Si hace unos meses elaborábamos una clasificación con lo mejor que nos ha dejado nuestro cine en lo que va de siglo, ahora toca hacer lo propio con la otra cara de la moneda. Y lo cierto es que resulta mucho más complicado seleccionar sólamente 10 títulos entre las incontables abominaciones que ha generado nuestra industria a lo largo de la última década. Hemos tenido que dejar fuera ilustres nombres como el de Alatriste o Torrente -y su directamente estúpida tercera entrega- así como malas copias del formato americano como Tensión Sexual No Resuelta o ombliguismos de realizadores endiosados tal que Los Abrazos Rotos.
La deducción más obvia que se extrae de este ranking es que más de la mitad de la películas proceden de la televisión o tienen un factor de demostrado éxito en la pequeña pantalla. Y es que mientras hay realizadores visionarios como Alex de la Iglesia, Rodrigo Cortés o Amenabar que ayudan a nuestra industria a saltar años de retraso con cada estreno, también los hay que buscan el dinero fácil con productos de pobre factura, casi siempre destinados a ese adolescente que confunde a Jorge Javier Vázquez con su madre.
Pero lo que realmente cabe preguntarse es sobre la calidad general de nuestras películas. ¿Es malo el cine español? Es una opinión muy generalizada pero que con frecuencia sale de la boca de personas que no conocen nombres como los de Lluis Homar o David Trueba, y los que lo defienden a capa y espada a menudo terminan perdidos entre la última gafapastada de Julio Medem o Isabel Coixet. De la misma forma que el ranking sobre las mejores películas españolas del siglo lo planteamos como ejemplo del argumento de unos, en esta ocasión damos 10 armas arrojadizas de auténtico lujo a los otros, no con el ánimo de fomentar las posturas radicales, pero si invitando a la reflexión.
Con el estupendo sabor de boca que nos dejo Fesser en la primera entrega tuvo que venir el irregular Miguel Bardem para asesinar la franquicia. El director de Camino había logrado un inusual equilibrio entre lo absurdo y lo cercano, respetando el tono de parodia disparatada que impregna los tebeos de Ibañez. No en vano Fesser venía de El Milagro de P. Tinto y varios cortos de tono similar que supusieron un entrenamiento de lujo. Sencillamente la adaptación le quedába grande a Bardem. Además los efectos especiales lucían mucho peor y el cambio de Benito Pocino por Edu Soto tampoco ayudó.
Medio panorama nacional se daba cita en esta gamberrada que se pasaba de casposa y rancia. Gabino Diego y Arturo Fernández daban vida a un duo imposible que representa el ejemplo perfecto para todos aquellos que acusan al cine español de quedarse en chistes sin gracia sobre tetas y culos, concretamente los de Kira Miró y MAM. Aún así le sirvió al realizador para rodar La Conjura del Escorial, con un presupuesto más que decente y los internacionales Jason Isaacs y Julia Ormond. ¿Qué tal le salió? Ahora se dedica al teatro.
Alguien debió pensar que con las horro-cintas realziadas en los 90 para el único lucimiento de Martes y Trece no teníamos suficiente. Aprovechando el éxito de la obra de teatro Una Pareja de Miedo, los individualmente graciosos Flo y Josema Yuste decidieron trasladar el formato al cine dando como resultado un especial de navidad de inflado presupuesto. Todo filmado por el responsable de joyitas como Papá Piquillo, Condemor o precisamente El Robobo de la Jojoya. Ni con 7 litros de cerveza oiga.
O el tripi de Julio Medem. El críptico realizador se pasó de pedante cascándose un pase de postales de lujo de casi dos horas que culminan en uno de los peores finales de nuestro cine. Ni el espléndido trabajo de Lluis Homar y Charlotte Rampling o las frescas interpretaciones de la principante Manuela Vellés y de la cantante Bebe justifican este suplicio incomprensible, pretencioso y, encima, vacío. La fórmula que medio funionó en Lucía y el Sexo o La Ardilla Roja se le ha ido de las manos al realizador, actualmente atrapado en su propio ombligo. Los que hayáis visto este año Habitación en Roma ya sabéis de lo que hablo.
Que levante la mano el que no ha visto con los amigos aunque sea una de las bromas que componen el debut del buca-frikis oficial Javier Cárdenas. No podemos negar que tiene cierta gracia siniestra el ver chupópteros televisivos sucumbir a las perrerías del tertuliano, pero tampoco hay que olvidar que Cárdenas se escondía tras una falsa moral para sacar el máximo beneficio. En el fondo se trataba de un programa de cámara oculta cuyas bromas estaban unidas por una trama policial esperpéntica. Y si, la de Paco Porras es la más graciosa de todas, pero el tío casi no lo cuenta.
Esta no fue la única película que salió de Crónicas Marcianas, un programa que hoy no emitirían en Telecinco por mojigato, ya que Coto Matamoros también se cascó una cinta de título Plauto, que no he tenido la oportunidad de ver y de la que he leido críticas sorprendentemente benévolas.
¿Os acordáis de Raulito? Yo tampoco, pero debió ser uno de esos niños explotados que tanta gracia les hacían a las abuelas a comienzos de siglo. Alguien pensó que era buena idea copiar el esquema Disney y otorgarle una película, el problema es que el filtro cañí se pasó de rancio, como de costumbre. Lo peor de la función era ver a un todoterreno como Juan Luis Galiardo dando vida al payaso Lechuguete. Eso sí, Chiquito de la Calzada como abuelo no tenía precio.
Algo así como la evolución de Franky Banderas. En este caso para lucimiento del serrano Fran Perea, que intentaba cambiar su rol de niño pijo que se compra una guitarra al de gamberrete medio hippy que se compra una guitarra. Y ahí se quedó. Estaba acompañado del antiguo Paco León antes de acomodarse en la moribunda Aída. Ni los trabajos de Enrique Villén o Manuel Tallafé como los responsables del título de la cinta lograban salvar un despropósito por el que desfilaba la desbordada María Jimenez al ritmo de "Los Reyes del King". Quizás Año Mariano tuvo su gracia pero está claro que lo de Fernando Guillén Cuervo es la interpretación y no la dirección.
3. El Gran Marciano (Antonio Hernández, 2001)
Vale, la primera edición de Gran Hermano nos coló por aquello de que se trataba de un experimento sociológico novedoso y tal. Pero pasados unos meses todo lo que quedó fueron las insoportables cuñas de los más frikis de la casa. Ese es el chicle que pretendía estirar este pseudo-documental donde los participantes fingían sorprenderse ante una invasión alienígena de pandereta. No se lo creyó ni el tato.
Lo más sorprendente de todo es que su director encajó El Gran Marciano entre la simpática Lisboa y la imprescindible En la Ciudad sin Límites, comenzando una fulgurante carrera que le ha llevado ante la esperadísima adaptación de El Capitán Trueno, cuyo rodaje ya ha finalizado. Los protagonistas en cambio están haciendo cola en las puertas de Telecinco para GH: El Reencuentro 2.
2. Didi Hollywood (Bigas Luna, 2010)
Posiblemente la peor cinta patria del año y de toda la filmografía del calenturiento Bigas Luna. Planteada como una continuación encubierta de Yo Soy la Juani, en este caso la idea era mostrar el humillante ascenso de una actriz en Hollywood que es utilizada como un juguete por todos los hombres que se encuentra por el camino. El problema es que Elsa Pataky se tomó muy en serio la sinopsis y no cambia la cara de Playmobil durante toda la cinta, que se acaba quedando en un film erótico de lujo para onanistas y despistados.
Si por lo menos Luna hubiera conservado a Verónica Echegui en el papel principal habría algo que rescatar de la cinta. Y cuidado, que el realizador amenaza con una tercera entrega donde se muestre el fulgurante éxito y posterior caída de la actriz protagonista. Suponemos que para la ocasión también cambiara de actriz. ¿Se decidirá finalmente por una pornstar?
1. Mentiras y Gordas (Alfonso Albacete, David Menkes, 2009)
No sé que es peor. Si que el guión haya salido de la mano de nuestra Ministra de Cultura o que esta cinta alcanzase el número uno de nuestra taquilla desbancando a Gran Torino. Mentiras y Gordas es una gran mentira con forma de mierda de principio a fin. Porque centrarse en un grupo de gilipollas con problemas con las drogas y el sexo no es retratar a la juventud actual. Lo peor de todo es esconderse tras el análisis generacional para dar el taquillazo gracias a pajilleros pletóricos y adolescentes adcitos a la televisión.
Encima fueron necesarios dos directores con sobredosis de Trainspotting para levantar este váter gigante. Y es que para esa escena final homenajeando a la última cena hace falta ser doblemente incompetente. Por su parte Alejo Sauras y Hugo Silva ya han demostrado en La Habitación de Fermat y Agallas respectivamente que sirven para algo más. Aunque a Mario Casas y Ana de Armas les vino como anillo al dedo.