La guerra de Israel y los palestinos ha hecho eclosionar en España un antisemitismo que rechaza lo judío, pero que oculta simultáneamente una gran xenofobia hacia lo árabe.
Es una paradoja que los más apasionados defensores de la causa palestina utilicen el antijudaísmo para evitar que se les detecte su aversión a lo árabe: antisemitismo contra ambos pueblos, descendientes de Sem, el hijo de Noé del que nace el término semita.
Es un caso parecido al de tantos españoles que apoyan a los saharauis, no porque los amen, sino porque aborrecen a Marruecos: allí donde se sufrieron más las crueldades de las tropas marroquíes de Franco en la guerra civil hay más militantes propolisarios.
Y así, las nada equilibradas acusaciones contra Israel y su reacción tras sufrir año y medio de terrorismo, expresan la renovación hispana del rechazo perenne a los judíos, expulsados en 1492, y a los moriscos, deportados entre 1609 y 1614.
Indignación antiisraelí de quienes detestan al inmigrante árabe y que no se vuelven tan humanistas como para amar de golpe a los palestinos: solo los aprecian cuando guerrean con Israel.
En España hay muchos profesionales palestinos –especialmente sanitarios-- a los que les pintan en sus placas “Fuera, moros” los mismos que llaman asesinos de Cristo a los judíos, olvidando que Cristo era judío.
Por eso no se analiza equilibradamente aquí el conflicto árabe-israelí: hay un problema de racismo entre tanto “Israel, no” a gritos y, bajito, “Árabes cercanos, tampoco”.