“(…)¡cada momento que perdamos es vital para el resultado!, ¿vas a ayudarme o no?…. Dan, ¡nosotros podemos devolverle la vida!”
-Dr. West (Jeffrey Combs).
Entre dos mundos.
Stuart Gordon es uno de esos directores infames, que a lo largo de su carrera solo se ha hecho un nombre en la industria gracias a un par de títulos y que vive de la nostalgia de los aficionados, rentabilizando como puede nuestro amor por el séptimo arte. Desafortunadamente no es el único. Pero en fin, hoy hablaremos de una pequeña delicia, que es seguramente su mejor película hasta la fecha.
Re-Animator (id., 1985) es una de esas extrañas películas, que nadan en las antípodas del cine comercial y que a la vez sabe beber del terror más clásico. Sus personajes no dejan de ser puros estereotipos, clichés que al ser tratados con sumo mimo y respeto, encuentran luz propia y dejan de arrastrar la sombra pesada del “homenaje” o “tributo”. No es difícil reconocer al Dr. West como un sucedáneo del Dr. Frankenstein y el triangulo amoroso entre Cain, Megan y el Dr. Hill, de tintes clásicos, casi shakesperianos, explorando la fatalidad de aquellos actos que cometemos por amor, celos y/o desidia.
Y es que el guión escrito a seis manos entre Stuart Gordon, William Norris y Dennis Paoli –basado muy superficialmente en una historia de H.P. Lovecraft- es un guión muy ágil, que no esconde sus fuentes pero tampoco las obvia, que se toma su justo tiempo para presentar a los personajes, acercarnos a ellos y empezar a tejer lentamente todas las circunstancias que nos llevarán a un climax final digno del mejor Carpenter.
El ansia inagotable de poder, el reconocimiento, el amor, los celos, el rencor, todo se materializa a través de dos líneas argumentales diferenciadas que encontrarán entre si el apoyo necesario para hacer avanzar la trama. Hablamos por un lado de la historia del Dr. West (un icónico Jeffrey Combs), un científico de joven ímpetu, transgresor, extremadamente temerario, que encuentra en el Dr. Hill (David Gale), un academicista sentado en sus laureles, el enemigo que representa todo aquello que él rechaza, creando un conflicto que extralimitará las bases morales de la ciencia. Por otro lado tenemos el antes mencionado triangulo amoroso entre la joven pareja formada por Cain y Megan y la obsesión disfrazada del Dr. Hill. Estas dos líneas se entrecruzan por varios flancos que compensarán las faltas de unos (el dr. West busca un ayudante), con las necesidades de otros (Cain encuentra en West una forma de ser reconocido por el padre de su novia –otro científico-, intimo amigo del Dr. Hill).
Sonrisas y lágrimas.
Sorprende de igual manera, como una película de estas características, tiene la inteligencia de reírse de si misma con suma sutilidad. Sin hacer evidente la parodia, sus pinceladas de humor negro son fascinantes, subrayan la conciencia que tiene el producto de si mismo sin desmitificarlo, y asimismo, demuestra también un gran respeto y amor por el género.
Otra de las cosas que más fascina de esta película es su banda sonora, con un tremendo tema principal –compuesto por Richard Band, hermano de otro ícono del trash terror 80ero como es Charles Band-, que nos remite absolutamente al Hitchcock más macabro, aunque el resto lamentablemente sea mucho más impersonal. La canción que abre los créditos de la película sabe condensar en sus armonías todos los elementos que encontraremos en esta película: elegancia, mala leche, desfachatez y mucha diversión. Y es que las película no deja de ser un compendio de géneros que encuentra en esas pinceladas de gore su máxima expresión, su noción total de libertad. Con unos efectos que no parecen envejecer al paso del tiempo, una sensación parecida a la que me transmite “La Cosa”, con esas invenciones dignas de un maestro como Rob Bottin o Stan Winston pero con un presupuesto significativamente menor, el experimentado pero desconocido Bret Culpepper firma aquí uno de sus mejores trabajos. Es imposible para alguien despojarse ya de la imagen de la cabeza del Dr. Hill decapitado ordenando a su cuerpo violar a Megan en la camilla de autopsias o, del efecto de la sobredosis del suero en un cuerpo reanimado.
Pero en fin, no nos podríamos dejar de lo vital, lo visceral, lo que realmente nos va a llegar: el trabajo de los actores. Personalmente me encanta el dúo caracterizado por el Dr. West y Cain (un Bruce Abbott dando una más que estimable réplica), que construyen una extraña relación, en la que es difícil saber hasta que punto son amigos o simplemente comparten un interés común, aportando una ambigüedad que aún enrarece más el componente humano de esta película. Por otro lado, Dr. Hill aporta el físico y la cara perfecta para su personaje y hace de su, en ocasiones, sobreactuación un simpático guiño al género. La interpretación tal vez más anodina sea la de Megan (Barbara Crampton) que se limita a hacer de su papel uno de tantos en el género, a base de gritos y caras.
Reanimados y zombies.
Pocas películas tratan el fenómeno “zombie”, indirectamente, con tanta rigurosidad y creatividad como ésta. Los reanimados aquí no son hordas que aparecen de cualquier lado y gratuitamente, aquí son una creación, la metamorfosis de un personaje, el fruto de unos acontecimientos de los que hemos sido testigos. Nos confiere la magia del clásico, sin tecnicismos ni explicaciones (la ambigüedad del suero y fruto de todo: no nos explican que es ni nos importa), que exigen una mayor implicación por parte del espectador, que se siente obligado a dejar de lado escepticismos y a aceptar las reglas del juego, implicándonos en la macabra fantasia de Gordon.
En conclusión, estamos ante una película que con los años se ha ganado justamente el título de culto. Es una película única, difícil de catalogar, pues aunque no se la podría tildar de mainstream tampoco se la puede meter en la misma saca que películas como “Braindead” donde se pierde todo rastro de sutilidad y el gore se apodera de todo el interés de la película. Una serie B perfecta, que sabe aprovecharse de la libertad que esa denominación comporta pero que demuestra un gusto exquisito por el detalle, digno de películas denominadas “mayores”.