Ramón Horcajada escribe EL PERSONALISMO COMUNITARIO DE CARLOS DÍAZ EN LOS CINCUENTA AÑOS DE su PRIMER LIBRO
Capítulo I.3 de EL PERSONALISMO COMUNITARIO DE CARLOS DÍAZ (POBREZA DE LA FILOSOFÍA Y FILOSOFÍA DE LA POBREZA), de Ramón Horcajada Núñez
(Sinergia, Guatemala, 2019)
De esta obra, la última sobre nuestro autor, maestro y amigo, Carlos Díaz, poco pródigo al halago, ha dicho: "Tu libro me ha encantado, es muy bueno. Te estoy infinitamente agradecido. Ese es fuerzo tuyo es de hombres buenos, valientes e inteligentes. Además, sabes mucho. Te ruego le hagas llegar también mi gratitud a Carmen y a los niños por las horas robadas. Por lo demás, creo que eres quien mejor conoce mi pensamiento, y quien más lo estima…En fin, sólo Dios. Un gran abrazo. ¡Hermano! Carlos
En este momento, en que seguimos con el gozo de tenerlo en el Perú, la estoy leyendo con gran gozo. Les comparto uno de sus capítulos decisivos, agradeciendo la gentileza de enviármela por correo. ¡Que nos sirva de alimento personal y comunitario!
ÍNDICE
Primera parte: Cuatro pilares para una obra
1. La fenomenología
2. El marxismo-anarquismo
3. El personalismo p. 79-100.
4. El cristianismo
Segunda parte: El personalismo de Carlos Díaz
I: La razón
II: Antropología pauperónoma
III: Ética y Política: Razón utoprofética
IV: Dios
V: Psicología
Conclusión
I. 3. El personalismo
El personalismo es un intento abierto y plural de responder a las tres preguntas fundamentales formuladas por Kant, a saber: qué debo hacer, qué me cabe esperar y qué es la persona. Responder a estas preguntas es el intento de todo filósofo, sea cual fuere su cosmovisión. El personalismo, de igual modo, se atreve con todas esas cuestiones y dimensiones de la filosofía haciendo de la razón cálida, que luego veremos, centro de todas ellas. Toma a la mirada ética como fondo de ojo de la mirada humana y convierte de esa forma a la ética en un descenso interminable hacia el fondo de la metafísica o filosofía primera, en cuanto expresa una vocación, trans-itivamente, de ir más allá con viatoria vocación de viatores incansables[1]
El primer libro publicado por nuestro filósofo se tituló Personalismo obrero[1], lo cual deja ya claro el posicionamiento intelectual desde el que siempre observará, pensará y vivirá el mundo que le rodee. El personalismo se encuentra al principio, al final y como nervadura en toda su reflexión en torno a las cuestiones antropológicas, sociales y políticas, de ahí que, como hemos afirmado al cerrar el punto anterior, estemos ante una propuesta de anarcopersonalismo, aunque no todo acaba ahí.
El personalismo de Emmanuel Mounier, el hombre al que podemos denominar sin ningún género de dudas como su maestro, "es una filosofía, no sólo una actitud; es una filosofía, no un sistema cerrado, aunque no se resiste a cierta sistematización. Es necesario establecer un orden en los pensamientos porque necesita de estructuras, pero como su afirmación central es la existencia de personas libres y creadoras, introduce en el corazón de estas estructuras un principio de imprevisibilidad que disloca toda voluntad de sistematización definitiva"[2]. De ahí que en el sentido especulativo y especializado de la palabra filosofía haya que responder que no es eso. "No es un encadenamiento riguroso de conceptos, sino ante todo una tarea, teórica y práctica, previa y necesaria para el advenimiento de una o de varias filosofías de la persona, como una subversión general de los valores y de las ideas partiendo de la cual se vuelve a ser posible pensar y vivir humanamente la historia contemporánea. Podríamos expresarlo afirmando que su tarea puede ser la de cuidar, salvar"[3]
El personalismo se torna entonces una matriz filosófica (Ricoeur) capaz de engendrar sistematizaciones o de restaurar una filosofía del hombre contra los excesos de la filosofía de las cosas y la filosofía de las ideas (Mounier) hacia una síntesis liberadora. Aquí es donde uno encuentra pleno sentido a la propuesta de nuestro autor. Pocos como él han sabido imprimir esa fuerza liberadora diagnosticando, deconstruyendo y sanando todo lo que de sospechoso hay tras cada ideología y tras cada estructura construida por el hombre, ya sea a nivel social, psicológico o espiritual y que realmente impiden el auténtico despliegue y la auténtica realización de cada persona con la que se ha encontrado.
Por todo esto, y con Mounier, podemos decir que personalismo puede ser referido a toda doctrina y civilización que afirma la primacía de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sustentan su desarrollo. Por eso hablamos también de inspiración personalista en vez de sistematización. Sus características comunes serían: aceptación de la existencia abierta a la trascendencia, respeto a la persona humana en todas sus dimensiones, intento de reflexión racional sobre ambos puntos y una inserción sociopolítica casi siempre comprometida. Se trataría del reconocimiento de la existencia personal como realidad a partir de la cual la reflexión es posible y la aceptación de la alteridad como substancial requerimiento de la existencia personal. No se trata sino de la designación de doctrinas distintas que coinciden en esa recuperación de la persona frente a todo extravío que pueda producirse desde concepciones metafísicas, científicas, económicas, etc. Por eso Carlos Díaz habla de los personalismos, a los que presentó ya hace tiempo distribuidos por sus diversas inspiraciones en su árbol del personalismo[4]
En todos estos autores se respira un aire de familia a pesar de las divergencias, las cuales son inevitables si, como hemos señalado, partimos de la imprevisibilidad de la persona. Con esta objeción siempre contaron Mounier y cuantos se acercaron al personalismo. Pero, aunque el personalismo no sea algo sistemático, ello propicia una mayor agilidad y un asimilar la novedad, el error que ha supuesto en algunos momentos que ese asistematismo haya permitido un sincretismo de difícil articulación y a veces de extremada superficialidad[5]
3.1. La filosofía personalista de Mounier
Mounier no abusa de oscuridad ni de especulaciones sin fundamento en la vida y que cada vez están más lejos de ella. Aunque huye de los filósofos no comprometidos, cree firmemente en la filosofía, en la profundidad, en la meditación, que son condiciones indispensables para la acción. ¿Cómo ceñirse a la confrontación teórica si Cristo sigue humillado y esclavizado en tres cuartas partes de la humanidad? El equilibrio entre la teoría y la praxis será el objetivo. En Mounier ve nuestro filósofo al hombre que se baja de su cátedra para inmolarse, para decir al pueblo lo que hay que decirle, pero viviendo y estando con el pueblo. Mounier enfoca cualquier trabajo universitario desde el punto de vista del hombre; hay que transformar el mundo desde el pensamiento actuante y no solo contentarse con especular sobre las estructuras del universo personal. Se busca al hombre que piensa y que actúa, nada de refugios mentales, pensar exige encarnar la idea. El personalismo no está en contra de la reflexión, no es anti-racionalista. Al contrario, lo toma muy en serio, de ahí su visión en profundidad: "Puede considerarse al personalismo como la reacción más profunda (si no en Mounier, sí en otros personalistas) contra la fenomenología, que pretende hacer del conocimiento humano mera ciencia rigurosa y además ciencia desinteresada, sin intereses éticos, políticos o religiosos"[6]
En relación con lo anterior no podemos dejar de mencionar la importancia que para Mounier tiene la dialéctica. La dialéctica es movimiento, lucha de contrarios, lucha de superación que aprovecha los elementos del estado anterior. Carlos Díaz vio siempre en Mounier esta dialéctica que, aun venciendo a los contrarios, los conserva para mejorarlos elevándolos a otro plano superior. De ahí su lucha entre la pureza y la impureza, entre el fin y los medios, afrontamiento social y lucha en cualquier frente político, desde las alturas espirituales y las bajezas humanas. Esta dialéctica no es la que habíamos criticado en el capítulo anterior.
Su teoría del Estado es igualmente dialéctica: se busca un Estado no igualitario y a la vez antiaristocrático, es decir, se permite la desigualdad, pero no los privilegios. Aplicar a las personas un rasero común es una invención del racionalismo burgués. Cada persona tiene un valor inestimable e infinito. Existe entre ellas equivalencia. Ninguna tiene derecho a utilizar a las demás como medio. La persona es un constante movimiento, movimiento del ser hacia el ser dejándose jirones de existencia alcanzando nuevas claridades, abandonándose y superando, integrando lo superado. De ahí que tanto Mounier como Carlos Díaz sean capaces de integrar gran número de filosofías y de visiones en orden a una verdad con sentido para el ser humano, pero Dios será la riqueza absoluta en la pobreza absoluta. Distinguir para unir, progreso y escatología, sin rechazar la historia, pero sin rechazar tampoco la dimensión vertical del hombre, hallarse situado entre el optimismo impaciente y el pesimismo buscando la vía propia del hombre en el "optimismo trágico" en que se halla esa justa medida en un clima de grandeza y lucha.
El personalismo no es una filosofía como las demás, un esfuerzo por un saber racional, una síntesis intelectual total del mundo y de los hombres. Es perspectiva, método, exigencias. Perspectiva: un realismo espiritual, lo cual hace que se distancie del anarquismo antes estudiado; método: la dialéctica superadora del método deductivo de los dogmáticos y del empirismo bruto de los realistas; exigencias: empeño total. Nada de sistemas cerrados. Todo ello puesto al servicio de una civilización de personas, personas tomadas en todas sus dimensiones, material y espiritual. Presencia plena, nada de huidas. Perspectiva, método y empeño. Esto es la filosofía personalista. Tal vez sólo sea eso, pero eso ya es bastante. Lo que no acaba en lucha y en empeño no cuenta para esta filosofía. Los filósofos de galería se empeñan en que el personalismo no es ciencia rigurosa. Podríamos decir que cierta verdad hay en afirmar que la filosofía personalista no se deja encerrar en los moldes de la filosofía clásica teorética. En consecuencia, la especificidad de lo filosófico no coincide exactamente con la del movimiento personalista. Ciertamente, la síntesis filosófica que caracteriza el pensar especulativo puede ahorrar dilatadas digresiones y dotar de unidad a temas tratados, conferirles un rigor determinado, pero también puede marginar otros aspectos teoréticos (económicos, políticos, sindicales) y prácticos (sociológicos, estratégicos, obreros, etc.), capitales dentro del personalismo. Esto le ha supuesto a este movimiento el haber desarrollado un estilo natatorio corriente arriba, lo cual tiene sus compensaciones y sus desgastes. No podemos decir que el personalismo haya ocupado el poder de ningún tipo, pero no ha renunciado nunca al contrapoder desde la cercanía mayor a la sociedad civil, rasgo no sólo libertario sino también evangélico. Esto tampoco ha sido comprendido desde fuera del personalismo.
3.2. Ciertos desórdenes
En el personalismo encontró nuestro profesor un lugar especial desde el que vivir sus opciones y desde el que repensar constantemente sus fundamentos. Mounier se convirtió en su maestro personal al acabar sus estudios de licenciatura en Madrid y nunca lo abandonará, su estilo de vida y sus intuiciones marcarán la orientación de todo cuanto realice en su vida[7]. En el personalismo se encuentra una sublevación contra la tiranía del capital, un movimiento en perpetua búsqueda, en apertura a todos los hombres, siempre antítesis, nunca tesis o posición conformista. Mounier es el modelo de intelectual que ha dejado todo y se ha entregado hasta el final en pobreza y en absoluta libertad. De él ha aprendido que la posesión no es mala en sí misma, sólo si hay gente que no posee, lo cual delata una situación injusta; es malo, en definitiva, si lo que se posee es un obstáculo para arriesgarlo en una sociedad injusta. Pero es bueno poseer cuando las posesiones se toman para hacer más hombres, para que la persona sea más, para que se la respete más, para que se llegue a apreciar todo el inmenso valor que la persona encierra dentro de sí. No reconocer la necesidad de la posesión sería pecar de un angelismo del que estos autores jamás pecaron.
Junto a esto hay algo que se tornará fundamental: la visión del hombre del personalismo. Ahí radicará el posicionamiento que más distanciamiento le producirá con el anarquismo y el marxismo (junto al teísmo). La visión del hombre de estos movimientos es lo que más pobre resulta a los personalistas. El hombre no puede quedar reducido a materia, a mecanismo proletario. Si se produce esta reducción, no sólo el hombre y el mundo pierden el misterio y el respeto de saberse hechos a imagen de Dios, sino que para el personalismo no podrían siquiera ser conocidos. El hombre no puede ver frustrada su esperanza sin un mundo nuevo; el verdadero revolucionario ha de ordenar la revolución a la base de los valores espirituales, los cuales no son inmanentes a la historia, como puede suceder en el marxismo. Eso es poco para el personalismo, que busca en el hombre la imagen viva de Dios.
En la reducción de lo humano el marxismo compartiría pecado con la burguesía: la imagen del verdadero hombre que el personalismo defiende. Nada bueno hay en el capitalismo y por eso debe desaparecer. Es intrínsecamente malo e injusto: primado de la producción, del dinero y del provecho. Reino del egoísmo social. El burgués es el hombre que ha perdido el amor, que no arriesga por los demás, que los explota y que se empobrece a sí mismo al no poder amar. Para el personalismo la relación interpersonal se hace de modo material, es decir, de modo espiritual, que es decir lo mismo. Desde esta perspectiva, el personalismo comunitario se enfrenta al mundo que ha arrojado al hombre a la pura abstracción por entidades despersonalizadas como la economía y la política. Los hombres arrojados y abandonados a lo invisible, vueltos ellos mismos insensibles, cuyos ojos ya no dicen nada. Hombres embrutecidos consagrados a los espectáculos que exponen su propia nulidad y decadencia. Hombres cuyas emociones y amores son reducidos a secreciones glandulares, hombres que creen que su sexualidad es un proceso natural en lugar de un deseo infinito. Responsabilidad y dignidad ya no tienen ningún sitio asignable. Estos hombres viven envidiando a los animales. Hombres que han elegido la muerte.
Entre los enemigos del personalismo[8] el actualismo niega la identidad personal, reducida a sus actos discontinuos. Ser sujeto no es una esencia, es una serie de actos, de procesos, diría Althusser. Pero lo importante es que no hay centro, núcleo o principio. El sujeto no puede ser fundamento de nada. El interior es un lugar vacío, el yo no es nada, sin densidad. Sólo quedan los actos de la persona (actualismo), cuya suma es el resumen del hombre. Negar el yo con el propio yo es una absoluta contradicción que siempre denunció nuestro pensador. Para el pensamiento egocéntrico el otro es un mero objeto más y se reduce a sus notas funcionales ("sirve para…"), sin dignidad.
El colectivismo sustituye el egoísmo del yo por el egoísmo del nosotros, siendo reducido aquél a mera célula en el organismo social o económico. De ahí brotan el escepticismo y el pesimismo: el escepticismo alberga en su interior el totalitarismo en la medida en que propone como verdad la no verdad. Incluso eltranspersonalismo del budismo y el hinduismo menosprecian el yo corporal y mundanal a favor de "la nada", una nueva degradación del yo. Por eso "el personalismo está en lucha contra todo lo que degrada e indignifica al ser humano, pero no es amigo de lacrimocracias respecto de los disidentes, ni abomina de los sistemas opuestos, aunque los combata lealmente, ni deja de agradecer lo que por contraposición han hecho posible. En efecto, ¿acaso no existe en ciertos sistemas un antipersonalismo rectificador del personalismo mucho más fértil para éste que el impersonalismo y el pseudopersonalismo retórico, de adormidera? Hay que evitar el punto de vista del maniqueo buscando, por el contrario, recuperar lo mejor de todos los puntos de vista, propios y ajenos, alentando cuanto de bueno duerme en ellos, pero sin irenismo –pues no todo vale-, es decir, separando trigo y cizaña. El personalismo, si quiere encontrarse con sinceridad a la altura de su propio discurso, habrá de estar igualmente atento a los propios mitos y a las propias infidelidades para tener el valor de ser el primero en denunciarlas, e incluso de agradecer la denuncia venida del exterior"[9]. Siempre la misma actitud de encuentro.
3.3. Persona y sociedad
El personalismo rechaza las comunidades de individuos de la sociedad burguesa donde se vive para ser admirado por lo que se tiene. El individuo es la disolución de la persona. Se mueve únicamente en el mundo de lo objetivo, de tal modo que el otro se pierde, se difumina, y es transformado en mero trámite. El individuo es la soledad por excelencia a pesar de vivir rodeado de gente constantemente. Se mueve en el mundo del "se", de lo impersonal, donde todo se aprueba porque así se hace y se vive. El otro, para el individuo, sólo es un él, tercera persona, algo intercambiable y sin valor. Las actitudes más generales hacia esa tercera persona en el mundo del individuo son la ignorancia y la indiferencia hacia los otros. Nadie se reconoce allí como persona. Soledad integral es este individualismo metafísico. El personalismo sería entonces la propuesta de la persona contra el individuo, movimiento de concentración y recogimiento contra la dispersión del mundo del individuo. Pero esta concentración no puede ser para un nuevo repliegue que imposibilite el encuentro sino para la distensión, para la expansión, para la relación. Una persona es un ser hecho a imagen de Dios, por tanto, habrá de ser respetado como yo, de ahí que la relación con él no pueda ser otra sino la relación de un yo con un tú. De ahí que, en el personalismo de nuestro autor, ensamblado en el de Mounier, no cabe el egoísmo de la burguesía capitalista ni los acoplamientos despersonalizados de los colectivistas (y menos de los que proliferan últimamente). Nada tienen que ver con una sociedad personalista, donde la dignidad de cada sujeto es el fundamento de cualquier opción privada o pública.
Lo realmente auténtico es lo que brota de la concentración de la persona en su amor al universo, vinculándose al mundo y luchando por él. La persona es un ser en el mundo con su cuerpo, sus sentidos y, a través de ellos, lucha y se entrega para construir el mundo. Si no es para esto el cuerpo se convierte en algo impersonal: "La persona es amor al prójimo, lucha por él como por uno mismo, riesgo, que tiene en cuenta al otro. Si el individuo era la metafísica de la soledad, la persona siempre está acompañada por el otro, siempre acompaña a su vez al otro, y es la metafísica de la comunidad"[10]. El personalismo sería entonces una tarea diaria y continua de personalización dejando de lado al individuo. Siempre en la lucha. Frente a este mundo impersonal, el yo, una vez convertido en persona, no tiene otro movimiento que estar dirigido al otro, es "ser-hacia". La persona es relación intencional constitutiva, cuestión esta que vincula al personalismo con la fenomenología, como hemos mencionado más arriba, pero en el personalismo la intencionalidad adquiere su plena significación en la comunidad, tanto familiar como política. El amor es piedra angular del sistema personalista. Toda la visión del mundo en el personalismo pasa por el prisma del tú, de la relación dialógica. El tú se convierte en dimensión originaria, de ahí que en el personalismo se desborden los límites de la filosofía especulativa. El tú antecede al yo y la sociedad se articula en esa vivencia de cada yo como antecedido por el tú, de ahí que la soledad no tiene cabida en esa sociedad. Nadie en soledad. El otro es otro yo mismo, ambos imagen de Dios, y sobre esta concepción se edifica el diálogo personal, la relación dialógica. Esa auténtica comunicación es la vivencia de la persona como fuente inagotable, como un dentro que necesita un fuera, profundidad ilimitada que no cesa en su movimiento de exteriorización. Ahí radica el respeto a cada ser personal. Sólo en la profundidad de esas aguas puede darse la auténtica comunicación, enriquecimiento mutuo socializador de la relación personal. Poco tendrían que ver con el personalismo los que se quedan en la pura interioridad o en la pura exterioridad. El silencio y el retiro son fundamentales en la propuesta personalista, pero es un silencio y un retiro que preparan para la vida y la entrega. No hay un solo pensamiento que no incluya de alguna manera el diálogo con los demás y, a través de ellos, con Dios. El diálogo como manifestación del amor que somos rige cualquier movimiento de interiorización: recogerse para entregarse por entero.
En este sentido, el personalismo transmite la intuición de un misterio vivido como profundidad del universo llevado a la relación con el otro y para el otro. Todo en él está sometido al amor. No hay recinto alguno que no tenga presente la dimensión social del otro. Una verdadera comunidad no puede ser, entonces, más que una sociedad de personas movidas por el amor. No existe lo neutro en una sociedad donde sólo hay inhibición, ni caben las sociedades anónimas donde priman los intereses jurídicos y contractuales, ni la sociedad razonable de sabios que discuten sin encarnarse en la vida, ni siquiera una organización de sociedades familiares ya que a la familia hay que darle una dimensión universal. La comunidad personalista es "persona nueva que une a las personas por el corazón de ellas mismas" (Mounier). En ella cada persona es insustituible y es promovida a los valores superiores del amor.
El personalismo es la filosofía del nosotros. Esto, ya lo hemos dicho, no significa ningún colectivismo a modo de rebaño, sino que se asienta sobre personas colectivas. De ahí que sea esa comunidad que une a las personas por el corazón de ellas mismas, de ahí que la comunidad sea una persona de personas. Sólo se reserva el término "comunidad" a este tipo de comunidad personalista, de persona de personas. La comunidad personalista es la única comunidad. Sólo el amor podría unir esta comunidad, sin intereses de ningún tipo. Unos seres que se aman en profundidad llegan verdaderamente a formar con sus personas una persona nueva. Se actúa como comunidad sólo cuando cada uno se preocupa, antes de nada, de las relaciones con los demás, de todos y cada uno de sus miembros, con leyes flexibles, dictadas por la justicia y la caridad del amor. Decir personalismo y decir comunidad es, pues, lo mismo, todo uno: metafísica de la comunidad. Decir personalismo comunitario sería un pleonasmo. Es comunidad de acción, de lucha contra el desorden establecido y contra los desórdenes que tratan de establecerse. Está lleno de riesgo ya que el que más ama es el que da la vida por los demás hasta la muerte.
El papel del personalismo será el de reencontrar la verdadera noción de hombre: todo su esfuerzo doctrinal es el de dar un sentido a la persona, más allá de errores individualistas y colectivistas: "Cree el personalismo que los valores, en efecto, están sujetos a su captación por los hombres, pero no por eso dependen de éstos… No creer en ningún valor es imposible, tan imposible como creer en el hombre cual portador de valores, de suyo eternos. Afirmar la eternidad del valor no es situarse fuera del eje de la vida, sino poder vivirla. En la experiencia personalista la persona es el protovalor innegociable, pues todo valor enraíza en él, y convivir es promover la sociedad como persona de personas. Si eso no tiene sentido, toda apuesta sobre toda cosa sería toda ella pasión inútil. Pero si la persona es un valor, caminar hacia la personalización es la tarea a la que el hombre tiene que apelar siempre. Aunque hoy sea noche"[11]
3.4. Los valores de la persona
Carlos Díaz centra los valores del compromiso, la libertad, la vocación, la encarnación y la comunión en el de la libertad[12]. De él se extraerían aquéllos, aunque también es cierto que siempre se presentan juntos, exigiendo uno a otro su presencia. La libertad es dinamismo, fuerza, de ahí que la libertad no sea individual, sino que ha de vivirse en comunidad. No puede hablarse de libertad personal a costa de libertades colectivas, ni de libertades colectivas a costa de libertades individuales. En virtud del dinamismo de la persona, excéntrica, cuya realización está en el encuentro con el tú, como veremos más adelante, ambas libertades no pueden ir desvinculadas. Sólo desde aquí podemos entender que en la filosofía de este personalismo vayan unidas la libertad y la vocación de servicio, de ahí que la lucha por la libertad sea un proceso sin fin siempre que respete el itinerario servicial al que nos estamos refiriendo. Es además movimiento hacia la trascendencia ya que cada persona ha de hacer su destino sin poder ser sustituida. La libertad es experiencia de los valores interpersonales hacia el valor transpersonal que supone para el cristiano la presencia de Dios. Es siempre acción, movimiento personal que arriesga y lucha, que no se contenta con aspirar a la pureza sin arriesgar un mínimo en la vida real. La historia de la libertad se hace en la lucha por la libertad y no soñando con una situación de libertad mientras nuestros pies se hunden en el barro. Ser libre es realizar la vocación de amor a la que estamos llamados, vocación colectiva de amor encarnado en el mundo y en el pueblo. No se es libre más que entregándose a los demás. Quien piense en libertades egoístas será esclavo de ellas, igual que el avaro es esclavo del dinero. La libertad, en resumen, es fuerza, espíritu de servicio, movimiento de amor colectivo, autoposesión responsable que exige comprometerse. Por eso la libertad es afirmación de la persona y no es la libertad un dato más que se encuentra. Es en este contexto comunitario y personal donde adquiere sentido la subdivisión que se hace de la libertad en libertad "interna" y "externa", "privada" y "pública".
El hombre libre no es el libertino, sino el abnegado y valiente, el que se encuentra presente en la lucha. La persona no puede pensar en su libertad sin comprometerse. Siempre se está comprometido. No es posible la abstención, aunque habrá que contar con la prudencia y la coordinación con los demás aguardando a la conjunción de la acción sabiendo que un compromiso colectivo será una libertad colectiva. Se trata de la sinergia a la que se aspira en la acción personalista. Así es como se afirma la persona. Mejor dicho: así se vive la persona, en el amor. Todo valor que no se vive en la realización personal y comunitaria se torna en valor negativo. Revolución interior y exterior, renovación auténtica, recogida de sí mismo para una gran acción. Una revolución asentada en la fuerza de una violencia que por amor no puede pararse ni detenerse ante nada, ante ningún obstáculo, rechazando todo purismo pasivo que rechaza la revolución porque es incapaz de moverse ni de ser persuadido justificando el desorden establecido con la mentira de una paz que justifica todo ese desorden. La oposición a cualquier tipo de opresión incluye esa fuerza y esa violencia. Un estado de violencia que se disfraza de paz y oprime mientras tanto al pobre hay que oponer toda nuestra fuerza sin dejar hacer al mismo tiempo autocrítica desde el amor: "el personalismo no es una filosofía para los domingos por la tarde" (Nédoncelle).
3.5. ¿Qué es el personalismo?
El personalismo es toda forma de vida que centra el sentido de la realidad en la persona reivindicando su dignidad absoluta en todos los terrenos (ontológico, gnoseológico, moral o social) contra las negaciones tanto materialistas como inmanentistas. El significado de toda la realidad se centra en el concepto de persona[13]. Lo propio del personalismo no es sólo valorar a la persona, sino estructurar su filosofía en torno a ella. Aquí es donde nuestro filósofo entra en polémica abierta con J. Seifert, el cual al definir el personalismo parte de un presupuesto desde el que queda fuera de la definición de personalismo adecuado el propio Mounier. Para Seifert, autores como Tomás de Aquino, Karol Wojtyla, Tadeus Styczen o Dietrich von Hildebrand responden más al nombre de personalistas que el filósofo francés[14]. Según Carlos Díaz, Seifert se mueve por la condición de que quien no acepte la definición de persona de Boecio y de santo Tomás (al que tacha también Seifert de personalista imperfecto) será declarado personalista non grato, rasgo fundamentalista que aparecería siempre en todas las escuelas. Pero, en segundo lugar, y más importante, la filosofía de Mounier contiene una dosis y unas dimensiones sociopolíticas, consustanciales al personalismo, que Seifert no quiere asumir: lucha contra el desorden establecido, revolución en las estructuras del capitalismo, espíritu no burgués.
Este es el punto radical en las discrepancias entre los diversos personalismos. Tanto el de Mounier como el de nuestro autor no renuncian a "la opción por el sur como lugar del ser, a la primacía de la ética frente a la ontología, al sur del ser como ser del ser, a la defensa militante del rostro de la viuda, del huérfano y del extranjero, a flexibilizar su ontología, a la ética que no sólo es lógica, sino también dialógica, y no sólo dialógica, sino además profética"[15]
El posicionamiento de este planteamiento ha supuesto para Carlos Díaz no sólo la justificación constante ante el mundo académico, sino que en estos últimos años le ha costado también la necesidad de la justificación frente al resto de personalismos, más tardíos que el suyo, pero de distinto corte que no han asumido las implicaciones de la filosofía del que fue fundador del personalismo comunitario. El distanciamiento tomista y las implicaciones sociopolíticas siguen pasando factura a este personalismo. Pero un personalismo que no lleva a la vida su pensamiento se convierte incluso en algo a combatir. Si el hombre es animal de ideales lo es precisamente para poder ser animal de realidades (Zubiri). Lo cual no quita que el personalismo no pueda dejar de exigir el rigor del concepto, la maduración de la idea, la reflexión crítica, el trabajo intelectual. Teoría y práctica, especulación y compromiso en la acción, son convicciones expresables en la plaza pública. ¿Cómo articular discurso y acción? Eso es el personalismo comunitario. ( pp.79-100))
[1] Díaz, C., Personalismo obrero (Presencia viva de Mounier), Ed. Zero, Bilbao, 1969
[2] Jean Lacroix define al personalismo como anti-ideología y como meta-filosofía más que como sistema o filosofía, algo que ya Carlos Díaz tildó de contradicción, pues una cosa es un sistema y otra su sistematización fosilizada. Sistema abierto, pero sistema. Cfr. Díaz, C., -Maceiras, M., Introducción al personalismo actual, Gredos, Madrid, 1975, pp. 73 ss.
[3] Doménach, J.-M., Mounier según Mounier, Laia, Barcelona, 1973, p. 74.
[4] Díaz, C., ¿Qué es el personalismo comunitario?, Editorial Mounier, Madrid 2003, p. 42.
[5] Cf. Díaz, C., Corriente arriba, Ed. Encuentro, Madrid, 1985, p. 30.
[6] Ibi., p. 97.
[7] Díaz, C., Mi encuentro con el personalismo comunitario, Ed. Mounier, Madrid, 2004.
[8] Díaz, C., ¿Qué es el personalismo comunitario? ..., pp. 20 ss.
[9] Ibi., p. 29.
[10] Díaz, C., Personalismo obrero…, p. 52.
[11] Díaz, C., Corriente arriba…, p. 42.
[12] Díaz, C., Personalismo obrero…, pp. 67 ss.
[13] Díaz, C., ¿Qué es el personalismo comunitario?..., p. 44.
[14] Seifert, J., El concepto de persona en la renovación de la teología moral. Personalismo y personalismos. In "El primado de la persona en la moral contemporánea", Universidad de Navarra, 1997, pp. 33 ss.
[15] Díaz, C., ¿Qué es el personalismo comunitario?..., p. 47.
[1] Díaz, C., Apología de la fe inteligente, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1998, p. 88.