Rebelle, War Witch, Rebelde

Por Africaenportada

Cuando vi el tráiler de Rebelle, War witch (La bruja de la guerra) o Rebelde, como se ha traducido finalmente en español, la segunda cosa que me llamó la atención [la primera fue la voz dulce y triste a partes iguales de una niña] fue la crítica indisimuladamente traída de Carlos Boyero: “Emocionante. De un lirismo desgarrador”. Una vez, Boyero masacró una película que, al parecer, era buenísima (cosa que hace bastante a menudo). Entonces, recuerdo que un lector ya de vuelta de todo escribió un comentario en medio de la indignación generalizada: “Sólo puedes leer las críticas de Boyero si te gusta el cine pakistaní”. O algo así. Total, que no sabía aún si la película me gustaría o no, pero algo debía de tener para que Boyero mezclara “lirismo” y “desgarrador” en la misma frase. Vaya si lo tenía.

Rebelde cuenta la historia de Komona, una niña que vive en un poblado africano y a la que un día, cuando tenía doce años, los rebeldes que luchan contra el Ejército de su país la reclutan y la convierten en una niña soldado. La película cuenta lo que le ocurre a Komona durante los siguientes tres años de su vida. No sólo las crueldades de la guerra, sino la transformación de una niña en una máquina de matar.

En ningún momento se cuenta dónde se ambienta la película. En este artículo de Tommaso Koch se dice que el director, Kim Nguyen, eligió la República Democrática del Congo porque “tenía la idiosincrasia más fuerte”. Hay algunos elementos que dejan entrever su elección: el reclutamiento de niños de la guerra, la presencia del coltán (sobre el que se pasa de puntillas, aunque revelando su papel en la economía de guerra) o la importancia de la magia  negra.

La película, canadiense, no es una historia real y, sin embargo, te la crees desde el primer minuto. Quizá Komona no exista, pero sí otras niñas, y niños, con historias muy parecidas. Esa es probablemente una de sus grandezas: se han escrito reportajes, hasta libros, y se han grabado películas sobre los niños soldado, pero no todos consiguen retratar la dureza, la crueldad, el desgarro, como esta película. Una vez leí que la anestesia que nos causan las imágenes del hambre en África sólo se pueden vencer si imaginas que quien está pasando hambre es tu hijo. Al ver a Komona, me imaginaba a mí con su edad, con doce años, y qué hubiera hecho si después de matar a mis padres, unos soldados me hubieran convencido de que el fusil, desde entonces, sería mi padre y mi madre. O si, como ella dice en la película, el jefe de los rebeldes hubiera puesto a un bebé en mi vientre. Es una película. O no.

Cuando empezaron a salir los créditos, todavía con las luces apagadas, se escucharon algunos sollozos en la sala. Yo empecé a llorar cuando salí a la calle. [Ahora voy a hablar de otra cosa]. Esta semana me ha dado por pensar en el mal. Así, de repente. Primero leí este artículo, “Negra sombra”, de Lupe, ilustrado con una foto del horror en Siria. Después, las noticias sobre ese monstruo de Cleveland que, encima, no terminan de salir y cada nueva crónica es peor que la anterior. Luego está mi trabajo, del que yo también me anestesio, pero que, aunque no sólo, también habla del mal. Hasta entonces, sólo había pensado cuánto mal puede hacer el ser humano. Pero, después de que Komona viniera a contarme su historia, pensé en qué estaba haciendo yo para evitar que esas cosas pasaran.

Para no terminar así, os diré que Komona se llama en realidad Rachel Mwanza y que era una niña de la calle en Kinshasa hasta que los responsables del reparto la eligieron para protagonizar la película. Su vida, al parecer, ha cambiado mucho. Ganó el premio a mejor actriz en la Berlinale y su película estuvo nominada al Óscar, aunque no estoy segura de que ella supiera, hasta entonces, lo que eso significaba. Los yanquis ya le han dedicado titulares de los suyos, como “el increíble destino de una niña de la calle”, lo cual debe ser la prueba definitiva de que su vida ya es distinta.