Seguí avanzando en la lectura de El País (Siria, posible desviación del caso Nóos, alejando de él al juez Castro, etc.) y pensé que todo apesta de tal modo que no bastaría un potente raticida para eliminar tanta molicie. Me alegró la sobremesa, eso sí, el espléndido artículo de Ignacio Vidal-Folch "Una relación epistolar", con su jugosa ironía y su excelente enfoque y escritura, de tan ricas inflexiones paródicas.
Después fui pasando la calurosa tarde según suelo hacerlo estos días: desde el fácil sosiego de los bancos.
Sin embargo, antes de irme a dormir, tuve conocimiento de que un equipo de investigadores de la Universidad Carlos III había inventado unas gafas (para ser usadas en las aulas) que permiten ver LA REALIDAD AUMENTADA. Así lo calificaron. El invento, aparte de ser espantoso (estéticamente hablando), e imagino que no muy cómodo de encajar, tiene como cualidad y finalidad permitir al profesor descifrar el grado de comprensión de su discurso por parte de los pupilos, pues el usuario de las gafas, en vez de la realidad tal cual, lo que verá son a sus estudiantes con unos luminosos en forma de cruz o aspas sobre sus cabezas: el color rojo indicando que no entienden nada, el verde significando ¡adelante!, ¡vía libre! ¡esto marcha!, y el amarillo para las situaciones indecisas (no se sabe si a punto de virar al verde o al rojo).
Aumentan los incentivos y alicientes en la vieja y noble tarea de enseñar ¿deleitando?