La reseña que hice para El vino del estío no deja a ese libro en buen lugar. Cada vez estoy más convencido de que quizás no elegí un buen momento para acometer aquella relectura. Pienso solucionarlo pronto leyendo la reedición de Minotauro que incluye también la novela Verano del adiós, la cual menciono, precisamente, en esa misma reseña. También escribí una somera crítica del Farenheit 451 llevado al cómic por Tim Hamilton. Y aunque me hubiera gustado contar con la presencia de alguna de sus primeras antologías (El hombre ilustrado, Remedio para melancólicos, Las doradas manzanas del sol...), pueden disfrutar en su lugar del cuento "El regalo", que, a pesar de la pobre traducción, representa de forma certera el estilo y la magia del Bradbury cuentista.
Sí, Bradbury ha estado muy presente en este blog, pero un repaso a su obra no sería tal cosa sin la presencia de su opus magnum, así que ahí va. Les dejo a continuación una reseña que escribí hace tiempo de Crónicas marcianas. Encontrarán en ella más datos biográficos de lo que es habitual en mis críticas, lo cual, por otra parte, me parece una feliz casualidad.
Ray Douglas Bradbury fue una rara avis en el mundillo de la ciencia ficción. A pesar de contarse entre los escritores con más éxito del género, fue víctima de la incomprensión de John W. Campbell, el editor más importante de la época, quien, desde una visión literaria opuesta, le negó las oportunidades que les había concedido a escritores como Heinlein o Asimov. El acientifismo de los relatos de Bradbury no encajaba bien en la línea editorial de Astounding. Tal circunstancia no representó ningún problema para el escritor, cuyos cuentos se fueron publicando en un gran número de revistas. Thrilling Wonder Stories, Astonishing Stories, Captain Future, Famous Fantastic Misteries, Planet Stories y, especialmente, Weird Tales, dieron acomodo a muchos de ellos en sus páginas. Finalmente, la publicación de Crónicas marcianas permitió a Bradbury elevarse sobre el resto y escapar de la fuerza gravitatoria del gueto. La accesibilidad de sus historias, así como su calidad literaria, fueron los fundamentos por los que accedió al gran público. Su integración en la literatura general fue tan rápida que pasó de posible embajador de la cf a escritor ajeno a ella en muy poco tiempo.
Como muestra de su excepcionalidad, cabe señalar que con 25 años logró colocar uno de sus cuentos, “El gran juego blanco y negro”, en la antología Best American Short Stories de 1946, compartiendo espacio con los mejores escritores norteamericanos de la época. Un año después, Bradbury publicó su primer libro, Dark Carnival, en el que se entremezclan cuentos nuevos con algunas de las historias publicadas en la revista Weird Tales. Aunque la obra por la que el norteamericano alcanzará el estrellato, Crónicas marcianas, no llegará hasta 1950, gran parte de su contenido fue escrito durante los años anteriores, entre 1945 y 1949. Bradbury reunió algunos de aquellos cuentos y recorrió editorial tras editorial cosechando rechazos. Fue finalmente en Doubleday donde accedieron a publicarlos con la condición de que tuvieran un carácter unitario. El escritor propuso realizarlo con el tema de la colonización de Marte como fondo. Su propuesta fue aceptada y en seis meses concluyó la elaboración del libro que se publicaría con el título de Crónicas marcianas, 300 páginas de una ciencia ficción diferente a la que se podía encontrar en los cuentos de las revistas campbellianas. Algunos de los relatos sobre Marte no fueron incluidos en ellas y fueron publicados posteriormente dentro de la antología El hombre ilustrado.
El lirismo y el tono elegíaco con el que están escritos los cuentos contrasta con la fría racionalidad de la fantasía científica imperante. El Marte que describe Bradbury no es real ni pretende serlo. Ni sabe de ciencia ni le importa la tecnología; es el factor humano así como el paisaje lo que realmente encandila al escritor. Para Isaac Asimov, Crónicas marcianas es, en esencia, “una fiesta de inocencia aldeana y nostalgia en un marco futurista”. Y es cierto que en algunos momentos el lector puede tener la sensación de encontrarse frente a una pastoral marciana, entendida en tono positivo. Sin embargo, algunos de los cuentos exudan misterio y despiden un aroma de tenebrosidad que no contrasta, sino más bien al contrario, casa perfectamente con la atmósfera bucólica del relato. No olvidemos que Bradbury destacaría posteriormente por su vena terrorífica casi tanto como por sus incursiones en la ciencia ficción. Su adoración por Edgar Allan Poe, cuyos cuentos le leía su madre en la infancia, queda patente en relatos como “Usher II” o “La tercera expedición”, de tintes casi metafísicos.
Para comprender mejor la gestación de las Crónicas marcianas, de su contenido, hay que remarcar dos elementos biográficos del autor. El primero es la localización geográfica en la cual transcurrió su infancia. Las pequeñas aldeas marcianas son una trasposición de su Waikegan natal, el pueblecito medio americano que puede verse en muchas películas, con sus maizales, praderas, estanques y porches nocturnos escasamente iluminados. Ese modo de vida está tan bien espejado en la novela que no deja de ser reseñable que un escritor tan joven, con menos de 30 años, demostrara padecer tanta nostalgia. El otro elemento a tener en cuenta es su viaje a México. Su encuentro con las momias y construcciones de Guanajuato le impresionaron enormemente. El contraste de las nuevas tecnologías con el mundo antiguo, así como la historia de una civilización aniquilada por los conquistadores del pasado se verían posteriormente reflejados en Crónicas marcianas. Como escribió Jose Luis Garci en su biografía Ray Bradbury, humanista del futuro, los habitantes del planeta rojo se corresponden con los otomíes y chichimecas desaparecidos; su mundo, con el Marte colonizado por los terrestres. Naturalmente, esa influencia está pasada por el tamiz de su cultura estadounidense, con lo que la historia se convierte en una ensoñación alegórica de la conquista del oeste americano y la extinción de los indios nativos.
Quien lee por primera vez Crónicas marcianas se encuentra siempre con un libro cautivador, poesía hecha prosa repleta de momentos mágicos y también terroríficos. Es este un libro para leer en el crepúsculo, especialmente en noches de verano, con la brisa nocturna meciendo las cortinas. Aun siendo todos maravillosos, es inevitable que cada lector rememore, al final de la lectura, algún cuento preferido. El de Borges, tal y como confiesa en el texto introductorio, fue "La tercera expedición". Los míos son “Aunque siga brillando la luna”, “Encuentro nocturno” y “Vendrán lluvias suaves”. En todos ellos se encuentra un Marte lírico, imposible, que procede más de la fantasía que de la ciencia ficción, más de la imaginación que de la realidad. No hay hecho tecnológico, sólo paisajes, humanos y fantasmagóricos, y nostalgia por un pasado que ni siquiera existió. La lectura de Crónicas marcianas deja, por encima de todo, un retablo de poderosas imágenes. Los desiertos, los fantasmas, los pueblos abandonados, vacíos, y una fuerte melancolía. En suma, la América romántica.
Paralelamente a su poder de fascinación, Crónicas marcianas representa un canto al pasado y a una ciencia ficción distinta, una visión del género disidente, ninguneada durante lustros por el canon del discurso racionalista. Resulta significativo que los grandes nombres de la literatura actual, esos que han traído la normalización al género en todo el mundo, hayan decidido utilizar el camino de Bradbury y no el oficial en sus novelas de ciencia ficción.
La versión original de esta reseña fue publicada en Stardust.