soberano la idea de que después de todo no es tan soso y pusilánime como aparenta, que detrás de su aire circunspecto y estirado late un ser humano y un buen gobernante. El proceso de fotosop político está activado. La campaña del PP acaba de empezar y ya huele a egotismo presidencialista, aderezado de estética press people. Hasta ahora, casi tenía uno la impresión de que la única estrategia del PP era estirar la idea de que el ejecutivo era un pésimo gestor de los asuntos públicos, pero no, parece que un nuevo capítulo ha tenido lugar dentro de este folletín preelectoral: Rajoy superstar, podríamos titularlo. ¿Me quedo corto?
Los asesores de campaña de Rajoy venden el pollo antes de que esté maduro, juegan a la estrategia del adolescente que sabe que diciéndole directamente a sus padres que llegará tarde gana más que pidiéndoles permiso para salir. Dar por hecho es mejor que sugerir, constatar con firmeza que solicitar con cautela. El PP lanza un órdago, con la confianza de que no es su mano la que juega alto -de hecho, sus cartas son aún, a estas alturas, una entelequia inquietante-, sino la mala suerte del oponente la que le brindará el éxito esperado. Lo más triste de todo es que la sutileza no es precisamente la mejor virtud del PP; su campaña apofántica es sumamente predecible e impostada, y no se basa en la seguridad de tener a mano las recetas del bienestar, sino en aguantar la campaña con paciencia a la espera de que el cadáver de su predecesor fallezca de muerte natural. En el caso de que Rajoy ganara las primarias, heredaría su cargo por efectos de una causalidad ajena a sus virtudes, como quien tiene un padre duque y sabe a ciencia cierta que su destino es ocupar el ducado moribundo. La ciudadanía nos enfrentamos a la difícil tesitura de elegir entre la petición por parte del PSOE de una confianza traicionada o lanzarse al vacío de la alternancia, sin seguridad alguna. Perdonar o echar la lotería, that is the question.
Ramón Besonías Román