Por tierra, mar o aire. Eso es lo que se suele decir cuando alguien quiere escapar. Un isleño, para empezar, tiene que ignorar lo de hacerlo por tierra. Pues aunque vivir en una isla tiene cosas buenas y que no cambiaría por nada, también tiene cosas no tan buenas y a las que no queda más remedio que resignarse.
Cansada ya de los viejos mitos sobre los isleños, hoy os contaré algunas realidades a las que nos enfrentamos las personas que vivimos en una isla. Basándome en mi experiencia como “vividora” en Mallorca, se me ocurren las siguientes peculiaridades que los peninsulares tienden a desconocer. Allá van:
Y ya sé que las empresas no entienden mucho de sentimientos, pero a mi eso me genera cierta frustración. Y quiero que sepan que con este tipo de acciones se me quitan las ganas de consumir y consiguen que me desuscriba y deje de recibir sus periódicas newsletters.
También sé que los costes de distribución en una isla son mayores pero éso no es culpa del consumidor. Además, como isleña que soy, estoy acostumbrada a pagar más para adquirir lo que quiero. Estoy acostumbrada a pagar un poco más por una caña y a que, encima, no me pongan unos míseros cacahuetes para picar. De ahí que cuando me sorprenden y me ofrecen algo para picar, lo agradezca con una buena propina.
Volviendo al caso de Groupon, tampoco existe la opción de pagar un poco más y ahorrar esos costes a la empresa. Por ello, deberían tener al menos la decencia de no hacerme llegar las ofertas que no puedo consumir. He aquí uno de los problemas, invisibles para muchos no isleños, de vivir en una isla.
Contar con un descuento del 50% para viajar a la península está bien pero tampoco es la panacea. Normalmente, si quiero viajar al extranjero me veo obligada a desplazarme a otra ciudad (Madrid o Barcelona) y no puedo hacerlo de otra forma que no sea por aire o mar. No puedo coger mi coche y dirigirme al aeropuerto que deseo.
También para realizar algunas gestiones de “carácter estatal” necesito desplazarme, posiblemente, a la capital. No me queda otra opción y, una vez más, no puedo agarrar mi coche y plantarme allí.
Las limitaciones territoriales son muy diferentes, como es obvio, para un isleño que para un peninsular.
Quede aquí más que justificado el descuento y dejémonos de envidias.
¿Cuántas veces hemos escuchado que los isleños somos gente cerrada? No podría contarlas. Y es aquí cuando ya entramos a analizar el carácter del isleño. Tenemos fama de ser unos cerrados. ¿Lo somos realmente? Sí y no. Sí porque la condición de nuestro territorio (tan limitado algunas veces) nos obliga a defenderlo a capa y espada. El miedo a ser invadidos, en todos los sentidos, siempre está ahí. Y no, porque estamos más que acostumbrados a tratar con gente foránea debido a la fuerte dependencia del turismo, cosa que por cierto nos hace ser generosos con el visitante y buenos anfitriones.
Pocos mallorquines existen que no metan en la mochila unas cuantas bolsas de las famosas quelitas para que les acompañen durante el viaje. Y es que éstas son ideales para matar el hambre entre horas y recordar ese sabor tan autóctono.
Sí, eso debo reconocerlo. Quizás en islas más grandes no sucede lo mismo pero en cuanto a los que residimos en Baleares es así: tenemos serios problemas con las distancias.
Y es que aunque seamos personas aparentemente tranquilas, también somos algo impacientes. Nuestro paraíso mallorquín nos tiene mal acostumbrados. Y lo digo en el sentido de que podemos nadar en bonitas playas cristalinas o caminar entre frondosas montañas sin necesitar más de 15 minutos para disfrutar de ellas.
Sin duda, coger el coche y recorrer 60 km. nos parece un largo viaje, de ésos en los que las quelitas no pueden faltar. Esta es una de las razones por las que también tenemos una buena colección de expresiones que parecen demostrar que somos un poco exagerados, pero solo un poco.
Los isleños no podemos vivir sin ver el mar. Esto es un hecho más que contrastado. Estuve una temporada viviendo en Dresden (Alemania) y ansiaba ver el mar más que cualquier otra cosa.
No hay día que despierte en esta isla que se me pase ver el mar que me rodea. Y es que solo los que vivimos cercanos a la costa entendemos esa sensación.
Saber que el mar está ahí relaja y en esos momentos en que tu propia isla te limita, solo el mar puede traspasar esos límites.
Y es curiosa la contradicción. El mar es el que limita nuestro territorio pero a la vez es el que nos consuela y compensa de dicha limitación.
Por alguna razón, no sé si ajena al factor isla, el transporte público funciona fatal. Está mal organizado, al menos en Mallorca. Tal hecho provoca que a los mallorquines no se nos quite de la cabeza la idea de que tener vehículo propio es una necesidad si uno quiere hacer todo lo que se propone. Y es una pena que teniendo distancias tan cortas no podamos contar con un buen servicio de transporte público.
Quizás si utilizásemos más el transporte público y tardásemos más en llegar a esas playas de las que hablábamos antes, nuestra percepción de la distancia cambiaría. Aun así, no estoy dispuesta a comprobarlo. Aunque sí animo a mejorar los servicios de transporte público ya que considero que una isla turística, como es Mallorca, ganaría mucho si los vehículos que circulasen en ella disminuyesen.
En Mallorca no tenemos de eso. Es habitual que si tenemos planeado un viaje a alguna ciudad donde haya un FNAC, contemplemos la posibilidad de hacerle una visita e incluso asignemos parte del presupuesto del viaje a compras de este tipo que, normalmente no podemos realizar cuando estamos en casa.
Lo mismo ocurre con el Starbucks que, aunque ahora haya uno en el aeropuerto de Palma, no podemos disfrutarlo de forma asidua. En realidad, ni siquiera me gusta tanto el café que sirven pero sí el concepto del Wi-Fi gratuito mientras estoy sentada en un sofá con una taza de cualquier cosa caliente.
Y hasta aquí algunas de las peculiaridades derivadas de ser isleña. Nada muy grave pero sí digno de ser considerado.
A modo de reflexión final, quiero resaltar que la imagen de la isla donde vivo, a menudo se distorsiona relaciona con un destino turístico para jóvenes en verano y para gente mayor en invierno.
Y resulta que Mallorca es un poquito más que un destino turístico y los mallorquinos mallorquines somos más que simples residentes de ese destino. Somos personas con un pasado y un presente que, para bien o para mal, nos ha marcado y nos marca, como a todo el mundo.
Convivimos con 2 lenguas que la mayoría respetamos y conocemos. Y convivimos también con millones de turistas que a veces abusan de nuestra hospitalidad. Otras veces son ellos mismos quiénes se encargan de recordarnos lo maravilloso del lugar donde vivimos. Y es que algo que no he comentado en todo el post es que el mallorquín, por norma general, es una persona humilde y modesta. En muchas ocasiones no hemos sabido medir el valor de las bondades que tenemos, a todos los niveles. Lo que ha provocado que nos vendamos y que lo hagamos por debajo de nuestras posibilidades. No siempre nos hemos hecho valer lo suficiente y el turismo que, en parte, recibimos lo demuestra.
La imagen que da un destino es muy difícil de desvincular. Y también cuesta trabajo desvincular y desmentir los prejuicios hacia la gente que vive en él. A veces, las personas son tan vagas simples que se niegan a generarse una imagen propia de algo y prefieren quedarse con la que ya existe, sea ésta real o no. Por eso es tan importante trabajar bien la promoción de un destino desde el principio porque, una vez generada una imagen, cuesta mucho hacer cambiar de parecer.
Por estas razones, he decidido publicar un post en el que se intenta definir, a grandes rasgos, la personalidad mallorquina, con nuestras carencias y con nuestras virtudes. Muchas veces, solo necesitamos entender el porqué de las cosas para poder aceptarlas. Y este es el objetivo de este post: dar a entender cómo y porqué somos así para que, aunque solo sea una persona, se atreva a conocernos sin dejarse llevar por las generalizaciones. Así que forasters foráneos, quedáis invitados a conocer nuestra isla y a nuestra gente.
Y ya para terminar, sé que en todo este relato no he podido disimular, ni por un momento, mi condición de mallorquina. Me enorgullece ser de dónde soy, quiero a mi tierra con locura y se me hace imposible expresarme de otra forma. No puedo cerrar este post sin antes agradecer el gran trabajo que Esther Company ha aportado en él. Todas las ilustraciones de este post han sido diseñadas por ella. Sin duda y una vez más, hemos logrado compenetrar una de las habilidades que más nos gustan. Y parece que no dejaremos de trabajar juntas.