Es inevitable que los padres queramos transmitir nuestros sistemas de valores y creencias a nuestros hijos. Lo hacemos consciente o inconscientemente, pero lo hacemos. Esto, a priori, yo creo que no es malo, al contrario, es algo necesario para darle a nuestros hijos una mínima estructura familiar, social, moral. Del mismo modo que hablamos a nuestros pequeños en nuestra lengua materna y nadie se lo plantea como un hecho negativo, del mismo modo aprenden los valores que se respiran en su hogar.
Sin embargo, esta transmisión de valores a veces se puede convertir en algo obsesivo por parte de los padres y sentido como algo opresivo por parte de los hijos. Encontrar el equilibrio entre la formación de las personas y enseñarles a usar su propia libertad es la clave, creo yo, de una buena educación moral. Pero por encima de todo, a los niños ni se les debe adoctrinar ni, sobretodo, engañar.
Hace unos días, en una celebración religiosa familiar oi algo que me dejó alucinada. Un padre le dijo a su hijo: "venga vamos, que entramos en el castillo" mientras entraban a la iglesia. La referencia al castillo no fue una elegoría ni una metáfora, fue, por desgracia, una referencia literal para ese padre dispuesto a negar a su hijo no ya una educación religiosa católica (algo que me parece absolutamente respetable, aunque no compartido) sino una negación de toda cultura posible. Aunque yo no soy judía, si algún día mi hijo me pregunta qué es una sinagoga, le diré que una sinagoga, y no un supermercado o un cine. Y le explicaré quienes son los judíos y, si es necesario, los musulmanes, los budistas, los protestantes. Mi hijo va a un colegio religioso católico y se está educando en la fe cristiana. Pero no por eso le debo negar el conocimiento de las otras religiones, de sus centros de oración, de sus ritos y celebraciones.Pienso que a veces usamos demasiado a nuestros hijos para sacar nuestras propias frustraciones, necaciones e incluso, nuestros odios. Espero no caer nunca en ese error.