Existen unas cuantas películas al año que no ves, ellas se encargan de verte a ti. Partiendo de una historia, entre mito y realidad, de un niño soldado en Birmania, que llegó a dirigir un grupo de rebeldes de hasta 200 miembros, el director canadiense, Kim Nguyen, escribe y dirige la película más impresionante del año. A aquel soldado, que todos creían una rencarnación de los dioses, lo llevaban sobre los hombros para que no se ensuciasen sus sueños, y su pretendida divinidad, o mejor dicho, suerte, consistió en sobrevivir en medio de una guerra durante varios meses. El resto de los humanos caían como moscas, en cuestión de días o semanas. Aquí la protagonista será una niña. Una jovencita de 12 años, de una nación africana no identificada. Una más de las que utilizan a los niños como carne de cañón, a los que les enseñan a montar un fusil antes que el abecedario o a los que asesinan a sus padres para secuestrarlos e integrarles en sus milicias rebeldes, antes de violarlos, en la mayoría de las ocasiones.Komana, interpretada magistralmente por Rachel Mwanza (por momentos me pregunté cómo había osado el director proponerle un papel así), no escapará a ese destino trágico de una gran parte de la infancia africana. Rodada en la República Democrática del Congo con los habituales problemas de estas producciones, sufrir el embargo de las 15.000 balas de fogueo procedentes de Bélgica u olvidar avisar a las autoridades del rodaje de una escena de guerra, con el consiguiente desembarco de la armada… lo típico.Pero además el film va más allá de la historia de esta niña de 14 años, que decide contarle a su bebé, la vida que ha llevado desde hace dos años que la convirtieron en soldado. La película, que en ningún momento resulta dogmática, retrata su cultura animista, fascinante, y al mismo tiempo que aventura pistas sobre el origen, o al menos, la financiación de estas guerras africanas sin fin. Resulta que, por ejemplo, la República Democrática del Congo posee el 80% del coltán del mundo: un mineral, casi desconocido del gran público, pero con propiedades de conductor electrónico de teléfonos móviles, ordenadores… Creo que, sin caer en teorías conspiradoras, sobran las explicaciones.La película desprende una fuerza dramática impresionante y la idea de su director de rodar cronológicamente la historia da un resultado inquietante desde la primera escena. Los actores desconocían por completo el desarrollo y el final de su historia. La sensación de unas vidas arrastradas por el destino se conserva íntegra hasta el final.Tuve la suerte de asistir a la presentación de la película en presencia de su protagonista: una tímida niña de 15 años, aterrorizada por una sala de cine repleta a rebosar, y dubitativa ante las posibles respuestas a las preguntas. Salvo en dos ocasiones, al afirmar que le encantan las películas de zombies y vampiros, y ante la pregunta de qué le gustaría hacer en el futuro. Su respuesta demasiado sincera, casi inaudible, me heló el corazón: aprender a leer. Rachel Mwanza ganó el premio a la mejor actriz en el festival de Berlín 2012.