La última fechoría descubierta de Zapatero es repugnante: actuó como chivato de ETA, avisando a los terroristas de que se preparaba contra ellos una redada, toda una vileza que delitos incluidos más que posibles.
A Rajoy se les deben reprochar fechorías terribles, desde su convivencia con la corrupción a su pasividad maliciosa ante la llegada al poder de Pedro Sánchez, incluyendo la prostitucion ideológica del PP, al que convirtió en un partido adicto a la socialdemocracia.
Las fechorías de Rajoy las está pagando cruelmente el PP, que ya ha desaparecido casi en Cataluña y el País Vasco y pronto, si no lo remedian con terapias agresivas y medicinas de caballo, desaparecerá en el resto de España o se convertirán en un partido lastimoso, débil, agonizante y en una reliquia viviente.
No ha ocurrido así todavía con el PSOE, cuyas agresiones y suciedades contra España están todavía impunes, no tanto por méritos del partido como por la inmensa torpeza de sus adversarios, que se suicidan políticamente con sus reiterados errores.
De todos los pecados del PP, el que más ha dolido a sus votantes y simpatizante no es la corrupción, a pesar de que era brutal, ni la aplicación afeminada del artículo 155 en Cataluña, ni la cobardía general de su gobierno, ni el incumplimiento de sus promesas, sino el haber malversado y desaprovechado aquella mayoría absoluta que el pueblo le regaló a Mariano Rajoy para que cambiara España y borrara las mugrientas huellas dejadas por Zapatero. Pero el registrador gallego, arrogante, despectivo y acobardado, no hizo nada con ella y ni siquiera se atrevió a luchar contra la corrupción, a bajar los impuestos o a eliminar leyes tan injustas y dañinas como la de Memoria Histórica y las de género, que aplastaban al varón y endiosaban el feminismo radical.
El PSOE debería condecorar a Rojoy porque sus increíbles errores le dieron vida cuando agonizaba, víctima de las locuras y estupideces de Zapatero. Sánchez no existiría en política si Rajoy, en lugar de un inepto cobarde hubiera sido un estadista lúcido.
Durante el mandato de Rajoy el PP dejó de ser la derecha que España necesitaba y frustró a millones de sus votantes, que huyeron a otros partidos o a la abstención. Hoy es un partido inseguro, que no sabe que camino tomar y que oscila entre la derecha, que es su sitio natural, y el centro. Pero la curación del PP no dependen ya de los espacios políticos que ocupe o invada, sino de la capacidad de regenerarse que demuestre, única vía para renacer y recuperar el favor de un electorado que les odia por haber asesinado al partido y llevado en volandas, hasta la Moncloa, al peligroso Pedro Sánchez y a su socialismo caduco y derrotado.
Ahora, en manos de Pablo Casado, un joven brillante pero demasiado débil para reconstruir la fortaleza podrida de la vieja derecha española, el PP ofrece una imagen penosa de partido perdedor en agonía, de conglomerado confundido y vacilante, incapaz de ofrecer al ciudadano la confianza, la esperanza y la fuerza que España necesita para plantar cara al viejo socialismo caducado que encabeza el ambicioso y peligroso Pedro Sánchez, reforzado por sus despreciables hordas de totalitarios, proetarras, nacionalistas y golpistas.
Francisco Rubiales