Con ese título sencillo (y con un subtítulo que, además de significativo y sonoro, es un perfecto octosílabo: “Genial, antiguo y moderno”), Joaquín del Valle-Inclán, profesor de instituto y nieto del escritor de la generación del 98, acaba de editar en el sello Espasa una extensa biografía de su ancestro que resulta realmente impagable para conocer detalles sobre la vida de quien fue uno de los renovadores más destacados de la prosa española del siglo XX y autor de una gran cantidad de novelas, artículos, piezas teatrales y otras textos. Nos dice el biógrafo que se planteó esta labor, entre otras cosas, porque era necesario desmontar innúmeras falsedades sobre don Ramón, que circulan en docenas de publicaciones pretendidamente serias; pero que finalmente se ha dado cuenta de que el propósito era descabellado, porque exigía un esfuerzo tan abrumador como quizá condenado al fracaso. Sí aprovecha el prólogo para lanzar un endiablado trallazo contra Manuel Alberca, antiguo colaborador del que se distanció y que hace poco obtuvo el XXVII Premio Comillas con su trabajo La espada y la palabra, el cual “tomó la decisión de publicar por su cuenta, atribuyéndose toda mi labor —y la de otros— con el más completo desparpajo, llegando incluso a citar en los agradecimientos a Carlos del Valle-Inclán Blanco, con quien no tuvo ni siquiera contacto visual” (p.17).Soslayada la polémica, que seguramente dará que hablar en los foros especializados, Joaquín del Valle-Inclán nos aporta una serie de informaciones muy útiles, llamativas y jugosas sobre aquel “eximio escritor y extravagante ciudadano” que pobló de anécdotas y buena prosa la historia del siglo XX español: que resulta imposible dictaminar la fecha exacta de su nacimiento, aunque hay que situarla en la última semana de octubre de 1866; que durante su juventud fue muy aficionado al espiritismo y que durante su madurez “sorprende su credulidad hacia fenómenos paranormales, como la visión a través de cuerpos opacos” (p.37); que fue un estudiante mediocre, pero un buen practicante de esgrima; que odiaba la bohemia (informador que sorprenderá a muchos de los admiradores de su Luces de bohemia, obra donde no pretendió retratar a Alejandro Sawa, quien no es “un trasunto de Max Estrella”, p.124); que su posición política frente al carlismo es difícil de definir con claridad; que fue muy aficionado a las corridas de toros (admiraba a Juan Belmonte); que siempre mostró desprecio por la Real Academia Española; que barajó la posibilidad de abandonar la literatura para dedicarse a vivir de los viñedos; que empezó a probar el hachís hacia 1908; y, sobre todo, que hay que negar taxativamente que padeciese agobios económicos (el autor aporta innumerables datos sobre los pagos de derechos de sus libros, conferencias y similares, que le reportaban siempre un medio de vida más que aceptable).
Haciendo encaje de bolillos para unificar cartas, reseñas, artículos de opinión, notas de prensa, escritos notariales, biografías, reportajes periodísticos y mil textos más en un todo orgánico y de exposición amena, Joaquín del Valle-Inclán nos lega con este volumen una laboriosa y francamente útil investigación, que separa con nítida honradez erudita lo que pertenece al ámbito de lo probable (documentos) y lo que merodea el territorio de la conjetura, la fantasía, la anécdota interesada o el engaño histriónico. Merece la pena adentrarse en este tomo: se aprende mucho.