Se llama Pablo, está casado con Marta y vive en la localidad marítima de Las Zalbias. Durante su adolescencia y primera juventud se desnortó y comenzó a introducirse en el mundo de la droga, que le permitió llevar una vida ilusoria de viajes, hoteles, lujo, sexo y despreocupación. Astuto, supo mantenerse en un discreto segundo plano que lo alejó de las manos policiales y judiciales. Pero la crisis y el cambio de parámetros económicos han golpeado en la línea de flotación de su negocio; un revés que se perfecciona cuando Marta pierde su trabajo. Ahora, la zozobra ha venido a instalarse en su hogar y las discusiones resquebrajan su matrimonio. En ese panorama nada halagüeño surge la luz peligrosa de un último recurso; su amigo Ángel Bru le ha propuesto asaltar un prostíbulo llamado Versalles, cuyo nivel de seguridad es bajísimo y cuya caja se aproxima a las seis cifras.Con esta situación arranca la última novela de Rafael Balanzá (Alicante, 1969), la tercera que publica con el sello Siruela. Y los lectores, que quizá esperan una narración negra o criminal, se llevarán pronto una sorpresa, porque alguien mata a Ángel Bru antes de la operación y, no obstante, Pablo continúa recibiendo correos electrónicos suyos con un sorprendente mensaje: el muerto, en primera persona, lo acusa de haberlo asesinado, le dice que en el arma homicida están sus huellas dactilares y que, para recuperarla y no ser incriminado, deberá atracar él solo el Versalles. Fácil resulta imaginar hasta qué punto cambia la orientación (y el concepto mismo de la obra) desde ese instante: de lo negro a lo enigmático, de lo policíaco a lo psicológico.Pablo vive durante unos días en la incertidumbre y no deja de formularse preguntas (quizá algo repetitivas en la novela): ¿quién ha puesto fin a la vida de Ángel Bru? ¿Quién está utilizando su cuenta de correo para someterlo a ese desasosegante chantaje? ¿Es lógico pensar que si él cumple su parte del acuerdo el otro hará lo mismo y le devolverá el arma del crimen? ¿Será cierto que el Versalles es un lugar tan desprotegido y que con sólo una careta y una pistola podrá llevarse los noventa mil euros de la caja? Su mujer, Marta, es atropellada por un vehículo; y aunque el daño sólo afecta a uno de sus brazos el mensaje que recibe Pablo es clarísimo: no juegues conmigo. La podría haber matado sin problemas.
Utilizando este planteamiento ingenioso, Rafael Balanzá consigue ir avanzando con solvencia por una trama en la que la presencia de actores secundarios es más bien anecdótica (Machado y Fule, dos amigos de juventud de Pablo; los hermanos y la madre de éste; ese chocante sacerdote, amigo familiar, que lo mismo arregla tractores que da consejos a sus antiguos alumnos) y en la que el lenguaje, no muy cargado, ayuda a avanzar con facilidad por el misterio de la historia. Todo en esta novela, pues, contribuye a una lectura fácil y agradable; el uso fluido de la primera persona confesional, las tenaces dudas que corroen a Pablo (que serían las mismas que nos asaltarían a cualquiera de nosotros)… y hasta el mazazo sorprendente que nos aguarda en las páginas finales. Si quieren ustedes distraerse con una lectura amena e intrigante es posible que éste sea su libro.