Ratoneras sociales

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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A veces tiene la sensación de vivir en un universo paralelo: el de las personas sin niños. Personas que, como ella, pueden dormir a pierna suelta entre semana y hasta tarde los domingos, sin que nadie menor de 38 años revolucione la cama, sin trabar una indisociable amistad con el pediatra, tener identidad y voluntad propia e, incluso, temas de conversación. Interesantes, dice. Porque hablar sobre bronquiolitis, Primperan o cuándo retirar el pañal no es conversar es abuso.

Personas con vida social. Más allá del parque de bolas. Los parques de bolas esos grandes templos de ocio infantil. Que huelen a pies y a sudor, a partes iguales. El reino de los cumpleaños de los niños de barrio. Que sacan a relucir la mejor educación de cada casa, lúdicos, educativos, el horror.

Ella, como Olivia de Fringe, la del universo paralelo, sólo ha acudido tres veces en su vida a un parque de bolas. Dos por trabajo y una por invitación expresa de su hermana para acudir al cumple de los gemelos. Ergo, 0 por placer. En esta última se vio obligada a hacer lo que mejor se le da, cuando le pagaban por hacerlo, sonreír y mantener charlas intrascendentes con desconocidos. Porque ésa es otra rara habilidad de los parques de bolas: la socialización por decreto con otros padres y/o adultos invitados.

Una sabe cuándo entra a un parque de bolas pero no cuándo sale. Son como los casinos de Las Vegas. Apenas hay luz natural para que una pierda la noción del tiempo. Un cumple en un parque de bolas puede durar horas porque hay que esperar a que sienten al homenajeado en el trono, le pongan la corona y le entreguen los regalos. Los 18 regalos. Y, claro, al decimocuarto regalo, el niño está derrotado.

Como ella, que a pesar de su soberana jaqueca, no deja de opinar con pasión sobre otitis y diarreas virales, por el bien de sus sobrinos. Porque los parques de bolas son ratoneras sociales. Sin escapatoria. Por eso en todos, sin excepción, sirven panchitos.