Razones por las que siempre hay que ir a la huelga...incluso en educación

Publicado el 09 marzo 2017 por Jaime López Fernández @jaimeindig

9 de marzo de 2017: jornada de huelga general en la enseñanza. Tercera de la ‘era Mariano’. Ha habido movilizaciones estudiantiles de cierta relevancia en estos años, pero esta convocatoria une por primera vez a toda la comunidad educativa en la calle frente al gobierno. Los motivos varían poco y siguen siendo los mismos: la derogación de la LOMCE, la reversión de los recortes y la Dignificación de la enseñanza pública. Dignificar con mayúsculas; es decir, situarla en el lugar que se merece y nos merecemos, no ese territorio oscuro y hostil donde las políticas del PP se han empeñado en abandonarla, en la frontera de la precariedad, de la segregación, de la desigualdad y la falta oportunidades.
La huelga se ha convocado en un clima poco reivindicativo en el sector, esa es la verdad. Casi de calma chicha. Y eso ha planteado dudas sobre su seguimiento entre el profesorado. No es una cuestión de docilidad o de resignación, es una cuestión de ‘clima’, de catarsis, de crear el ambiente adecuado que disipe las dudas en un sector ya de por sí muy castigado económica, laboral y socialmente. Una responsabilidad que recae en los sindicatos y en el tiempo necesario para su preparación, informar y mantener, cuando no encender de nuevo la llama de la reivindicación. De hecho, el reflejo mediático los días previos ha sido prácticamente inexistente.
El éxito de la huelga, por supuesto, está garantizado entre los alumnos y los padres, los primeros deseosos de hacerse oír y los segundos muy sensibilizados con la educación de sus hijos. Pero cuando te tocan el dinero la cosa cambia, ya lo creo que cambia. De hecho, y en espera de los resultados de la huelga al final de la jornada, dudo mucho que el seguimiento entre los profesores y maestros supere el 20%. 2 de cada 10 a lo sumo. Nada. De ser así, más allá de concluir que se está ante un sector aburguesado (falso, no hay más que ver los índices de participación en las huelgas generales de 2012 y 2013) harían bien los sindicatos en revisar sus estrategias de movilización y adaptarlas, cuando no cambiarlas radicalmente, a la realidad de cada momento y del sector, a fin de cuentas son ellos los convocantes y el trabajador quien debe decidir si invierte su dinero en una huelga.
Son los conceptos de valor y precio, lo que invierto y lo que obtengo a cambio, lo que determina el éxito de una huelga. La huelga es el último recurso. Al que se aboca cuando todos los demás caminos han fallado o cuando se quiere presionar con todas las fuerzas disponibles. Los estibadores se ponen en huelga y los armadores tiemblan ante la perspectiva de que sus mercancías acaben en la basura o los retrasos en las entregas encarezcan los costes. Los controladores aéreos convocan un paro en fin de semana y los viajeros morimos de desesperación en la terminal del aeropuerto viendo cómo pasan nuestras vacaciones por delante de nuestros ojos sin poder acariciarlas. Pero los profesores se ponen un día de huelga y qué, solo manifiestan su descontento, poco más. Habría que plantearse formas de protesta adaptadas a este sector, pero ese sería un debate distinto que no ha lugar ahora mismo.  
Lo cierto es que, cada vez que me pongo en huelga, sobre todo en convocatorias como la de hoy, con esa sensación de cierta improvisación para un amplio sector del profesorado entre el que me incluyo, se me plantea el dilema interno de si sirve para algo. Un conflicto entre la razón y el corazón donde siempre acaba imponiéndose el segundo y el primero entendiendo sus razones. Porque, a pesar de todo, estando dónde estamos y estando cómo estamos, al menos en educación hay sobradas razones para ponerse en huelga. Siempre.
Porque es una huelga estatal. Porque lucha contra la política educativa de un gobierno sin sensibilidad hacia lo público, que además excluye de las negociaciones por el ‘Pacto Educativo’ a los propios profesores, convirtiéndolos en meros espectadores frente a un acuerdo político.
Pero sobre todo por dos razones: Porque contra quien te roba y te maltrata se vive mejor que resignado a sus pies; o al menos con la conciencia más tranquila. Y fundamentalmente, por dignidad y compañerismo, los únicos lugares comunes que nos quedan como trabajadores para hacer frente a tanto indeseable.
Hoy no hay receta, estoy de huelga y empieza ya la manifestación. Hoy es día de hacerse oír y de reivindicar una educación mejor.
Que así sea.