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Por Srigangamata @SRIGANGAMATA

Un mes de vacaciones.
Un mes de silencio.
Un mes de comunicaciones espaciadas.
Un mes de mi deporte favorito:
La “ermitañedad”.
Un deporte de reglas simples y trabajos forzados.
Un deporte de observación y de silencio…

Y en plan de observar soy simple y contumaz… yo observo al humano.
Y por ende no puedo despegarme de sus modos de comunicarse.
Un fenómeno:
Se llama “consistencia” y es la respuesta del cerebro a la ansiedad del desconocimiento.
El cerebro no tolera el “vacío”, así, cuando no tiene datos suficientes “Supone”, “Conjetura”.
Se debe a una necesidad biológica fundamental, ser capaz de anticipar acontecimientos es el modo básico de la supervivencia, en un entorno natural simplemente la incertidumbre significa peligro de muerte y nuestros cerebros son en términos de supervivencia bastante primitivos.

Pero al mismo tiempo es producto de un proceso neurológico que busca compensar el delate de la comunicación de impulsos eléctricos así que nuestra visión ve una micra “en el futuro” y todo nuestro cerebro está acostumbrado entonces a componer escenarios mucho más que a “verlos”.

En cualquier caso esta “Consistencia” es un mecanismo que se conoce desde lo social como una costumbre de mal gusto y educación, pero que es mucho más que eso… es un tóxico de la mente y al poco tiempo del alma.
Los toltecas hablaban del fenómeno de las suposiciones, y lo incluyeron como algo cardinal en sus “4 Acuerdos” calificándolo como una fuente principal del “Mitote” (la alienación en la ilusión).

Y la toxicidad se debe a que cuando conjeturamos no nos basamos en el otro, ni en la información “objetiva” (qué será la información objetiva?!!!!), ni en deducciones…
Nos basamos en nuestra historia, en nuestra experiencia, en nuestros miedos, en nuestros fantasmas, justamente, porque al no hablarnos, poco y nada sabemos del otro, es decir que lo vemos en el espejo de muestras memorias.

Así, paradójicamente, cuando suponemos por “consistencia” tratando de llenar “la ausencia” del otro… es cuando más nos alejamos, cuanto más ausente está.
Pero es un fenómeno casi automático.
Un paliativo para la angustia que produce incertidumbre… ansiedad por conocer, por no quedar en el vacío, por llegar.

Un hecho:
y “La Suposición” está presente en muchas de los modos de razonamiento y de conducta de los seres humanos.
Vivir “la humanidad” es difícil.
Y de entre sus dificultades, sin comparación, las dos mayores son Sentir y Comunicarse “humanamente”.
Tenemos miedo a abrirnos, porque nos han maltratado antes, y si no ha sido a nosotros ha sido a nuestros padres que nos lo han grabado “con la leche temprana, y en cada canción” (Serrat).

Así que vamos por el viejo proverbio que reza que “el hombre es esclavo de lo que dice y amo de lo que calla”
Y buscamos ser amos.
Tener el control.
Alejarnos del daño (real o aparente, es igual, lo que vale es lo que nos vale).

Ese silencio dispara en el otro el mecanismo de consistencia.
El otro supone, compone, llena vacío, trata de mitigar el sufrimiento del silencio, la incertidumbre de no saber quién es en nuestro plano, qué significa para nosotros.
Y lo hace con sus luces… y sus sombras.
Saca una conclusión, emite un juicio y opera en consecuencia.
Porque no le queda más remedio, porque nuestro silencio lo condena a quedar varado en una espera frustrada permanente.

Ah! pero somos los amos…

Y nos ofendemos… nos damos por ultrajados porque el otro no nos tomó en cuenta para decidir, porque el otro supuso lo que nos pasaba, lo que pensábamos, porque el otro no nos preguntó, (cuando es un hecho que siempre hemos evadido las preguntas)…
Real o no, equivocado o no, nos escudamos impunes en el hecho de no haberlo dicho, de no haberlo afirmado (aunque nunca lo negamos tampoco), de haber sido amos del silencio para poder acusar al otro de este ultraje.
O de lo que el otro dedujo que sentíamos, porque dejamos que los “errores” de su conjetura, reflejo de sus propios sentimientos, amores, temores, embelesos, sombras se alojaran en él porque así, verdaderos o no, siempre podríamos negarlos a conveniencia.
“Vos me mal interpretaste… no fue eso lo que yo quise decir”
(Y no… salir indemnes no siempre es lo mismo que salir límpidos)
Y acusamos al otro por no comunicarse con corrección.

No invertimos un minuto de empatía en el daño de nuestro silencio, en la angustia de nuestro abandono comunicacional.
En la salina que creó nuestro ostracismo.

El viejo y nunca bien maldecido juego del gato y el ratón:
Un juego mediocre, cruel, peligroso…
y aburrido.

Andamos a tientas hasta que lo aprendemos, porque parece que todos tienen la clave de “cómo va el juego” menos uno.
Y ya que lo aprendimos creemos que tenemos el santo y seña del mundo en las manos, la llave de la seducción, la fuente de juvencia de nuestras ilusiones protegidas.
Todos a nuestro alrededor funcionan a botonera y nosotros vamos por ahí apretando botones a diestra y siniestra.

Ni por un instante se nos pasa por la cabeza que tal vez todos funcionan a botonera porque eso es sólo lo que somos capaces de ver en ellos, o porque los “sintonizamos” de acuerdo a nuestra propia bajeza…
no se puede manipular sin ser manipulado, no se puede se “dedo” sin ser “botón”.

Creyendo que encontramos la fuente de nuestro control sobre el mundo y los otros, nos convertimos en un estereotipo que sólo puede interactuar con seres iguales, o con aquellos que no los son, pero que se dan cuenta que no es posible compartir más con nosotros.

Los Humanos de verdad aman vivir y vivir no es apretar botones.

Es correcto empezar por uno mismo.
Pero de un modo similar, otras veces quedamos del otro lado…
Somos los ignorados, los negados a la palabra, somos aquellos, indefensos e inermes, de los que el otro se está defendiendo, porque en realidad libra una lucha de miedos con sus propios fantasmas.

Y tenemos sentimientos, esperanzas, angustias, necesidades.
Hemos sido “domesticados” en buena fe
(el entregarse en esclavitud para manipular, es otra historia y no entra acá)
y ahora somos dejados en silencio.
Y conjeturamos, suponemos, revolvemos dentro de nuestra propia ansiedad.

Es malo, no es correcto, es indigno, nocivo, minusvalidante, pero es prácticamente inevitable.
Las opciones son eso o la indiferencia.

Hace falta mucho entrenamiento para mantenerse al margen, para aislar el acto como un campo quirúrgico, pero sobre todo hace falta estar dispuesto a hacer de una comunicación una biopsia. Un remedo aburrido de comunicación que no es lo que teníamos en mente.

Hace falta mucho coraje para decir a alguien, que tal vez casi no conocemos; lo que sentimos, lo que deseamos, lo que esperamos, lo que soñamos… lo que nos habita. Para ser vulnerables.
Es inmenso el riesgo que implica “abrirse en canal” para mostrar y darse.
Cada palabra, cada duda, cada certeza, entregada sin más preámbulo.

A cambio de este esfuerzo de coraje y vulnerabilidad obtenemos la maravilla de comunicarnos sin juegos previos, sin suposiciones, sin silencios, sin tableros, sin faltas de consideración, sin complejos.
Recordando lo importante que es que sea mutuo, para que nadie salga lastimado porque nunca es suficientemente delicada la mano que recoge esa entrega, porque tiene la responsabilidad de no herir.
Trayendo a mi memoria que no soy más que humana y “saber” algo no significa “ser capaz”.

Porque el juego del gato y el ratón es uno de los tantos hijos del miedo:

Y temo, temes, tememos,
Callo, callas, callamos,
Supongo, supones, suponemos.
y que juzgue el que esté libre de pecado…

Un conocido programador neurolingüista llamado Lair Riberio suele postular:

“SI LE MOLESTA LO QUE RECIBE, REVISE LO QUE EMITE”

Y yo suelo agregar en mis clases:
y si lo que molesta es lo que no se recibe,
revise a quién lo emite y sus razones.
puro sentido común.
pura empatía.

Un hecho:
Somos amos de lo que callamos…
Los amos absolutos en un reino en el que sólo hay espacio para nosotros.
Los reyes del desierto “, emperadores de la Salina.

Para ser honesta, y sin importar lo que me gustaría creer de mí, no creo que haya sido ni mi crecimiento, ni mi necesidad de compartirme, ni mi búsqueda interior por tratar de emitir correctamente, o por aprender a valorar a quién me escucha que he dejado de jugar al silencio.
Ha sido mucho menos noble. Creo que yo he dejado de callar más por claustrofobia que por valentía.
O lo que es lo mismo…Por miedo al encierro, más que por libertad.
Sin embargo cuando lo logré, fui mucho más que la suma de mis imposibilidades!!

Porque somos apenas todo lo que podemos ser
Y NADA MENOS!!!!

NAMO VAH

Autora: Sri Ganga Mata

(Todos los Derechos Reservados)