Intervención del Arzobispo de Sevilla en la sesión inaugural de las VII Jornadas Católicos y Vida Pública de Sevilla.
1. Es evidente que en las últimas décadas se ha producido un evidente oscurecimiento de la esperanza en Occidente como consecuencia del fracaso de las grandes utopías que en el siglo XX prometían la felicidad, y como fruto también de la secularización de la sociedad, pues como afirmara el Papa Benedicto XVI, "el hombre necesita a Dios; de lo contrario queda sin esperanza" (SS, 23). Tampoco los cristianos estamos sobrados de esperanza, algo que es más notorio en esta hora difícil, cuando sentimos con tanta intensidad el peso del laicismo militante, el peso y la angustia de una cultura pagana, que proclama sus dogmas con tanta agresividad, seguridad y arrogancia. En este contexto, al que se suma también la crisis económica y el sufrimiento de tantos hermanos nuestros, podría parecer que el derrotismo, la tristeza y la añoranza de otros tiempos es la actitud más coherente.
2. Precisamente por ello, en estos momentos, más que en épocas pasadas es necesario enraizarnos en la esperanza. Es preciso superar una especie de cristianismo acomplejado que empieza a hacer presa en algunos, influidos en parte por los corifeos de la cultura dominante, que pretenden levantar acta de que el cristianismo se halla en su ocaso. Para no pocos prohombres de la cultura europea, el cristianismo y la Iglesia han agotado su vigencia histórica y están inevitablemente condenados a desaparecer. Han llenado un largo ciclo histórico, pero en estos momentos representan una etapa ya superada de la historia.
3. A estos postulados se suma la certeza de que hemos perdido relevancia social como cristianos y como sacerdotes, que experimentan cada día las dificultades que impiden la penetración del Evangelio en esta cultura. Todo ello puede acomplejarnos y replegarnos como creyentes y como pastores. Por ello, vuelvo a la pregunta inicial: ¿Cree el Arzobispo de Sevilla que los cristianos tenemos hoy motivos para la esperanza o e hemos de asumir el diagnóstico que pronostica la liquidación histórica del cristianismo?
Personalmente estoy convencido de que en nuestra Iglesia, gracias a Dios, hay motivos para la esperanza, motivos próximos perceptibles, y motivos últimos, más hondos y definitivos. Yo observo signos positivos de renovación y recuperación: los Nuevos Movimientos y las nuevas familias eclesiales, de una gran fidelidad a la Iglesia, con una conciencia clara de la necesidad de cultivar las bases sobrenaturales de la vida cristiana, un gran vigor apostólico y una gran fecundidad vocacional. Por otra parte, es constatable también que contamos con una nueva generación de católicos, sacerdotes, religiosos y laicos, sobre todo jóvenes, que viven en una atmósfera más serena, equilibrada, piadosa y apostólica, de mayor amor a la Iglesia, más respetuosa con la tradición, con la doctrina y la disciplina de la Iglesia que en los años inmediatamente posteriores al Concilio. Son una fuente viva de esperanza.
4. Están surgiendo también por todas partes parroquias renovadas, de un gran empuje misionero, con numerosos grupos de laicos implicados en la catequesis, la pastoral de la salud, la animación litúrgica y la Cáritas parroquial, grupos de formación, de oración y adoración eucarística de un gran vigor espiritual, que son un germen vivísimo de esperanza. Otro dato positivo es el perfil que hoy presentan nuestros Seminarios: más serenos, centrados y alegres, sin las tensiones de los años setenta y ochenta, con un buen ambiente formativo y buen tono de vida de piedad y de estudio.
6. Destaco otros dos datos. La crisis económica nos ha descubierto la sinrazón del sistema de vida propiciado por el laicismo irreligioso y el liberalismo sin entrañas, germen de injusticias y de dolor y sufrimiento sin cuento para tantas familias en esta hora. Todo esto está haciendo pensar a muchas personas. Son muchos los que se han dado cuenta de que en el origen de nuestros males está también la irreligión, la inmoralidad, la corrupción, la ruptura de nuestras tradiciones morales y religiosas y el olvido de la Ley de Dios. Para no pocas personas la crisis es una buena ocasión para crecer, para iniciar un camino de conversión y de autenticidad cristiana, un camino de seriedad, responsabilidad y austeridad.
7. En el momento presente se nota incluso una inicial recuperación del aprecio de la vida católica. El servicio de nuestras Cáritas diocesanas y de las Cáritas parroquiales, de Manos Unidas, de las Hermandades y las numerosas obras sociales de los religiosos, ha mejorado la imagen de la Iglesia ante muchas personas sencillas y honestas, pues no podemos olvidar que la caridad es un aspecto no desdeñable de la Nueva Evangelización, que para ser creíble, necesita el refrendo de nuestro amor fraterno y solidario. El hecho es que en los dos últimos ha subido en dos puntos el número de los españoles que se declaran católicos y en otros dos puntos el número de los católicos que se declaran practicantes, datos que se ven corroborados por el aumento en el mismo periodo por el número de contribuyentes que destinan el 0,7 de sus impuestos a la Iglesia católica, que ha crecido en 2,26 puntos a nivel nacional y en 2,37 en nuestra Archidiócesis. Todo ello indica que hay una reacción de la conciencia católica ante la situación presente.
9. Aludía hace unos momentos al motivo último y radical de nuestra esperanza. Éste no es otro que Jesucristo el Señor, piedra angular de la Iglesia. Nosotros sabemos como nadie que Jesucristo es la palabra en la que Dios nos lo ha dicho todo, como escribiera San Juan de la Cruz, y que el Espíritu de Jesús estará con su Iglesia "hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20), haciendo que el cristianismo siga siendo a través de los siglos, un acontecimiento actual, vivo y salvífico. Cristo resucitado es, pues, la razón más profunda de nuestra esperanza. En su compañía y con el ánimo que nos da su palabra vivimos con pasión el presente y nos abrirnos con confianza al futuro (TMA 1), pues Jesucristo está vivo, y es nuestro contemporáneo.
10. Por ello, ni yo ni vosotros tenemos derecho a la desesperanza. Es hora de poner la mano en el arado, para abrir nuevos surcos a la evangelización, confiando en la compañía del Señor y la fuerza de su Espíritu. En estos tiempos recios ninguno de nosotros tiene derecho a la cobardía o a la mediocridad. Hemos de sacudirnos el conformismo, la desgana o la tibieza. No podemos cruzarnos de brazos viendo cómo se apartan de la Iglesia y de la fe en Cristo tantos adultos y jóvenes.
12. Sólo así tendremos unas parroquias y unos laicos renovados, espiritualmente vigorosos y conscientes del tesoro que poseen; unas comunidades entusiastas, felices de haber conocido a Cristo y dispuestas a anunciarlo como única esperanza para el mundo. La Iglesia necesita laicos convertidos, deseosos de ser santos, orantes, fervorosos y con corazón de apóstol. Esa es la reforma que quiere el Papa Francisco, la revolución de los corazones, no sólo de las estructuras, pues una Iglesia que quiera ser luz y sal, tiene que ser una Iglesia convertida, una Iglesia de santos. Porque yo oteo todo esto en lontananza, doy testimonio de mi esperanza en el futuro de la Iglesia y de la sociedad cristiana. Como los israelitas a la vuelta de Babilonia, también yo escucho de labios del profeta Isaías estas confortadoras palabras: "Mirad que hago algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43,19)
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla