La poesía o la literatura son formas de conocimiento que no excluyen sino complementan a la razón y al pensamiento deductivo en la búsqueda de la verdad. Ambas descansan en la palabra. El logos, la palabra creadora y ordenadora, busca la verdad en lo universal, mediante la razón y de acuerdo con un método. La poesía es ametódica y usa la palabra para revelar lo particular, lo individual, que, para los filósofos, es irracional. Expresa lo indecible y lo inefable. La razón poética nos permite ir desde la belleza de lo que no es accesible porque no se conoce a la verdad que es accesible por la razón. O, si se quiere, desde la intuición o chispa poética que ilumina la mente y despierta las ideas que deducen la verdad o la realidad. Ambas formas de conocimiento no se dan por separado, sino que coexisten, predominando una sobre la otra según las personas, como dos caras de una misma moneda.
¿Cuántas veces han coincido en una visión del mundo o de la existencia un poema y una teoría física? ¿Cuántas veces nos define mejor un verso que un análisis clínico? María Zambrano, una filósofa española incomprendida, olvidada y maltratada por las circunstancias que le tocó vivir, ha reflexionado sobre las relaciones entre el logos, la razón occidental, y las oscuras “sinrazones” dimanadas de la vida cotidiana y humilde. Es decir, entre filosofía y poesía. Por eso yo considero más meritorio a Dante, creador de la Divina Comedia, que Robert Oppenheimer, inventor de la bomba atómica.