Ready Player One

Publicado el 05 abril 2018 por Pablito

Que me perdonen los incondicionales del cine de Steven Spielberg, pero su última película me ha parecido un coñazo. Con el corazón en la mano he de decir que mientras estaba disfrutando (o sufriendo, mejor dicho) Ready Player One (2018) en la sala de cine no fueron pocas las veces que me asaltó la idea de abandonar la sala -y eso es la primera vez que me pasa con un director cuyas películas han marcado mi adolescencia, juventud y, ahora, mi vida adulta-. Sí, me entraron ganas de irme no porque la película sea mala, que no lo es en absoluto, sino porque es una película que no está hecha para un espectador como yo. Hace mucho aprendí que, al igual que hay películas infames para el gran público que forman parte de mis placeres culpables, también hay películas magníficamente realizadas con las que no comulgo. Pero reconozco que son buenas películas. Es el caso de Ready Player One, largometraje número 31 en los casi 50 años de carrera del Rey Midas de Hollywood. Visualmente es brillante, los efectos especiales prodigiosos, sus escenas de acción están perfectamente coreografiadas… pero no consigo conectar con ella en ningún momento porque le falta lo más importante: alma. 

En efecto, a esta historia ambientada en el año 2015 protagonizada por el adolescente Wade Watts, quien intenta evadirse del mundo real a través de una utopía virtual global llamada “Oasis”, le falta lo más importante en una película: corazón. Da la sensación de que Spielberg ha estado tan ocupado en innovar en todo lo referido al apartado visual de la película que se ha olvidado de transmitir la más mínima emoción con su historia, dotarla de la más mínima profundidad. Y material había de sobra, tal y como se puede comprobar en la novela homónima escrita por Ernest Cline en 2011: en la película no hay ni rastro de esa desazón por el mundo real que describe la novela original -un mundo cada vez más gris y oscuro, cada vez más inhabitable-, de ese rotundo alegato hacia la imaginación -la más poderosa herramienta del ser humano-, ni tampoco hay un ápice de sensibilidad ni emoción en la historia de amor que se nos cuenta que, por otro lado, además de mal desarrollada, está metida con calzador. Es decir, que toda la emoción, profundidad y corazón que había en la novela queda extirpado en su traslación a la gran pantalla. Al final da la sensación que es una película confeccionada para contentar al espectador nostálgico y a los chavales jóvenes y poco más.

Además de dar la impresión de que ha sido rodada deprisa y corriendo -Spielberg la rodó el mismo año que Los archivos del Pentágono, obra mayor en su filmografía-, el principal problema del que adolece la primera incursión en la ciencia ficción de Spielberg después de la magistral La guerra de los mundos (2005) es que se cree más importante de lo que es cuando en realidad no nos está contando nada nuevo. Esa historia de un chico de orígenes humildes que pasa a liderar una rebelión contra un sistema opresor es algo que hemos visto mil veces, y el hecho de que aquí la acción esté protagonizada por avatares digitales no tiene el peso suficiente para convertir a esta película en algo diferente. Empatizar con avatares es algo que realmente me cuesta muchísimo -es algo que solo consiguió James Camaron en Avatar-, por lo que en una película de estas características, consistente en ver durante ¡140 minutos! persecuciones, peleas y conflictos entre avatares, es normal que termine saturado, extasiado incluso de tanto ruido, tanta furia y tanta locura. Si a eso le sumamos una trama nada ingeniosa, un guión poco trabajado, un ritmo bastante irregular y unas interpretaciones bastante justitas, el resultado no es para tirar cohetes.

Con lo que me quedo de Ready Player One, el regreso a la técnica motion-capture a la que el director recurrió en Las aventuras de Tintín (2011), es con todo su arsenal de homenajes y referencias al séptimo arte y a toda la cultura popular de la década de los 80, desde videojuegos hasta música pasando por videoclips o series de televisión. Especialmente subrayable es el tramo de El resplandor, una carta de admiración a Stanley Kubrick en toda regla -y quizá el mejor momento del film-. Sí, a nivel creativo es una pasada, sus escenas de persecución de coches puro entretenimiento y para muchos será un ejercicio lúdico de primer orden. Pero para este cronista la mejor palabra para definir este derrape en la carrera de Spielberg, es tedio. Impropia de un fabricante de obras épicas a menor o mayor escala. Algo me dice que dentro de unos meses pocos hablarán de esta película, mientras que obras de primer orden de su filmografía como Múnich o Los archivos del pentágono estoy seguro que perdurarán por siempre.