Aquel vértigo tenía que ver con mi recuerdo de aquellos edificios como símbolo de la más absoluta modernidad. Eran el escaparate de la dictadura por el que pasaban las grandes estrellas de cine que recalaban en Madrid. Allí, en su interior, había centenares de tiendas de lujo, eran ciudades llenas de actividad (oficinas, productoras de cine, empresas de exportación e importación, sucesoras del estraperlismo, prostíbulos de lujo y despachos de arquitectos, diseñadores o artistas varios) que sirvieron para que el cine español de la época reflejara la idea, algo acartonada por la realidad del franquismo, de que Madrid podía ser también neoyorkino. Incluso hubo un hotel, cerrado hace no mucho tiempo, que era el colmo del lujo: el Crowne, en el edificio España, donde se alojaban grands actrices y grandes actores que llegaban de Hollywood. Amigos de mis padres (creo que ellos, mis padres, jamás tuvieron la oportunidad de entrar en ninguno de esos rascacielos) contaban que para imaginarse en Nueva York no hacían otra cosa que tomar el tranvía y acercarse a la plaza de España para perderse en las zonas de tiendas de lujo de aquellos edificios y pasar allí la tarde. La piscina de la azotea del Edificio España debió de albergar no pocos sueños cosmopolitas y en sus viviendas de lujo se alojaron algunas glorias de la cultura de aquella época.Una frase, leída en una de las crónicas que hablaban del abandono de uno de los rascacielos, define perfectamente esa sensación: "Esto era el centro del mundo cuando en el resto de España se pasaba hambre". Era la opinión de un ciudadano anónimo.
Todo ello nos habla no sólo de la fugacidad de la vida, sino de la evolución de las ciudades y de la cultura y, sobre todo, de la especulación urbanística e inmobiliaria. Los dos rascacielos abandonados en el centro de Madrid (en un interminable proceso de reforma) y los diversos zocos que malviven en algunos pueblos de su periferia (además del antes mencionado, situado en Coslada, he visto otros en ciudades menos "subalternas" como Torrelodones o Pozuelo) muestran a las claras que la opulencia y la felicidad de artificio nunca son eternas.